13 de junio de 2019

Visita virtual: SAN ANTONIO DE PADUA, visión mística en un entorno teatralizado













SAN ANTONIO DE PADUA
Manuel Pereira (Oporto, 1588 - Madrid, 1683)
1631
Madera de pino policromada
Iglesia de San Antonio de los Alemanes y Hermandad del Refugio, Madrid
Escultura barroca española. Escuela cortesana















Altar mayor de la iglesia de San Antonio de los Alemanes, Madrid
Durante el siglo XVII en Madrid se centraban todas las tendencias artísticas de la época, emanando al tiempo aires renovadores desde la Corte que tendrían gran repercusión en las escuelas provinciales. La causa fue la abundante clientela cortesana, que por un lado supuso la llegada de artistas foráneos a Madrid y por otro la importación de obras extranjeras, manteniéndose en ambos casos la preferencia por la temática religiosa, pues la Iglesia continuó siendo el principal cliente de los escultores asentados en la Corte, a los cuales la finalidad de cada escultura condicionaba la técnica y el material a utilizar.

Entre la pléyade de escultores atraídos por la oferta de trabajo madrileña figuraba el portugués Manuel Pereira, cuya obra, realizada en los años centrales del siglo XVII, se coloca en la cumbre de la escultura barroca española, en opinión de Jesús Urrea equiparable e incluso superior a los dos grandes maestros de este siglo: Gregorio Fernández y Martínez Montañés1.

Este magnífico escultor, hijo de Andrés Gómez Pereira y Guiomar de Resende, había nacido en Oporto en 1588, ignorándose el momento en que se trasladó con su familia a Madrid. Es posible que en esta ciudad culminase su formación como escultor, en un momento en que desarrollaban su actividad Antonio de Herrera, Antonio Riera, Antón de Morales y el italiano Juan Antonio Ceroni, pudiendo terminar su formación junto a alguno de ellos. Es en 1624, a la edad de 36 años, cuando aparece realizando cuatro esculturas de piedra, con las figuras de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Pedro y San Pablo, para la fachada de la iglesia de la Compañía de Jesús de Alcalá de Henares2, donde ya presenta un estilo personal bien definido, caracterizado por sus elegantes y equilibradas actitudes y un realismo de gran serenidad.

En 1625 Manuel Pereira contraía matrimonio en Madrid con la joven María González de Estrada, con la que tuvo varios hijos y ocupó una casa en la calle Cantarranas —actual Lope de Vega—, conociéndose que en 1635 fue encarcelado por deudas, incidente que resolvió tras recibir la ayuda del pintor Jusepe Leonardo y del ensamblador Juan Bautista Garrido3. Sin embargo, su vida posterior fue notablemente desahogada gracias a su incesante trabajo. Su profunda religiosidad queda reflejada en su condición de Familiar del Santo Oficio.

En 1606 Felipe III había fundado a través del Consejo de Portugal, recién regresada la Corte de este monarca de Valladolid a Madrid, la iglesia y el Hospital de San Antonio de los Portugueses, al frente del cual una hermandad del mismo nombre atendía a los súbditos portugueses residentes en la corte madrileña. La actual iglesia se levantó entre 1624 y 1633 según el diseño del jesuita Pedro Sánchez y de acuerdo a los nuevos gustos del barroco, con planta ovalada y una gran cúpula. Para la misma, el 18 de agosto de 1630 fue contratado un retablo mayor a Juan Bautista Garrido, que, tras una ampliación encargada a Miguel Thomás, fue dorado en 1632 por Francisco de Pineda, pintor que también habría de ocuparse de una serie de lienzos con escenas de milagros de San Antonio, pero que, debido a su muerte, fueron realizados por Vicente Carducho, que había ejercido como su fiador. Estas cuatro pinturas se conservan actualmente en la sacristía de la iglesia.  

Por su condición de portugués, el 31 de marzo de 1631 el marqués de Gobea, gentilhombre de cámara de Felipe IV, encargó a Manuel Pereira la imagen del santo titular que habría de presidir el retablo de la iglesia del Hospital de los Portugueses, cuyo coste fue fijado en 2.000 reales. El contrato establecía que debía medir siete pies de altura, que fuera realizado en madera de pino seca, limpia, buena y ahuecada, especificando que debía incluir la figura del Niño Jesús sobre un libro que el santo sujetara en la mano, comprometiéndose el escultor a entregarla a finales de septiembre de ese año.

La escultura, realizada en madera policromada con un tamaño superior al natural, representa a San Antonio de Padua en conversación mística con el Niño Jesús, que aparece sentado sobre un libro que el santo fraile sujeta en su mano izquierda, recreación de una de las visiones del santo cuando explicaba a los fieles el misterio de la Encarnación, en que el Divino Infante descendió del cielo para sentarse sobre el libro, que en la versión de Manuel Pereira presenta su mano izquierda apoyada sobre un pequeño globo terráqueo y la derecha levantada, lo que junto al cruce de miradas sugiere una conversación entablada entre ambos.

Como ocurriera en la imagen burgalesa de San Bruno, el santo lisboeta aparece recubierto por el hábito franciscano, que está trabajado con gran naturalidad y verticalidad, formando amplios pliegues que ocultan completamente su anatomía y se adaptan al cordón ceñido a la cintura, recogiéndose bajo el libro formando angulosidades en forma de "V" que rompen la monotonía vertical y proporcionan dinamismo a la estática figura.

La austeridad del hábito se contrapone al minucioso trabajo de la cabeza, que se inclina suavemente y presenta al santo joven, con cabellos abultados ajustados a la tonsura, ojos muy abiertos —con aplicaciones postizas de cristal—, boca cerrada y gesto ensimismado en actitud contemplativa. Es la figura del Niño la que siguiendo las pautas infantiles se mueve con mayor naturalidad en el espacio, ofreciendo una blanda anatomía trabajada al límite en todos sus detalles. Su cabello aparece igualmente abultado y formando grandes rizos ensortijados, con una belleza facial angelical y ademanes de gran espontaneidad, todo un prodigio de gracia y delicadeza.

Como es habitual en la obra de Manuel Pereira, abundan los detalles realizados con gran precisión, como la mano derecha del santo, concebida para sujetar el habitual y simbólico ramo de azucenas —postizo realizado en plata—, el libro lujosamente encuadernado y con los cierres metálicos visibles,  el cíngulo tallado con pericia con los nudos franciscanos preceptivos y un gran equilibrio compositivo para mostrar una escena dominada por la intimidad y el ensimismamiento, la cual, a pesar de ajustarse a la tradicional iconografía, presenta la inconfundible huella de su autor. Desgraciadamente, la policromía original de la escultura quedaría oculta bajo otra nueva aplicada en el siglo XVIII, cuando se renovó su retablo.

Tras el levantamiento en favor de la Restauración de la Independencia del reino de Portugal, que se inició el 1 de diciembre de 1640 y culminó el 13 de febrero de 1668 con el Tratado de Lisboa, la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, promovió la cesión del hospital para atender a los soldados del regimiento del rey y posteriormente para atender a la numerosa comunidad de alemanes residentes en Madrid, cambiándose la advocación de la iglesia por la de San Antonio de los Alemanes, que siguió contando con la protección real.

Mientras tanto, el interior del templo fue completamente recubierto de pinturas al fresco, destacando ocho grandes escenas murales que narran los milagros más conocidos de San Antonio, obra de Luca Giordano, que incluye en el nivel inferior retratos de santos emperadores, reyes y príncipes, así como una grandilocuente gloria abierta plasmada en la cúpula ovalada en 1662 por Francisco Rizzi, donde San Antonio aparece recibiendo al Niño Jesús de manos de la Virgen en presencia de numerosos ángeles.

Tanto el templo como la imagen titular de Manuel Pereira conocieron alteraciones a comienzos del siglo XVIII. En 1702 el rey Felipe V paso la gestión de la iglesia de San Antonio de los Alemanes a la Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid, cuya titularidad todavía conserva, siendo contratado un nuevo retablo a Manuel de Arredondo, cuyo dorado sería realizado por Antonio Ruiz. Es entonces cuando la imagen de San Antonio sufre un repinte de su policromía que ocultó la original.

Pero no acabaron ahí las peripecias de la imagen, pues a finales del siglo XVIII el retablo fue sustituido por otro nuevo de estilo neoclasicista, según los gustos del momento. Este fue encargado a Miguel Fernández en 1762, que realizó la parte arquitectónica, mientras Francisco Gutiérrez se ocupó de las labores escultóricas4, añadiendo a la imagen de San Antonio una peana de nubes blancas con cabezas de querubines, motivos que se repiten en el cascarón, con un ángel sujetando un emblema heráldico y guirnaldas en el remate de la hornacina, en cuyo fondo fueron colocados grandes rayos metálicos, todo ello siguiendo el más estricto gusto dieciochesco, con una aparatosidad en la que en parte se diluye la magistral imagen de Manuel Pereira.

En 1646, quince años después de haber realizado la imagen titular del retablo mayor, le fue solicitada a Manuel Pereira por la junta rectora del madrileño Hospital de los Portugueses una nueva imagen de San Antonio de Padua, en este caso de piedra, para ser colocada en la portada de la iglesia. En ella el escultor muestra un estilo más evolucionado, abandonando la rigidez del modelo de madera mediante la aplicación de un ligero contrapposto y abandonando la severidad gestual.

Manuel Pereira. San Bruno, 1634-1635
Cartuja de Miraflores, Burgos (Foto Wikipedia)
Entre 1634 y 1635 Manuel Pereira había demostrado de nuevo su maestría realizando la impresionante escultura de San Bruno de la Cartuja de Miraflores de Burgos, obra solicitada, financiada y donada por el madrileño Cardenal Zapata, vinculado a la cartuja cuando ejerció como obispo de Burgos, tras ocupar este cargo en Cádiz y Pamplona. En tan impresionante escultura Manuel Pereira aplica un intenso realismo, cuyo sentimentalismo y profundidad religiosa trasciende la madera y la hace palpitar sin recurrir a otros recursos expresivos más que los valores humanos.

Desde ese momento la actividad de Manuel Pereira fue imparable, figurando entre sus obras documentadas las esculturas de Santo Domingo de Guzmán y San Pedro Mártir, realizadas en 1636 para el retablo mayor del monasterio de Santo Domingo de Benfica de Lisboa; el Cristo crucificado y la Virgen del Rosario, ambas realizadas entre 1636 y 1637 para el mismo monasterio lisboeta; el busto del Ecce Homo (entre 1635 y 1650) del Museo Nacional de Arte de Cataluña; la Virgen de Montserrat elaborada en 1641 para el monasterio de Nuestra Señora de Montserrat de Madrid; el Cristo crucificado (1641-1644) de la parroquia del Sagrario de la catedral de Sevilla; el San Marcos realizado en 1643 para la capilla de Marcos García de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y San Sebastián de Martín Muñoz de las Posadas (Segovia); el Cristo crucificado (1646-1647) que procedente del palacio de los marqueses de Lozoya se conserva en la capilla del Sagrario de la catedral de Segovia; el Cristo crucificado del Oratorio del Olivar de Madrid; la Inmaculada Concepción tallada en 1649 para el convento de la Inmaculada Concepción de Pamplona; el San Bruno de 1652 destinado a la Hospedería del Paular (Madrid), actualmente en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; el Cristo crucificado (1655) de la iglesia de San Juan de la Rabanera de Soria; el Trono de ángeles de Santa María del Paular, elaborado en madera y yeso en 1657 para la Cartuja del Paular de Rascafría (Madrid); el grupo de San Bernardo, San Ildefonso, San Anselmo y San Ruperto (1660-1661), colocados en el crucero, el relieve de la Anunciación de la portada principal y el San Benito de la puerta pequeña, estos dos últimos realizados en piedra en la misma fecha,  todos ellos en el convento de San Plácido de Madrid; el San Andrés (1658-1663) y la Virgen con el Niño (h. 1666), obras de piedra destinadas a la capilla de San Isidro, hoy parroquia de San Andrés de Madrid y la Virgen de Gracia de 1670 de la iglesia de San Agustín de La Orotava (Santa Cruz de Tenerife).

Manuel Pereira. Ecce Homo, entre 1635 y 1650
Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona (Foto MNAC)
A este pródigo catálogo se suma un considerable número de obras atribuidas no documentadas, junto a una cuantiosa serie de obras en madera y piedra que desaparecieron en distintas circunstancias en iglesias y conventos de Madrid capital y en poblaciones de la provincia, como Alcalá de Henares, Loeches, Rascafría y Torrejón de Velasco, así como en Toledo y algunos de sus pueblos, como Sonseca.

Manuel Pereira, que trabajó la piedra, el alabastro y la madera, nunca realizó relieves y arquitecturas de retablos ni se ocupó del policromado. Su escultura se caracteriza por el profundo sentimiento religioso, el realismo de las facciones, la esbeltez de las figuras y las poses elegantes, con amplios y profundos pliegues en las vestiduras, en la mayoría de los casos con figuras cargadas de un fuerte misticismo, consiguiendo creaciones de gran rotundidad que destacan en el panorama de la plástica barroca española.

Este magnífico escultor, que no llegó a crear escuela, a pesar de tener oficiales a su cargo, como apuntó Urrea sentó las bases de un barroquismo clasicista, equilibrado, ajeno a los efectismos. Se le considera el creador de la iconografía hispana del Cristo del Perdón como variante del tema del Cristo de los Dolores, siendo igualmente muy interesantes sus aportaciones a las imágenes del Ecce Homo y de Cristo crucificado vivo en la cruz.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Manuel Pereira: Introducción a la escultura barroca madrileña. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 43, Universidad de Valladolid, 1977, p. 257.

2 Ibídem, p. 258.

3 Ibídem, p. 259.

4 SÁNCHEZ GUZMÁN, Rubén: El escultor Manuel Pereira (1588-1683). Cuadernos de Arte e Iconografía, tomo XVII, nº 33, Madrid, 2008, p. 86.

* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario