3 de noviembre de 2017

Un museo interesante: MUSEO DE ARTE SACRO DE SAN ANTOLÍN, Tordesillas (Valladolid)



Cuando se llega a Tordesillas desde Madrid la fisionomía de la villa queda definida por el puente medieval y una hilada de edificaciones que establecen un sugestivo balcón sobre el padre Duero, destacando entre ellas el semblante palaciego de las Casas del Tratado y a su lado la esbelta iglesia de San Antolín con su torre y sus pináculos, una panorámica que ha variado muy poco desde que fuera dibujada por Valentín Carderera en el siglo XIX.

Hoy fijamos nuestra atención en la que fuera una de tantas iglesias tordesillanas, desde 1969 desacralizada para convertirse en Museo de San Antolín, que dedicado en exclusiva al arte sacro no sólo recoge el ingente patrimonio artístico de la propia iglesia, sino también una excelente colección de obras procedentes de otros templos de la noble villa que también sucumbieron por distintos motivos.


Altar portátil de la Piedad, alabastro, s. XVI
La que fuera iglesia de San Antolín es un edificio de una sola nave de cuatro tramos, con la torre de ladrillo a los pies sobre el espacio del coro, capillas entre contrafuertes poco profundas y con los dos tramos de la cabecera cubiertos por bóvedas góticas de crucería con terceletes y los dos restantes con bóvedas de arista decoradas con yeserías realizadas durante la remodelación de la primera mitad del siglo XVII. El espacio se agranda y dignifica con tres capillas adosadas en el lado del Evangelio. La primera de ellas, alineada a la capilla mayor, es la Capilla de los Ulloa, cubierta con bóveda de crucería; la segunda es la Capilla de los Acevedos, que igualmente con bóveda de crucería establece un falso crucero; finalmente una capilla de planta irregular con función de baptisterio cubierta con bóveda de cañón.

Más espectacular es la Capilla de los Alderete, que con planta rectangular se abre en el lado de la Epístola, junto a la capilla mayor, y se extiende ocupando dos tramos completos, siendo la parte más antigua de todo el conjunto. Está levantada en piedra de sillería y cubierta por bóvedas de crucería estrelladas que se apoyan en ménsulas con ángeles portablasones. A sus pies se coloca una sacristía, cubierta por bóveda de cañón, de la que arranca una escalera de caracol que conduce al coro alto y a una terraza que adquiere el valor de un mirador defensivo sobre el Duero. Su austeridad exterior contrasta con el rico interior y los elementos artísticos que atesora.

Jesús atado a la columna, alabastro, s. XVI
Todos estos espacios, debidamente dotados durante los siglos XVI y XVII para los oficios religiosos, en la actualidad están musealizados para presentar una ingente colección de pintura, escultura, orfebrería, relicarios, documentos y vestuario litúrgico, en la que junto a piezas de raigambre popular destaca un impresionante conjunto de obras de primer orden, entre las cuales haremos forzosamente una selección, siempre subjetiva y posiblemente injusta, para divulgar aquellos tesoros que por sí mismos justifican una visita a Tordesillas.

En lugar de seguir el orden expositivo del museo, mostraremos la selección agrupando las obras en los dos estilos artísticos imperantes: el Renacimiento y el Barroco.



OBRAS DEL RENACIMIENTO 
    
Capilla de los Alderete

Piedad
Anónimo hispanoflamenco, siglo XVI
Esta expresiva escultura sigue el modelo de origen centroeuropeo influenciado por los escritos de Santa Brígida. Presenta a Cristo muerto en el regazo de la Virgen sedente, destacando la torsión en el cuerpo del recién desclavado, con los brazos descoyuntados como elemento expresionista para realzar su patetismo. La Virgen es una figura en plena adolescencia y con el semblante compungido como es habitual en este arquetipo.

Altar portátil de la Piedad
Anónimo, siglo XVI
Se trata de un pequeño retablito en el que una exquisita arquitectura de tipo clasicista y traza herreriana sirve de marco a un relieve en alabastro con el tema de la Piedad. La obra responde a una tipología devocional que comenzó a satisfacer la necesidad de introducir en viviendas particulares del ámbito burgués un tipo de piezas hasta entonces reservadas a capillas o iglesias, llegando a conocer los pequeños relieves en alabastro el mismo éxito comercial que las tablas flamencas.
Su procedencia es difícil de determinar, aunque seguramente el relieve sea una elaboración escultórica inglesa, ya que los talleres isleños realizaron una copiosa producción tanto de piezas sueltas como de otras destinadas a dípticos, polípticos y pequeños retablos que fueron enviadas de forma masiva al continente, existiendo en España un amplio catálogo. La elaboración de este tipo de alabastros comenzó en el siglo XIV y perduró hasta bien entrado el siglo XVI, hasta convertirse en modelos reiterativos en los que se representan algunos santos, los gozos de la Virgen y escenas de la Pasión, generalmente con composiciones muy elementales y gusto por los detalles secundarios, como se aprecia en este caso en la calavera, el tarro de perfumes, los accesorios de la cruz y la ingenua vista de Jerusalén al fondo. Este tipo de alabastros ingleses conocieron la competencia de numerosos talleres asentados en la ciudad flamenca de Malinas, donde florecieron entre la segunda mitad del siglo XVI y el primer cuarto del XVII con una técnica más depurada.

