En el año 1623 la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Valladolid ya
disponía de dos pasos monumentales de Gregorio Fernández, el Azotamiento del
Señor, que el escultor había tallado entre 1919 y 1620, presidido por la
magistral figura de Cristo atado a la columna, y la Coronación de
espinas, realizado en 1620 con la colaboración del taller y con la imagen
central del Ecce Homo creada por el gran maestro gallego. De acuerdo a
la rigurosa información publicada por Esteban García Chico, sabemos que el 16
de junio de aquel año Juan Jimeno y Francisco Ruiz, alcaldes de la Cofradía,
firmaban el contrato con Gregorio Fernández —perfectamente documentado— para la
realización del paso del Descendimiento, que habría de ajustarse al
modelo presentado en cera por el escultor, compuesto por siete figuras que, a
diferencia de los pasos anteriores, formaban parte de una atrevida composición
cuyo peso y altura obligaría a participar en su traslado a un elevado número de
costaleros.
En el contrato, cuya efeméride cumple este año 400 años, Gregorio
Fernández se comprometía a realizar una escena en madera tallada compuesta por Cristo
en el momento de ser descendido de la cruz por José de Arimatea y Nicodemo,
en presencia de la Virgen, el apóstol San Juan y María Magdalena,
junto a otra figura conforme a la traza presentada representando a un joven
ayudante ocupado en el desenclavo de los pies. En el contrato, el escultor se
compromete a realizar las figuras “con toda perfezion” y a entregar el
paso “plantado y asentado en su tablero cruces y escaleras” en el primer
día de las Carnestolendas —tres días anteriores a la cuaresma en que se produce
la celebración carnavalesca tradicional— del año 1624.
En el mismo contrato el escultor fija el
precio de su trabajo de una manera curiosa: por la manufactura y trabajos del
paso del Descendimiento “se me ha de dar y pagar todo lo que se me
dio por el otro paso que ansí hize del Azotamiento para la dicha cofradía”, más
la tasación del mayor valor y trabajo que cada escultura tuviera, respecto a
las del paso citado (realizado tres años antes), según la estimación de
Francisco Díez, platero del oro vecino de Valladolid, que establecería su precio
en maravedís. Respecto a estos pagos, pese a que Gregorio Fernández cumplió escrupulosamente
el plazo de entrega de las tallas según lo establecido en el contrato, la
Cofradía de la Vera Cruz se negó a pagar el importe resultante de la tasación
acordada, lo que motivó que el escultor presentase una demanda ante el teniente
de corregidor, es decir, ante la justicia ordinaria de la ciudad, siendo uno de
los dos únicos casos de reclamación judicial que el artista realizó a lo largo
de su vida, cuando los pleitos por incumplimiento estaban a la orden del día.
No obstante, a pesar de la reclamación judicial, el escultor no logró
percibir el importe del paso en vida, ya que los pagos se dilataron en el
tiempo por parte de la Cofradía, hasta el punto de que treinta y siete años
después, cuando en 1661 hace su testamento María Pérez, viuda del escultor,
hace constar que la Cofradía de la Santa Vera Cruz todavía era deudora de
aproximadamente mil ducados, según revela el documento que diera a conocer José
Martí y Monsó en sus Estudios Histórico-Artísticos. Y aún pasarían seis
años más para que el impago de tan importante cantidad aún estuviese pendiente
y fuese reclamado de nuevo en 1667 en otro pleito promovido por Juan Rodríguez
Gavilán, cuarto marido de Damiana, hija y heredera del escultor.
El paso del Descendimiento es una obra maestra en sí mismo, una
obra cumbre del barroco castellano, de impresionante armonía y teatralidad, con
unos valores procesionales resueltos técnicamente con insuperable maestría. El
conjunto escultórico se engloba en la producción de la década 1620-1630,
momento de plena madurez en que el escultor se enfrenta a los proyectos más
ambiciosos de su carrera y trabaja en su taller de la calle del Sacramento
(actual Paulina Harriet) acompañado por un nutrido grupo de oficiales y
aprendices. Una época en que la mano de Gregorio Fernández ya es identificable
por su depurado estilo y su maestría para diseñar imágenes completamente
novedosas y naturalistas que mezclan la elegancia de la estatuaria clásica con
matices desgarrados y dramáticos supeditados a los ideales tridentinos.
El paso del Descendimiento aparece presidido por una cruz de gran
altura en cuyos brazos se apoyan dos escaleras de idéntico diseño y altura, una
por delante y otra por detrás del madero. La representación está concebida como
una instantánea que recoge a dos niveles diferentes momentos de tensión, física
en la parte superior y emocional en la inferior.
