La infancia es la etapa más desconocida de la vida
de Jesús, pues apenas es aludida por los evangelistas Mateo y Lucas, siendo
este último quien refiriéndose a su nacimiento esboza que "En Belén, María dio a luz a su hijo
primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre" (Lucas
2, 7). Respecto a este hecho tan trascendental, ni siquiera los exégetas se
ponen de acuerdo sobre la fecha y el lugar en que se produjo el acontecimiento.
Para unos nació en Belén y para otros muchos en Nazaret, apuntándose como dato
más fiable el que naciera en torno al año 6 a. C. en algún lugar de Judea o
Galilea. Los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que fueron escritos entre
los años 70 y 100 d. C., aparte de pasar de puntillas sobre los datos de la
infancia, no son biografías históricas al modo que hoy las entendemos, sino
textos confesionales para uso de la Iglesia, destinados a difundir la gloria y
la alabanza de Cristo.
Giuseppe Veladier. Relicario del Pesebre, h. 1800. |
El interés por determinar la fecha del nacimiento de
Cristo viene de antiguo. Aunque la fiesta de la Natividad ya era celebrada por
el papa Clemente (88-97), fue a partir del año 243 cuando se comenzaron a
reunir asambleas de teólogos con el fin de concretar la fecha, que terminaron
por hacerla coincidir con el inicio del solsticio de invierno en el hemisferio
norte, armonizándola con la antigua celebración del Natalis Solis Invicti (Nacimiento del Sol Invicto), relacionada con
el culto a Mitra, una religión de origen persa que practicaban en secreto
algunos adeptos de la sociedad romana y que venía a simbolizar la lucha entre
el bien y el mal a través de la confrontación entre la luz o el fuego sagrado
—símbolo supremo de Mitra— y la oscuridad1, siendo identificada en
la liturgia cristiana, simbólicamente, la figura de Jesús con el Sol naciente.
La consideración del 25 de diciembre como fecha
conmemorativa, fue oficialmente confirmada por el papa Liberio el año 354,
quedando recogida ese mismo año en el Cronógrafo
Romano, el calendario más antiguo de la Iglesia. Desde entonces se viene
aceptando este convencionalismo para celebrar la Navidad en todo el mundo.
Igualmente, y en otro orden de cosas, desde antiguo
se han venido buscando rastros tangibles de todos los elementos que integra el
relato del Nacimiento de Jesús, tanto procedentes de los evangelios canónicos
como apócrifos, especialmente referidos al entorno del pesebre, como la
presencia del asno y el buey, de pastores, ángeles y los Reyes Magos, dando
lugar a lo largo del tiempo a una serie de reliquias que, procedentes de Tierra
Santa, obtuvieron una gran devoción popular, en todos los casos carentes del
mínimo fundamento histórico, llegando a ser en algunos casos realmente
extravagantes. Entre ellas podemos recordar las Gotas de leche de la Virgen (sustancia blanca extraída de la Gruta
de la Leche de Belén, con relicarios en la iglesia de Santa María del Popolo de
Roma y en las catedrales de Oviedo y Murcia); los Santos Pañales o panniculum
(con restos en la iglesia de San Marcello al Corso de Roma y en la catedral de
Lérida); restos de los Pastores Jacobo,
Isacio y Josefo, incluyendo sus zurrones y tijeras de esquilar (iglesia de
San Pedro de Ledesma, Salamanca); o los restos de los Reyes Magos (primero conservados en la iglesia de San Eustorgio de
Milán y desde 1164 en el fastuoso relicario de la catedral de Colonia).
Obviamos, por su carácter grotesco, otro tipo de
reliquias, como los Santos cordones
umbilicales, el Santo Prepucio
(culto anulado por la Iglesia en 1900), la cola
del asno de la gruta de Belén y las piedras
del portal, así como otras tan estrambóticas como las plumas del arcángel San Gabriel o el Suspiro de San José.
Arnolfo di Cambio. Grupo escultórico del Nacimiento, 1288. Cripta de la Basílica de Santa Maria Maggiore, Roma. |
EL CUNABULUM
En la basílica de Santa María la Mayor de Roma, aparece
expuesta a la devoción popular la reliquia de la Santa Cuna en la que, según una tradición basada en la narración
del ya citado segundo capítulo del evangelio de Lucas, María depositó el cuerpo
de Jesús recién nacido. Se trata de cinco astillas de arce rojo que
supuestamente integraron el pesebre y que se presentan en el interior de un
majestuoso relicario con forma de urna elaborada en plata y cristal. Según la
tradición, las reliquias del pesebre fueron encontradas por Santa Elena, madre
del polémico emperador Constantino, durante su periplo por Palestina en busca
de reliquias relacionadas con la vida de Cristo.
Hacia el año 360, el papa Liberio encargó la
construcción de una basílica paleocristiana en el lugar en que una milagrosa
nevada acotó el lugar donde debía ubicarse, justo sobre los cimientos de un
antiguo templo dedicado a la diosa Cibeles en el monte Esquilino. Conocida como
Basílica Liberiana, su advocación fue la de Santa María de las Nieves,
celebrando en ella, cada 25 de diciembre, una misa conmemorativa del nacimiento
de Cristo ante las congregaciones de los primeros cristianos, lo que dio lugar
a la expansión de la liturgia de la Navidad.
En el año 432, recién subido al trono Sixto III,
este pontífice decidió reconvertir la Basílica Liberiana en un templo dedicado
a la Virgen, tras haberse afirmado un año antes en el Concilio de Éfeso el
dogma de la maternidad de María. Además, creó en el interior de la basílica una
Gruta de la Natividad que intentaba
reproducir la gruta de Belén que San Jerónimo (340-420) había llegado a conocer
personalmente y cuya localización ya había sido descrita en 248 por el teólogo
y exégeta bíblico Orígenes (185-254) en su obra Argumento contra Celso2.
Según algunas hipótesis, cuando los sarracenos
sitiaron Jerusalén el año 635, el patriarca Sofronio pidió ayuda al papa
Teodoro I, originario de Jerusalén, para poner a salvo las preciadas reliquias
de las astillas del pesebre, que fueron enviadas a Roma y depositadas en la
basílica de Santa María, que pasaría a tener la advocación de Sancta María ad
Praesepe. Durante la Edad Media este templo sería especialmente apreciado por
los cruzados, convirtiéndose en un centro frecuentado por los peregrinos que
regresaban de Tierra Santa, de los que recibía numerosas donaciones, entre
ellas supuestas reliquias conseguidas en el portal de Belén.
Ya convertida en basílica de Santa María Maggiore,
en 1370 el papa Gregorio XI colocó las sagradas astillas en un relicario en el
que permanecieron hasta que fue destruido durante las obras de remodelación
realizadas en el siglo XVIII. Realizado otro relicario nuevo, este fue robado,
aunque no las reliquias, por las tropas francesas durante la ocupación de Roma en el bienio
1798-1799. Para paliar el robo, la duquesa Maria Emanuela Pignatelli,
embajadora de Portugal, hizo una cuantiosa donación para que, como regalo del país
lusitano, las reliquias dispusieran de un nuevo relicario, que fue realizado hacia
1800 por el arquitecto, arqueólogo y orfebre romano Giuseppe Veladier y que es
el que actualmente aparece colocado en el hipogeo situado bajo el baldaquino de
la célebre basílica romana, la mayor de culto mariano en Roma.
Fachada de la basílica de Santa Maria Maggiore de Roma |
El suntuoso relicario presenta un trabajo exquisito.
Sobre una plataforma de madera dorada, aparece una base rectangular de plata
decorada con cuatro bajorrelieves que representan el Nacimiento al frente, la Última
Cena en la parte trasera y la Huída a
Egipto y la Adoración de los Reyes
Magos en los costados. Sobre esta base descansa el relicario que adopta la
forma de una cuna de cristal cuyos soportes son cuatro querubines de plata
sobredorada con forma de estípites, a los que se suman dos cabezas de ángeles a
los lados. Entre ellos discurren guirnaldas entre las que son visibles las
astillas. Se corona con una tapa en la que se reproduce un gran pañal sobre
pajas, con la figura del Niño Jesús —de tamaño casi natural— bendiciendo,
recostado sobre un cojín y luciendo una corona de rayos.
El lujoso relicario, que contrasta con las humildes
astillas, y que recibe culto durante todo el año, se traslada en Nochebuena a
la nave central de la basílica con ocasión de la Misa del Gallo.
Relicario del pesebre regalado por el papa Francisco a Tierra Santa en noviembre de 2019 |
Junto a las astillas también se conserva una
supuesta paja del pesebre, una reliquia propiedad de los reyes de España. La
vinculación de la corona española a la basílica de Santa María Maggiore es
secular y tiene su origen en 1647, cuando el papa Inocencio X accedió a los
deseos del rey Felipe IV de España, que mediante la Obra Pía de Santa María la Mayor
se comprometía a asignar una renta anual al cabildo de la basílica a cambio de
honores litúrgicos y oraciones a favor de la monarquía española. Desde
entonces, los reyes de España tienen el rango de protocanónigos —primeros
miembros del cabildo— del templo con carácter honorario, cargo ostentado
actualmente por Felipe VI en virtud del privilegio de la bula Hispaniarum Fidelitas otorgada con
motivo de la firma, en 1953, del Concordato entre la Santa Sede y España.
Por otra parte, en la cripta de Santa María Maggiore
se conserva el primer belén de la historia, pues para la Gruta de la Natividad que creara Sixto III, el papa Nicolás IV,
siguiendo la senda implantada en Greccio por san Francisco de Asís en 1223,
encargó al escultor florentino Arnolfo di Cambio en 1288 un grupo escultórico
con figuras de bulto en piedra que representan a la Virgen con el Niño, San
José, los tres Reyes Magos y la mula y el buey, esculturas que recientemente se
han recolocado en el subsuelo de la basílica recreando el aspecto primitivo de
la gruta.
Coincidiendo con el principio del Adviento, a
finales del mes de noviembre de 2019, casi mil cuatrocientos años después de su
llegada a Roma, el papa Francisco ha devuelto a Tierra Santa un fragmento de la
reliquia del pesebre, como regalo al custodio de los santos lugares católicos. El
diminuto fragmento del cunabulum, que
aparece encerrado dentro de un relicario de plata con forma de florero coronado por una cruz, fue
presentado a los fieles en la capilla de Nuestra Señora de Jerusalén, desde
donde ha pasado a su ubicación definitiva en la iglesia franciscana de Santa
Catalina de Belén, próxima a la iglesia de la Natividad.
Informe: J. M. Travieso.
NOTAS
1 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Presepium.
En torno al belén napolitano del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de
Valladolid. Domus Pucelae, Valladolid, 2008, p. 13.
2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel, op.cit.,
p. 15.
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