1 de noviembre de 2025

Theatrum: BAUTISMO DE CRISTO, exaltación trentina de un sacramento






BAUTISMO DE CRISTO

Anónimo romanista, seguidor de Esteban Jordán (León, h. 1530 – Valladolid, 1598)  

Hacia 1590

Madera policromada, Cristo 140 cm y San Juan Bautista 163 cm de altura

Iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, Valladolid

Escultura renacentista. Corriente romanista

 

 






     Este grupo escultórico procede de la desaparecida iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, parroquia que en 1861 ocupó el templo del convento del mismo nombre que perteneciera a la orden de los mínimos de San Francisco de Paula en el margen derecho del Pisuerga. El año 1964 dicho templo fue derribado y sustituido por una iglesia moderna en el barrio de la Victoria de Valladolid, a la que fueron trasladadas algunas obras artísticas, entre ellas la fachada principal, obra pétrea atribuida al arquitecto Matías Machuca y acabada en 1730, así como el retablo mayor, realizado en 1594 por Esteban Jordán y colocado en 1863 tras ser trasladado desde la primitiva iglesia de San Ildefonso1. Otras obras reaprovechadas fueron la notable escultura de un Cristo crucificado del siglo XVI, una pintura de la Unidad en la Trinidad del siglo XVII, atribuida a Blas de Cervera y procedente del antiguo convento de Agustinas Recoletas, un crucifijo de marfil, obra filipina del siglo XVIII, diversas piezas de orfebrería y este grupo escultórico del Bautismo de Cristo que actualmente está instalado en el baptisterio de la nueva iglesia.

     El grupo, prácticamente de tamaño natural y concebido en origen para presidir un retablo como medio de exaltación del sacramento del bautismo respondiendo a los postulados trentinos, según se deduce de la carencia de talla en el dorso, está compuesto por las figuras de Cristo y San Juan Bautista, que aparecen colocadas frente a frente siguiendo la iconografía tradicional, ignorándose si iba acompañado de un tablero de fondo con elementos paisajísticos pintados, como el río Jordán entre las dos rocas que aparecen como base de las figuras. Actualmente se presenta exento, reducido a los dos personajes enfrentados en plena celebración del bautismo.

Cristo aparece en plena desnudez y con el paño de pureza sujeto a la cintura por una correa. En actitud de rodillas sobre una roca, cruza sus brazos a la altura del pecho mientras inclina suavemente su cabeza al frente en un gesto de entrega y sumisión. Su cabeza presenta una larga melena simétrica, dirigida hacia atrás y con rizos poco profundos que deja visible parte de las orejas, así como una barba algo más elaborada. Su nariz es afilada y, de acorde a la época de su ejecución, los ojos están pintados, sin el uso de postizos.

     San Juan Bautista apoya su pierna derecha flexionada sobre otra roca sobre la que mantiene un forzado equilibrio, lo que unido a su brazo derecho levantado para derramar el agua sobre la cabeza de Cristo (la concha habitual, tallada independientemente, ha desaparecido) proporciona un efectista dinamismo a la composición. Cubre su cuerpo con una rudimentaria túnica de piel de camello, con aberturas laterales, y un manto que le cubre la espalda y el brazo izquierdo. Su cabeza repite las mismas características que la de Cristo —se podría decir que son idénticas—, siguiendo rasgos arquetípicos propios de los escultores manieristas, en este caso adoleciendo de cierta inexpresividad.

Hay que destacar que la posición de San Juan Bautista se ajusta con fidelidad a una de las ilustraciones (Tabula V, Libri II) del libro publicado en Roma en 1556 por el médico y anatomista Juan Valverde de Amusco (Amusco, Palencia, 1525 – Roma, 1587) bajo el título de Historia de la composición del cuerpo humano, obra que contó con la participación ilustradora, entre otros, de Gaspar Becerra, constituyendo un contundente ejemplo de interrelación entre los campos de la ciencia y el arte en tiempos del Renacimiento europeo.

     En el Bautismo de Cristo ambas figuras presentan la ampulosidad y monumentalidad características del manierismo romanista que dominó en la escultura castellana durante el último tercio del siglo XVI, sobre todo después de los modelos de Gaspar Becerra, en esta ocasión con un canon alargado que no es frecuente en la corriente romanista, aunque el propio Gaspar Becerra, maestro de Esteban Jordán, no dejara de utilizarlo, por motivos funcionales, en algunas esculturas del retablo mayor de la catedral de Astorga (1558-1584), como es el caso de la figura de Santo Tomás.

El plegado de la indumentaria no presenta la ampulosidad que suele utilizar Esteban Jordán desde sus inicios, con vestiduras abultadas que resaltan el volumen de las figuras. En este caso los pliegues son bastante planos y con perfiles muy finos. Por todos estos matices, el grupo del Bautismo de Cristo podría atribuirse a algunos de los colaboradores del amplio grupo que trabajó en el taller de Esteban Jordán en Valladolid para atender la gran demanda de imágenes, en todo tipo de materiales, desde distintas poblaciones del territorio castellano.

     Bajo los auspicios de la Contrarreforma, la iconografía del Bautismo de Cristo se intensificó desde las últimas décadas del siglo XVI, con importantes obras pictóricas de, entre otros, Navarrete el Mudo, Annibale Carracci, Tintoretto, El Greco, etc., adquiriendo un gran desarrollo en tiempos del barroco, con autores como Guido Reni, Alessandro Turchi, Willen van Herp, Juan de Pareja, José de Ribera, Murillo, etc., alcanzando incluso el siglo XVIII..

Asimismo, durante el barroco el tema también fue abordado por grandes maestros escultores, como es el caso de Gregorio Fernández en Castilla, autor en 1624 del Bautismo de Cristo encargado para la iglesia del Carmen Descalzo de Valladolid, actualmente en el Museo Nacional de Escultura. Otro tanto ocurrió en la escuela andaluza, como el altorrelieve realizado por Juan Martínez Montañés entre 1610 y 1620 para el retablo de San Juan Bautista de la iglesia de la Anunciación de Sevilla, o el que realizara el mismo escultor en 1624 para el monasterio sevillano de San Leandro. Notable es igualmente el relieve realizado por Felipe de Ribas en 1637 para el retablo de San Juan Bautista del Monasterio de Santa Paula de Sevilla. Fuera de España destaca el grupo marmóreo realizado por Francesco Mochi en 1654 y colocado en la iglesia romana de San Giovanni dei Fiorentini, así como el grupo del Bautismo de Cristo realizado en mármol entre 1700 y 1703 por Giuseppe Mazzuoli y que preside el altar mayor de la concatedral de San Juan de La Valeta (Malta).

El grupo vallisoletano fue restaurado en 2016 por la Fundación Las Edades del Hombre para ser presentado en la exposición Aqva celebrada en Toro (Zamora)1.

 

 

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 

 


Notas


1 PARRADO DEL OLMO, Jesús María: Bautismo de Cristo. Exposición Aqva, Fundación Las Edades de Hombre, Toro (Zamora), 2016, p. 224.

 







Juan Valverde de Amusco
"Historia de la composición del cuerpo humano", 1560
Diseño de Gaspar Becerra cuya posición corporal
repite la figura de San Juan Bautista
Museo del Santo Ángel, Sevilla

































GREGORIO FERNÁNDEZ
Bautismo de Cristo, 1624
Museo Nacional de Escultura, Valladolid














JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS
Bautismo de Cristo
Retablo de San Juan Bautista, 1610-1620
Iglesia de la Anunciación, Sevilla















JUAN MARTÍNEZ MONTAÑÉS
Bautismo de Cristo, 1622
Monasterio de San Leandro, Sevilla
(Foto Daniel Salvador)
















FELIPÈ DE RIBAS
Bautismo de Cristo, 1637
Retablo de San Juan Bautista
Monasterio de Santa Paula, Sevilla















FRANCESCO MOCHI
Bautismo de Cristo, 1654
Iglesia de San Giovanni dei Fiorentini, Roma