Arriba se representa el momento en que José de Arimatea, encaramado
sobre el brazo izquierdo de la cruz, y Nicodemo, sobre el derecho, se afanan
por sujetar, con la ayuda de un sudario, el torturado cuerpo de Cristo después
de haber sido desclavados sus dos brazos. Para reforzar la idea de la muerte,
Jesús muestra una anatomía inerte, con el cuerpo flexionado por caída natural y
la cabeza reclinada sobre el hombro derecho, con el rostro aludiendo al momento
de su expiración a través de la boca y los ojos entreabiertos. Su brazo
izquierdo cae verticalmente mientras José de Arimatea amortigua el desplome
sujetando el torso a la altura del vientre, lo que le obliga a asegurarse
colocando cada pie sobre un peldaño diferente de la escalera, al tiempo que se
amarra a la cruz con su diestra. Por su parte, Nicodemo se esfuerza por sujetar
el brazo derecho recién desclavado, flexionado en ángulo recto a la altura del
codo, después de haber retirado la corona de espinas, un elemento postizo que
con toda seguridad, o tal vez un clavo, debía mostrar en su mano. El esfuerzo
le obliga a abalanzar el cuerpo por encima del madero a la altura de la
cintura, al tiempo que su pierna derecha se despega de la escalera. Estas tres
figuras, plenas de dinamismo y fruto de un estudiado juego de volúmenes, se
convierten en el centro de atención al converger en ellas, especialmente en la
de Cristo, todas las miradas y elementos compositivos, siendo los elementos más
llamativos de esta impresionante máquina teatral.
A ras de tierra se desarrolla el drama humano expresado con el lenguaje
de las manos y los rostros compungidos. En el ángulo izquierdo la Virgen
aparece desfallecida sobre un peñasco, aunque aún tiene fuerzas para levantar
sus brazos reclamando al Hijo en su regazo. Su mirada se eleva a lo alto de la
cruz estableciendo una diagonal emocional que multiplica el patetismo del
momento, un instante en el que se materializa la vieja profecía de Simeón
citada por San Lucas durante la Presentación del Niño en el templo: Simeón les
bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación
de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, —¡y a ti misma una
espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones» (Lucas 2, 33-35). A ambos lados se sitúan
de pie San Juan y María Magdalena con actitudes complementarias, el primero con
los brazos desplegados y un nudo en la garganta en gesto de desesperación
exteriorizada, la segunda enjugando sus lágrimas y su mano izquierda contra el
pecho en señal de desconsuelo y drama interior. Por detrás de la cruz Gregorio
Fernández compensa la composición con la colocación de un mozo ayudante ocupado
en desclavar los pies, aún fijados al madero.
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Izda: Pedro Sedano, copia del original de la Virgen del paso, 1757 Dcha: Gregorio Fernández, Dolorosa de la Vera Cruz original del paso del Descendimiento, 1623 |
En el conjunto llama la atención el artificio compositivo y los
aparatosos recursos que dotan a la escena de una carga de teatralidad no
superada por otros pasos, elementos que contribuyen a presentar una escena de
elocuente veracidad, por lo idóneo de gestos y actitudes y por la movilidad del
sudario y paño de pureza, aplicados como postizos en paños reales. Igualmente
está dotado de una desconocida grandiosidad en la forma en que llena el
espacio, logrando establecer Gregorio Fernández, con gran sutileza, la
necesidad de su observación desde distintos puntos de vista, de modo que el
espectador atraído por el drama necesita circundar la escena para ir
descubriendo los distintos matices de cada uno de los actores, en definitiva,
una puesta en escena concebida con maestría que permite su observación estática
en el interior del templo, pero que adquiere todo su significado cuando es
observada en pleno movimiento durante los desfiles callejeros.
El paso del Descendimiento, que desfiló por primera vez en la
procesión del “Jueves de la Cena” de la Semana Santa de 1625, es el único de
Gregorio Fernández que se conserva intacto en el lugar para el que fue
concebido en la iglesia de la Vera Cruz, presenta la peculiaridad de que las
siete figuras mantienen la disposición original que concibió y ensambló su
autor, de modo que hoy podemos contemplarlo con la misma integridad del primer
momento. Una mirada detallada permite apreciar que las figuras superan
ligeramente el tamaño natural, siendo más difícil percibir que todas están
debidamente ahuecadas, no sólo para aligerar su peso sino también como sistema
habitual para evitar la aparición de grietas. No obstante, en este paso
Gregorio Fernández agota las posibilidades de manipulación, tanto por su
acusado peso, cercano a las 3,5 toneladas, como por su altura, hecho que
complicaba sobremanera su traslado a hombros de los costaleros, que debían
sumar a los inconvenientes del peso los problemas de equilibrio originado por
las tres figuras colocadas en tan alta posición, especialmente en las
operaciones de salida y entrada por la ajustada puerta de la iglesia
penitencial, motivo por el que en algunos años del siglo XVIII, cuando las
procesiones conocieron cierta decadencia, el paso no pudo participar en las
procesiones "por falta de gente y su gran volumen".
