RETABLO DE
LA ASUNCIÓN
Pedro de
Sierra (Medina de Rioseco, 1702 - Valladolid, 1760)
1740
Madera
policromada
Iglesia de
la Asunción, Rueda (Valladolid)
Escultura
barroca española. Escuela castellana
Bóvedas de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid) |
Durante los dos últimos tercios del siglo XVII, tras
la muerte de Gregorio Fernández en 1636, se configura un importante foco
escultórico en Medina de Rioseco, en el que sobresalen José de Medina Argüelles
y Juan Fernández, aunque sería durante la primera mitad del siglo XVIII cuando
este foco alcanza un brillo especial con las figuras de Tomás de Sierra y su
hijo Pedro de Sierra, escultores que, con una obra innovadora y personal, darían
continuidad a la pujante escuela vallisoletana en un momento en que la
escultura barroca comenzaba a incorporar nuevas corrientes derivadas de los ambientes
cortesanos, donde escultores franceses imponían el nuevo gusto rococó.
Pedro de Sierra es el escultor más importante de la
estirpe riosecana dieciochesca y el autor de una obra decisiva en la
retablística castellana del siglo XVIII: el retablo mayor de la iglesia de la
Asunción de Rueda (Valladolid), una impresionante y colosal maquinaria de orden
gigante cuya concepción espacial le sitúa más próximo a las monumentales
portadas de piedra que a los retablos de madera, en este caso coronado por un apoteósico
cascarón, repleto de esculturas y relieves relacionados con la exaltación de la
Virgen.
Todo es novedoso en este retablo, donde el
polifacético escultor, que dominaba tanto los trabajos en madera como en
piedra, establece en el retablo una planta en la que se alternan tramos
convexos y rectos de trazado mixtilíneo, al tiempo que sintetiza la influencia que
recibiera de Narciso Tomé durante su estancia en Toledo, como el uso de placas
blandas —"pellejos"— acopladas a los fustes de las columnas, y la
influencia del dinamismo escultórico que conoció durante su estancia en Segovia
trabajando al servicio del rey, donde se puso en contacto con la corriente rococó
seguida por los escultores franceses Carlier, Tierry, Pitué y Freminx, que
trabajaban en el Palacio de la Granja de San Ildefonso.
A ello se suma un
impresionante repertorio escultórico de temática sacra en el que no faltan
geniales creaciones personales que suponen la renovación de iconografías
tradicionales.
La iglesia de Santa María de la Asunción de Rueda,
que fue construida entre 1738 y 1747 por el arquitecto Manuel Serrano, maestro
de obras de Su Majestad, es uno de los mejores conjuntos arquitectónicos del
siglo XVIII en la provincia de Valladolid. El edificio parroquial, del que eran
copatronos el Cabildo y el Ayuntamiento, vino a sustituir a otro anterior que
se había quedado pequeño debido al auge económico que a principios de siglo
experimentó la villa, con el consiguiente aumento de población.
Su planta, de ascendencia borrominesca, es muy
movida, con los tramos de la nave cubiertos por cúpulas elípticas rebajadas
sobre pechinas y con decoración de yeserías con motivos vegetales, destacando
en el crucero una cúpula vaída sobre tambor y tramos con planta trebolada en los
brazos. Coincidiendo con los contrafuertes, el interior se articula con
pilastras cajeadas de orden gigante con capiteles compuestos, recorriendo las
naves un alto friso, con guirnaldas, cintas y modillones con formas vegetales,
que sujetan una pronunciada cornisa de la que arrancan los arcos de las
bóvedas.
La capilla mayor es rectangular y profunda, cubierta
con bóveda de cañón con lunetos y con todo el muro del testero ocupado por el
impresionante retablo mayor ideado por Pedro de Sierra.
UNA MAQUINARIA DE ESCENOGRAFÍA APOTEÓSICA
En efecto, en 1740, recién concluida la obra del
presbiterio, el cabildo y el concejo de
Rueda decidieron establecer un impuesto sobre la carne vendida en la villa para
financiar el retablo de la nueva iglesia. Para ello nombraron cuatro comisarios
que se ocuparían de buscar un maestro escultor que lo realizase. En el concejo
del 14 de enero de 1741 se decide difundir edictos y pregones por Rueda, Medina
del Campo, Valladolid y Salamanca convocando el concurso de la realización de
tan magna obra1. La respuesta de Pedro de Sierra fue rápida, en
febrero de ese año presentó la traza, el compromiso de realizarlo en un plazo
de dos años y estableciendo un precio estimado de 40.000 reales, corriendo a su
cargo el pedestal de piedra del sotabanco, mientras que el transporte del
retablo desde Valladolid correría a cargo de los comitentes2.
Pedro de Sierra. Detalle de San Ambrosio y San Gregorio |
A
falta de otros licitadores, y tras desistir tres maestros procedentes de
Salamanca, el concejo de Rueda adjudicó el contrato a Pedro de Sierra el 7 de
mayo de 1741, que se ocuparía tanto de la parte arquitectónica como de la
escultórica del retablo, comprometiéndose además a realizar la traza de dos
retablos colaterales que se colocarían en el crucero, por cuya labor se
pagarían 15.000 reales a Francisco de Ochagavía, "vecino de Valladolid, maestro de escultura y arquitectura". El escultor cobraba la obra en agosto de 17493.
El retablo dispone de un sotabanco pétreo que ejerce
como pedestal, un banco de gran altura, un monumental cuerpo único y un ático
que adopta la forma de un gran cascarón, destacando, como ya se ha dicho, su original
planta mixtilínea. En el banco aparecen cuatro grandes repisas, a modo de
cornucopias, decoradas en la parte inferior con grandes cabezas de serafines y
caprichosas formas vegetales por encima. Entre ellas se colocan dos hornacinas
aveneradas, una a cada lado de la custodia, que albergan las figuras de San Gregorio y San Jerónimo, que junto a las de San Agustín y San Ambrosio,
colocadas en los extremos, establecen la presencia de los Cuatro Padres de la
Iglesia Latina como sustento o fundamento de la Iglesia, según los ideales
contrarreformistas.
Pedro de Sierra. San Jerónimo y San Agustín |
Se trata de cuatro imágenes, de tamaño natural y
dotadas de un elegante movimiento, en las que Pedro de Sierra despliega su
creatividad y libertad expresiva, especialmente en la de San Gregorio, que revestido de pontifical y con sorprendente
naturalidad sujeta con su mano la pesada tiara papal de tres coronas mientras
lee ensimismado, y en la de San Jerónimo,
que con el tradicional atributo del león a sus pies y con indumentaria
cardenalicia se chupa el dedo para pasar la página de su Biblia Vulgata.
El centro del banco está ocupado por un gran tabernáculo
abierto, con cuatro columnas angulares sobre las que reposan las pequeñas imágenes
sedentes de los Cuatro Evangelistas y
en el remate superior la figura de Sansón
venciendo al león, un tema convertido en una prefiguración de Cristo.
El monumental cuerpo del retablo está articulado por
cuatro columnas de orden gigante, con capiteles corintios y fustes acanalados
decorados con cabezas de ángeles colocadas sobre placas blandas que, como ya se
dicho, acusan la influencia del diseño de Narciso Tomé en el transparente de la
catedral de Toledo. Estas sustentan un alto entablamento decorado con
modillones con formas vegetales que se alternan con cabezas de serafines,
rematándose con una pronunciada cornisa con forma de sencillas molduras.
En la calle central se abre una hornacina calada,
con forma de gran transparente, en la que se ubica la Virgen de la Asunción, titular del templo, que aparece gravitando
con los brazos levantados sobre un trono de nubes entre las que asoman cabezas
y bustos de movidos querubines, a los que acompañan a los lados otros dos
sujetando cartelas con inscripciones. Sobre el frontispicio que corona la
hornacina, de trazado sinuoso, reposan las alegorías de tres virtudes: la Fe, en lo alto, la Esperanza y la Caridad a
los lados.
En los intercolumnios, de trazado convexo, se abren dos
hornacinas aveneradas, con amplias repisas decoradas con hojas de acanto y
rematadas por graciosas figuras de ángeles que sujetan grandes floreros. En su
interior se colocan las elegantes figuras de San Joaquín y Santa Ana,
padres de la Virgen.
Si Santa Ana ofrece un elegante clasicismo por su
expresivo contraposto, con un suave modelado de los paños y abundantes pliegues
que producen un acentuado claroscuro, recordando modelos junianos, sumamente
original es la representación de San Joaquín, caracterizado como un anciano
patriarca de largas barbas que, apoyado sobre un bastón, luce una indumentaria
de inspiración oriental, con un vistoso turbante, una túnica corta ajustada a
la cintura por un ceñidor que forma un lazo al frente y una especie de
sobrepelliz largo y de mangas anchas cuyo revés reproduce las madejas de una
piel animal, sugiriendo su estancia de penitencia en el desierto después de ser
rechazado en el Templo por carecer de descendencia, según figura en el
evangelio apócrifo de Santiago.
Ambas esculturas presentan una policromía
preciosista, al gusto dieciochesco, con elegantes estofados en los que prima el
oro y carnaciones llenas de matices que les proporcionan una gran vitalidad.
Remata el conjunto un gran cascarón que ocupa la
totalidad de la bóveda del ábside. Como continuación del programa iconográfico
desplegado en el cuerpo, se presenta una gloria abierta —auténtica celebración—
que viene a sustituir al tradicional Calvario de épocas anteriores. Sobre la
cornisa se abre un remolino de nubes y ángeles, emitiendo rayos en todas las
direcciones, sobre el que aparecen las figuras de Cristo y el Padre Eterno sujetando una corona que colocarán sobre
la cabeza de la Virgen. Testigos de tan excepcional momento son las imágenes de
San José y San Juan Bautista, que aparecen sedentes sobre nubes doradas a los
lados del grupo principal. Sobre la misma cornisa, en los extremos, se yerguen
las figuras de San Pedro y San Pablo, que adoptan un ademán
inspirado en anteriores modelos fernandinos.
Pedro de Sierra. San Joaquín y Santa Ana |
A los lados del gran cascarón se encuentran dos
grandes medallones con formas ovales en los que se insertan altorrelieves con grupos
de santos y santas mártires, todos participando
de la celebración glorificados entre nubes y portando como atributo las
preceptivas palmas. Coronando el cascarón aparece la figura del Espíritu Santo entre nubes y con
profusión rayos que se despliegan radialmente, rodeado por un anillo de
ángeles, unos como grandes cabezas de querubines entre nubes y otros de cuerpo
entero tañendo trompetas o portando coronas, toda una apoteosis de brillos
dorados en las que el impetuoso movimiento escenográfico barroco alcanza el
paroxismo.
El sorprendente conjunto era culminado en 1766 con
el dorado aplicado por Hermenegildo Gargollo y Mateo Prieto4, según
consta en una inscripción colocada en el tablero situado tras el tabernáculo:
"Gargollo-Año de 1766-Prieto".
Un año antes el tallista Isidro Plaza se había ocupado de realizar las
cartelas.
Junto al retablo mayor, en los frentes del crucero,
según las especificaciones del contrato, se colocaron dos retablos de estilo
rococó que fueron elaborados en 1741 por Francisco de Ochagavia, siguiendo los
diseños de Pedro de Sierra. Uno tiene como imagen titular a San Francisco
Javier y el otro a San Juan Bautista,
una fantástica escultura de Pedro de Sierra que constituye un raro ejemplo de
influencia berruguetesca sobre la escultura barroca, con la figura del
Precursor esbelta y desenvolviéndose en el espacio con una gran elegancia. Al
igual que el retablo mayor, estos retablos fueron dorados y policromados en
1765 por Hermenegildo Gargollo y Mateo Prieto5.
Asimismo, le es atribuida a Pedro de Sierra la
decoración escultórica de la fachada de piedra de la iglesia, donde despliega
una decoración afín a la iconografía del retablo, con la escultura de la Asunción dentro de una hornacina y en el
frontispicio el Espíritu Santo
envuelto en rayos junto a las figuras del Padre
y el Hijo sosteniendo
una corona destinada a la Virgen en el remate, así como otros motivos supeditados a la
arquitectura.
El retablo mayor de la iglesia de la Asunción de
Rueda supone un hito en la carrera de Pedro de Sierra, con el que culmina la
tendencia barroca a independizar la escultura respecto a la arquitectura. En el
retablo las figuras muestran un movimiento impetuoso, con los paños formando
pliegues suaves y blandos, abandonando el estilo afrancesado de su primera
época. Su estilo está en consonancia con la meritoria sillería de coro
realizada en 1735 para el convento de San Francisco de Valladolid, víctima de
la Desamortización en 1842 y recompuesta por Constantino Candeira en 1933 en el
coro alto de la capilla del Colegio de San Gregorio, sede del Museo Nacional de
Escultura. Estaba compuesta por 48 sitiales altos y bajos y otros 44 colocados
enfrente, que fueron realizados a petición de Fray Juan de Soto, General de la
Orden. En ella Pedro de Sierra dirigió a un numeroso grupo de oficiales y a su hermano
Jacinto, que había ingresado como franciscano y que ejerció como ensamblador. A
la misma pertenecía una bella Inmaculada que presidía el frontispicio del coro
y que hoy se muestra como figura exenta.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan
José: Escultura barroca castellana.
Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1958, p.386.
2 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido
judicial de Medina del Campo. Catálogo Monumental de la Provincia de
Valladolid, tomo XVIII, Diputación de Valladolid, 2003, p. 270.
3 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del
Campo... Op. cit., p. 270.
4 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del Campo...
Op. cit., p. 270.
5 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel y FRAILE GÓMEZ, Ana Mª: Antiguo partido judicial de Medina del
Campo... Op. cit., p. 269.
Retablo colateral. Pedro de Sierra. San Juan Bautista, 1741 |
Fachada de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid) |
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