RETABLO DE
LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS O DE LA EPIFANÍA
Alonso
Berruguete (Paredes de Nava, Palencia 1488 - Toledo 1561)
1537-1538
Madera
policromada
Iglesia de
Santiago, Valladolid
Escultura
española del Renacimiento. Manierismo
En la segunda capilla del lado de la Epístola de la
céntrica iglesia de Santiago encontramos un retablo de discreto formato que es
el único conservado en Valladolid tal y como fue concebido por su prestigioso
autor: Alonso Berruguete. Afortunadamente, nunca fue movido de su sitio ni se
modificaron sus condiciones ambientales, lo que facilita comprender el espíritu
berruguetesco que anima su composición y repertorio, poniendo de manifiesto tanto
sus aportaciones plásticas, plenamente innovadoras para su tiempo, como una
exigente ejecución técnica ajustada a los requerimientos del contrato.
El encargo fue concertado por Alonso Berruguete con
el pujante banquero don Diego de la Haya el 30 de junio de 1537 para presidir
la capilla familiar que éste disponía en la iglesia de Santiago, figurando
entre las condiciones el que todo el retablo tuviera un acabado dorado, que una
escena del Nacimiento ocupara un lugar destacado y que aparecieran retratados
como donantes tanto don Diego de la Haya como su esposa doña Catalina Barquete.
El resto del retablo quedaba supeditado a la inspiración del escultor.
Sin duda, el banquero, sin reparar en gastos,
pretendía obtener o aumentar su prestigio a través del artista que tanto había
impresionado a todos cinco años antes con la impresionante maquinaria de
pintura y escultura concebida para el monasterio de San Benito el Real, una
obra que le había convertido en el escultor más prestigioso de Valladolid y
toda su área de influencia artística, asumiendo el relevo creativo de los
prestigiosos talleres burgaleses de aquel tiempo.
Por entonces Alonso Berruguete ya tenía una
experiencia sobrada en el diseño de novedosos retablos. Si entre 1523 y 1526
había estado ocupado en la elaboración del retablo del monasterio de la
Mejorada de Olmedo, entre 1526 y 1532 en el del monasterio de San Benito de
Valladolid y entre 1529 y 1531 en el del Colegio Fonseca de Salamanca, cuando
recibe este encargo acababa de finalizar un retablo de dimensiones similares
destinado a la iglesia de Santa Úrsula de Toledo, igualmente novedoso en su
composición.
La traza del retablo es muy original, en líneas
generales compuesto horizontalmente por banco, dos cuerpos y ático y
verticalmente organizado en tres calles y cuatro estrechas entrecalles. Consta de un sotabanco,
prácticamente oculto tras el altar y con dos netos decorados en los extremos, sobre el que se coloca un banco de
gran altura presidido por una hornacina central que aparece dividida por un
parteluz, en su momento ocupada por esculturas desaparecidas entre las que se
apunta una posible imagen de Cristo atado a la columna. Las calles laterales muestran sendos tableros
en altorrelieve en los que aparecen las efigies de los donantes arrodillados y
oferentes bajo veneras, a la izquierda don Diego de la Haya con San Juan
Bautista como santo protector y a la derecha doña Catalina Barquete asistida
por San Juan Evangelista. En torno suyo, en entrecalles y frisos, se despliega
un fantástico repertorio de grutescos.
Realmente original es el diseño del primer cuerpo,
donde calles y entrecalles dejan paso a una escena unificada que ocupa toda la
anchura del retablo, siguiendo la experiencia de Felipe Bigarny y Diego de
Siloé en el retablo de la Capilla del Condestable de la catedral de Burgos. Es
en este espacio donde Alonso Berruguete deja una de sus creaciones más
apreciadas, trastocando en cierto modo las exigencias del contrato al sustituir
la escena del Nacimiento demandada
por un atrevido grupo que representa la Adoración
de los Reyes Magos, una creación antológica de la escultura renacentista
española que a continuación trataremos.
Sin embargo, Alonso Berruguete no llegó a incumplir
estrictamente los términos del contrato, puesto que sí incorporó la escena del Nacimiento, aunque relegada a una calle
lateral del segundo cuerpo y haciendo pareja con la de la Anunciación colocada en el lado opuesto, reservando la calle
central para una elegante y serena imagen de la Virgen con el Niño que está realzada con un resplandor tallado al
fondo.
Especialmente original es el ático del retablo, con
una hornacina central de gran altura, rematada por un arco de medio punto que está decorado con
cabezas de querubines, y flanqueada por las columnas de las entrecalles adquiriendo
un aire de templete en cuyo interior se aloja un personalísimo Calvario. En los extremos, como remates
de los balaustres gigantes que flanquean el retablo, se colocan dos caprichosos
medallones calados con los bustos de San
Pedro y San Pablo en su interior,
rematándose con pebeteros de inspiración manierista.
En este retablo Alonso Berruguete se decanta por una
iconografía de evidente exaltación mariana, puesto que la figura de la Virgen
aparece en todas las escenas devocionales y adquiere un protagonismo especial
en la sorprendente imagen del relieve central.
En cuanto a su ornamentación, el retablo de la
Epifanía responde en su conjunto al tipo de decoración plateresca que hacía
furor en el momento en que se encarga, con los elementos de la mazonería, como
los frisos de los entablamentos y los tableros de las entrecalles, profusamente
decorados con motivos de grutescos entre los que se aprecian triunfos
guerreros, instrumentos, animales fantásticos, personificaciones híbridas,
jarrones, guirnaldas, cabezas de querubines y un largo repertorio decorativo
organizado a candelieri, motivos en
relieve sobre fondo dorado en el banco y sobre fondo color marfil en los
cuerpos superiores. También con profusa decoración aparecen las parejas de
columnas que definen los espacios de las entrecalles y las airosas columnas
abalaustradas, de orden gigante, que flanquean el conjunto.
En todos los relieves prima la talla nerviosa y
dinámica que caracteriza el personal manierismo de Alonso Berruguete, no comprendido
por todos en su tiempo. Una escena sumamente original es la del Nacimiento, donde el rollizo Niño aparece
recostado en el suelo, prácticamente apoyado en la cornisa, junto a una bella
imagen de la Virgen arropándole de rodillas y un incomprensible San José
abatido hacia atrás que parece sujetarse en las ruinas del templo por donde
aparecen las cabezas de la mula y el buey, una composición arriesgada, novedosa
y rompedora que sin embargo resulta muy expresiva.
Igualmente expresivo es el grupo del Calvario, donde las atormentadas figuras
presentan características opuestas a cualquier tipo de clasicismo. Son, por el
contrario, vivos ejemplos del manierismo más recalcitrante, próximo al
expresionismo, con el paño de pureza de Cristo movido por un viento incomprensible
y las dramáticas figuras de San Juan y la Virgen con una gesticulación fuera de
toda norma lógica.
ALTORRELIEVE DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
Es la composición escultórica más destacada del
retablo y adopta una forma longitudinal compuesta por tres bloques tallados
independientemente con extraordinaria calidad, contraponiendo a la serenidad
clásica de la Sagrada Familia, colocada en el centro, la agitación manierista y
el arrebato de las figuras laterales, con los reyes Melchor y Gaspar y su
séquito a un lado y Baltasar con sus acompañantes al otro.
La Virgen, cuya cabeza recibe el tratamiento de una
diosa romana, con gesto grave y sereno, aparece sentada sobre un pedregal con
las rodillas a distinto nivel. Con su mano derecha sujeta el manto, extendido
ampulosamente, y con la izquierda acaricia con delicadeza la figura del Niño,
que con un gesto escurridizo se aferra a su vientre. Desde el pecho hasta los
pies, la túnica y el manto se pliegan formando un elegante juego de diagonales
que le proporcionan una belleza clásica llena de dinamismo, realzando su
magnificencia el exquisito juego de brocados que simula el estofado de su
lujosa policromía.
La serenidad clásica de la Virgen contrasta con la
agitación del Niño, figura de gran belleza colocada en original escorzo en su
búsqueda de la protección materna. La vivacidad de esta figura remite al modelo
creado por Miguel Ángel para el sepulcro de Lorenzo el Magnífico en la
Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo de Florencia.
Por detrás del hombro derecho de la Virgen asoma la
figura de San José, presentado con aspecto rural, apoyado sobre un cayado y con
gesto ensimismado, completamente ajeno al remolino de actitudes de las figuras
de los Reyes. Su presencia en segundo plano en las representaciones de la
Sagrada Familia era común en la época, comenzando a cobrar protagonismo desde
que fuera impulsado su culto, como padre ejemplar, por Santa Teresa. De alguna
manera, el grupo de estas tres figuras, verdadero logro del retablo, está
relacionado con algunas composiciones de
Rafael, adquiriendo una dimensión fascinante cuando el grupo ha sido sacado del
abigarrado contexto y presentado independientemente (Exposición Las Edades del
Hombre).
En contraposición a las serenas figuras centrales, a
los lados aparecen los Reyes y su séquito convertidos en un remolino de curvas
y contracurvas, con personajes que participan de tal excitación que más parece que
estén suplicando que adorando. En el grupo de la izquierda destacan las figuras
de Melchor y Gaspar, que con vehemencia ofrecen sus presentes al Niño, mientras
que sus cuatro acompañantes se agitan como si participaran de una batalla en la
que se incluye el lomo de un caballo. A través de escorzos muy bien resueltos
el escultor logra insertar numerosos personajes del relato en un grupo muy
compacto, todos con planos perfectamente definidos.
Más complicada es la composición de la derecha en la
que aparece el rey Baltasar, apoyado en una rocalla de tal manera que parece
que camina sobre la punta de los pies, efecto que acentúa la inestabilidad que
presentan todas las figuras, por otra parte un rasgo constante en muchas de las
imágenes de Berruguete, que en estos grupos alcanza un nivel máximo de
expresividad, convirtiendo el frenético movimiento en una nota peculiar de su
estilo.
Siguiendo la iconografía tradicional, los tres Reyes
simbolizan las tres edades del hombre y tres continentes diferentes, en este
caso insertos en una amalgama de cuerpos de variadas y atrevidas posturas que
posiblemente reflejan la incidencia en el artista de los bocetos de Miguel
Ángel y Leonardo para las batallas de Cascina y Anghiari respectivamente, que
sin duda pudo conocer durante su etapa de formación en Italia.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
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