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El Descendimiento en su capilla de la iglesia de la Vera Cruz El Descendimiento en la Procesión de Regla del Jueves Santo |
El paso presenta numerosas singularidades, como el magistral estudio
anatómico, de tipo naturalista, en la figura de Jesús, que aparece
trabajado como un desnudo integral que obliga a utilizar un recatado paño de
pureza de textil real, con minuciosos apliques de postizos que resaltan de
forma realista las huellas de la Pasión. En la figura de José de Arimatea
Gregorio Fernández rinde tributo a Juan de Juni al reproducir los mismos rasgos
faciales que presenta este personaje en el grupo del Santo Entierro realizado
por el borgoñón (Museo Nacional de Escultura de Valladolid). Singular es
también la imagen mística de la Magdalena, ataviada como una dama cortesana
del siglo XVII, compartiendo este anacronismo con las representaciones del
pintor Francisco de Zurbarán en algunas de sus santas.
La impresionante imagen de la Virgen, a decir de Esteban García-Chico
debido a la especial devoción que suscitó entre el pueblo vallisoletano, motivó
que el cabildo de la Cofradía de la Vera Cruz decidiera en 1757 separar la
imagen del paso para rendirle culto por separado como Nuestra Señora de los
Dolores, colocando en su lugar una copia realizada por el escultor Pedro
Sedano. Por entonces le fue incorporada una espada de plata atravesando su
pecho como símbolo de dolor en recuerdo de la vieja profecía de Simeón, reservada
desde la última restauración de 1985, para su permanencia estática en el
retablo de la iglesia penitencial. De este modo, la imagen de la Dolorosa de la
Vera Cruz pasaría a convertirse en la imagen titular de la Cofradía, imagen que
precisamente tendrá su Coronación Canónica el 23 de septiembre de 2023, coincidiendo
con los 400 años de su realización.
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Emblema y cofrades de la Cofradía de la Santa Vera Cruz Valladolid |
Entre las anécdotas más difundidas de la historia de este paso
procesional se encuentra el que durante mucho tiempo fuese conocido como
"Paso del Reventón". Tan expresiva denominación tiene su origen en un
percance ocurrido durante la Semana Santa de 1741, suceso recogido por Ventura
Pérez en su Diario de Valladolid, en una breve reseña titulada Procesión
de las Angustias y desgracia. Según éste, al intentar introducir el llamado
"paso grande de la Cruz" por la puerta de la iglesia de su
cofradía, a su regreso en la procesión del Jueves Santo, uno de los costaleros
quedó aprisionado y "casi reventado", por lo que hubo de ser
trasladado y asistido en el Hospital General. Nada sabemos de la identidad del
mismo ni del desenlace final, pero lo cierto es que el incidente corrió de boca
en boca por la ciudad no sólo hasta determinar su apodo de Reventón, sino impidiendo
en los años siguientes encontrar el número de personas suficientes para poder
transportarlo, por lo que no pudo desfilar durante las celebraciones de algunos
años centrales del siglo XVIII.
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Paso del Descendimiento durante el Pregón de la Semana Santa 2023 en la catedral de Valladolid (Foto Rubén Olmedo) |
Para paliar definitivamente ese inconveniente, el 22 de marzo de 1891
don Mariano Miguel, arzobispo de Valladolid, costeó unas "andas
rodadas" que fueron entregadas a la Cofradía de la Santa Vera Cruz. Desde
entonces desfila sobre una plataforma con ruedas, lo que no elimina por
completo los enormes esfuerzos que requiere su manipulación, aunque en la
actualidad el paso esté dotado de una plataforma de elevación hidráulica en una
carroza fabricada el año 2002.
El paso del Descendimiento desfila en la Procesión de Regla que el
Jueves Santo organiza la Cofradía de la Santa Vera Cruz, propietaria del paso,
que lo cede a la Cofradía del Descendimiento, fundada el 26 de marzo de 1939,
para su participación en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor
de cada Viernes Santo.
Bibliografía
TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Simulacrum, en torno al Descendimiento de Gregorio Fernández. Domus Pucelae, 2011. * * * * *
Una duda. Si Gregorio Fernández entregó el paso a la cofradía en plenos carnavales de 1624 ¿cómo es posible que no comenzara a ser alumbrado en la Semana Santa de aquel mismo año? Ya sé que Esteban García Chico así lo indica pero sin dar mayor explicación. Un saludo. Miguel A. Alonso
ResponderEliminarEl paso del Descendimiento, en su día englobado en los pasos denominados "máquinas", es de una complejidad impresionante. Gregorio Fernández distribuyó con sabiduría el peso de las figuras sobre la plataforma, tres en la izquierda y tres en la derecha, con la figura de Cristo en el centro como elemento equilibrador, a lo que hay que sumar que tres de las figuras se colocan a gran altura favoreciendo la desestabilización. El conjunto, que era transportado a lomos de un ingente grupo de costaleros, sin duda tuvo que llevar su tiempo en lo referente a la elaboración de las andas y su adecuación. Sabemos que el paso de la Oración del Huerto completo desfilaba con 60 costaleros, por lo que hemos de imaginar una cantidad similar o mayor para el Descendimiento. Esto sería motivo suficiente para comprender por qué el paso tuvo que esperar a desfilar en la Semana Santa del año siguiente a ser entregado por el escultor. Todo esto es una mera hipótesis.
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