Se puede decir
que Valladolid ha mostrado a lo largo de su historia una predilección especial
por el arte de la escultura, modalidad artística que desde siempre despertó el
interés de los viajeros foráneos llegados a la ciudad. Esto ha venido
ocurriendo desde que en el siglo XVI marcaran la pauta estilística de buena
parte de España los afamados talleres de escultores como Alonso Berruguete,
Juan de Juni, Gaspar Becerra o Esteban Jordán, y en el siglo siguiente por el
enorme alcance de la obra elaborada por Gregorio Fernández y todos sus
seguidores, cuyas creaciones siguen impactando a todo el mundo. Es por eso que
en los últimos años la ciudad ha querido recuperar esta tradición y ha visto
como por todos los rincones de la ciudad afloran esculturas de nueva creación,
más o menos afortunadas, que contribuyen a realzar los espacios urbanos desde
distintos planteamientos y estilos, unas obras que oscilan desde las amables figuraciones
de la escultora local de origen coruñés Ana Jiménez a las abstracciones de los
consagrados Oteiza y Chillida. Pero este proceso, iniciado a finales del siglo
XX, pone de relieve el protagonismo de un autor que se anticipó cien años en
este empeño, dejando firmadas sus obras como Aurelio Carretero.
Este escultor
contribuyó a principios del siglo XX a forjar la fisionomía de los espacios
urbanos más importantes de Valladolid a través del modelado y fundición en
bronce de algunos de sus personajes más ilustres. De tal modo, que hoy día sería
inconcebible la Plaza Mayor, la Plaza de Zorrilla, el Campo Grande o el
Cementerio sin las obras por él creadas, a pesar de lo cual sigue siendo un
escultor un tanto desconocido, pues aunque todos los vallisoletanos conocen sobradamente
sus creaciones, convertidas en auténticos iconos de la ciudad, pocos saben
quien fue su autor. Por otra parte, si analizamos el conjunto de escultura
monumental de Valladolid, sus esculturas destacan por una vitalidad no siempre conseguida
por otros escultores, aportando al mismo tiempo, según los criterios
historicistas de su época, unos originales trabajos en los pedestales de los
monumentos, en los que funde con maestría aplicaciones en bronce a novedosos y
originales trabajos de piedra. Todo ello justifica el intento de recuperar su
nombre de un injusto anonimato.
EL ESCULTOR AURELIO CARRETERO
(1813-1917)
Aureliano
Rodríguez Vicente Carretero fue un escultor que vivió a caballo entre la segunda
mitad del siglo XIX y el primer cuarto del XX. Nació el 17 de enero de 1863 en
Medina de Rioseco, provincia de Valladolid, recibiendo en el entorno familiar
de la Ciudad de los Almirantes su primera instrucción. Pronto manifestó un
talento especial para el dibujo y la creación artística, lo que le llevó a iniciar
a los 15 años sus estudios artísticos en la Real Academia de Bellas Artes de la
Purísima Concepción de Valladolid, donde al finalizar recibió una beca del
Ayuntamiento vallisoletano para perfeccionar sus estudios en la ciudad de Roma
por un periodo de tres años. Posteriormente completaría su formación en la
Escuela de Bellas Artes de Barcelona y en la Academia de San Fernando de
Madrid, donde en 1887 fue reconocido con la Segunda Medalla de la Exposición
Nacional de Bellas Artes, certamen al que concurrió en cinco ocasiones entre
1887 y 1906.
Plenamente
formado en el más estricto academicismo decimonónico, se desplazó por un tiempo
a Argentina, desde donde regresó a Madrid en 1893 para establecer allí su estudio
y su residencia definitiva. Durante una década obtuvo reiterados
reconocimientos, logrando una mención honorífica en la Exposición Nacional de
1895, la tercera medalla en 1897 con su obra Lamentos, actualmente conservada en el Museo del Prado, una segunda
medalla en 1901, cuando ya había realizado sus primeros trabajos para el
Ayuntamiento de Valladolid, la tercera medalla en 1904 y otra segunda en 1906
en las mismas exposiciones colectivas, lo que informa que su obra fue
suficientemente reconocida y apreciada por aquellos años. Una obra que presenta
valores eclécticos propios de su época, con un toque del academicismo clasicista
imperante en las escuelas oficiales, resabios modernistas captados durante su
estancia en Barcelona, figuras de exaltación romántica que reinventan la Edad
Media en clave historicista y una impronta personal en el intento de dotar a
sus personajes de cierta grandilocuencia, profundización psicológica y especialmente
un gran dinamismo, sin que falten abundantes elementos narrativos y simbólicos.
Durante la celebración en 1908 del Primer Centenario de la Guerra de la Independencia, que generó por toda España numerosos encargos de monumentos dedicados a los héroes nacionales, fue elegido para conmemorar las hazañas de Andrés Torrejón, célebre alcalde de Móstoles, y de los héroes de la batalla de Moclín, contienda acontecida en las inmediaciones de Medina de Rioseco, su pueblo natal. En ellos puso en práctica novedosos diseños estructurales en basamentos y pedestales con el fin de adaptar expresivas figuras y relieves, fundidos en bronce, a soportes irregulares de piedra natural, tendencia que mantuvo en su última etapa, centrada en monumentos oficiales erigidos para honrar a destacados políticos y escritores.
En todas sus obras públicas el escultor muestra una gran
preocupación por el diseño de los pedestales y su entorno, con una gran
variedad de modelos que siempre están orientados a realzar los retratos y
recreaciones históricas, hasta llegar a constituirse una de las características
diferenciadoras de su obra.
Sin cesar en
ningún momento en su actividad, Aurelio Carretero murió en Madrid en 1917
relativamente joven, a los 54 años de edad, dejando tras de sí una estela de
esculturas muy dignas diseminadas especialmente por tierras vallisoletanas.
Aunque su
nombre ha caído en un injusto olvido, en su tiempo la obra de Aurelio Carretero
fue muy estimada a nivel nacional en los ambientes artísticos, como lo prueba
una alusión referida a su persona cuando se decide levantar en el municipio
guipuzcoano de Arrasate/Mondragón un monumento al filántropo Pedro Viteri
Arana, donde la Comisión que convocó el concurso hizo constar en el acta del 12
de diciembre de 1909: "Después de
esta explicación el Sr. Resusta tomó la palabra para manifestarle que luego de
terminada la reunión le presentó el señor director de La Voz una carta del
afamado artista don Aurelio Carretero recientemente agraciado con el monumento
a Nuñez de Arce... y que además tiene noticias de otros escultores entusiastas
de la memoria de Viteri que acudirán con gusto a la presentación de proyectos
artísticos..."1
OBRA DESTACADA
LAMENTOS, 1897
Museo del Prado, Madrid.
Aurelio
Carretero obtuvo con esta obra la tercera medalla de la Exposición Nacional de
1897, siendo adquirida por el Estado para el denominado Museo de Arte Moderno
de Madrid, tras lo cual pasó en depósito al Museo del Prado. Es una obra en
bronce muy expresiva, con connotaciones costumbristas y fuerte carga lírica, que representa a
un músico callejero, en realidad un niño con gesticulación de pedir limosna alargando su gorra, mientras sujeta un violín y la
correa de un perrillo que le acompaña.
MONUMENTO AL POETA JOSÉ ZORRILLA,
1900
Plaza de Zorrilla, Valladolid.
Tras la muerte
del poeta vallisoletano en 1893, después de conocer en vida su reconocimiento a
nivel nacional, el Ateneo de Madrid y el Ayuntamiento de Valladolid
establecieron un acuerdo para convocar un concurso de proyectos para erigirle
un monumento en su ciudad natal, hecho que se hizo público en 1899, siendo
elegido el proyecto presentado por Aureliano Rodríguez Vicente Carretero.
El escultor se
dedicó en cuerpo y alma a este monumento, de modo que entre enero y julio de
1900 el fundidor Ignacio Arias dio cuerpo a los modelos entregados por el
artista, la efigie del poeta a escala monumental y una musa, así como la
leyenda, dos placas y el escudo de Valladolid que completan el monumento, que
fue inaugurado con toda pompa el 14 de septiembre de aquel año mientras sonaba
el himno a Castilla interpretado por el Orfeón Pinciano. Para su ubicación se
eligió un lugar privilegiado, entre el espacio que ocupara la Puerta del Campo
y el recién creado parque del Campo Grande, a pocos metros del por entonces
edificio octogonal de la Academia de Caballería.
El monumento
consta de un pedestal, con forma de robusta columna de piedra caliza, sobre el
que se yergue la figura de tres metros del poeta, de pie, vestido con traje, levita
y un gabán abierto, en actitud de rapsoda, declamando los versos del folio que
sujeta en su mano izquierda, rememorando el momento en que se dio a conocer en
Madrid leyendo una elegía durante el sepelio de Mariano José de Larra.
Su
imponente cabeza, con larga melena, toma como referencia los rasgos
fisionómicos de la máscara mortuoria del poeta que hiciera en yeso el propio
Aurelio Carretero y que aún se conserva en su casa natal, lo que confiere al
trabajo el carácter de un auténtico retrato. Sobre la base del pedestal, a ras
de suelo, aparece sentada la musa de la Poesía, elegante figura de resabios iconográficos
modernistas, revestida con una vaporosa túnica y dotada de alas de mariposa,
que cesa de tañer la lira y hace un elegante ademán para escuchar al poeta. A
los lados se colocan dos placas broncíneas, una con las fechas del nacimiento y
muerte del poeta y otra con títulos de su obra: Cantos del Trovador, Don Juan
Tenorio y Granada.
Desde el mismo
momento de su inauguración, el monumento recibió críticas por su falta de
altura, entre otros de García Valladolid, lo que dio lugar a la publicación de
caricaturas satíricas que destacaban las desproporciones entre escultura y
pedestal. Por este motivo, Agapito y Revilla añadió en 1929 a la base dos
bancadas adornadas con mascarones convertidos en caños, lo que realzó la altura
del monumento, aunque también cambió el significado de la musa colocada directamente
en el suelo, tal como figuraba en el proyecto original, pues hay que tener en
cuenta que esta figura, una de las esculturas femeninas más bellas de
Valladolid, al igual que la de Zorrilla, está descrita con múltiples detalles
anecdóticos y realistas, siendo su presencia la que da sentido al monumento. El
bronce utilizado para la fundición de las figuras procede de dos cañones de
Cartagena de tiempos de Carlos III, que fueron cedidos por el Ministerio de la
Guerra, en nombre del Estado, para honrar al afamado poeta.
Como era
habitual en la época, el conjunto en principio estaba protegido por una cerca
metálica ornamentada que hoy no se conserva. Tiempo después el monumento ha
presidido una glorieta, ha estado inmerso en una fuente y en los últimos
tiempos aparece exento en la remodelada plaza, ofreciendo un contraste de aire
romántico en un entorno de trazado minimalista que constituye uno de los
espacios urbanísticos más importantes de Valladolid.
ALEGORÍA DE CASTILLA, 1900
Panteón de Vallisoletanos Ilustres, Cementerio Municipal de Valladolid.
La muerte de José Zorrilla y el traslado de sus restos a Valladolid impulsaron al
Consistorio a crear en el Cementerio Municipal un espacio dedicado a sus hijos
más ilustres, ocupando el frente la sepultura del poeta. Este proyecto fue
encargado directamente por el Ayuntamiento a Aurelio Carretero, que estableció
un recinto ochavado, acotado por cordones metálicos de los que penden emblemas
de Valladolid, sujetos sobre pivotes de piedra y presidiendo el centro una
alegoría de Castilla elevada sobre un pedestal, también ochavado, en el que se
alternan escudos de Valladolid y coronas de laurel.
En el dibujo
del proyecto original realizado por Carretero, la mujer que representa a
Castilla aparecía dominadora y triunfante, vestida de reina y con una corona de
laurel en la mano, con un aire muy semejante a la escultura del Conde Ansúrez,
que el escultor trabajaba por las mismas fechas. En la versión definitiva, que
fue fundida en Madrid en los talleres de Ignacio Arias y colocada en 1900, aún
manteniendo los atributos reales, la figura adquiere un aire clasicista y una
significación más religiosa, con la mirada clavada en la cruz que porta en su
mano derecha levantada, mientras que en la izquierda, colocada relajada hacia
abajo, sujeta un haz de ramas de laurel y roble, símbolos de victoria y
fortaleza.
La figura luce
una túnica anudada en los hombros con lazos y ceñida a la cintura, de la que
pende un zurrón, una medalla al pecho y otro cinturón con una espada envainada
al frente, mientras la cabeza se toca con una corona con formas almenadas y una
corona de laurel, todo ello aderezado con los múltiples detalles anecdóticos
habituales en la obra de Carretero. El semblante del rostro es melancólico, con
unas facciones muy próximas a las de la musa del monumento a Zorrilla, aunque
con una actitud mucho más rígida, seguramente con el deseo de impregnar a la
figura de una mayor solemnidad.
La inauguración
del monumento tuvo lugar el 13 de diciembre de 1902 y constituyó todo un
acontecimiento social en la ciudad, motivado por el traslado de los restos del
poeta Zorrilla, el primer personaje depositado en el recinto diseñado por
Aurelio Carretero, que preside y destaca en el centro de una alameda bordeada
de cipreses, que cruza longitudinalmente el Cementerio de Nuestra Señora del
Carmen de Valladolid.
MONUMENTO AL CONDE ANSÚREZ, 1903
Plaza Mayor,
Valladolid.
La idea de
erigir un monumento al principal promotor de la ciudad es anterior al monumento
a Zorrilla, pues la decisión fue tomada por el Ayuntamiento en 1864. Fue en
1900 cuando Aurelio Carretero presentaba un modelo que fue aceptado, una imagen
mayestática que recrea el aspecto del noble medieval del siglo XI del cual sólo
existían los imaginarios retratos del sepulcro en la catedral y de una pintura
anónima de 1606, hoy en el Ayuntamiento, ambas recreaciones imaginarias del
ilustre conde. El escultor no se ciñe a estas imágenes, sino que hace un
ejercicio de corte historicista, tan del gusto de la época, presentando en
bronce la figura del conde sobre una pequeña peana en la que aparece su firma e incorporando a la misma múltiples detalles narrativos, como es habitual en su
obra.
El Conde
Ansúrez aparece altivo y dominante, revestido de conde, con orlas decorativas
en los bordes y una muceta, una enorme espada que pende del cinturón en la
parte delantera, un escudo con el emblema familiar a su izquierda y sujetando
en su mano izquierda el pergamino de los fueros de repoblación, mientras con la
derecha enarbola en alto el pendón de Castilla. Su cabeza, levemente girada
hacia la izquierda, está recubierta por una cota de malla, sin celada,
configurando su rostro unos ojos penetrantes, una perilla y un bigote arqueado
hacia arriba.
La escultura
del conde, que es una de las esculturas más sencillas del artista, ha sido
criticada en ocasiones como hierática e ingenua, a pesar de lo cual es uno de
los iconos más populares de Valladolid. No obstante, conviene recordar que la
realización de la obra estuvo rodeada de carencias materiales, pues ante la escasez
de medios económicos y la negativa del Ministerio de la Guerra, suministrador
del bronce, a sufragar la obra, por otro lado nada ambiciosa, fue el propio
escultor quien terminó costeando el material necesario para la fundición, labor
realizada finalmente por Bovisau con un bronce de 1.700 kilos de peso.
Realza la
escultura un pedestal decorativista y ecléctico realizado en piedra caliza por
Juan Agapito y Revilla, arquitecto municipal, que se aparta del diseño original
concebido por el escultor. Tiene forma cuadrada con refuerzos en los ángulos,
en forma de contrafuertes que llevan incorporadas columnillas pareadas y
remates almenados con el emblema condal.
En los frentes laterales del pedestal
se fijan dos relieves de Aurelio Carretero, fundidos en bronce, que representan
dos episodios de la vida del personaje: la figura ecuestre del Conde Ansúrez en
presencia del rey Alfonso VI, el rey castellano que le otorgó la villa, y el
Conde Ansúrez dirigiendo las obras de la colegiata de Santa María la Mayor de
Valladolid. En la parte posterior el espacio es ocupado por el escudo laureado
de la ciudad y en la parte frontal por un relieve con el escudo de Castilla
sobre el que aparece una cartela que reza “Año
de 1903”, una bella alegoría de la Historia sentada junto a un rollo con un
libro en la mano y en actitud pensativa, con la anatomía realzada por el uso de
paños mojados y la inscripción: “La
ciudad de Valladolid erige este monumento a la memoria de su protector y
magnánimo bienhechor el Conde D. Pedro Ansúrez. Siglos XI-XII”.
Por su
privilegiada situación, presidiendo el centro de la Plaza Mayor vallisoletana,
el monumento al Conde Ansúrez ha participado desde su colocación de todas las
celebraciones tumultuosas vividas en la plaza, tanto alegres como luctuosas,
siendo ya tradicional la colocación de un pañuelo en su cuello por las peñas de
la ciudad, durante la inauguración de las fiestas y otros festejos populares,
en un gesto de identificación de los vallisoletanos con el buen conde.
(Continuará)
Informe y fotografías: J. M.
Travieso
____________________
NOTAS
[1]
ARREGUI BARANDIARÁN, Ana. Un ejemplo de
escultura conmemorativa en el País Vasco: el monumento a Pedro Viteri y Arana
en Arrasate/Mondragón. Ondare, Diputación Foral de Gipuzkoa, 2004.
Este artículo fue publicado en la
Revista Atticus, en su edición impresa Dos, en junio 2011.
* * * * *
Interesante figura Aurelio Carretero. ¡Qué buena idea dedicarle un artículo completo!
ResponderEliminarGracias, mucha información me ha sido de gran ayuda.
Mara Castaño Riaño
www.mara-guia-castilla-y-leon.es
Solo un pequeño apunte sobre Alfonso VI es rey de León y I de Castilla.
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