19 de abril de 2013

Historias de Valladolid: CRÓNICAS VISUALES, retazos ilustrados de nuestra historia (y IV)


LLEGADA DE LA RELIQUIA DE SAN BENITO EN 1594 Y PROCESIÓN
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel (actual Diputación Provincial), Valladolid.

El año 1590 don Diego de Álava hizo la donación de una reliquia de San Benito al importante monasterio benedictino vallisoletano asentado sobre el antiguo alcázar, en ese momento en todo su esplendor como cabeza de todos los monasterios benedictinos españoles, con influencia no sólo en toda España, sino también en Portugal, Austria, América e Inglaterra. Un monasterio que había levantado una iglesia de dimensiones catedralicias, que la ciudad utilizaba como tal al no disponer de catedral propia, y que contaba con grandes patios, una hospedería y una importante colección de reliquias, pero no de su santo fundador.
 
Conocedor del fervor de Felipe II por las reliquias, don Diego de Álava invitó al rey para que participara en la entrega de los restos sagrados al convento de su ciudad natal, pero al no poder desplazarse hasta Valladolid por asuntos de estado, el rey asumió como debía hacerse la solemne entrega, trazando personalmente la planta de la procesión que desde Madrid llegaría con la reliquia a Valladolid y poniendo a disposición la mejor de sus literas, al tiempo que informó a la ciudad para que estuviera preparada para tan importante evento.

El relicario, colocado en el palanquín regio, estuvo acompañado durante todo el recorrido por cuatro grandes cirios que portaban monjes benedictinos y de otras órdenes, apareciendo al frente de la comitiva don Diego de Álava con algunos criados a caballo y parte de su servidumbre a pie.

A su llegada a Valladolid el 10 de julio de 1594, salieron a recibirlo todos los nobles vallisoletanos y doce monjes montados en mulas que portaban antorchas, siendo conducida, por las calles engalanadas y bajo cuatro arcos de triunfo efímeros levantados para la ocasión, hasta el monasterio de San Benito. En aquel sonado día grupos de músicos animaron la Plaza del Ochavo y se celebraron todo tipo de juegos populares en La Rinconada, donde se llegó a colocar una fuente de aquel vino que producían los benedictinos en sus bodegas. No obstante, aprovechando la algarabía, según informa Gaspar Lucas Hidalgo en su obra Diálogos de apacible entretenimiento, algunos judíos roperos, que antaño habían vivido en las proximidades del monasterio, un barrio con mayoría judaizante, colgaron sobre el arco levantado en el Ochavo un cartel burlón con los versos:

Todos los deste cuartel
con regocijo infinito
hacen arco a San Benito
porque Dios les libre del.

En San Benito permaneció el relicario con doce monjes permanentes de guardia hasta el día en que se celebró una solemne procesión en la que participaron todas las cofradías de la ciudad, doscientos monjes de San Benito, muchos miembros de otras órdenes religiosas, curas y beneficiados de la iglesia. Tanto éxito tuvo aquella procesión, que quedó institucionalizada, celebrándose anualmente hasta que el monasterio fue víctima de la desamortización de Mendizábal de 1836.




COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA DEL CONVENTO DE LAS DESCALZAS REALES
Cosimo Gamberucci, hacia 1610.
Depósito de las Galerías, Florencia.

En esta pintura florentina, obra de Cosimo Gamberucci, se recrea el momento del inicio de la construcción del convento de las Descalzas Reales de Valladolid, según una interpretación aportada por la historiadora Monica Bietti. En la escena aparece la reina Margarita de Austria procediendo a colocar la primera piedra del convento de monjas franciscanas por ella tutelado, mientras el obispo de Valladolid procede a su bendición en presencia de damas de la corte y de un grupo de arquitectos o maestros de obras.
El hecho ocurría durante el reinado de Felipe III, cuando la corte estaba desplazada a Valladolid después de ejercer su influencia sobre el monarca el habilidoso Duque de Lerma, en un momento en que la ciudad conoció un importante aumento demográfico, una actividad constructiva imparable, el asentamiento de nuevas órdenes religiosas y un ambiente de constantes ceremoniales y fastos en torno a la actividad cortesana, siempre tintados por una religiosidad impuesta y vigilante.

