Estampas y recuerdos de Valladolid
La calle María de Molina ha sido siempre una de las
principales arterias de Valladolid, una vía urbana próxima a las riberas del
Pisuerga donde se concentraron edificios emblemáticos para el pulso de la
ciudad desde tiempos inmemoriales. La rotulación de la calle con el nombre de
la reina que tanto favoreció a la ciudad y que tantos años residió en ella fue
acordada por el Ayuntamiento el 1 de diciembre de 1854. Hasta entonces, según
informa Juan Agapito y Revilla en Las
Calles de Valladolid y tal como figura en el plano de Ventura Seco de 1738,
su denominación fue la de Calle de la Guariza, una vía que comunicaba la Plaza
de la Trinidad (actual Plaza de Santa Ana) con la Puerta del Campo o Puerta de
la Mancebía (en la confluencia de la calle de Santiago con la plaza de Zorrilla).
En ella se fueron instalando a lo largo del tiempo
sucesivas instituciones, como el convento de la Trinidad calzada situado en el
arranque de la calle, un recinto donde en 1520 el pueblo de Valladolid, al
enterarse de la quema de Medina del Campo, se levantó contra el emperador
Carlos, incorporándose a la sublevación de las Comunidades de Castilla que acabó
con la derrota de Villalar el 23 de abril de 1521. Una recreación virtual del
aspecto del convento, realizada por Juan Carlos Urueña Paredes para su libro Rincones con fantasma, encabeza estas líneas.
Justamente en el otro extremo de la calle estuvo
instalada la Congregación de los niños de la Doctrina, una institución benéfica
también conocida como los Doctrinos o niños del Amor de Dios, frente a cuya
entrada se levantaba una de las muchas cruces de piedra que por entonces
aparecían diseminadas por la ciudad. Cuando la institución fue clausurada, las
dependencias fueron utilizadas para algunos servicios municipales, como almacén
de los bomberos y delegación de la guardia municipal, conservando la calle
transversal a María de Molina el nombre de calle de los Doctrinos como recuerdo
de aquella actividad.
Una calle con situación tan estratégica sufrió una
total transformación a partir del siglo XIX, siendo sustituidos paulatinamente
los primitivos edificios por otros decimonónicos de tipo burgués que le fueron
proporcionando un aspecto cosmopolita ajustado al gusto y desarrollo de la
época, incluyendo el Teatro Lope de Vega,
que diseñado por el arquitecto Jerónimo de la Gándara fue inaugurado en 1861.
En el siglo XX en la calle María de Molina se
instalaron los mejores hoteles de la ciudad, entre ellos el Gran Hotel Inglaterra, precisamente
sobre los terrenos que antaño ocupara el convento de la Trinidad; el Hostal Florido, junto a la manzana
ocupada por el convento de las Comendadoras de la Santa Cruz, conocido popularmente
como "las Francesas" y el Hotel
Conde Ansúrez, el más distinguido de la ciudad durante muchos años. A su
vera fue construido por Ramón Pérez Lozana el Cinema Roxy en estilo modernista, levantado sobre unas huertas
compradas a las Francesas por los hermanos Emilio y José Lafuente e inaugurado
el 4 de marzo de 1936.
Hostal Florido y Hotel Conde Ansúrez |
Esta acumulación de edificios de servicios públicos
relacionados con el ocio, la cultura, el turismo y los negocios hizo que la
calle conociera una desenfrenada actividad en los años de posguerra,
incrementándose paulatinamente el tráfico rodado por ella. Durante los años 60,
después de que aparecieran los primeros semáforos en la ciudad en 1957 como
consecuencia de los problemas circulatorios originados en la época del
desarrollismo, en el cruce de María de Molina con Doctrinos, en el lugar que antaño ocupara una cruz pétrea, se levantó una de las
instalaciones para regular el tráfico que también se repitieron en otros puntos
conflictivos de la ciudad, una especie de púlpito circular con una pequeña
barandilla y un tejadillo metálico sobre el que aparecía subido un guardia
urbano para ser visible por los conductores. De esta manera se incrementaba su
autoridad y eficacia en el tráfico rodado, hasta el punto de que muchos
conductores, en época de Navidad, depositaban a sus pies pequeños aguinaldos
como reconocimiento, en ocasiones incluyendo botellas de champán e incluso algún
pavo.
Inauguración del cine Roxy el 4 de marzo de 1936 |
Muchos de aquellos agentes municipales de tráfico,
caracterizados por su inconfundible gabán azul marino y casco y correaje blanco, se convirtieron en
personajes muy populares regulando el tráfico en los lugares más transitados,
como la plaza del Ochavo, la plaza de España, la plaza de la Cruz Verde, junto
a la Plaza de Toros, etc., siendo especialmente recordado aquel que por los
años 60 y 70 fue apodado popularmente como "el eléctrico" por el celo
de sus movimientos, semejantes a un robot, cuya originalidad ha permanecido en
la memoria colectiva.
En el año 2002, después de que parte del cruce de
la calle María de Molina fuese peatonalizado, el Ayuntamiento decidió levantar
en este lugar un pequeño monumento a la Policía Municipal, para lo que encargó
a la escultora Ana Hernando una representación en bronce de un agente municipal
dirigiendo el tráfico, encaramado a un pedestal con barandilla que recuerda
aquellos viejos artilugios. Inevitablemente, su presencia es identificada por
muchos que lo conocieron con la especie de cabriolas que realizaba el célebre y
popular "eléctrico".
Hoy esta escultura es un recuerdo de la vitalidad
de una calle venida a menos, pues los tres grandes hoteles desaparecieron, el
monumental convento de las Francesas fue reconvertido en un anodino complejo
comercial con viviendas, el que fuera flamante Teatro Lope de Vega se encuentra
abandonado a su suerte —esperamos que en algún momento conozca la fortuna de los
teatros Zorrilla y Calderón— y el Cine Roxy, la única de las grandes salas
cinematográficas que perviven en la ciudad, lamentablemente clausurado y en
espera de su conversión en un... ¡casino de juego! ¡Anda que no hay grandes edificios sin
uso para este cometido!, pero desgraciadamente esta sensibilidad es la que hay.
Cruce de María de Molina en los años 60 |
Monumento a la Policía Municipal Ana Hernando, 2002 |
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