3 de abril de 2023

Theatrum: SAN JUAN EVANGELISTA, una escultura víctima de la tragedia







SAN JUAN EVANGELISTA

Pedro de Ávila (Valladolid, 1678-1755)

1714-1715

Madera policromada

Catedral de Valladolid

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 






     Transcurría el año 1714 cuando el cabildo catedralicio de Valladolid decidió remozar algunas capillas de la inacabada catedral dotando a cinco de ellas de nuevos retablos y advocaciones, con el objetivo de ajustar su aspecto a los gustos de los nuevos tiempos, cuando en la ciudad hacía furor el más recalcitrante estilo barroco. Las cinco maquinarias retablísticas, ajustadas a los espacios existentes, fueron encomendadas al ensamblador y arquitecto vallisoletano Pedro de Ribas (1666-1738), que por entonces realizaba trabajos de distinta índole para el templo catedralicio, mientras que el preceptivo dorado corrió a cargo de Santiago Montes.

Para realizar las imágenes titulares, destinadas a presidir cada uno de los retablos, fue elegido el prestigioso escultor Pedro de Ávila, cuyo taller era por entonces el más destacado del ámbito vallisoletano, todavía heredero de la impronta dejada en la escultura religiosa por el gran maestro Gregorio Fernández desde ochenta años antes, aunque siguiendo un estilo tamizado por la obra de su padre Juan de Ávila y de su suegro Juan Antonio de la Peña. Él fue el artífice de las esculturas, a tamaño ligeramente superior al natural, de María Magdalena, San José con el Niño, San Miguel venciendo al demonio, San Pedro y San Juan Evangelista, recibiendo por cada una de ellas la nada desdeñable cantidad de 1.600 reales de vellón. 

SAN JUAN EVANGELISTA / EL DISCÍPULO AMADO      

Esta escultura, cuyo contrato está debidamente documentado y que ha visto revitalizado su aspecto tras la reciente restauración de 2015, respecto a sus características estilísticas marca un hito de duda y confusión en la obra de Pedro de Ávila, especialmente si se compara con las esculturas de María Magdalena, San José con el Niño, San Miguel venciendo al demonio y San Pedro que el escultor talló al mismo tiempo para la catedral vallisoletana. La gracilidad dieciochesca de aquellas, con cuerpos que presentan un elegante movimiento cadencial basado en el clásico contrapposto, agitación en los paños formando efectistas diagonales y minuciosos pliegues “a cuchillo” que caracterizan la evolución de su obra en aquellos años, se torna en una figura del joven evangelista carente de movimiento, un tanto amazacotado y desprovisto de la expresividad habitual del escultor, concentrando sus mayores valores en la talla de la cabeza.

Para entender este inaudito cambio de estilo, hemos de remitirnos a un sonado hecho histórico que trastocó la vida cotidiana de Valladolid. Antes conviene aclarar que la imagen de San Juan Evangelista presidía un retablo barroco, como ya se ha dicho realizado por Pedro Ribas y dorado por Santiago Montes, que estaba colocado en una capilla catedralicia situada a los pies de la nave del Evangelio del templo. Sobre ella se levantaba la única torre que con función de campanario había sido erigida, entre 1703 y 1709, sin ajustarse con fidelidad al proyecto herreriano. 

     Aquella torre, conocida por su envergadura como “La Buena Moza”, hundía sus cimientos sobre un terreno inestable por su proximidad a un ramal del río Esgueva. En 1726 y en 1746 ya hubo que reparar una serie de grietas producidas por la deficiente cimentación y, para colmo, su estructura sufrió graves daños a consecuencia del terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755, lo que obligó a que en 1761 el obispo Isidro Cosío y Bustamante aprovechara la estancia del arquitecto Ventura Rodríguez en Valladolid para arreglar los desperfectos, siendo colocadas grandes cadenas metálicas, a modo de cinchas férreas, en el interior de la torre.

Sin embargo, el 31 de mayo de 1841, tras casi todo un mes de lluvias torrenciales y fuertes vientos, se produjo el hundimiento parcial de la Buena Moza, donde tenían su vivienda Juan Martínez y su esposa la campanera Valeriana Pérez, que fue rescatada con vida al quedar atrapada bajo una viga en la capilla de San Juan Evangelista. El derrumbe produjo la destrucción del retablo, afectando también, como opina Javier Baladrón, especialista en la saga de escultores de los Ávila, a la imagen de San Juan Evangelista, de la que únicamente debió de quedar intacta la cabeza1.

En los trabajos de consolidación de la base de la torre, el cabildo tuvo que recomponer la bóveda de la capilla, encargando un nuevo retablo que en estilo neoclásico fue realizado en 1846 por el ensamblador vallisoletano Jorge Somoza. Al mismo tiempo, se debió encargar a un desconocido escultor la recomposición del cuerpo del evangelista para poder insertar la magnífica cabeza original, testigo del refinamiento de Pedro de Ávila, que contrasta con la tosquedad del nuevo cuerpo incorporado2, dando lugar a una escultura que fue denostada por Casimiro González García-Valladolid3 por su falta de naturalismo.

