RESTOS DEL RETABLO
DE SAN DIEGO
Escultura: Pompeo
Leoni (Pavía, Milán, h. 1533 - Madrid, 1608) y Gregorio Fernández (Sarria, Lugo,
h. 1576 - Valladolid, 1636)
Pintura:
Vicente Carducho (Florencia, 1576 - Madrid, 1638)
1606-1607
Madera
policromada y pintura al óleo
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente de la iglesia del desaparecido convento de San Diego de Valladolid
Escultura y
pintura renacentista. Escuela cortesana
Recreación virtual del desaparecido convento de San Diego Juan Carlos Urueña Paredes / "Rincones con fantasma" |
Durante el siglo XVI, al no disponer de un Palacio
Real, cuando los reyes visitaban Valladolid solían instalarse en palacios
cedidos por algunos nobles unidos, tanto interesada como amistosamente, a la
casa real. Es el caso del emperador Carlos, al que le era cedido el palacio que
perteneciera a Francisco de los Cobos, Comendador Mayor de León, Secretario de
Estado y político influyente en aquel tiempo. Tal personaje, que había
adquirido el rango de noble por su matrimonio en 1522 con María de Mendoza,
hija de los condes de Ribadavia, en 1524 encargaba al arquitecto real Luis de
la Vega la construcción de un palacio en la conocida como Corredera de San
Pablo, enfrente de la iglesia que daba nombre al lugar y próximo al palacio de
los condes de Ribadavia, sus suegros, hoy conocido como Palacio de Pimentel. El
espacioso edificio se articulaba en torno a un elegante patio central de diseño
renacentista, en cierto modo concebido para albergar y homenajear a los reyes
en sus visitas a la ciudad.
Reinando ya Felipe III, el Duque de Lerma comenzó a
urdir el traslado de la Corte desde Madrid a Valladolid, firmando el 17 de
septiembre de 1600 la compra de aquel palacio y casas colindantes al Marqués de
Camarasa, nieto de Francisco de los Cobos. Tras una serie de reformas y
ampliaciones, el edificio fue transformado en un nuevo palacio ocupado por el
Duque de Lerma, que en 1601, reconvertido en Palacio Real, sería transferido a Felipe III, después de que este
monarca oficializara ese año el traslado de la Corte junto al Pisuerga.
Durante
el quinquenio en que la corte estuvo asentada en Valladolid, en el Palacio Real
nacerían el futuro Felipe IV y su hermana Ana de Austria, después reina de
Francia y madre de Luis XIV.
Recreación virtual del retablo de San Diego. José Miguel Travieso |
Previamente, las iniciativas del Duque de Lerma no
se habían circunscrito a la construcción del Palacio Real y su extensión de
recreo en el Palacio de la Ribera, pues con anterioridad había adquirido el
patronato de la capilla mayor de la iglesia de San Pablo, con pretensiones de
establecer en ella su enterramiento familiar, emulando el modelo regio de El
Escorial, para lo que acometió la elevación de la altura de las bóvedas de la
iglesia y duplicó el alto de la fachada. Paralelamente, unido al Palacio Real,
en la parte opuesta a la fachada principal, el Duque de Lerma fundó en 1601 el
convento de Franciscanos Descalzos de San Diego, eligiendo para su dotación a
los mejores artistas del ambiente cortesano a principios del siglo XVII. Aquella
iglesia, vinculada y comunicada con el recinto palaciego, sería escenario de
las prácticas piadosas de la familia real y en ella se celebraría en 1690 el
matrimonio del rey Carlos II con su segunda esposa Mariana del Palatinado-Neoburgo.
El arquitecto de San Diego había sido Francisco de
Mora, Maestro Mayor de la corte, que no sólo trazó el espacio clasicista del
templo que después sería rematado por Pedro Mazuecos y Diego de Praves,
destacados maestros de la arquitectura vallisoletana de su tiempo, sino que
también en 1603 realizó las trazas de los cinco retablos que se habrían de asentar
en él, destacando dos peculiares retablos-relicario y sobre todo el retablo de
la capilla mayor, cuya estructura arquitectónica fue encomendada al prestigioso
ensamblador Juan de Muniátegui, por entonces activo en Valladolid, que también
se ocupó del fantástico tabernáculo —sagrario con forma arquitectónica de
planta central—, siguiendo la moda del momento.
