LAS LÁGRIMAS
DE SAN PEDRO
Pedro de
Ávila (Valladolid, 1678-1742)
1719-1720
Madera
policromada
Iglesia del
Salvador, Valladolid
Escultura barroca.
Escuela castellana
UNA EMOTIVA ICONOGRAFÍA
A pesar de que en el arte gótico ya aparecían de
forma aislada referencias simbólicas al pasaje de la traición que en el proceso de la Pasión supuso la triple
negación de Jesús por parte de Pedro en el atrio de la Casa de Caifás en Jerusalén, no sería hasta bien avanzado el siglo XVI cuando este episodio toma entidad
propia en la iconografía cristiana alentado por el espíritu de la
Contrarreforma, que con ello venía a dar respuesta a los ataques protestantes tanto
a la figura de San Pedro, en su calidad de papa fundador de la Iglesia, como a la validez del
sacramento de la penitencia, lo que venía a significar una reacción de defensa tanto de la Iglesia
como institución como de la utilidad de los sacramentos ratificados en Trento.
El dramático momento de las lágrimas derramadas por
Pedro, al ver cumplida la traición que le fuera anunciada, episodio que es
recogido por el evangelista Lucas —"Saliendo de aquel lugar, lloró amargamente" (22,62)— comenzó a ser interpretado por los artistas para personificar el valor de la
reconciliación, encontrando en el tema una manera de plasmar los diferentes
estados de ánimo del alma humana para intentar conmover a través de la imagen de la confusión, la crisis interior y el fracaso de un hombre que negando a Cristo se
traicionó a sí mismo. Sin embargo, lo que se viene a exaltar es el valor
antropológico de la reconciliación a través de una reacción sincera y necesaria
para el hombre: el arrepentimiento.
San Pedro arrepentido. Izda.: Guido Reni / Centro: dibujo de José Ribera / Dcha.: El Greco |
Por eso el pasaje es mostrado con el apóstol en la
más absoluta soledad, generalmente con las manos juntas en actitud suplicante,
la mirada ausente, los ojos acuosos y la boca entreabierta, musitando su
remordimiento con un aspecto envejecido, lo que produce una gran intensidad
emotiva.
Sería El Greco el que con gran fortuna supo plasmar
este momento en unos lienzos que, alentados por los postulados
contrarreformistas, componían una escena de tan hondo sentimiento humano,
repetido en otras pinturas dedicadas al arrepentimiento de María Magdalena, que
se convertiría en uno de los temas más demandados a su obrador toledano, con
múltiples versiones hoy repartidas por museos e instituciones religiosas. A
partir de entonces el tema sería abordado por múltiples artistas, especialmente
pintores, convirtiéndose en un tema recurrente y expresivo para Guido Reni,
Ribera, Luca Giordano, Zurbarán, Murillo, Rembrandt, Goya...
El tema también fue propagado por estampas y
grabados que eran utilizados en los talleres de pintura y escultura como fuente
de inspiración. Conviene recordar que estas colecciones de estampas, junto a
ediciones con ilustraciones impresas, formaban
parte del mejor patrimonio que tenían los artistas en sus talleres, motivo por
el que aparecen citadas, junto a los
útiles de trabajo, en el legado que dejaban en sus disposiciones
testamentarias.
LA ESCULTURA DE LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO
Hemos de remontarnos al año 1719, cuando don Pedro
de Rábago, párroco de la iglesia del Salvador de Valladolid, decide costear una
imagen devocional de su santo onomástico para ser colocada al culto en aquella
iglesia. Para su elaboración, elige al escultor Pedro de Ávila, que la habría
culminado en 1720. La escultura fue colocada, junto a una pintura que
representaba el Descendimiento, presidiendo la hornacina de un sencillo retablo
en una capilla dedicada a San Pedro ad Víncula —San Pedro encadenado—, situada
en el lado del Evangelio.
Se trata de una escultura, de tamaño ligeramente
superior al natural, que representa a San Pedro sedente sobre unos peñascos y
en actitud suplicante como muestra de arrepentimiento. El escultor, en un
trabajo de acentuado naturalismo, se preocupa por dotar a la figura de un gran
dinamismo, recurriendo para ello a colocar las piernas cruzadas frontalmente,
el torso girado hacia la derecha, las manos unidas y levantadas a la altura del
pecho con gesto implorante y la cabeza elevada y girada hacia la izquierda. El
apóstol aparece revestido con una túnica de cuello abierto, ceñida a la cintura
por un cíngulo y puños vueltos con botonaduras, así como un manto que apoyado
sobre el hombro derecho se desliza por la espalda y se cruza al frente por
encima de las rodillas, dejando asomar los pies descalzos en la parte inferior.
Sin duda el modelo se inspira en una composición
pictórica divulgada a través de grabados, mostrando la composición del busto un
extraordinario parecido con la pintura de Guido Reni que, realizada en 1628, hoy se
conserva en el Hermitage Museum, que sigue un esquema que igualmente sería
repetido por otros pintores. Acorde con los gustos de las primeras décadas del
siglo XVIII, Pedro de Ávila se esmera en dotar de movimiento a los paños, que
en algunas partes aparecen trabajados en finas láminas y formando pliegues muy
agudos, un virtuoso recurso característico en el escultor vallisoletano.
Asimismo, la composición barroca de la talla y
especialmente el trabajo de la cabeza manifiesta la pervivencia de los modelos
de Gregorio Fernández casi cien años después del fallecimiento de este gran
maestro, algo común a todos los escultores que tuvieron taller abierto en
Valladolid a lo largo del siglo XVII y primeras décadas del XVIII. Esta figura
de San Pedro recurre al arquetipo que utilizara Gregorio Fernández para
representar al primer papa de la iglesia en esculturas destinadas a retablos,
con arrugas en la frente, una pronunciada calvicie interrumpida por una
profusión de rizos por encima de las orejas, una barba redondeada con
minuciosos mechones dispuestos simétricamente, las cejas arqueadas, los globos
oculares resaltados y la boca entreabierta, utilizando igualmente ojos de
cristal para aumentar su realismo. El resultado es un San Pedro con aspecto de
labriego castellano que bien puede equipararse con su oficio de pescador en el mar de Galilea.
A la figura del apóstol arrepentido le fue aplicada
una delicada policromía que realza su dignidad, combinando el fondo azul
salpicado por grandes medallones dorados de la túnica con los colores lisos del
manto, en ambos casos con anchas orlas doradas recubiertas por sofisticados
motivos vegetales, realizados a punta de pincel, que recorren los ribetes de
los paños proporcionando luminosidad a la figura. También presenta una
encarnación a pulimento, con pequeños matices resaltados, como las mejillas
sonrosadas sobre las que discurren minúsculas lágrimas en relieve.
Por todos estos logros estéticos en una escultura de
calidad tan excepcional, Las lágrimas de
San Pedro puede considerarse como una de las obras más destacadas en la
producción de Pedro de Ávila y como una de las mejores realizadas en la escuela
de Valladolid en época tardobarroca.
La escultura de
Las lágrimas de San Pedro, que no fue concebida con fines procesionales,
comenzó a desfilar en la Semana Santa vallisoletana en 1964 con la Cofradía de
Jesús Resucitado y Virgen de la Alegría, refundada en 1959 y con sede canónica
en la iglesia del convento de Porta Coeli. A modo de anécdota, recordaremos que
en sus primeros años desfiló acompañada de un Ecce Homo de Francisco Alonso de los Ríos que procedente del
convento de las Lauras hoy se halla recogido en el Museo Diocesano y
Catedralicio de Valladolid, aunque en la actualidad desfila de forma aislada.
EL ESCULTOR PEDRO DE ÁVILA
El catálogo de este escultor todavía es un trabajo
por completar, pues no son muchas las obras documentadas conocidas,
recurriéndose en la mayoría de los casos a meras atribuciones. Tampoco son
muchos los datos biográficos que disponemos de Pedro de Ávila, nacido en
Valladolid en 1678 e hijo del también escultor Juan de Ávila y de Francisca Ezquerra,
que también tuvieron otro hijo llamado Manuel igualmente dedicado a la
escultura. Después de iniciar su formación en el taller paterno, y completarla
posiblemente en el círculo de los Rozas, comenzaba a trabajar realizando
imaginería religiosa en su ciudad natal, donde en 1700 contrajo matrimonio con
María Lorenza de la Peña, hija del escultor Juan Antonio de la Peña. Este
vínculo familiar dio lugar a que trabajara como colaborador con su suegro
haciendo esculturas para el Colegio de San Albano1.
San Pedro en cátedra. Gregorio Fernández, hacia 1630 Museo Nacional de Escultura. |
A la muerte de su padre en 1702, heredaba una casa
en la calle de Santiago, siendo cofrade de la Cofradía de la Pasión, de la que
llegó a ser diputado. Se le atribuyen las esculturas del Cristo flagelado y del Ecce
Homo de los retablos laterales de la iglesia de las Angustias, que habría
realizado en 1710, así como las esculturas del retablo de Fuentes de Valdepero
(Palencia) y el Cristo resucitado de
la colegiata de Ampudia (Palencia), obras de 1714.
Ya en 1720 realiza las esculturas de San
Pedro, San Pablo para el retablo
mayor de la iglesia de San Felipe Neri y María
Magdalena, la Inmaculada y un Cristo crucificado (Cristo del Olvido) para
otros retablos de misma iglesia, para la que ya había trabajado su padre,
poniendo de manifiesto la corrección de su oficio y su personal estilo en el
trabajo de los plegados, en el dinamismo de las figuras y en la esbeltez y
elegancia de las imágenes femeninas, siendo buena muestra de ese momento de
madurez la escultura de Las lágrimas de
San Pedro de la iglesia del Salvador. A su gubia pertenecen también las imágenes que
presiden los retablos de las capillas de San Pedro y de San José de la catedral
de Valladolid.
Pedro de Ávila murió sin sucesión en 1742, año en
que redactó su testamento2, en el que manifestaba su deseo de ser
enterrado en la iglesia de San Miguel o en la Catedral.
Informe: J. M. Travieso.
NOTAS
1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Escultura
barroca castellana. Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, p. 324.
2 BRASAS EGIDO, José Carlos. Noticias
documentales de artistas vallisoletanos de los siglos XVII y XVIII. Boletín
del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA) nº 50, Universidad de
Valladolid, 1984, p. 471.
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