En la corte vallisoletana, mientras el rey parecía estar más interesado en la caza y las diversiones, sirva como ejemplo la actividad en torno al Palacio de la Ribera, dejando los problemas de estado en manos del Duque de Lerma, la reina Margarita, profundamente religiosa, siempre permanecía rodeada de clérigos y monjas, preocupada en realizar actos de caridad con los más desfavorecidos y dedicada casi obsesivamente a la fundación de conventos femeninos, asumiendo al poco tiempo de su presencia en Valladolid el patronato del convento de franciscanas que estaban instaladas en unas casas situadas frente a la Real Chancillería. Sus intereses piadosos fueron determinantes para que el arquitecto de la corte, Francisco de Mora, realizase las trazas de la iglesia, el claustro y el resto de dependencias monacales, ocupándose después de los trabajos el maestro de obras de su majestad Diego de Praves, que pudo finalizarlos en 1615, cuando la corte ya se hallaba de nuevo en Madrid y la reina Margarita ya había fallecido.

A pesar de la efímera estancia de la corte en Valladolid, durante el quinquenio 1601-1606, la huella dejada en la ciudad por la reina Margarita fue importante, no sólo por el nacimiento a la vera del Pisuerga de sus tres primeros hijos, incluyendo el futuro rey Felipe IV, sino también su actividad en las Descalzas Reales, cuyo patronazgo real fue confirmado oficialmente el 16 de junio de 1615, cuatro años después de su muerte prematura en Madrid a consecuencia del parto del infante don Alfonso. Porque gracias a la reina Margarita  de Austria no sólo se levantó aquel convento de nueva planta, sino que a consecuencia de las excelentes relaciones de la monarquía hispánica con el Gran Ducado de Toscana, la reina recibiría, como política de agasajo, una impresionante colección de más de treinta pinturas de pintores toscanos como regalo de Cosme II de Médicis y su madre Cristina de Lorena, colección que llegaría a España en 1611 y que la reina había dispuesto fuese entregada al convento de Valladolid por ella fundado, siendo un legado pictórico, recientemente puesto en valor, con el que la ciudad siempre recordará a la reina benefactora.

FIESTAS EN LA PLAZA MAYOR
Felipe Gil de Mena, hacia 1656.
Ayuntamiento de Valladolid
   
Aunque la Plaza Mayor es un lugar que desde la Baja Edad Media fue utilizado como foro mercantil, desde siempre fue un espacio con funciones recreativas y festivas por levantarse en ella el Ayuntamiento, convirtiéndose en escenario de torneos, recepciones solemnes, ceremonias religiosas, autos de fe, corridas de toros y un sin fin de celebraciones.

Dos pinturas que se conservan en el Ayuntamiento, pertenecientes a una serie realizada por Felipe Gil de Mena, pintor palentino residente en Valladolid, con el fin de preservar las memorables fiestas organizadas por la Cofradía penitencial de la Vera Cruz el año 1656, dan buen testimonio de ello, pudiendo considerarse como ejemplo de lo que en tan emblemático espacio ocurriera durante los años en que la Corte estuvo establecida en Valladolid.

En una de ellas aparece un cortejo que se dirige hacia el Ayuntamiento, que está fuera del encuadre, pasando por delante de los soportales de Lencería y las desaparecidas Callejuelas, una comitiva presidida por un heraldo que toca una trompeta y deja paso a caballeros emparejados con sus mejores galas, algunos de ellos de raza negra. La plaza aparece acondicionada para fiestas de toros, con una talanquera de madera por delante de los soportales, tras la que se agolpa un ordenado gentío vestido a la moda de la época, la mayor parte con capa y golilla, mientras que en los balcones repletos también aparecen damas, banderas y ricas colgaduras.

En la otra pintura la escena ya guarda una relación con los espectáculos taurinos, con dos parejas de jinetes moros y cristianos corriendo cañas al galope, mientras otros caballeros, con ricas vestiduras y gorros emplumados, junto a sus peones, esperan su turno o actúan como jueces. Al fondo las gradas y balcones de nuevo repletos de gente, aunque en este caso la pintura ofrece información arquitectónica fácilmente reconocible, como la fachada del convento de San Francisco con los motivos heráldicos de la monarquía y la ciudad, y un balcón corrido que venía a ser una capilla abierta, así como la calle de Santiago con la torre de la iglesia al fondo y los típicos soportales que recorren la plaza.

Torneo en la Plaza Mayor de Valladolid
Juan Ruiz de Luna, 1939- Palacio Pimentel, Valladolid
Se tiene constancia de que el mismo pintor dejó reflejado el auto de fe que se celebró en este mismo lugar en 1667 y otra pintura con un espectáculo de rejoneo. En realidad, estos dos tipos de acontecimientos eran los que congregaban mayor cantidad de público en su entorno, ambos con tintes sangrientos y dolorosos y ambos presididos en lugares privilegiados por las más altas dignidades urbanas.
Las corridas de toros eran organizadas por el Regimiento, aunque muchas veces estaban alentadas en cualquier plaza por las cofradías con la excusa de algunas celebraciones religiosas. En las corridas llegó a estar regulado el que no se pudieran echar más de dos perros a cada toro para no deslucir el espectáculo, siendo el alguacil quien contralaba a los dueños.
También sabemos que asistían en lugar de honor representantes de todas las instituciones vallisoletanas, como Universidad, Inquisición, etc., y que los balcones del consistorio eran ocupados por los alcaldes del crimen y algunos oidores de la Chancillería, pues la fiesta venía a ser un marco privilegiado para la representación del poder, hasta el punto de que era frecuente la intromisión de la Chancillería en los asuntos de la ciudad, dando lugar en ocasiones a un enfrentamiento entre las dos instituciones políticas con mayor poder en Valladolid, algunos de cuyos casos de celebraciones públicas llegaron a trascender hasta el Consejo Real, especialmente en los toros y el teatro, diversiones por excelencia de la ciudad barroca. Célebres festejos taurinos se celebraron con motivo del nacimiento del príncipe Felipe en 1605, de la canonización de Santa Teresa en 1622, de la entrada en la ciudad de Felipe IV en 1660, de la inauguración de la nueva catedral en 1668 y de la beatificación de San Pedro Regalado en 1683, así como de los casamientos de Carlos II en 1679 y 1690.

PROCESIÓN DE LA VERA CRUZ POR LA CALLE PLATERÍAS
Felipe Gil de Mena, hacia 1656.
Colección particular, Madrid

Esta pintura pertenece a la misma serie que las anteriores, aunque en este caso se ofrece un documento de religiosidad popular que se convierte en un testimonio excepcional de la renovada calle de Platerías tras el incendio de 1561 y ser objeto de su total remodelación entre 1562 y 1576 por Francisco de Salamanca, con un trazado rectilíneo y homogéneo en altura y con la primitiva fachada de la iglesia de la Vera Cruz al fondo como referente visual y urbanístico.

El pintor sitúa la vista desde la calle de la Lonja, justamente en su cruce con la Plaza del Ochavo, destacando la gran expectación ante el acontecimiento, con el público viendo pasar el cortejo ordenadamente situado a los lados de la calle de Platerías, la colocación en los balcones de festivas colgaduras listadas de diferentes tonos, la procesión de la reliquia del Lignum Crucis, sobre un trono dorado y bajo palio a hombros de cofrades de la Vera Cruz, las apretadas filas de hombres sujetando cirios precedidos por portadores de estandartes y guiones, una lujosa carroza tirada por caballos blancos cerrando el cortejo, en la que tal vez viaja el corregidor de la ciudad, y un nutrido grupo cerrando la procesión en el que aparecen hombres portando varas de mando como posibles regidores de la ciudad y de la cofradía. No faltan detalles de la vida cotidiana, como las mujeres sentadas en el suelo abanicándose, un perro ladrando a los caballos y un mendigo pidiendo limosna.

Esta solemne procesión del Lignum Crucis, institucionalizada cada 3 de mayo desde la Cofradía de la Vera Cruz dispusiera de su propia iglesia penitencial al final de la calle Platerías, llegó a convertirse en un destacado acontecimiento devocional en la ciudad, equiparable en participación a la procesión del Corpus.   

Informe: J. M. Travieso.

* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario