1 de febrero de 2013

Historias de Valladolid: AURELIO CARRETERO, creador de ilustres iconos vallisoletanos (I)


Se puede decir que Valladolid ha mostrado a lo largo de su historia una predilección especial por el arte de la escultura, modalidad artística que desde siempre despertó el interés de los viajeros foráneos llegados a la ciudad. Esto ha venido ocurriendo desde que en el siglo XVI marcaran la pauta estilística de buena parte de España los afamados talleres de escultores como Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gaspar Becerra o Esteban Jordán, y en el siglo siguiente por el enorme alcance de la obra elaborada por Gregorio Fernández y todos sus seguidores, cuyas creaciones siguen impactando a todo el mundo. Es por eso que en los últimos años la ciudad ha querido recuperar esta tradición y ha visto como por todos los rincones de la ciudad afloran esculturas de nueva creación, más o menos afortunadas, que contribuyen a realzar los espacios urbanos desde distintos planteamientos y estilos, unas obras que oscilan desde las amables figuraciones de la escultora local de origen coruñés Ana Jiménez a las abstracciones de los consagrados Oteiza y Chillida. Pero este proceso, iniciado a finales del siglo XX, pone de relieve el protagonismo de un autor que se anticipó cien años en este empeño, dejando firmadas sus obras como Aurelio Carretero.

Este escultor contribuyó a principios del siglo XX a forjar la fisionomía de los espacios urbanos más importantes de Valladolid a través del modelado y fundición en bronce de algunos de sus personajes más ilustres. De tal modo, que hoy día sería inconcebible la Plaza Mayor, la Plaza de Zorrilla, el Campo Grande o el Cementerio sin las obras por él creadas, a pesar de lo cual sigue siendo un escultor un tanto desconocido, pues aunque todos los vallisoletanos conocen sobradamente sus creaciones, convertidas en auténticos iconos de la ciudad, pocos saben quien fue su autor. Por otra parte, si analizamos el conjunto de escultura monumental de Valladolid, sus esculturas destacan por una vitalidad no siempre conseguida por otros escultores, aportando al mismo tiempo, según los criterios historicistas de su época, unos originales trabajos en los pedestales de los monumentos, en los que funde con maestría aplicaciones en bronce a novedosos y originales trabajos de piedra. Todo ello justifica el intento de recuperar su nombre de un injusto anonimato.

EL ESCULTOR AURELIO CARRETERO (1813-1917)

Aureliano Rodríguez Vicente Carretero fue un escultor que vivió a caballo entre la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del XX. Nació el 17 de enero de 1863 en Medina de Rioseco, provincia de Valladolid, recibiendo en el entorno familiar de la Ciudad de los Almirantes su primera instrucción. Pronto manifestó un talento especial para el dibujo y la creación artística, lo que le llevó a iniciar a los 15 años sus estudios artísticos en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, donde al finalizar recibió una beca del Ayuntamiento vallisoletano para perfeccionar sus estudios en la ciudad de Roma por un periodo de tres años. Posteriormente completaría su formación en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona y en la Academia de San Fernando de Madrid, donde en 1887 fue reconocido con la Segunda Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, certamen al que concurrió en cinco ocasiones entre 1887 y 1906.

Plenamente formado en el más estricto academicismo decimonónico, se desplazó por un tiempo a Argentina, desde donde regresó a Madrid en 1893 para establecer allí su estudio y su residencia definitiva. Durante una década obtuvo reiterados reconocimientos, logrando una mención honorífica en la Exposición Nacional de 1895, la tercera medalla en 1897 con su obra Lamentos, actualmente conservada en el Museo del Prado, una segunda medalla en 1901, cuando ya había realizado sus primeros trabajos para el Ayuntamiento de Valladolid, la tercera medalla en 1904 y otra segunda en 1906 en las mismas exposiciones colectivas, lo que informa que su obra fue suficientemente reconocida y apreciada por aquellos años. Una obra que presenta valores eclécticos propios de su época, con un toque del academicismo clasicista imperante en las escuelas oficiales, resabios modernistas captados durante su estancia en Barcelona, figuras de exaltación romántica que reinventan la Edad Media en clave historicista y una impronta personal en el intento de dotar a sus personajes de cierta grandilocuencia, profundización psicológica y especialmente un gran dinamismo, sin que falten abundantes elementos narrativos y simbólicos.

     Durante la celebración en 1908 del Primer Centenario de la Guerra de la Independencia, que generó por toda España numerosos encargos de monumentos dedicados a los héroes nacionales, fue elegido para conmemorar las hazañas de Andrés Torrejón, célebre alcalde de Móstoles, y de los héroes de la batalla de Moclín, contienda acontecida en las inmediaciones de Medina de Rioseco, su pueblo natal. En ellos puso en práctica novedosos diseños estructurales en basamentos y pedestales con el fin de adaptar expresivas figuras y relieves, fundidos en bronce, a soportes irregulares de piedra natural, tendencia que mantuvo en su última etapa, centrada en monumentos oficiales erigidos para honrar a destacados políticos y escritores.

En todas sus obras públicas el escultor muestra una gran preocupación por el diseño de los pedestales y su entorno, con una gran variedad de modelos que siempre están orientados a realzar los retratos y recreaciones históricas, hasta llegar a constituirse una de las características diferenciadoras de su obra.

Sin cesar en ningún momento en su actividad, Aurelio Carretero murió en Madrid en 1917 relativamente joven, a los 54 años de edad, dejando tras de sí una estela de esculturas muy dignas diseminadas especialmente por tierras vallisoletanas.

Aunque su nombre ha caído en un injusto olvido, en su tiempo la obra de Aurelio Carretero fue muy estimada a nivel nacional en los ambientes artísticos, como lo prueba una alusión referida a su persona cuando se decide levantar en el municipio guipuzcoano de Arrasate/Mondragón un monumento al filántropo Pedro Viteri Arana, donde la Comisión que convocó el concurso hizo constar en el acta del 12 de diciembre de 1909: "Después de esta explicación el Sr. Resusta tomó la palabra para manifestarle que luego de terminada la reunión le presentó el señor director de La Voz una carta del afamado artista don Aurelio Carretero recientemente agraciado con el monumento a Nuñez de Arce... y que además tiene noticias de otros escultores entusiastas de la memoria de Viteri que acudirán con gusto a la presentación de proyectos artísticos..."1  


OBRA DESTACADA

LAMENTOS, 1897
Museo del Prado, Madrid.
Aurelio Carretero obtuvo con esta obra la tercera medalla de la Exposición Nacional de 1897, siendo adquirida por el Estado para el denominado Museo de Arte Moderno de Madrid, tras lo cual pasó en depósito al Museo del Prado. Es una obra en bronce muy expresiva, con connotaciones costumbristas y fuerte carga lírica, que representa a un músico callejero, en realidad un niño con gesticulación de pedir limosna alargando su gorra, mientras sujeta un violín y la correa de un perrillo que le acompaña.

MONUMENTO AL POETA JOSÉ ZORRILLA, 1900
Plaza de Zorrilla, Valladolid.
Tras la muerte del poeta vallisoletano en 1893, después de conocer en vida su reconocimiento a nivel nacional, el Ateneo de Madrid y el Ayuntamiento de Valladolid establecieron un acuerdo para convocar un concurso de proyectos para erigirle un monumento en su ciudad natal, hecho que se hizo público en 1899, siendo elegido el proyecto presentado por Aureliano Rodríguez Vicente Carretero.

El escultor se dedicó en cuerpo y alma a este monumento, de modo que entre enero y julio de 1900 el fundidor Ignacio Arias dio cuerpo a los modelos entregados por el artista, la efigie del poeta a escala monumental y una musa, así como la leyenda, dos placas y el escudo de Valladolid que completan el monumento, que fue inaugurado con toda pompa el 14 de septiembre de aquel año mientras sonaba el himno a Castilla interpretado por el Orfeón Pinciano. Para su ubicación se eligió un lugar privilegiado, entre el espacio que ocupara la Puerta del Campo y el recién creado parque del Campo Grande, a pocos metros del por entonces edificio octogonal de la Academia de Caballería.

El monumento consta de un pedestal, con forma de robusta columna de piedra caliza, sobre el que se yergue la figura de tres metros del poeta, de pie, vestido con traje, levita y un gabán abierto, en actitud de rapsoda, declamando los versos del folio que sujeta en su mano izquierda, rememorando el momento en que se dio a conocer en Madrid leyendo una elegía durante el sepelio de Mariano José de Larra. 
Su imponente cabeza, con larga melena, toma como referencia los rasgos fisionómicos de la máscara mortuoria del poeta que hiciera en yeso el propio Aurelio Carretero y que aún se conserva en su casa natal, lo que confiere al trabajo el carácter de un auténtico retrato. Sobre la base del pedestal, a ras de suelo, aparece sentada la musa de la Poesía, elegante figura de resabios iconográficos modernistas, revestida con una vaporosa túnica y dotada de alas de mariposa, que cesa de tañer la lira y hace un elegante ademán para escuchar al poeta. A los lados se colocan dos placas broncíneas, una con las fechas del nacimiento y muerte del poeta y otra con títulos de su obra: Cantos del Trovador, Don Juan Tenorio y Granada.

Desde el mismo momento de su inauguración, el monumento recibió críticas por su falta de altura, entre otros de García Valladolid, lo que dio lugar a la publicación de caricaturas satíricas que destacaban las desproporciones entre escultura y pedestal. Por este motivo, Agapito y Revilla añadió en 1929 a la base dos bancadas adornadas con mascarones convertidos en caños, lo que realzó la altura del monumento, aunque también cambió el significado de la musa colocada directamente en el suelo, tal como figuraba en el proyecto original, pues hay que tener en cuenta que esta figura, una de las esculturas femeninas más bellas de Valladolid, al igual que la de Zorrilla, está descrita con múltiples detalles anecdóticos y realistas, siendo su presencia la que da sentido al monumento. El bronce utilizado para la fundición de las figuras procede de dos cañones de Cartagena de tiempos de Carlos III, que fueron cedidos por el Ministerio de la Guerra, en nombre del Estado, para honrar al afamado poeta.

Como era habitual en la época, el conjunto en principio estaba protegido por una cerca metálica ornamentada que hoy no se conserva. Tiempo después el monumento ha presidido una glorieta, ha estado inmerso en una fuente y en los últimos tiempos aparece exento en la remodelada plaza, ofreciendo un contraste de aire romántico en un entorno de trazado minimalista que constituye uno de los espacios urbanísticos más importantes de Valladolid.

ALEGORÍA DE CASTILLA, 1900
Panteón de Vallisoletanos Ilustres, Cementerio Municipal de Valladolid.
La muerte de José Zorrilla y el traslado de sus restos a Valladolid impulsaron al Consistorio a crear en el Cementerio Municipal un espacio dedicado a sus hijos más ilustres, ocupando el frente la sepultura del poeta. Este proyecto fue encargado directamente por el Ayuntamiento a Aurelio Carretero, que estableció un recinto ochavado, acotado por cordones metálicos de los que penden emblemas de Valladolid, sujetos sobre pivotes de piedra y presidiendo el centro una alegoría de Castilla elevada sobre un pedestal, también ochavado, en el que se alternan escudos de Valladolid y coronas de laurel.

En el dibujo del proyecto original realizado por Carretero, la mujer que representa a Castilla aparecía dominadora y triunfante, vestida de reina y con una corona de laurel en la mano, con un aire muy semejante a la escultura del Conde Ansúrez, que el escultor trabajaba por las mismas fechas. En la versión definitiva, que fue fundida en Madrid en los talleres de Ignacio Arias y colocada en 1900, aún manteniendo los atributos reales, la figura adquiere un aire clasicista y una significación más religiosa, con la mirada clavada en la cruz que porta en su mano derecha levantada, mientras que en la izquierda, colocada relajada hacia abajo, sujeta un haz de ramas de laurel y roble, símbolos de victoria y fortaleza.

La figura luce una túnica anudada en los hombros con lazos y ceñida a la cintura, de la que pende un zurrón, una medalla al pecho y otro cinturón con una espada envainada al frente, mientras la cabeza se toca con una corona con formas almenadas y una corona de laurel, todo ello aderezado con los múltiples detalles anecdóticos habituales en la obra de Carretero. El semblante del rostro es melancólico, con unas facciones muy próximas a las de la musa del monumento a Zorrilla, aunque con una actitud mucho más rígida, seguramente con el deseo de impregnar a la figura de una mayor solemnidad.

La inauguración del monumento tuvo lugar el 13 de diciembre de 1902 y constituyó todo un acontecimiento social en la ciudad, motivado por el traslado de los restos del poeta Zorrilla, el primer personaje depositado en el recinto diseñado por Aurelio Carretero, que preside y destaca en el centro de una alameda bordeada de cipreses, que cruza longitudinalmente el Cementerio de Nuestra Señora del Carmen de Valladolid.

MONUMENTO AL CONDE ANSÚREZ, 1903
Plaza Mayor, Valladolid.
La idea de erigir un monumento al principal promotor de la ciudad es anterior al monumento a Zorrilla, pues la decisión fue tomada por el Ayuntamiento en 1864. Fue en 1900 cuando Aurelio Carretero presentaba un modelo que fue aceptado, una imagen mayestática que recrea el aspecto del noble medieval del siglo XI del cual sólo existían los imaginarios retratos del sepulcro en la catedral y de una pintura anónima de 1606, hoy en el Ayuntamiento, ambas recreaciones imaginarias del ilustre conde. El escultor no se ciñe a estas imágenes, sino que hace un ejercicio de corte historicista, tan del gusto de la época, presentando en bronce la figura del conde sobre una pequeña peana en la que aparece su firma e incorporando a la misma múltiples detalles narrativos, como es habitual en su obra.

El Conde Ansúrez aparece altivo y dominante, revestido de conde, con orlas decorativas en los bordes y una muceta, una enorme espada que pende del cinturón en la parte delantera, un escudo con el emblema familiar a su izquierda y sujetando en su mano izquierda el pergamino de los fueros de repoblación, mientras con la derecha enarbola en alto el pendón de Castilla. Su cabeza, levemente girada hacia la izquierda, está recubierta por una cota de malla, sin celada, configurando su rostro unos ojos penetrantes, una perilla y un bigote arqueado hacia arriba.

La escultura del conde, que es una de las esculturas más sencillas del artista, ha sido criticada en ocasiones como hierática e ingenua, a pesar de lo cual es uno de los iconos más populares de Valladolid. No obstante, conviene recordar que la realización de la obra estuvo rodeada de carencias materiales, pues ante la escasez de medios económicos y la negativa del Ministerio de la Guerra, suministrador del bronce, a sufragar la obra, por otro lado nada ambiciosa, fue el propio escultor quien terminó costeando el material necesario para la fundición, labor realizada finalmente por Bovisau con un bronce de 1.700 kilos de peso.

Realza la escultura un pedestal decorativista y ecléctico realizado en piedra caliza por Juan Agapito y Revilla, arquitecto municipal, que se aparta del diseño original concebido por el escultor. Tiene forma cuadrada con refuerzos en los ángulos, en forma de contrafuertes que llevan incorporadas columnillas pareadas y remates almenados con el emblema condal. 
En los frentes laterales del pedestal se fijan dos relieves de Aurelio Carretero, fundidos en bronce, que representan dos episodios de la vida del personaje: la figura ecuestre del Conde Ansúrez en presencia del rey Alfonso VI, el rey castellano que le otorgó la villa, y el Conde Ansúrez dirigiendo las obras de la colegiata de Santa María la Mayor de Valladolid. En la parte posterior el espacio es ocupado por el escudo laureado de la ciudad y en la parte frontal por un relieve con el escudo de Castilla sobre el que aparece una cartela que reza “Año de 1903”, una bella alegoría de la Historia sentada junto a un rollo con un libro en la mano y en actitud pensativa, con la anatomía realzada por el uso de paños mojados y la inscripción: “La ciudad de Valladolid erige este monumento a la memoria de su protector y magnánimo bienhechor el Conde D. Pedro Ansúrez. Siglos XI-XII”.

Por su privilegiada situación, presidiendo el centro de la Plaza Mayor vallisoletana, el monumento al Conde Ansúrez ha participado desde su colocación de todas las celebraciones tumultuosas vividas en la plaza, tanto alegres como luctuosas, siendo ya tradicional la colocación de un pañuelo en su cuello por las peñas de la ciudad, durante la inauguración de las fiestas y otros festejos populares, en un gesto de identificación de los vallisoletanos con el buen conde.

 (Continuará)
    
Informe y fotografías: J. M. Travieso

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NOTAS
[1] ARREGUI BARANDIARÁN, Ana. Un ejemplo de escultura conmemorativa en el País Vasco: el monumento a Pedro Viteri y Arana en Arrasate/Mondragón. Ondare, Diputación Foral de Gipuzkoa, 2004.

Este artículo fue publicado en la Revista Atticus, en su edición impresa Dos, en junio 2011.

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2 comentarios:

  1. Interesante figura Aurelio Carretero. ¡Qué buena idea dedicarle un artículo completo!
    Gracias, mucha información me ha sido de gran ayuda.
    Mara Castaño Riaño
    www.mara-guia-castilla-y-leon.es

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  2. Solo un pequeño apunte sobre Alfonso VI es rey de León y I de Castilla.

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