8 de enero de 2024

Visita virtual: SANTOS FRANCISCANOS Y SAN JOSÉ, la excelencia en la escultura granadina







SANTOS FRANCISCANOS Y SAN JOSÉ

Alonso Cano (Granada, 1601-1667)  y 

Pedro de Mena (Granada, 1628-Málaga, 1688)

1653-1657

Madera policromada

Museo de Bellas Artes de Granada (Procedentes del desaparecido Convento del Santo Ángel)

Escultura barroca. Escuela andaluza

 

 






Sala del Museo de Bellas Artes de Granada

    En 1652 Alonso Cano regresaba a Granada y establecía su taller en el barrio del Albaicín. Quedaba atrás todo un periplo profesional que había comenzado con su aprendizaje en su ciudad natal junto a su padre, Miguel Cano, maestro ensamblador de retablos, sillerías de coro y sagrarios. En Granada comenzó colaborando con los escultores Pablo de Rojas, Bernabé de Gaviria, Diego de Navas y Diego de Aranda, así como con el pintor Juan García Corrales. Ceán Bermúdez afirma que fue el pintor Juan del Castillo quien, a su paso por Granada, advirtió el talento de Alonso Cano, aconsejando a su padre que le enviara a Sevilla para completar su formación.

En 1614 Miguel Cano se trasladaba a Sevilla con su familia, ejerciendo Alonso Cano como colaborador de su padre. Este contrató con Francisco Pacheco la incorporación de Alonso como aprendiz para formarse en el campo de la pintura. Según Antonio Palomino, después pasaría a los talleres de Juan del Castillo y de Francisco de Herrera el Viejo. En 1626 Alonso Cano ya había aprobado su examen de oficio y arte como pintor de imaginería, especulándose que por los años 20 completase su formación en escultura junto a Juan Martínez Montañés, a juzgar por la influencia que recibe su estilo. En 1629 ya figura en los contratos como maestro escultor y arquitecto, consolidándose su prestigio como artista.

Ramón Barba. Relieve de Alonso Cano, 1830, mármol
Fachada Edificio Villanueva, Museo del Prado, Madrid

     En 1637 es reclamado desde Madrid por el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, instalándose en la ciudad de la corte en 1638. Allí pudo conocer las colecciones reales, tomando inspiración de la obra de su colega Velázquez, de la pintura veneciana del siglo XVI y de la influencia de Caravaggio, advirtiéndose una evolución en su obra hacia un estilo más colorista y con figuras de gran elegancia. En Madrid fue maestro de Sebastián Herrera Barnuevo. Tras un periodo de problemas con la justicia en 1644, Alonso Cano estuvo refugiado en la valenciana Cartuja de Porta Coeli, regresando a Madrid al año siguiente.

Tras solicitar al rey una prebenda en el cabildo de la catedral de Granada y serle concedido el cargo de racionero catedralicio, en 1652, como ya se ha dicho, Alonso Cano regresaba a su ciudad natal en plena madurez como artista, donde comenzó a simultanear sus obligaciones en la catedral de Granada con otros encargos solicitados por particulares y órdenes religiosas. Es el caso de las monjas franciscanas del Convento del Santo Ángel Custodio, para las que no sólo realiza pinturas y esculturas, sino que también, como arquitecto, diseña la portada de la iglesia.

Para ser colocadas en hornacinas situadas en las cuatro esquinas del crucero de aquella iglesia conventual, Alonso Cano, contando con la colaboración de su discípulo Pedro de Mena, realizó las esculturas de tres santos franciscanos, San Antonio de Padua, San Pedro de Alcántara y San Diego de Alcalá, así como otra representando a San José con el Niño, esculturas que presentan tanta compenetración estilística y composiciones relacionadas entre sí en sus actitudes y ritmos, que es imposible discernir qué es lo que realizaron cada uno de los dos grandes maestros.

Alonso Cano. Cabeza de San Juan de Dios, 1660-1665
Museo de Bellas Artes de Granada

     La altura a la que iban a ser colocadas —a unos cuatro metros de altura— fue tenida en cuenta por el escultor, que colocó las cabezas dirigidas hacia abajo y las rollizas figuras del Niño Jesús asomando entre los brazos de los santos. En ellas, por influencia de los modelos clásicos que había conocido en Madrid, renuncia a la exagerada gestualidad de otros escultores barrocos para expresar en sus figuras un movimiento contenido, reducido al adelantamiento de la rodilla y a los bordes de los paños reducidos a finísimas láminas, así como con un gesto de ensimismamiento común en toda su obra escultórica, en este caso con esculturas de una gran estabilidad y monumentalidad caracterizadas por los rostros ovalados, los ojos ligeramente rasgados y una gestualidad de gran calado místico, haciendo gala en todas ellas de una técnica magistral en la talla, el modelado y la policromía.                   

En efecto, la faceta de pintor de Alonso Cano se refleja en el tratamiento de una policromía preciosista, tanto en el tratamiento de los paños, ajustados a la austeridad de las clarisas, como en los tonos rosados y luminosos de las carnaciones, cuyo tratamiento, a modo de pintura de caballete, contribuye a la consecución de un naturalismo y un realismo sorprendente, trabajo que volvería a repetir pocos años después en la cabeza de San Juan de Dios, perteneciente a una escultura de vestir de la que se desconoce su procedencia y que, proveniente de uno de los conventos granadinos desamortizados en el siglo XIX, se guarda igualmente en el Museo de Bellas Artes de Granada, obra en la que María Elena Gómez Moreno encuentra semejanzas con los mejores retratos romanos. Por otra parte, al sobresaliente realismo facial de estas esculturas, al margen de los efectos pictóricos de la policromía, contribuye la incorporación de ojos postizos de cristal.

Alonso Cano. Virgen de Belén, h. 1664
Catedral de Granada

     Es destacable el imaginario de Alonso Cano respecto a las figuras de niños, especialmente en las del Niño Jesús, aquí presentes en las tallas de San José y San Antonio de Padua, que presentan de forma continua a un niño rollizo, inquieto y vivaracho, existiendo un estrecho paralelismo entre sus obras escultóricas y pictóricas, como se puede comprobar en la pintura de la Virgen del Lucero que se expone en la misma sala del Museo de Bellas Artes de Granada (depósito del Museo del Prado), realizada poco antes de abandonar Madrid, o en la sugerente Virgen de Belén de la catedral de Granada, realizada en esta ciudad por el gran maestro hacia 1664.

Esta serie procedente del Convento del Santo Ángel se puede considerar como uno de los ejemplos más destacados de toda la escultura barroca policromada de España, donde la fusión de lo escultórico y lo pictórico se complementan de forma magistral, de modo que Alonso Cano con los pinceles continúa el trabajo realizado con gubias y escofinas. Incluso la incorporación de ojos postizos de cristal, más allá del efecto realista, significa un equilibrado matiz pictórico que completa el hondo contenido espiritual de cada figura, poniendo de manifiesto la creatividad del polifacético artista en el diseño de obras pensadas para lugares y espacios concretos.

Por último, recordar que el Convento del Santo Ángel fue demolido en 1933, ingresando las cuatro esculturas, pocos años después, en el Museo de Bellas Artes de Granada, donde se exponen en la actualidad.

 



San Antonio de Padua con el Niño Jesús

Canonizado por la Iglesia en 1232, el santo lisboeta está representado joven, con tonsura monacal, descalzo y revestido del hábito franciscano. Ensimismado, dirige su mirada a la rolliza figura del Niño Jesús que sujeta, junto a un pañal, entre sus brazos, con la pierna izquierda del infante flexionada para aportar dinamismo a la composición. Otro tanto ocurre con la pierna izquierda del santo, ligeramente adelantada bajo el hábito, sugiriendo casi una posición de marcha. Es destacable el suave modelado del hábito, así como la ascética textura de la estameña remarcada con los efectos de una policromía aplicada con gran minuciosidad, lo que hace resaltar el verismo de las carnaciones de la cabeza, plena de matices realistas, y de la figura del Niño, con tonos rosáceos pálidos que complementan los detalles mórbidos en la talla de la figura infantil. La iconografía del santo se ajusta a la desarrollada de forma generalizada tras la Contrarreforma, basada en la supuesta aparición del Niño Jesús durante un viaje que hizo el santo a Francia, posiblemente en la zona de Limoges.

 


San Pedro de Alcántara

Esta escultura devocional se realiza previamente a que el santo alcantarino fuese canonizado, después de ser beatificado por el papa Gregorio XV en 1622 (la canonización se produciría en 1669 por el papa Clemente IX).  Amigo y consejero de Santa Teresa de Jesús, aparece representado como un hombre maduro en un rapto de inspiración mística, posiblemente aludiendo a su Tratado de la oración y meditación, en el que hace una versión popular de la obra del mismo título escrita por Fray Luis de Granada. Por este motivo, es la única de las cuatro esculturas que tiene la cabeza levantada y la mirada dirigida a lo alto, sujetando en su mano derecha el libro y en la izquierda un cálamo que no se ha conservado. El hábito permite percibir una posición clásica de contrapposto, recurso que proporciona movimiento a la escultura al hacer descansar el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda, permitiendo al tiempo flexionar y adelantar la derecha, lo que produce una inclinación de la cadera, rompiendo de este modo la ley de frontalidad sin que la figura pierda el equilibrio. Viste el hábito franciscano ajustado a la cintura por el cordón característico de la Orden, con tres nudos alusivos a los votos de Pobreza, Obediencia y Castidad o bien con los cinco nudos que representan los estigmas de Cristo, un elemento postizo que se conserva incompleto. El austero sayal de estameña forma grandes pliegues redondeados que proporcionan un acertado efecto de claroscuro, haciendo destacar el trabajo de las manos, pies y cabeza, que con los detalles de la policromía son elementos descritos con admirable precisión anatómica. 

San Diego de Alcalá

Este santo oriundo de la población sevillana de San Nicolás del Puerto y canonizado por el papa Sixto V en 1588, aparece representado como un joven fraile con extraordinaria originalidad, aunque su figura aluda al milagro más representado en su iconografía, aquel que se refiere a la leyenda, según la cual, Diego acostumbraba a repartir comida entre los pobres que acudían a las puertas del convento, algo que sus superiores consideraban excesivo y molestoso, por lo que le prohibieron excederse en tanta caridad. En cierta ocasión vieron que Diego escondía algo en el hábito después de haber entregado la limosna diaria, haciéndole mostrar lo que ocultaba con el fin de reprenderle, pero milagrosamente los panecillos se habían convertido en rosas. Por este motivo, San Diego de Alcalá es presentado por Alonso Cano ante el espectador, que conocía la leyenda piadosa por ser una devoción muy extendida en aquel tiempo, recogiendo con elegancia el hábito en que ocultaba las limosnas —que no se ven, pero se intuyen— a la altura de la cintura, lo que produce una cascada de pliegues que son característicos en su producción escultórica, modelados con un naturalismo que junto a la recreación del tejido de estameña —pintado a cordoncillo en relieve— consigue que la madera quede desnaturalizada. El expresivo rostro se complementa con el acompasado y rítmico movimiento de la pierna izquierda adelantada y de sus manos recogiendo el hábito, a lo que se suman los pies descalzos, adelantado el izquierdo y levemente levantado el derecho. Una singular armonía escultórica proporciona a la figura una serena elegancia. De nuevo destacan los efectos anatómicos y la tersura de los pies, manos y rostro, al tiempo que sitúan a Alonso Cano como un gran creador de tipos ideales cargados de misticismo. Quizá esta sea la escultura en que mejor consigue reflejar la vida interior y la elevación mística del santo, absorto en reflexiones interiores y ajeno a todo lo que le rodea. 

San José con el Niño

De las cuatro esculturas realizadas por Alonso Cano, la de San José es la que muestra una mayor soltura compositiva y movimiento, ofreciendo la esencia y los rasgos propios del estilo barroco que caracteriza la obra de Alonso Cano. La escultura está concebida para ser contemplada desde abajo, tanto de frente como en sus dos perfiles, presentando, como las esculturas de los santos franciscanos, una mínima parte de la espalda sin tallar y recubierta de lienzos encolados. De modo muy original, San José aparece en actitud de caminar, con la pierna derecha adelantada dando el paso. El santo viste una sencilla túnica y un amplio manto que apoyado sobre el hombro izquierdo se desliza por la espalda y es recogido al frente bajo el brazo que sujeta al Niño, cayendo en forma de numerosos pliegues menudos y describiendo una diagonal que llega a los pies. Con su brazo izquierdo estrecha contra su pecho al Divino Infante, cuyo dinamismo se acompaña del leve giro del torso de San José, que queda compensado con el brazo derecho flexionado y en posición retrasada, sujetando en la mano la vara florida que al tiempo le sirve de apoyo y equilibra todo el movimiento. La cabeza de San José, de exquisito modelado y virtuosa talla en cabellos, rostro y barba, presenta una mirada profundamente meditativa, con un rictus entre triste y silencioso. Su figura completa el denso y hondo coloquio de formas y expresiones, con profundos contenidos de reflexión y pensamiento, que se establece entre las cuatro esculturas creadas por Alonso Cano.

Alonso Cano. Virgen del Lucero, 1645-1652
Museo de Bellas Artes de Granada (depósito Museo del Prado)

     En esta escultura destaca el desbordamiento expresivo del Niño que, cogido con la mano derecha a la túnica del santo y sujetando la izquierda sobre el brazo paterno, airoso gira su cuerpo para dirigir su mirada al espectador con gesto curioso y desenfadado. Su figura presenta un hermoso desnudo pleno de morbidez, blandura y dinamismo, encontrando su amable gestualidad el contrapunto en la mirada profunda y meditativa de San José.      

 

  Informe: J. M. Travieso.

 




Pedro de Mena. San Francisco de Asís
Fundación europea / adquirida en el mercado del arte en 2017








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