GIUSEPPE MAZZOLI
Bautismo de Cristo, 1700-1703
Concatedral de San Juan, La Valeta (Malta)












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1 de octubre de 2025

Visita virtual: CRISTO SOBRE LA PIEDRA FRÍA, reflexión en la hora de la muerte








CRISTO SOBRE LA PIEDRA FRÍA  

Anónimo flamenco, taller de Amberes

Hacia 1500

Madera policromada

Capilla de San Enrique, Catedral de Burgos

Escultura gótica. Escuela flamenca

 

 







     La peculiar iconografía de esta escultura, denominada Cristo sobre la piedra fría,  está relacionada con la Pasión de Cristo, aunque nada tiene que ver con otro tipo de representaciones más generalizadas, como es el caso del Ecce Homo, con la que muchas veces se confunde por presentar la figura de Cristo coronado de espinas, con las manos atadas y en actitud desvalida, aunque le falte el manto púrpura que cita el evangelio de San Juan (19,5) y la tradicional inclusión de una caña como atributo. Pero si en este pasaje se le suele representar erguido, en el tipo de iconografía de la talla que tratamos la figura de Cristo es representada invariablemente en actitud sedente, concretamente sobre una roca que simboliza el Gólgota, idea a menudo reforzada por la presencia de una o varias calaveras, lo que alude a un momento previo a la crucifixión. Emile Male quizá fue el primero en señalar esta diferencia entre los tipos iconográficos del Ecce Homo y Cristo en la piedra fría, ambos aparecidos simultáneamente en el periodo del gótico tardío1. 

     Otro tema iconográfico con el que se puede confundir es con el denominado Varón de Dolores, que no trata de un episodio específico de la Pasión, sino de un tema simbólico de la Redención, en el que la imagen pasional de Jesús responde a un momento posterior a la Resurrección, mostrando las heridas causadas durante la crucifixión, en especial la llaga del costado derecho, de la que se hace verdadera ostentación. Fue Louis Reau quien indicó esta diferencia, apuntando que, a las representaciones de Cristo en la piedra fría, como episodio previo a la crucifixión, en la Edad Media se las denominaba Cristo de Piedad o Cristo lastimoso2.

No es fácil determinar la fuente literaria que proporcionó inspiración para esta imagen, pues las escenas de los preparativos para la crucifixión son ignoradas tanto por los autores de los evangelios canónicos como en los evangelios apócrifos. Algunos historiadores sugieren la hipótesis de que el origen literario se podría encontrar en la literatura de los Místicos, tan abundante en la baja edad media, como por ejemplo Las Meditaciones del Pseudo Buenaventura, obra del siglo XIII que relata la vida de Cristo con profusión de pormenores, estructurando las reflexiones sobre la pasión de acuerdo a la distribución de las horas litúrgicas, aunque en lo referido a la hora sexta, en que se produce la crucifixión, solamente se describe cómo los sayones despojan a Cristo de sus vestiduras.

     Otras teorías apuntan a las Celestiales Revelaciones escritas por Santa Brígida, igualmente textos que inspiraron las representaciones plásticas bajomedievales, donde se narra que es el propio Cristo el que se desnuda en el Gólgota y otro personaje quien le entrega un paño para cubrirse. Otro texto significativo es la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, donde además de citar la desnudez —que la Virgen remedia entregando su propio velo— se menciona que los jueces, temerosos de que Cristo realizara algún milagro, lo llevan hasta una cueva y lo dejan solo mientras se realizaban los preparativos de la crucifixión. 
     A este respecto hay que destacar la propuesta que hace Robert Didier estudiando este tipo de representación, que encuentra una respuesta interesante en los textos del fraile franciscano Johannes Brugman (ca. 1400-1473), uno de los cuales alude a “Cristo sentado sobre una piedra en el Calvario”, tal vez la verdadera fuente de inspiración de esta iconografía, al menos en el ámbito de los Países Bajos.


