19 de junio de 2015

Theatrum: ECCE HOMO, resignación con los ojos húmedos y la boca seca











ECCE HOMO
Gregorio Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo - Valladolid 1636)
Hacia 1620
Madera policromada
Iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz, Valladolid
Componente del desaparecido paso de la "Coronación de espinas"
Escultura barroca. Escuela castellana













Recreación virtual del paso "La Coronación de espinas"
Al igual que ocurriera con la escena de Jesús atado a la columna, fueron varias y diferentes las versiones que hizo Gregorio Fernández del conmovedor pasaje en que Cristo, después de ser azotado, es mostrado a la muchedumbre por Poncio Pilatos exclamando: ¡He aquí el hombre! En ese momento, el gobernador romano de Judea le presenta burlonamente como rey de los judíos, ante la mofa de los sayones, cubierto por una clámide púrpura, coronado de espinas y sujetando una caña como cetro. Y como ocurriera en otras ocasiones, el escultor fue capaz de crear un prototipo de fuerte impacto emocional que, con los recursos plásticos centrados en la expresión del rostro y en las llagas recién producidas, interpretaría con maestría en las modalidades de figura sedente, colocada de pie o representada únicamente hasta la cintura, siempre concibiendo el motivo, posiblemente de forma más evidente que en otras escenas, ajustado a los ideales contrarreformistas de utilizar las representaciones sacras para conmover, suscitar la meditación y estimular la práctica de la ascética y la mística como vías redentoras.

Detalle de los sayones del paso de la Coronación de espinas
Fotografías del Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Y asimismo, al igual que la imagen de Jesús atado a la columna fue la figura principal del paso procesional del Azotamiento, terminado en 1619 para la Cofradía de la Vera Cruz, esta impactante imagen del Ecce Homo formó parte del paso de la Coronación de espinas que fue encargado por la misma cofradía un año después, siendo, por tanto, el quinto de los grandes pasos diseñados y compuestos en el taller de Gregorio Fernández con múltiples figuras de tamaño ligeramente superior al natural y dispuestas sabiamente sobre el tablero para compensar el peso que recaía sobre los hombros de los costaleros.      

EL PASO DE LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Muy satisfechos debieron de quedar los cofrades de la Vera Cruz con el paso del Azotamiento cuando, transcurridos unos meses, decidieron que el gran maestro también se ocupara del paso que supone el episodio consecutivo: la Coronación de espinas, en cuya imagen principal el escultor fue capaz de reinventar una iconografía sufriente, muy divulgada durante el Renacimiento, hasta lograr cotas de morbidez sorprendentes e infundir, a través del dominio del oficio y en plena madurez creativa, un hálito de vida a la madera que todavía nos sigue asombrando.

Se viene aceptando que la composición original del paso se inspiraría a una iconografía tradicional muy difundida en grabados nórdicos, entre ellos de Durero y Schongauer, integrando el conjunto la figura sedente de Cristo cubierta por una clámide carmesí, dos sayones colocándole la corona de espinas con la ayuda de palos o cañas, otro arrodillado delante ofreciendo una caña como cetro y, presidiendo el pasaje, un personaje caracterizado con indumentaria de aire oriental que podría representar a un juez del senado o al propio Pilatos. Como era habitual en todas las cofradías, la figura de Cristo era desmontada del paso procesional y colocada en un retablo de la iglesia en el que recibía culto durante todo el año, en este caso ocupando un retablo barroco colateral de la iglesia penitencial de la Vera Cruz elaborado en 1693 por el ensamblador Alonso del Manzano, siendo montado en el paso de nuevo durante las celebraciones de Semana Santa.

Fue en 1848, a raíz de los decretos desamortizadores de Mendizábal, cuando las figuras de los sayones del paso, junto a los de otros muchos, fueron recogidas y almacenadas en el Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid (desde 1933 Museo Nacional de Escultura), mientras que la imagen de Cristo continuó al culto en su altar. En el museo la colección de sayones procedentes de las diferentes cofradías simplemente fueron identificadas con una pequeña marca en el hombro o el pecho —una cruz grabada en las procedentes de la Vera Cruz—, lo que motivó que, cuando a partir de 1920 se comenzara a recuperar la celebración de las procesiones de Semana Santa, por iniciativa del arzobispo don Remigio Gandásegui, el historiador Juan Agapito y Revilla y Francisco de Cossío, director del Museo, en su ocupación de recomponer las escenas tradicionales recurrieran a un criterio narrativo para recrear el aspecto original, mezclando sayones salidos del taller fernandino con algunos pertenecientes a otros escultores y pasos.

Afortunadamente, las figuras secundarias del paso de la Coronación de espinas, que forman parte de los fondos del Museo Nacional de Escultura (aunque un buen grupo se perdiera por su mal estado de conservación), fueron identificadas en 1986 por Luis Luna Moreno1 y no hace muchos años restauradas por el Museo Nacional de Escultura. Tras el proceso de investigación, en el que se averiguó que a algunos sayones incluso se les había modificado la posición de los brazos, hoy podemos afirmar que formaron parte del paso original la figura de un sayón arrodillado que ofrece una caña como falso cetro, un sayón bizco que con la ayuda de dos cañas coloca la corona de espinas sobre la cabeza de Cristo y el supuesto Pilatos, con aspecto oriental, presidiendo la escena con autoridad. Es muy posible que la figura de Cristo quedase resaltada al ser colocada en el centro sobre una plataforma que simulara las escaleras del Pretorio, recreando la escena con tres niveles de altura.

Como es habitual en la iconografía creada por Gregorio Fernández para las escenas pasionales, el artista recurre a un juego maniqueo por el que se sugiere la baja catadura moral de los personajes que ofenden a Cristo, provocando su rechazo a través de determinadas actitudes, indumentarias descuidadas y algunas taras físicas, como se aprecia en el pronunciado estrabismo del sayón que sin piedad coloca la corona de espinas, conocido popularmente como "el bizco" y perteneciente al grupo de sayones que eran insultados durante su desfilar callejero2.

Asimismo, llama la atención el tipo de indumentaria anacrónica en la caracterización de los personajes secundarios, en este caso supuestos soldados romanos que en nada recuerdan los prototipos "a la romana" tan extendidos por los relieves de los retablos del Renacimiento. Tal vez con el deseo de descontextualizar la escena, de hacerla intemporal y comprensible o simplemente para acentuar su carácter teatral a través de un simulacro del mayor realismo, los sayones visten prendas de uso común en el siglo XVII, como calzas, coleto (especie de chaleco), etc., siendo una nota común la ornamentación de las vestiduras con los acuchillados —rasgaduras longitudinales que dejan asomar el forro— que se pusieron de moda desde el siglo XVI tanto en las prendas masculinas como femeninas3. También es constante el que los personajes que representan alguna autoridad, como el supuesto Pilatos, muestren modelos de tipo orientalizante y tocados de gran fantasía.  

EL ECCE HOMO DE LA VERA CRUZ

Del análisis de este grupo podemos deducir que mientras que las figuras secundarias, aunque diseñadas y concebidas por el maestro de acuerdo a sus parámetros, denotan la indudable intervención de los ayudantes del taller, la imagen de Cristo es una de las obras más personales y singulares del mejor Gregorio Fernández, que la remataría hacia 1622.
El conocido como "Cristo de la caña" aparece sentado sobre un bloque cuadrangular, con la pierna izquierda ligeramente desplazada hacia atrás, los brazos cruzados en la cintura, la cabeza ligeramente girada hacia la derecha y la mirada perdida en el infinito para potenciar la idea de la resignación ante la incomprensión. Al correcto y esbelto trabajo anatómico habitual se suma un extremado virtuosismo en el trabajo de la clámide que recubre el cuerpo, tallada en el mismo bloque que la figura con los característicos pliegues y con partes formando ligerísimas láminas que sugieren un paño real, todo un alarde de dominio técnico en el oficio. A esta búsqueda obsesiva de naturalismo se suma la aplicación de accesorios postizos para recrear la escena, como la corona de espinos reales y la caña que sujeta con su mano derecha.

Como es habitual en Fernández, el foco emocional de la escena se focaliza en el impresionante rostro de Cristo, que se ajusta al prototipo por él creado, con larga melena formando ondulaciones, mechones sobre la frente y barba de dos puntas, con una expresión de angustia reforzada por los grandes ojos de cristal y la boca entreabierta dejando apreciar la lengua y los dientes de marfil, originando una sensación de tener los ojos húmedos y la boca seca. Se acompaña con estratégicos regueros de sangre producidos por las espinas y resueltos con resina, incorporando una llaga producida por una espina que ha perforado la ceja izquierda, un sutil detalle que también repetirá en crucificados y yacentes para convertirse en seña de identidad del taller fernandino.

Con la extraordinaria dignidad alcanzada en la figura contenida de Cristo, tan contrapuesta a la de los sayones, el escultor consigue que los personajes que intentan ridiculizarle sean los que aparecen ridiculizados, grotescos e irracionales.



Este pasaje en el que aparece Cristo humillado y presentado en público sería retomado por Gregorio Fernández en 1621, poco después de culminar el paso procesional de la Cofradía de la Vera Cruz, a petición de don Bernardo de Salcedo, párroco de la primitiva iglesia de San Nicolás de Valladolid, al que el escultor entregó una de sus obras cumbre en la que el Ecce Homo aparece de pie, con un movimiento cadencioso, un perfecto equilibrio y una rigurosa descripción anatómica con los valores de la mejor escultura clásica. Asimismo, con un planteamiento similar, pero con el cuerpo hasta la altura de la cintura, casi como un busto, Gregorio Fernández hacía en 1623 otra novedosa versión de Ecce Homo por encargo del vasco Antonio de Ipeñarrieta, una escultura devocional que se convertiría en un modelo muy imitado por otros escultores y muy común en las clausuras.

La escultura del Ecce Homo de la iglesia de la Vera Cruz desfila en Semana Santa con la Hermandad penitencial del Santo Cristo de los Artilleros, fundada en 1944 y con sede canónica en la misma iglesia.     

El Ecce Homo en su carroza procesional
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Santiago Travieso Blanco.  




NOTAS

1 LUNA MORENO, Luis. Gregorio Fernández y la Semana Santa de Valladolid. Ministerio de Cultura, Valladolid, 1986, pp. 40-41.

2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel. Simulacrum, en torno al Descendimiento de Gregorio Fernández. Domus Pucelae, Valladolid, 2011, p. 135.

3 Ibídem, p. 133.















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