San Diego de Alcalá. Vicente Carducho, 1611 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
El retablo aparecía asentado sobre un banco de
piedra, con tres cuerpos y tres espaciosas calles con encasillamientos de aire
clasicista y coronado por un ático reservado al tradicional Calvario y grandes
escudos con las armas ducales colocados a los lados. En la maquinaria se
combinaba una pintura central de gran formato con la imagen gloriosa de San Diego de Alcalá, santo titular,
realizada por Vicente Carducho en 1611, junto a un repertorio escultórico en
madera policromada de seis santos franciscanos colocados en las calles y el Calvario del ático, obras monumentales del
escultor Pompeo Leoni, en cuya ejecución recibió la colaboración de su hijo
Miguel Ángel Leoni y del también escultor milanés Milán de Vimercado, llegado de
Italia en 1593, junto al escultor Baltasar Mariano, para trabajar como
oficiales de Pompeo Leoni en la realización de las esculturas de bronce del retablo
del monasterio de El Escorial. Probablemente el conjunto de esculturas serían
policromadas en el taller de Vicente Carducho, vinculado al ambiente cortesano.
Al conjunto se habrían de sumar cuatro pequeñas
figuras de Virtudes colocadas en el
tabernáculo y un relieve con la figura de Cristo
Salvador en la puerta del sagrario, exquisitas obras de un joven Gregorio
Fernández recién llegado a Valladolid desde Madrid que son las primeras obras
conocidas de este gran maestro de origen gallego.
Derribado tiempo después el convento de San Diego y
levantadas nuevas dependencias del Palacio Real sobre el espacio que ocupara,
de aquel recinto quedan algunos testimonios tangibles muy elocuentes. Uno de
ellos permanece in situ en la calle
de San Diego y se trata de una de las columnas adosadas en lo que fuera la
portada de la entrada al convento, resto mudo del convento franciscano fundado
por el Duque de Lerma, a pesar de la disconformidad del convento de San
Francisco de la Plaza Mayor. Otros restos son la colección escultórica y la
pintura central del retablo mayor, que, junto a los retablos-relicario, se
conservan en el Museo Nacional de Escultura, permitiendo comprender, aunque se
haya perdido la estructura del ensamblaje original, cómo el arte era puesto al
servicio del poder y cómo el aspecto austero del exterior contrastaba con la
gran riqueza acumulada en su interior, poniendo de manifiesto que la dotación y
decoración de San Diego fue una de las empresas más notables en los inicios del
siglo XVII.
La monumental pintura que presidía el retablo mayor,
firmada por Vicente Carducho en 1611, es muestra de la vinculación de la corona
española a la devoción a este santo franciscano. Fray Diego de San Nicolás, que
había alcanzado fama de santidad en vida, vio aumentada la popularidad de sus
prodigios tras su muerte en 1463, aunque sería un rocambolesco suceso, fruto
del exacerbado culto a las reliquias por parte de Felipe II, el que vinculara
su devoción a la corona española. A consecuencia de una grave enfermedad
sufrida por el príncipe Carlos, Felipe II mandó colocar junto a su lecho el
cuerpo momificado del venerado fraile alcalaíno. Como se produjera la curación
del joven, el monarca solicitó su canonización al papa, que Sixto V hizo
efectiva en 1588, siendo el primer franciscano español en alcanzar la santidad
y el único santo canonizado por la Iglesia durante el siglo XVI.
Vicente Carducho, de acuerdo a los planteamientos
del barroco, presenta su figura mayestática, en plena levitación y sujetando
una cruz alusiva a la Pasión, mostrando un milagro producido en la huerta del
convento del que existieron varios testigos, aunque la escena de levitación mística
queda enmascarada por la glorificación del santo a través de un celaje abierto
y luminoso y con la presencia de un grupo de querubines que, junto a los
efectos lumínicos, convierten la escena en una artificiosa apoteosis de
santidad1.
El florentino Vicente Carducho creció en el oficio
de pintor al amparo de los modos plásticos de su hermano Bartolomé, con el que
acudió como colaborador a El Escorial y después a satisfacer distintos encargos
cuando la corte estuvo instalada en Valladolid, donde realizó esta pintura
manierista de San Diego manteniendo
el espíritu monumental escurialense. Según la documentación conservada, sabemos
que fue encargado el 10 de marzo de 1611 por del Duque de Lerma, cuyo tesorero
pagó al pintor 1.300 reales. Vicente Carducho, que había sido nombrado pintor
del rey Felipe III tras la muerte de su hermano Bartolomé en 1608, realizó la
pintura casi cinco años después de la consagración de la iglesia de San Diego y
cuando toda la obra escultórica ya estaba terminada por Pompeo Leoni y sus
ayudantes. En ella inicia cierta evolución hacia el naturalismo, poniendo en
práctica los contrastados efectos lumínicos que caracterizarían a la pintura
barroca y la grandilocuencia propia del ambiente cortesano.
CONJUNTO DE SEIS SANTOS FRANCISCANOS
El conjunto de cuatro santos franciscanos y dos
santas de la misma Orden, elaborados en Valladolid por Pompeo Leoni y su
taller, que actualmente se conservan en el Museo Nacional de Escultura, donde
ingresaron a consecuencia del proceso desamortizador, ocupaban las calles
laterales del retablo mayor de San Diego, donde se hallaban dispuestos a tres
alturas. Entre ellas se identifican a Santa Clara y posiblemente a su hermana
Santa Inés, junto a San Antonio de Padua, tal vez formando pareja con San
Francisco, un santo con capa pluvial que pudiera representar a San Buenaventura
en su dignidad de cardenal obispo de Albano y otro barbado que posiblemente represente
a San Bernardino de Siena.
Todas son esculturas monumentales, de concepción
cortesana, en las que se unifica el planteamiento clasicista con una elegancia
de contenidos ademanes de aire manierista.
En ellas se advierte la intervención
del taller (Millán de Vimercado, Miguel Ángel Leoni, etc.) sobre diseños de
Pompeo Leoni, que recurre al expresivo lenguaje de las manos. El aspecto sobrio
de los hábitos queda realzado con finas labores de policromía a base de motivos
vegetales sobre fondos rajados, una modalidad impuesta en la Contrarreforma,
que seguramente fueron realizados por el taller de Vicente Carducho, activo en
la corte.
Es en el monumental Calvario, que coronaba el ático del retablo flanqueado por dos
grandes escudos del Duque de Lerma, donde se aprecia con más severidad la mano
del escultor milanés, que llegó a definir en él unos prototipos que serían modelo
y fuente de inspiración para toda la incipiente pléyade de escultores barrocos
de la escuela de Valladolid, comenzando por Gregorio Fernández, que en su
primera etapa aparece claramente influenciado por los prototipos de Pompeo Leoni
(recuérdese el Calvario de la
primitiva iglesia de San Miguel, cuya Virgen y San Juan, actualmente
conservados en la iglesia de San Andrés, presentan numerosas concomitancias de
estilo con el grupo de San Diego y con el Calvario
del retablo de El Escorial).
El Crucifijo,
con una escala que supera el natural, se encuadra en la serie realizada en
madera policromada por el milanés en España, entre la que figura el Cristo de las Mercedes (1601-1606) de la
iglesia de Santiago de Valladolid y el monumental Crucifijo (1611) de la Real Academia de San Fernando de Madrid,
todos ellos caracterizados por presentar una anatomía hercúlea, potente y vigorosa,
con una descripción rotunda y cadenciosa del cuerpo humano, en la que el dramatismo
aparece atemperado a pesar de las abundantes llagas y con el perizoma anudado a la derecha y cayendo en
diagonal hacia la izquierda.
También es común el trabajo de la cabeza,
reclinada hacia la derecha y con larga y apelmazada melena cuyos mechones remontan la oreja
izquierda, dejándola visible, mientras caen en vertical junto al hombro derecho, mezclándose con ellos los tallos de la corona de espinas
tallada en el mismo bloque, sin utilizar ningún tipo de postizos.
Las figuras de la Virgen y San Juan son más
declamatorias, igualmente con potentes anatomías que en su caso se envuelven en
abultados ropajes que presentan pliegues muy estudiados, compartiendo el cruce del
manto al frente y en diagonal para establecer un efectista juego de claroscuro
que se complementa con el expresivo lenguaje de las manos y el reflejo del
drama en los rostros, manteniendo en su conjunto la artificiosa elegancia
manierista que realza la tensión de la escena y una policromía tendente al
preciosismo que resulta muy efectista.
DECORACIÓN ESCULTÓRICA DEL TABERNÁCULO
La colección escultórica del retablo de San Diego
marcaría la trayectoria que siguieron en Valladolid los incipientes escultores
barrocos, entre ellos Gregorio Fernández, que hacia 1605 fue el autor de las
cuatro figuras de Virtudes que adornaban el tabernáculo y del relieve de la
puerta del sagrario. Estas pequeñas esculturas representan la Esperanza, la Caridad, la Fortaleza y
la Justicia, mientras que en el
relieve aparece la figura del Salvador.
Todas ellas ofrecen los resabios manieristas propios de la época, con una
actitud contenida, refinada elegancia gestual y una policromía preciosista que
Gregorio Fernández abandonaría años después para evolucionar hacia un
planteamiento sumamente naturalista y realista. Esta colección de esculturas de
pequeño formato tienen el indiscutible interés de tratarse de las primeras
obras documentadas de Gregorio Fernández en Valladolid y de ser reflejo del
gusto de la escultura cortesana a principios del siglo XVII.