     Sea cual sea la auténtica fuente inspiradora, la iconografía de Cristo sobre la piedra fría se convirtió, a partir de la segunda mitad del siglo XV, en una imagen de devoción, difundiéndose el tema a través de estampas centradas en el pasaje relativo a los preparativos del martirio, como ocurre en la serie dedicada a la Pasión por Israhel van Meckenem a finales de siglo, donde, a pesar de la leyenda Ecce Homo, presenta a Cristo en el Calvario ensimismado, tan solo cubierto por el paño de pureza y con la corona de espinas en su cabeza.

Seguramente más influyente en los artistas fue la imagen que Alberto Durero incorpora en el frontis de su serie dedicada a la Pasión, realizada en 1511, donde aparece Cristo sentado sobre una piedra tallada, con la corona de espinas, sin ningún tipo de ataduras y sujetando su rostro con la mano derecha con gesto de aflicción. Desde los inicios del siglo XVI varios pintores de la escuela flamenca desarrollaron este tema, como Hans Holbein el viejo (Niedersächsische Landesgalerie, Hanover), Cornelis Engelbrechtsz (Museo de Bellas Artes, Amberes) o Bernald van Orley (National Gallery, Edimburgo). En España el tema fue recogido por Juan de Flandes, que entre 1496 y 1497 realiza la tabla que se conserva en el Museo Nacional del Prado y que presenta un estilo equiparable al Políptico de Isabel la Católica (Galería de las Colecciones Reales, Madrid), con Cristo en plena desnudez, sumido en sus pensamientos y alejado del primer plano, lo que acentúa la sensación de soledad.

     No obstante, como tema pictórico resulta casi excepcional, siendo en el campo de la escultura donde predominó la imagen de un Cristo solitario y reflexivo en el momento precedente a su martirio, siendo una de las más antiguas la de la catedral de Brunswick (Baja Sajonia), datada, según Gertrud Schiller, a finales del siglo XIV. En la zona donde mayor aceptación alcanzó la iconografía de Cristo sobre la piedra fría fue en los antiguos Países Bajos, habiéndose sugerido que fue en el entorno de los talleres de Bruselas donde, a mediados del siglo XV, se generó el prototipo original, asimilado después por talleres de Lovaina y Amberes y finalmente expandido con éxito en el mundo nórdico.

 


El “Cristo sobre la piedra fría” de Burgos

     Esta escultura, que fue elaborada por un escultor anónimo en uno de los talleres de Amberes en torno al año 1500, llegó a Burgos debido a las estrechas relaciones comerciales y vínculos tanto políticos como artísticos que desde el siglo XV se establecieron entre Castilla y Flandes. Actualmente, en la catedral burgalesa preside el retablo mayor barroco de la Capilla de San Enrique, obra de Juan de Sierra y Bernabé de Hazas en 1674, en un espacio fundado en 1670 por el cardenal Enrique Peralta y Cárdenas —que está enterrado en el recinto— y levantado en época barroca sobre dos capillas góticas preexistentes, siendo la imagen herencia de una de ellas.

La escultura está elaborada en madera policromada y sigue el modelo aparecido en Bruselas, hacia mediados del siglo XV, conocido como Cristo sobre la piedra fría, un pasaje de acentuado patetismo en el que Cristo se encuentra sentado sobre un peñasco en el Monte Calvario a la espera de ser crucificado. Cristo aparece con las piernas ligeramente orientadas a la izquierda, con los pies apoyados a diferentes alturas, mientras el torso y la cabeza giran hacia la derecha, cruzando los brazos a la altura del abdomen. Sobre su cuerpo se aprecian las llagas producidas en los castigos previos a la crucifixión, como los pasajes de la Flagelación y la Coronación de espinas, ciñendo su cabeza con una abultada corona formada por ramas entretejidas y talladas en la propia madera, al igual que la gruesa soga que ata sus brazos a la altura de las muñecas.

     Su enjuta anatomía reproduce con verosimilitud algunos detalles, como los huesos abultados de las clavículas, la caja torácica con las costillas remarcadas y la representación de las venas en manos y pies, matices que contribuyen a apreciar la calidad de la imagen. Cristo se cubre con un paño de pureza de tono marfileño y con una orla dorada que se prolonga por el costado izquierdo, reteniendo sobre el muslo derecho parte de la túnica azul de la que ha sido despojado y que, igualmente adornada con orlas doradas en los bordes, cae hasta sus pies, ambos paños formando numerosos y quebrados pliegues al modo flamenco. A los lados de la túnica sobresalen dos efectistas calaveras, de tratamiento naturalista, que aportan la referencia espacial en que se produce la acción, es decir, el Gólgota (Lugar de la calavera), contribuyendo asimismo al componente dramático de la escena.

El sentido dramático de la figura queda muy bien reflejado en el trabajo de la cabeza, que presenta un rostro considerablemente estilizado. Su mirada es triste, con las cejas arqueadas, el entrecejo fruncido, los ojos hundidos y los párpados hinchados sugiriendo el llanto. La nariz es larga y bien perfilada, mientras en la boca, que permanece entreabierta, se aprecian los dientes. Rodea la boca una corta barba de dos puntas simétricas minuciosamente descritas, quedando el rostro enmarcado por una larga melena conformada por largos, densos y sinuosos tirabuzones que, calados en sus extremos, caen en vertical sobre los hombros. 

     De esta singular iconografía de origen flamenco Muñiz Petralanda llega a localizar hasta diez ejemplares3, de autores flamencos o hispanoflamencos, en territorio español:

* Capilla de San Enrique, Catedral de Burgos, 1500, el de mayor calidad de todos.

* Monasterio de Santa María la Real de Vileña, Villarcayo (Burgos), h. 1500, talla 

  de 30 cm.

* Museo Diocesano de Arte Sacro, Bilbao, 1500-1510.

* Ermita de la Piedad, Ondarroa (Vizcaya).

* Ermita del Santo Cristo de la Piedad, Lekeitio (Vizcaya).

* Iglesia del Convento de San Antonio, Vitoria.

El "Cristo sobre la piedra fría" en el retablo barroco de la
Capilla de San Enrique, Catedral de Burgos
     * Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad en la Vera Cruz, Vitoria.

 * Iglesia de San Felipe y Santiago, Zaragoza, entre 1475 y 1520.

 * Monasterio Real de Santa María de Pedralbes (Barcelona), h. 1500.

 * Real Convento de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de la Palma, s. XVI.

 


Informe y fotografías: J. M. Travieso.

 



Israhel van Meckenem. Grabados de la Pasión, s. XV
Metropolitan Museum, Nueva York

Notas


1 MALE, Emile: L’art religieux de la fin du moyen âge, París, 1908, p. 98.

2 REAU, Louis: Iconografía del arte cristiano, t. II, Barcelona, 1996, pp. 487-489.

3 MUÑIZ PETRALANDA, Jesús: El Cristo sobre la piedra fría. Notas en torno a una imagen del Museo Diocesano de Bilbao y el arraigo de su iconografía en Vizcaya. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 69-70, Universidad de Valladolid, 2003-2004, págs. 247-278.

 







Alberto Durero. Frontis de la Pasión pequeña, 1511
Museo Arocena, Torreón (México)














Juan de Flandes. Cristo sobre la piedra fría, 1496-97
Museo Nacional del Prado














Anónimo flamenco. Cristo sobre la Piedra Fría
Izda: S. XVI, Catedral de San Pedro, Lovaina
Dcha: Hacia 1550, Museo del Hospital de San Juan, Brujas












Anónimo hispanoflamenco. Cristo sobre la Piedra Fría
Izda: Hacia 1500, Monasterio de Pedralbes, Barcelona
Dcha: Mercado del arte, Gal. Segre












Jan Gossart. Cristo sobre la Piedra Fría, 1520
Museo del Louvre, París












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1 de septiembre de 2025

Visita virtual: CRISTO DE LOS VALDERAS, la veracidad plástica concebida para conmover







CRISTO DE LA AGONÍA O CRISTO DE LOS VALDERAS

Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576 - Valladolid 1636)

1631

Madera policromada y postizos

Iglesia de San Marcelo, León

Escultura barroca. Escuela castellana

 