     En aquella recomposición, además debió modificarse la disposición formal del cuerpo original, que seguramente representaría a San Juan en su condición de evangelista, colocado de pie en contrapposto y con la rodilla derecha ligeramente adelantada, sujetando su Evangelio con la mano izquierda, una pluma en su mano derecha y con el símbolo del águila del Tetramorfos a sus pies, como en el modelo que realizó su hermano Manuel de Ávila para el ático del retablo mayor de Fuentes de Valdepero (Palencia) y para el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Colaña de la población palentina de Castromocho4.

El nuevo cuerpo muestra una túnica de tono verdoso con un amplio cuello vuelto que deja asomar una camisa blanca interior, con un amplio manto rojo que sujeto al hombro derecho se desliza vertical por la espalda y por el frente se cruza produciendo caprichosos pliegues de aspecto redondeado, en ambas vestiduras con cenefas doradas recorriendo los bordes. No obstante, lo mas significativo es su ajuste a la iconografía del milagro de San Juan en Éfeso, cuando Aristodemo, sumo sacerdote del templo de Diana, le conminó a beber de una copa envenenada para poner a prueba su fe en Cristo, prueba de la que salió victorioso. El pasaje queda explícito en la copa que sujeta en su mano derecha, mientras la mano izquierda, que debía sujetar el libro del Evangelio, aparece un tanto inexpresiva al haberse perdido el objeto que sujetara, muy distinta al sentido declamatorio que muestran las esculturas de Pedro de Ávila realizadas por esas fechas.

     La inexpresividad del cuerpo contrasta con el minucioso trabajo de la cabeza, acorde con la finura de talla de Pedro de Ávila. Presenta el rostro elevado a lo alto, sugiriendo la percepción de la inspiración divina en el momento de redactar el Evangelio, que por ser el más elevado de los cuatro se simboliza mediante un águila. El rostro es ovalado, destacando la amplia frente aplicada asiduamente por el escultor, con nariz recta y boca entreabierta que permite contemplar los dientes y parte de la lengua, así como párpados resaltados que llevan aplicados como postizos ojos de tapilla vítrea (cuartos de esfera de vidrio incrustados desde el exterior de la cuenca, con el iris pintado a mano). Realmente notable es el tallado del cabello, con una larga melena que forma dos bucles simétricos resaltados sobre la frente y discurre por los laterales en forma de abultados rizos trabajados a trépano, repitiendo el modelo aplicado al San Miguel de la misma serie catedralicia (en aquel caso con cabellera rubia).   

La cabeza muestra una delicada policromía, con el cabello en tonos caoba y el rostro con acertados matices, como las mejillas sonrosadas y una barba incipiente siguiendo la tradición de presentar al evangelista barbilampiño, recordando el modelo elaborado por su padre, Juan de Ávila, en el San Juan del Calvario de la iglesia del Colegio de San Albano de Valladolid.

Esta escultura de San Juan Evangelista fue tomada como imagen titular por la refundada Cofradía del Discípulo Amado, conocida como la de los periodistas, que en 2011 fue aprobada canónicamente como Cofradía del Discípulo Amado y Jesús de Medinaceli. Desde el año 2015, en que fue restaurada, participa con dicha cofradía en la Procesión General de la Sagrada Pasión del Redentor que se celebra en Valladolid en la tarde del Viernes Santo. 

PEDRO DE ÁVILA EN EL PANORAMA ESCULTÓRICO VALLISOLETANO 

Pedro de Ávila, como otros cuantos escultores barrocos, durante mucho tiempo ha visto su personalidad artística ensombrecida en Valladolid por la deslumbrante obra de Gregorio Fernández y algunos de sus discípulos. Sin embargo, fue un gran maestro en los albores del siglo XVIII, perteneciente a una importante saga de escultores y autor de una prolífica obra en la que paulatinamente fue introduciendo nuevas formas tomadas de la escultura italiana, madrileña y andaluza, destacando en su estilo, junto a otros estilemas personales, la aplicación de los “pliegues a cuchillo” en las indumentarias.     

Cuarto hijo del reconocido escultor Juan de Ávila y de Francisca Ezquerra, nació en Valladolid en 1678. Tras iniciarse en el taller paterno, en el que seguramente crecería como colaborador, pasó al taller de Juan Antonio de la Peña, llegando a contraer matrimonio en 1700 con una hija de éste, María Lorenza de la Peña. Junto a este escultor gallego, afincado en Valladolid, realizó numerosas colaboraciones para Valladolid y su entorno. Entre 1705 y 1707 realizaría un hipotético viaje a Madrid en el que conoció la obra de escultores napolitanos, madrileños y andaluces, como Pedro de Mena y José de Mora, captando la técnica de los “pliegues a cuchillo” de los talleres franceses establecidos en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, técnica que como seña personal introdujo en la escuela castellana de su tiempo.

