LA VISIÓN DE TONDAL
Taller de Hieronymus Bosch, el
Bosco (Hertogenbosch,
Países Bajos, ca. 1450-1516)
Entre 1478 y 1485
Pintura al temple graso sobre
tabla de roble, 540 x 720 mm
Museo Lázaro Galdiano, Madrid
Pintura flamenca (Gótico final)
La popularidad de este texto fue enorme, pues sólo en el siglo XV se hicieron cuarenta y tres ediciones y traducciones en quince idiomas diferentes. De “Las visiones del caballero Tondal” se conserva un manuscrito iluminado de 1475 que, tras pasar por numerosos propietarios, actualmente se guarda en el Museo Getty de Los Ángeles. Es una versión francesa del célebre texto medieval irlandés y el único manuscrito iluminado que se conserva de esta obra, con un texto redactado por Davis Aubert en Gante y 20 miniaturas realizadas por Simon Marmion en Valenciennes, así como bordes con orlas decoradas con las iniciales “CM”, que aluden a Carlos el Temerario y su esposa Margarita de York, duquesa de Borgoña, que fue la que encargó el manuscrito.
Interpretación
iconográfica de “La Visión de Tondal”
Siguiendo la pormenorizada interpretación de la pintura realizada por
Amparo López Redondo, conservadora del Museo Lázaro Galdiano, intentaremos
comprender, en la medida de lo posible, el significado del conjunto de
alucinantes imágenes que inevitablemente rememoran los esfuerzos cognitivos que
exige “El Jardín de la Delicias” del Museo del Prado, donde El Bosco
igualmente encontró referencias en la versión impresa de La Visión de Tondal.
Ocupa el centro de la composición, formando parte del paisaje, una gran
cabeza humana que toma el aspecto de una montaña. De esta manera, y siguiendo
la idea renacentista, el hombre se sitúa en el centro del universo, tanto
paisajístico como moral, ejerciendo al tiempo como elemento que ordena el
significado general de la pintura. A sus cuencas vacías, a modo de óculos que
permiten contemplar un fondo de lagos tenebrosos, y en la formación que simula
la oreja se asoman ratas negras, símbolo medieval de la lujuria y transmisoras
de la peste, que aquí vienen a significar que las tentaciones penetran a través
de los sentidos y el sentimiento de culpa del hombre por el pecado. Sobre la
frente de la cabeza y sujeto por los árboles que surgen de las orejas se
extiende un gran paño blanco que recuerda un paño de altar o el sudario de
Cristo.
Desde la nariz del rostro humano cae un buen número de monedas de oro que
aluden al pecado de la avaricia. Estas se vierten sobre una cuba de vino en la
que, a modo de baño, retozan monjas y frailes desnudos —identificables por la
tonsura— simbolizando la lujuria, así como un ballestero con su arma y una
presencia cadavérica vestida con hábito que recuerda las representaciones de
las danzas macabras y sugieren a los vivos su condición mortal y su
vulnerabilidad ante el pecado.
Sobre la gran toca, en el ángulo superior derecho del cuadro, se
superpone una estancia con dosel en la que se encuentra un personaje dentro de
una cama con ruedas al que asedian extraños e infernales reptiles, mientras a
los pies un personaje de aspecto cadavérico descorre una cortina mostrándole
una visión del Infierno. La escena se interpreta como un símbolo del pecado de
la pereza y recuerda en cierto modo a La muerte del avaro de El Bosco,
pintura que se encuentra en la Galería Nacional de Arte de Washington.
Completando la escena, a su lado y visible al fondo, se contempla una
impactante visión infernal de una ciudad con una torre en llamas a la que
llegan personajes desesperados a través de lo que parece un mar de fuego,
mientras otros sufren en las alturas distintos castigos.
Más arriba, una joven mujer desnuda y con gesto melancólico, sentada
sobre un manto natural de lúpulo, rechaza las insinuaciones de una anciana con
máscara mortuoria que sujeta un espejo, símbolo de la vanidad o la soberbia,
siguiendo una imagen muy repetida en las danzas macabras. Al fondo, se divisa
una visión del Edén rodeado de un luminoso lago de delicias en el que disfrutan
las almas. Entre dos rocas y atravesada por las ramas de un árbol el espacio
está presidido por una insólita esfera humeante en cuyo interior un hombre
atiza el fuego, a modo de Prometeo, portador del fuego de los dioses. Le
acompaña una figura femenina, tal vez Pandora, haciendo una referencia clásica
al mensaje cristiano que está implícito en la pintura, pues estos elementos que
se han interpretado como una alusión a Cristo como nuevo Prometeo, cuyo
discurso de redención viene reforzado por la presencia de un caracol en una de
las ramas.
Por último, reseñar que los significados de las obras flamencas, más aún las de El Bosco, son difíciles de desentrañar en nuestro tiempo como ejemplo de la familiaridad con lo sobrenatural que se ha perdido, aunque son indispensables en el intento de conocer las ideas de la sociedad de su tiempo, sus miedos, sus creencias y la invención y recreación de sus mitos.
De esta composición con el relato de las visiones de Tondal existen tres
versiones. Junto a esta conservada en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid y de
una forma muy semejante aparece la versión que Tolnay incluyó en 1937 en el
catálogo monográfico de El Bosco como “Visio Tondaly” y que se conserva
en la colección de Nicolaas Beets de Ámsterdam, donde el caballero Tondal, al
contrario que en la tabla del museo madrileño, presentado como un noble o
burgués, aparece caracterizado como un príncipe, con armiño e indumentaria
real. El mismo Tolnay relaciona esta segunda versión con el artífice del Juicio
Final de Brujas, una de las obras más significativas de El Bosco.
Informe y
fotografías: J. M. Travieso.
Páginas del manuscrito de "Las visiones del caballero Tondal", 1475 Texto: Davis Aubert / Miniaturas: Simon Marmion Museo Getty, Los Ángeles |
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