LOS RETABLOS-RELICARIOS DE SAN DIEGO
Emulando el célebre conjunto de suntuosos relicarios
que Felipe II reuniera en la basílica de El Escorial, el mecenazgo del Duque de
Lerma en Valladolid no se limitó a la remodelación de la iglesia de San Pablo,
al patrocinio del convento de monjas cistercienses de Nuestra Señora de Belén,
que hacia 1538 había fundado su tía doña María Sandoval (en los terrenos que
hoy ocupa el Colegio de San José), y a la fundación del convento franciscano de
San Diego, patrocinando un fantástico retablo mayor para su iglesia, sino
que también se ocupó en reunir una importante colección de relicarios
escultóricos que fueron distribuidos por las iglesias de San Pablo y de San
Diego. Todos ellos fueron encargados a prestigiosos artistas del momento, buena
parte de ellos napolitanos, como muestra del afán de notoriedad del Duque,
ofreciendo como característica común el uso de oro reluciente para las vestiduras y
plata envejecida para las carnaciones, de modo que simulan el aspecto metálico
de las grandes obras de orfebrería de los modelos escurialenses.
Los relicarios se adaptan al tipo de restos
venerados, con una larga serie de bustos sobre peanas con tecas en la base y el
pecho y otros en forma de brazos cuando los huesos eran identificados como
pertenecientes a esta parte anatómica, aunque no faltaron algunos de diseño
tradicional en forma de urnas, cofres, viriles, etc.
En el caso de la iglesia de San Diego, el Duque de
Lerma encargó la elaboración de dos armarios para contener los relicarios que
adoptaron la forma de retablos colaterales siguiendo los modelos de El
Escorial, con el interior ocupado por estantes para colocar los relicarios y las
puertas batientes pintadas por ambas caras, de modo que en ellos se unifican los
elementos arquitectónicos del mueble, los trabajos pictóricos de su
ornamentación y las formas escultóricas de los relicarios, ofreciendo en las
solemnes ocasiones en que eran mostrados abiertos toda la parafernalia propia
de las celebraciones barrocas, donde no es difícil deducir el acompañamiento de
cirios, incienso y cánticos.
Virtudes del tabernáculo y el Salvador de la puerta del sagrario Gregorio Fernández, 1604-1607. Museo Nacional de Escultura |
Por Luis Cervera2 sabemos que las trazas
de los mismos fueron realizadas por Francisco de Mora, Maestro Mayor, y su
arquitectura clasicista de madera llevada a cabo después por el ensamblador
Juan de Muniátegui, mientras que de las escenas pictóricas se ocuparon
Bartolomé y Vicente Carducho, que plasmaron un santoral elegido por el
comitente.
Los armarios-relicario, que se conservan en el Museo
Nacional de Escultura, adoptan la forma de retablo, flanqueados por dos
columnas adosadas de orden corintio, rematados por un friso con decoración de
rameados en relieve y coronados por un frontón triangular de gruesas molduras.
El banco aparece recorrido por cinco compartimentos frontales pintados y otros
laterales, mientras que el único cuerpo lo llenan las escenas pictóricas sobre
lienzo de las puertas con episodios que
se repiten en el exterior y el interior.
Retablos-relicario de San Diego abiertos y cerrados Pinturas de Bartolomé y Vicente Carducho, 1604-1606. MNE |
Uno de los retablos presenta en las
puertas la Anunciación y se completa
en el banco con las figuras de San Martín
de Tours, Santo Domingo de Guzmán,
San José, San Juan Evangelista, San
Juan Bautista y San Cristóbal,
con San Felipe y San Lorenzo en el lateral derecho. El otro ofrece como motivo
central la Estigmatización de San
Francisco, acompañándose en el banco de San Efrén, parejas de santos
franciscanos no identificados, San Aurelio, dos mártires franciscanos y San
Máximo, con San Antonio de Padua y San Bernardino de Siena en el lateral
izquierdo. Todas estas pinturas, que fueron realizadas entre 1604 y 1606, han
sido repuestas en su ubicación original después de un arduo proceso de
recomposición3 tras haber permanecido durante muchos años
desmontadas en los almacenes del Museo.
Detalle de los relicarios de San Diego Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Informe: J. M. Travieso.
NOTAS
1 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio. San
Diego de Alcalá. En: URREA FERNÁNDEZ, Jesús, Tesoros del Museo Nacional de
Escultura, 2005, pp. 95-98.
2 CERVERA VERA, Luis. El
conjunto palacial de la Villa de Lerma. Madrid, 1967, pp. 124 y ss.
3 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Retablos
relicarios del Convento de San Diego. Museo
Nacional Colegio de San Gregorio: colección/collection. Madrid, 2009, pp.
182-185.
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