 






     Entre la más de una docena de imágenes de “Cristo crucificado” que elaboró Gregorio Fernández —en distintos formatos— a lo largo de su carrera, una de las más relevantes es el Cristo de la Agonía (también conocido como Cristo de los Valderas), realizado en su etapa de madurez y conservado en la iglesia de San Marcelo de León. En este tipo de iconografía, al igual que ocurre en sus geniales creaciones de Cristo yacente, se puede rastrear la evolución de su estilo desde 1610 hasta el momento de su muerte en 1636, en todo momento ajustado a los ideales de la Contrarreforma.

En un principio, poco después de su llegada a Valladolid, sus obras presentan un refinado manierismo por influencia de Pompeo Leoni. Esta primera etapa se caracteriza por aplicar una anatomía hercúlea, serena y corpulenta, al tiempo que se definen los rasgos que serán comunes en ejemplares futuros, como la inclinación de los brazos, la pierna derecha remontando la izquierda, el paño de pureza anudado a la derecha y deslizándose en diagonal, el cabello dejando visible la oreja izquierda, la barba de dos puntas, la boca entreabierta, etc., siendo buen ejemplo de ello el monumental Cristo de los Trabajos (h. 1610) de la iglesia de la Asunción de Laguna de Duero (Valladolid).

     Al final de la década y en los años 20 del siglo XVII, su estilo evoluciona hacia un tipo de anatomía más depurada y estilizada en la búsqueda del naturalismo barroco, en el que los sentimientos se captan a través de los sentidos. Encontrando el realismo como el lenguaje plástico más idóneo, en esta segunda etapa Gregorio Fernández también comienza a aplicar movimiento al paño de pureza y diferentes postizos anatómicos, como ojos de cristal, dientes de marfil, llagas de corcho, uñas de asta, etc. Sirva como referencia el Cristo del Amparo (1615-1621) de la iglesia de San Pedro de Zaratán (Valladolid).

En una tercera etapa, a partir de los años 30, sus modelos de crucifijos tienden al realismo absoluto procurando la mayor veracidad para conmover al espectador. Las anatomías, de una gran esbeltez, serenidad y realismo, presentan un exquisito clasicismo con bellas proporciones, continuando la aplicación de postizos para ofrecer el mayor naturalismo, reduciendo en la policromía los efectos sanguinolentos, aunque manteniendo en su tratamiento un intenso e impactante dramatismo. Incluso incluye algunos detalles que se convierten en seña de identidad de su taller, como es la colocación de una espina atravesando la ceja izquierda del castigado Jesús. 

     Muestras de esta última etapa son el monumental Cristo crucificado (1631) del monasterio de monjas Benedictinas de San Pedro de las Dueñas (León), el Cristo de la Agonía (1631) de la iglesia de San Marcelo de León o el Cristo de la Luz (hacia 1630) del Colegio de Santa Cruz de Valladolid (depósito del Museo Nacional de Escultura), ejemplar considerado como una de sus mejores obras maestras, incluso del barroco español.

El Cristo de la Agonía o Cristo de los Valderas de León

La iglesia de San Marcelo fue fundada en el año 850 por el rey Ramiro I sobre una antigua capilla levantada en el lugar en que, según la tradición, el centurión romano Marcelo hizo confesión pública de su fe, por lo que fue martirizado. Al parecer, esta fue destruida hacia 995 por Almanzor cuando en su razzia asoló toda la ciudad, conociendo varios intentos de reconstrucción. Donada por el rey Sancho I de León a la catedral, en el año 1096 fue el obispo Don Pedro quien decide reedificarla, siendo refundida con los monasterios de San Miguel y el de los santos Adrián y Natalia. A finales del siglo XII se convierte en monasterio agustino y hospital de peregrinos, uniéndose a los vecinos hospitales de San Lázaro y San Antonio Abad. Es en 1254 cuando la iglesia alcanza el rango de parroquia leonesa, regida por un canónigo catedralicio que ostentaba el título de ”Abad de San Marcelo”.

     El regreso a León desde Tánger de los restos de San Marcelo el 29 de marzo de 1493, ya convertido en patrón de la ciudad, fue recibido con fervor por el rey Fernando el Católico, el cabildo, el ayuntamiento y el pueblo llano. Esto suscitó la idea de levantar sobre la preexistente una iglesia digna de albergar las reliquias y convertirla en centro de veneración extramuros de la ciudad. Tal proyecto se refuerza en 1559, cuando se produce el derrumbe de la torre. De modo que, entre 1588 y 1628, por iniciativa del obispo Francisco Trujillo, el Cabildo de la Catedral y la Corporación Municipal, los maestros Juan de Ribero y Baltasar Gutiérrez llevaron a cabo la definitiva reconstrucción de la iglesia en un estilo clasicista (hoy emplazada en el centro urbano de León), siendo inaugurada por el obispo Gregorio de Pedrosa el 10 de marzo de 1628. 

Corría el año 1631 cuando Antonio de Valderas y su esposa María Flórez encargaron a Gregorio Fernández un Cristo crucificado destinado a la capilla funeraria que esta familia disponía en la reedificada iglesia de San Marcelo, ubicada en el lado de la epístola de la cabecera de la iglesia, espacio donde serían enterrados tras su fallecimiento en 1636. 

Foto Yolanda Pérez. Tomada del blog Don de Piedad
     Fue Esteban García Chico quien dio a conocer documentalmente el contrato para la realización de la talla, que fue firmado en Valladolid el 1 de julio de 1631 por Francisco Moreno, en representación del vecino de León Antonio de Valderas, y Gregorio Fernández, que en aquel momento ya adolecía de enfermedad. Como era habitual, en el contrato se estipulaban las condiciones, el precio y el plazo de ejecución, figurando como requisitos que el Cristo crucificado habría de estar “bien acabado, con mucho arte y con dientes de marfil y las uñas de los pies postizas”. El precio acordado alcanzaría los 250 ducados y el plazo de entrega se fijaba en dos meses y medio, corriendo la policromía y los ojos de cristal por cuenta del cliente. 

El Cristo de la Agonía (también conocido como Cristo de los Valderas en honor a sus mecenas), es de tamaño natural —200 x 170 cm— y presenta un excelente tratamiento del cuerpo, con bellas proporciones y multitud de detalles muy cuidados para expresar con naturalismo y serenidad, no exenta de dramatismo, el suspiro final de Cristo en la Cruz. El cuerpo torturado, esbelto por su enflaquecimiento, presenta una anatomía magistralmente descrita, como los brazos rígidos e inclinados acusando el peso del cuerpo, los dedos abiertos por la tensión, el pecho hinchado con las costillas marcadas y el vientre hundido, las piernas juntas, con la derecha remontando la izquierda para compartir el clavo de los pies huesudos y la cabeza inclinada al frente y ligeramente desplazada hacia la derecha, mientras el paño de pureza se ajusta a una tipología repetida por el escultor, sujeto por debajo de la cintura por una cinta que prolonga la desnudez por el costado derecho, con un abultado anudamiento del que caen en cascada pliegues tallados de forma virtuosa en finísimas láminas que simulan una tela real, aunque el resto del paño mantenga los característicos pliegues quebrados de aspecto metálico.

     La cabeza, inclinada sobre el pecho, responde al modo tradicional del escultor, con abundancia de detalles realistas, como las órbitas oculares hundidas, la boca y los ojos entreabiertos, la barba de dos puntas poblada y descrita con minuciosidad, el cabello con raya al medio y rizos sobre la frente, con la melena ondulada remontando la oreja izquierda dejándola visible y largos mechones calados sobre los hombros por el lado derecho, incorporando el detalle realista de una espina perforando la ceja izquierda que también el escultor aplicó en otras versiones.

Para realzar el realismo y el patetismo de la figura, Gregorio Fernández aplica todo un repertorio de postizos, como la corona de espinas tejida con tallos reales, los ojos de cristal, los dientes de marfil visibles, las llagas de las rodillas elaboradas con fragmentos de corcho, las uñas naturales aplicadas en los pies o los bordes del paño de pureza adornados con pasamanería de encaje. La policromía, atribuida a Diego Díaz, presenta una encarnación mate de tonos pálidos en la que destacan regueros sanguinolentos que definen todo el proceso de la Pasión, como las llagas de los hombros producidas por el peso de la cruz, las rodillas dañadas en las caídas, los regueros faciales producidos por la corona de espinas y los que brotan de los clavos de manos y pies, destacando entre ellos los que manan de la llaga del costado y que se deslizan realzados con resina, conjunto de recursos efectistas que contribuyen a la verosimilitud y la emotividad de la representación y que se ajustan sin reservas a los postulados contrarreformistas. 

El Cristo de los Valderas en su retablo
Iglesia de San Marcelo, León

     En otro orden de cosas, hay que recordar que la leonesa Cofradía de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz fue creada en León el 22 de septiembre de 1962 por el entonces obispo de León Luis Almancha, estableciéndose como sede canónica la parroquia de San Marcelo y eligiendo como imagen titular el Cristo de los Valderas. En 1966 se complica el estado de conservación de la imagen, por lo que tanto el párroco de San Marcelo como la Secretaría Diocesana de Arte Sacro emiten informes contrarios a que siga procesionando, criterio que es compartido dos años después por el obispo Luis Almancha, que propone la realización de una copia y al autor, ofreciendo para ello una generosa aportación. Elegido el escultor Andrés Seoane para realizar la reproducción, este designó a su discípulo Amado Fernández Puente, que realizó una copia de gran perfección que se diría idéntica al original, de modo que en 1970 la nueva talla del Cristo de los Valderas procesionó por primera vez con su cofradía en la Semana Santa de León. El año 2003, con motivo de ser expuesta en la exposición “El Árbol de la Vida”, celebrada en la catedral de Segovia por Las Edades del Hombre, la imagen original de Gregorio Fernández fue restaurada en su integridad.
 

El escultor Amado Fernández Puente realizando la copia del
Cristo de los Valderas en 1969

Al hilo de la presencia del Cristo de los Valderas en la iglesia de San Marcelo, conviene recordar que en el mismo recinto se conservan otras dos esculturas de Gregorio Fernández. Una es una Inmaculada muy similar a la que realizara hacia 1626 para la catedral de Astorga y que está ubicada en la capilla de los Villafañe de la iglesia. La otra es la de San Marcelo, titular del templo y patrón de la ciudad de León, que preside el retablo mayor churrigueresco, realizado entre 1722 y 1738. Esta escultura, cuya original iconografía fue creada por Gregorio Fernández, fue documentada en 1941 por Esteban García Chico como obra del escultor gallego, que el 19 de febrero de 1628 firmaba en Valladolid el haber recibido dos mi reales a cuenta de la misma (tasada en trescientos ducados) de Ramiro Díaz, regidor de la ciudad de León. A pesar de su cronología romana, el escultor representa al santo, que tiene un tamaño superior al natural, con un tipo de armadura renacentista, el yelmo a los pies, una espada a la cintura, enarbolando una cruz y sujetando la palma de martirio. La original imagen fue tallada en Valladolid y su policromía realizada por el pintor Diego Valentín Díaz, habitual colaborador de Gregorio Fernández.            

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

GREGORIO FERNÁNDEZ. San Marcelo, 1628
Iglesia de San Marcelo, León

 Bibliografía 

GRAU LOBO, Luis: Crucificado de los Valderas. Catálogo de la exposición “Gregorio Fernández y Martínez Montañés. El arte nuevo de hacer imágenes”, Catedral de Valladolid, 2024-2025, p. 184. 

MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y CANO DE GARDOQUI, José Luis: Crucifijo. Catálogo de la exposición “El Árbol de la Vida”, Las Edades del Hombre, Catedral de Segovia, 2003, pp. 191-192.

 







Iglesia de San Marcelo, León










TIPOS DE CRUCIFICADOS 

DE GREGORIO FERNÁNDEZ








































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