     A la muerte de su suegro en 1708, asumió la dirección del taller familiar ya completamente independizado, convirtiéndose en el escultor más prestigioso de Valladolid, lo que le valió el cargo de maestro de escultura del obispado. A partir de ese momento recibió los importantes encargos para la catedral vallisoletana, ya comentados, y para la Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, realizando sucesivamente un nutrido conjunto de obras para distintos destinos, obras que paulatinamente se vienen sumando a su catálogo, como las fundamentadas atribuciones propuestas por Javier Baladrón.


Desgraciadamente, su trayectoria profesional quedó interrumpida por el padecimiento de ceguera, pasando su puesto de privilegio en la escultura vallisoletana al escultor riosecano Pedro de Sierra (1702-1761), igualmente renovador desde 1730 de la escultura local. Padeciendo de incapacidad laboral, en sus últimos años Pedro de Ávila vivió acogido por su sobrina María Barba, aunque el esposo de esta no le proporcionó buenos tratos a su avanzada edad, cuando padecía ceguera y estaba sumido en la pobreza y la soledad. El gran maestro murió en 1755 en el Hospital de San Juan de Dios de Valladolid, también conocido como Hospital de los Desamparados, donde fue enterrado.

Pedro de Ávila
María Magdalena, San José con el Niño, San Miguel y San Pedro
Imágenes encargadas en 1714 junto a San Juan Evangelista para la Catedral de Valladolid 
     Pedro de Ávila dejaba como legado un abundante conjunto de obras, diseminadas por la geografía castellana y española, con un estilo que en su primera etapa aparece influido por el de su padre y el de su suegro Juan Antonio de la Peña, vinculado en esencia a los modelos fernandescos, incluida la profundad religiosidad, para abandonar en su segunda etapa la tradición castellana y realizar una producción más personal caracterizada por el uso del “pliegue a cuchillo”, recurso de raigambre berninesca que se convertiría en un hecho diferencial respecto al resto de escultores vallisoletanos y castellanos de su tiempo, así como incrementando el barroquismo de los paños y las formas compositivas, incorporando actitudes declamatorias en la gesticulación de las manos, como queda patente en la serie de sus Dolorosas, aunque siempre con un dramatismo contenido, propio del gusto dieciochesco. 

Pedro de Ávila
Piedad, hacia 1700, Colegio de San Albano, Valladolid

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 


NOTAS

1 BALADRÓN ALONSO, Javier: Los Ávila: una familia de escultores barrocos vallisoletanos. Tesis doctoral de la Facultad de Filosofía y Letras del Dpto. de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, 2016, p. 900.

2 Ibidem.

3 GONZÁLEZ GARCÍA-VALLADOLID, Casimiro: Valladolid, sus recuerdos y sus grandezas: religión, historia, ciencias, literatura, industria, comercio y política, Tomo I, Imprenta de Juan Rodríguez Hernando, Valladolid, 1900-1902, p. 351.

4 BALADRÓN ALONSO, op. cit. pp. 900-901.




OTRAS ESCULTURAS DE PEDRO DE ÁVILA



Pedro de Ávila
Cristo atado a la columna y Ecce Homo, 1710
Iglesia de las Angustias, Valladolid














Pedro de Ávila
Izda: Dolorosa, h. 1700, Catedral de Orense
Centro: Dolorosa, 1714-1720, Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Dcha: Dolorosa, 1714-1725, Iglesia de San Marcos, Sevilla















Pedro de Ávila (atribución)
Virgen del Refugio, h. 1716, Iglesia del Salvador, Valladolid























Pedro de Ávila
Cristo resucitado, h. 1714, Museo de Arte Sacro, Ampudia (Palencia)























Pedro de Ávila
Lágrimas de San Pedro, 1719-1720, Iglesia del Salvador, Valladolid
















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Pedro de Ávila
Izda: Magdalena, 1719, Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Dcha: Inmaculada, 1721, Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid














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Pedro de Ávila
San Pedro y San Pablo, 1720, Retablo mayor de la 
Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid




















Pedro de Ávila
Ecce Homo y Dolorosa, h. 1721
Monasterio del Salvador, MM de Santa Brígida, Valladolid














Pedro de Ávila (atribución)
Niño Jesús, h. 1720, Iglesia Oratorio de San Felipe Neri, Valladolid











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Pedro de Ávila
Virtudes en yeso: Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza, h. 1729
Pechinas de la cúpula de la iglesia de Santa Cruz, de las Comendadoras de Santiago (Las Francesas)
Valladolid










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