5 de diciembre de 2009

Theatrum: ADORACIÓN DE LOS PASTORES, sonidos de gaita en la clausura












RETABLO DEL NACIMIENTO o DE LA ADORACIÓN DE LOS PASTORES
Gregorio Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo - Valladolid 1636)
1614
Madera policromada
Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
Escultura barroca. Escuela castellana







     El año 1614 fue especialmente ajetreado para el taller que Gregorio Fernández tenía instalado en su vivienda de la calle del Sacramento (actual Paulina Arriet) de Valladolid. El maestro había alcanzado su plenitud artística y por cada escultura que entregaba recibía los encargos multiplicados, de modo que se convertía en un serio problema el poder atender la demanda, pues su prestigio dio lugar a la petición masiva de pasos procesionales, imágenes y retablos que eran solicitados por cofradías, iglesias, conventos, particulares e incluso por el propio monarca Felipe III.

     Al tiempo que llegaba al taller una ingente cantidad de madera, de aquel patio salían prácticamente a diario carretas cargadas con obras de todos los formatos que causaban auténtica expectación entre los ciudadanos de Valladolid, hecho fácil de imaginar si se tiene en cuenta que durante aquel año Gregorio Fernández entregaba los últimos bustos-relicario para los altares de la iglesia vallisoletana de San Miguel, las últimas piezas destinadas al retablo de la catedral portuguesa de Miranda de Douro, en las que llevaba trabajando desde 1610 asociado a los ensambladores Juan de Muniátegui y Cristóbal Velázquez, las imágenes por él inventadas de Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola, realizadas con motivo de su beatificación ese mismo año, para las iglesias del Carmen de Extramuros de Valladolid y de la Compañía de Jesús de Vergara (Guipúzcoa) respectivamente, un Calvario y dos santos franciscanos destinados a rematar el retablo del convento de las Descalzas Reales de Valladolid, un precioso "Cristo atado a la columna" de tamaño reducido para el convento carmelitano que la santa andariega fundara próximo al Pisuerga y el fantástico paso procesional del "Camino del Calvario", contratado en la ciudad por la cofradía de la Pasión.

     Pero además en aquel año de 1614 el maestro trabajaba personalmente en dos importantes obras de temática y destino completamente diferente, el "Cristo yacente" destinado al convento madrileño de El Pardo, encargo personal de Felipe III, y el relieve de la "Adoración de los Pastores", que se colocaría en un pequeño retablo de la clausura del monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid. Mientras que el primero tuvo una enorme repercusión en la iconografía contrarreformista y se convirtió en un importante icono devocional, el segundo permaneció durante muchos años en el anonimato de la clausura, hasta que fue valorado y atribuido al genial escultor por García Chico.

     El altorrelieve y la maquinaria del retablo fue solicitado personalmente en 1614 por la abadesa doña Isabel de Mendoza, hija de don Juan de Velasco y doña Beatriz de Mendoza, señores de la población vallisoletana de Castrillo Tejeriego. El encargo venía a confirmar la satisfacción de la abadesa el año anterior tras la instalación del monumental retablo mayor en la nueva iglesia del monasterio, realizado por Gregorio Fernández con la colaboración del ensamblador Francisco Velázquez, que trazó su arquitectura clasicista, y de Tomás de Prado, autor de las pinturas y de la policromía del retablo, pero también de los relieves y esculturas de Gregorio Fernández. Esta misma abadesa también le solicitaría un crucifijo de tamaño natural destinado a la iglesia de Zaratán (Valladolid), villa sobre la que ostentaba su señorío.


EL RETABLO DEL NACIMIENTO

     Según figura en el libro Tumbo del monasterio de las Huelgas Reales, ocupado por religiosas de la Orden del Císter, doña Isabel de Mendoza fundó una pequeña capilla en el coro bajo de la clausura disponiendo ser enterrada en ella. En 1614 procuró su ornamentación con cuadros de valor y devoción, no dudando en encargar el retablo al maestro Gregorio, al que paradójicamente solicitó el tema del Nacimiento para presidir una capilla de sentido funerario.

     Lo primero que llama la atención del retablo es su aspecto preciosista, enmarcado por cuatro pilastras y coronado por un arco de medio punto, con decoración de bolas en los remates laterales. A los lados se colocan dos pinturas de temática inusual, una con la "Virgen recibiendo la comunión del apóstol San Juan" revestido de sacerdote, y otra con la "Lactancia mística de San Bernardo".

     El altorrelieve es una esmerada obra personal de Gregorio Fernández y ofrece el aliciente de adelantar modelos iconográficos que el escultor utilizará en otras obras. La composición sigue las leyes de la simetría, con las figuras ordenadas en torno a la imagen central del Niño Jesús arropado por un ángel. La Virgen y San José se colocan a la derecha y los pastores a la izquierda, dejando un hueco entre ellos para colocar las cabezas de la mula y el buey. En segundo plano se recrea el establo a través de un edificio clásico en ruinas y un cobertizo rústico, reservando el fondo para una escena pintada en la que aparece el Anuncio a los Pastores. En la parte superior se abre una gloria en la que parejas de querubines muestran el regocijo del momento. Dos de ellos son figuras exentas, respondiendo a una articulación de los volúmenes característica en Fernández, que en los relieves pasa de un primer plano prácticamente en bulto redondo a un fondo plano pintado, con escasa incidencia volumétrica en los planos intermedios.

     La escena, a pesar de adaptarse al popular pasaje evangélico, presenta las sutilezas propias del gran escultor. Un pastor colocado en primer plano, acompañado de un zagal, hace el ofrecimiento de un cordero como prefiguración del futuro sacrificio del recién nacido. Aparece arrodillado de perfil portando un barril, calzando polainas y vestido con un sobrepelliz elaborado con piel de oveja que deja asomar minuciosos mechones en los ribetes. Su cuerpo establece una curvatura que protege la figura del infante y que encuentra su contrapunto en la figura de la Virgen, aquí representada como una joven doncella de cabellos rubios y vestida con el juego tradicional de túnica, manto y toca, donde se aprecia el peculiar trabajo de pliegues del escultor, con quebrados de aspecto metálico. Un bello ángel en actitud de adoración se coloca junto a la cuna de mimbre, ratificando con su presencia el reconocimiento del Niño Dios, representado como un recién nacido inquieto y juguetón.

     Pero hay dos figuras de especial interés y que son una genial creación del escultor. Se trata de la figura de San José, en el que crea una iconografía que a partir de este momento repetirá invariable, muy diferente al que tallara un año antes para el retablo de la iglesia de este mismo convento. Su aspecto sugiere un campesino castellano, vestido con una túnica que llega algo más abajo de las rodillas y una capa con un gran cuello, con el cabello muy recortado y mechones sobre una frente con grandes entradas. La figura de San José, rehabilitada para el arte por influjo de Santa Teresa, encuentra en este modelo uno de los grandes prototipos ideados por Gregorio Fernández, que realizaría una larga serie demandada sobre todo desde los conventos carmelitanos.

     Otra genial creación es el pastor que toca una gaita gallega, una posible evocación nostálgica de su tierra. En un gesto lleno de naturalismo aprieta la gaita mientras pulsa sobre los agujeros y gira la cabeza para contemplar la reacción del Niño al escuchar la música. Su cabeza se cubre con una capucha de la que surgen ensortijados mechones y su rostro luce una poblada barba. Esta recia figura anticipa la imagen del Cirineo que realizaría ese mismo año integrando el paso procesional del "Camino del Calvario", una imagen dotada de terribilitá miguelangelesca.

     Todo el conjunto adquiere un aspecto suntuoso por los efectos de una policromía preciosista que recubre la totalidad del relieve y cuyos esgrafiados liberan el brillo del oro. Se pone con esta obra un colofón al componente manierista que caracteriza su primera época, pues a partir de este retablo su producción se va a orientar a la búsqueda obsesiva de un naturalismo clasicista, hecho que afectará tanto a la talla como a los colores de su acabado.







Capilla de doña Isabel de Mendoza. Mº Huelgas Reales, Valladolid.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

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