LA ORACIÓN
DEL HUERTO
Doménikos
Theotokópoulos, el Greco (Candía, Creta, 1541 - Toledo, 1614)
1608
Óleo sobre lienzo
Museum of Fine Arts, Budapest
Pintura renacentista española. Manierismo
El año 2014 se celebrará el IV Centenario de la
muerte de El Greco en Toledo el 7 de abril de 1614, motivo que será aprovechado
para presentar, entre marzo y junio, una magna exposición titulada "El
Griego de Toledo" en el Museo de Santa Cruz, una muestra que se verá
ampliada por distintos espacios de la ciudad vinculados al pintor, los
denominados Espacios Greco, entre
ellos la Sacristía de la Catedral de Toledo, la Capilla de San José, el
convento de Santo Domingo el Antiguo, La Iglesia de Santo Tomé y el Hospital
Tavera, todos ellos custodios de lienzos originales del pintor. El evento estará organizado por la Fundación El Greco 2014, creada para dicha celebración.
Anticipándonos al arranque del año de El
Greco, ofrecemos una muestra del pintor, como creador de imágenes devocionales
en la España de transición del Renacimiento al Barroco, en la que plasma todas
sus dotes creativas : La Oración del
Huerto o La agonía en Getsemaní.
El Griego de Toledo, como fue denominado en su
tiempo, realizó un buen número de pinturas religiosas atendiendo una estrategia
comercial muy personal, consistente en realizar una réplica seriada de sus
composiciones más exitosas, que además eran difundidas a través de estampas, lo
que le permitía ampliar su oferta y conseguir clientes muy diversificados. Un
ejemplo es el tema de La Oración del
Huerto, del que hemos seleccionado como punto de partida la versión
realizada en 1608, seis años antes de su muerte, que se conserva en el Museo de
Bellas Artes de Budapest.
Es por tanto una obra elaborada en el periodo de
plena madurez del pintor, pudiéndose afirmar que en ella subyace toda su
trayectoria artística, desde sus primeras experiencias en Candía (Creta), su
pueblo natal, a las adquiridas en sus etapas en Venecia y Roma, continuadas
después en Toledo en tiempos de Felipe II. Si en Italia se fue apropiando de
los modos pictóricos de Tiziano, Tintoretto, Giorgio Giulio Clovio y Miguel
Ángel, junto a otros autores de lienzos y estampas, en España consolidó su
personalidad artística desarrollando una personalísima capacidad escenográfica.
De modo que, sintetizando la tradición de la pintura griega, el color veneciano
y el diseño romano, en Toledo, donde transcurrió la mitad de su vida, llegó a ejercer
tanto de pintor como de inventor, realizando complejos retablos y tareas
multidisciplinares en las que diseñaba su arquitectura y escultura, junto a su
original faceta de retratista, viviendo los años más fructíferos de su creación
hasta convertirse en un artista total.
La obra de El Greco transmite la fuerte personalidad
de quién llego a convertirse en un verdadero icono toledano y en el artista más
singular de los reinados de Felipe II y Felipe III, a pesar de que nunca llegó
a dominar la lengua española y siempre firmó en caracteres griegos. A pesar de
todo, a su muerte, su personalidad y su obra cayeron en el olvido, siendo
redescubierto a mediados del siglo XIX y recuperado como genial maestro por los
pintores vanguardistas de principios del siglo XX, momento en que los principales
museos del mundo pugnaron por tener obras suyas entre sus colecciones, una de
ellas esta que presentamos de un museo húngaro.
LA ORACIÓN DEL HUERTO
Cuando El Greco pinta esta versión de La Oración del Huerto llevaba más de
treinta años residiendo en Toledo, donde, fruto de unas relaciones efímeras con
Jerónima de las Cuevas, una artesana toledana, en 1578 había nacido su hijo
Jorge Manuel Theotocópuli. Quedaban muy atrás los años en que comenzó
trabajando para la catedral (El Expolio) y realizando tres retablos para Santo
Domingo el Antiguo. El pintor, que seguramente había llegado a España atraído
por la oferta laboral de El Escorial, ya habría olvidado el rechazo en 1584,
por parte de Felipe II y la Orden Jerónima escurialense, de su innovadora versión
del Martirio de San Mauricio.
A partir de entonces, El Greco amplió su taller
toledano y comenzó la producción de una pintura religiosa —pintura de caballete
y retablos— no destinada al círculo institucional o cortesano, sino a
conventos, parroquias y una clientela privada que comenzó a reclamarle cuadros
de discretos formatos.
En ellos El Greco fue consolidando su propio estilo
mediante la creación de un nuevo mundo de imágenes religiosas de las que no
existía en España anteriormente nada semejante, con una forma revolucionaria en
el tratamiento de los personajes, tanto divinos como humanos, hasta entonces
desconocida. Una imaginación desbordante le permitía dar vida a sus ficciones
pictóricas y reflejar un impactante mundo sobrenatural a través de un arte
complejo, arrebatado y alto contenido intelectual, aunque en ocasiones su
desprecio a los convencionalismos produjeran en sus clientes desasosiego,
rechazo y falta de comprensión.
Buena muestra de ello es La Oración del Huerto, una de sus pinturas más curiosas y
personales, donde el cretense crea un modelo muy imaginativo y sin precedentes
en modelos anteriores, aunque en algunos elementos afloren influencias de
Tiziano y otros maestros. El Greco convierte el Huerto de Getsemaní en un
paraje rocoso y árido, con un gran peñasco en forma de peñón detrás de la
figura de Cristo, muy alejado de los exuberantes y frondosos modelos
venecianos. El paisaje está planteado de forma extraña, con más valores
mentales que físicos, dotado de inverosímiles compartimentos a base de
oquedades en las nubes y grutas, en las que se ubican figuras que definen
diferentes escenas de forma insólita.
La escena principal, como ocurriera en el Martirio de San Mauricio, se coloca en
segundo plano, con la figura de Cristo mostrada de frente, arrodillado sobre
una campiña y mirando al ángel que, con gesto de sumisión, le ofrece el cáliz
de la amargura. Una luz cenital y sobrenatural produce un fantasmagórico juego
de luces y sombras acotado al espacio de la aparición angélica, produciendo en
el resto en penumbra de fuertes contrastes. La escena está determinada por el
juego de luces, sombras, transparencias y reflejos, por la capacidad
naturalista para definir las telas y por una personalísima gama cromática de
colores muy brillantes. El pasaje, cargado de misticismo, es perfectamente
comprensible a pesar de su carácter irreal.
Siguiendo la estela de Tiziano, que también
experimentaría en El entierro del Conde
de Orgaz, quedan establecidos dos espacios bien definidos, uno superior con
tintes sobrenaturales y otro inferior de contenido terrenal. En el espacio
inferior, entre una maraña de ramas de olivo y sobre las rocas,
aparecen recostados y dormidos san Juan, Santiago el Mayor y san Pedro, tres
apóstoles que no han sido capaces de compartir la vigilia con Cristo, según
relato del evangelio. Adoptan diferentes y extravagantes posturas, sin que
falten los habituales y forzados escorzos, y aparecen definidos por los fuertes
contrastes cromáticos que produce la luz cenital que llega del fondo.
Por la derecha, en un paisaje sombrío y abocetado,
se aproxima un grupo de saldados que van a prender a Jesús portando lanzas y
teas, dejando adivinar una vista nocturna de Jesusalén y un celaje con reflejos
de la luz de la luna, cúmulo de elementos que contribuyen a la sensación de
irrealidad del conjunto.
Tan compleja composición, dispuesta del mismo modo
en vertical, se repite en otras versiones que se conservan en el Museo
Catedralicio de Cuenca y en la iglesia de Santa María de Andújar (Jaén), ambas
realizadas por El Greco hacia 1605. Asimismo, los mismos ingredientes son de
nuevo utilizados en las versiones de formato apaisado que se conservan en la
National Gallery de Londres (h. 1590) y el Museum of Art de Toledo, Ohio (1590-1595),
donde la composición se complica al trasladar al grupo de apóstoles durmientes
al interior de una oquedad colocada bajo la nube que sostiene al ángel,
incrementando la sensación de irrealidad por el tratamiento de rocas y celaje cuyas
pinceladas sueltas producen una atmósfera fantasmal, a pesar de que en la parte
derecha aparece más nítido el paisaje por el que se acercan los soldados.
Sirva este tema pasional para evidenciar el desapego
a los convencionalismos por parte de El Greco, para resaltar los matices que
hacen que su pintura sea única y su gran capacidad creativa para recrear
momentos dramáticos cargados de misticismo religioso, marcando con ello la
diferencia con la pintura de su tiempo por su técnica personal, por su
pensamiento teorético y su creatividad iconográfica, cuyas licencias tantos
recelos levantaron en ocasiones, especialmente entre los más intransigentes
teóricos contrarreformistas, como Fray José de Sigüenza, historiador
escurialense, que en 1605 declaraba que estas escenas de El Greco no
estimulaban entre los fieles los deseos de rezar.
Museo Catedralicio de Cuenca e iglesia de Sta. María de Andújar, 1605 |
En nuestro tiempo, la visión de El Greco como
artista místico y arrebatado en el campo de la pintura religiosa, ha dado paso
a una interpretación esteticista, intelectual y filosófica, mostrándole más
ocupado en autoconvencerse de su genialidad que de las preocupaciones de los
devotos que durante los reinados de Felipe II y Felipe III obedecían los
postulados trentinos.
Informe: J. M. Travieso.
Museum of Art, Toledo, Ohio (USA) 1590-1595 |
National Gallery, Londres, h. 1590 |
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