Gaspar de Tordesillas. Sepulcro de don Pedro Rguez. de Alderete, 1550-1562
Relieve de Jesús atado a la columna
Anónimo, siglo XVI
Este meritorio relieve de alabastro, colocado en la capilla de los Acevedo, está insertado en un marco posterior decorado con cabezas de querubines en los ángulos. Se atribuye al círculo de Cornelis de Holanda, un escultor flamenco del siglo XVI cuyas obras se documentan en Galicia. El relieve está policromado y representa a Cristo atado a la columna hasta la altura de la cintura, con la figura coronada de espinas en posición de tres cuartos y acompañada de los flagelos y azotes. El relieve, a pesar de su escaso fondo, muestra la pericia del escultor para definir el modelado anatómico, alcanzando un gran virtuosismo en los pequeños detalles de la cabeza, que aparece rodeada de un nimbo radiante pintado con finos rayos dorados muy frecuentes en el primer tercio del siglo XVI.

Capilla de los Alderete
Siglo XVI
Detalle sepulcro de don Pedro Rodríguez de Alderete, 1550-1562
La capilla de la Piedad, más conocida por el nombre de la familia que ejerció su patronazgo, los Alderete, es uno de los recintos funerarios castellanos más importantes del siglo XVI, siendo concebida a principios de siglo como panteón familiar, donde trabajaron diferentes artistas. Los restos más antiguos de la capilla son el enterramiento, bajo un arcosolio de raigambre goticista, de don Rodrigo Alderete, y las rejas platerescas que separan la capilla de la nave del templo, interesante trabajo de forja de los talleres vallisoletanos.
En la pequeña sacristía que se abre a los pies de la capilla, el cantero Juan de Zorrilla levantó en 1559 una torrecilla cilíndrica con una escalera de caracol en su interior con acceso a una tribuna abierta a la capilla y al mirador dispuesto a la altura del tejado.
Interesante es el sepulcro ya citado de don Rodrigo Alderete, juez mayor de Vizcaya, inscrito en el muro bajo un arco de medio punto y rematado con un arco conopial y pináculos en los extremos, mientras en la cama sepulcral una inscripción en caracteres góticos le identifica: “Aquí yaze el Licenciado Rodrigo de Alderete, juez mayor de Vizcaya por sus magestades falleció año de 1527”. La efigie del juez aparece yacente y en actitud de orar, con la cabeza reposando sobre dos cojines y acompañado de las figuras de un perro y un niño-paje a los pies. Tanto la policromía del yacente, como las pinturas del Calvario que aparece en el fondo del nicho y la Anunciación repartida en las albanegas del arco son obra de Gabriel Vázquez de Barreda.
Obra destacada es el sepulcro de don Pedro Rodríguez Alderete, muerto en 1501, que aparece colocado en el centro de la capilla. Fue realizado en alabastro por el entallador Gaspar de Tordesillas siguiendo esquemas berruguetescos.
Espectacular es el retablo, contratado por Gaspar de Tordesillas para el monasterio de Santa Clara de la villa, pero comprado en 1550 por Gaspar Alderete para ser instalado en su capilla de la Piedad cuando solamente estaba realizada su estructura y la talla de la mazonería. Después Gaspar Alderete contrataba al escultor Juan de Juni las esculturas y relieves que lo integran. En 1579 Bartolomé Hernández, escultor vecino de Astorga, donde había trabajado con Gaspar Becerra, fue contratado por Gaspar Alderete para policromar el retablo y montarlo presidiendo la capilla. El retablo lleva incorporadas seis pinturas al óleo sobre tabla que fueron atribuidas durante mucho tiempo al maestro medinense Antón Pérez, aunque investigaciones recientes se las adjudican al pintor florentino Benedito Rabuyate, afincado en Valladolid.   

Sepulcro de Don Pedro Rodríguez de Alderete
Gaspar de Tordesillas, entre 1550 y 1562
El fastuoso sepulcro de don Pedro Rodríguez Alderete, comendador de Santiago, regidor de Tordesillas y fundador de la capilla funeraria de la Piedad, se encuentra entre lo más selecto de la escultura funeraria española del Renacimiento. Se considera obra del entallador Gaspar de Tordesillas, que lo habría realizado en alabastro entre 1550 y 1562 siguiendo un esquema similar al que utilizara Alonso Berruguete en la que fue su última obra: el sepulcro del cardenal Tavera (1554-1561) de la iglesia del Hospital de Tavera en Toledo.
Consta de una cama sepulcral, apoyada sobre un basamento, con cuatro frentes labrados —siguiendo el horror vacui— en los que se distribuyen relieves de hornacinas y medallones de raigambre florentina que están flanqueados por columnas platerescas. Entre ellos se colocan relieves con grutescos a candelieri y en los ángulos alegorías de Virtudes de inspiración clásica. 
Juan de Juni. Retablo de la capilla de los Alderete, 1565-1569
En el frente de la cabecera aparece el tondo de San Pedro, que tiene su correlación con el de la Virgen del Socorro colocado a los pies. En el frente izquierdo (visto desde los pies) aparece San Jerónimo dentro de una hornacina y a los lados medallones con las figuras de los evangelistas San Lucas y San Juan. El esquema se repite en el frente derecho con la figura central de San Ambrosio en la hornacina y los medallones de los evangelistas San Marcos y San Mateo a los lados. Sobre estos relieves discurre un friso que recorre todo el perímetro del sepulcro con la inscripción: “Este bulto y capilla mandó hacer y doctó Pedro Alderete comendador de la Caballería de Santiago, vecino y regidor desta villa de Tordesillas. Falleció en Granada, año de 1501, cuio cuerpo aquí está sepultado”. A pesar del dato que figura en la inscripción, don Pedro Rodríguez Alderete murió en 1501 en el monasterio de agustinas de Santa María de Gracia de la villa de Madrigal, al que se trasladó desde Granada, ciudad en la que había otorgado su testamento.
Solemne es la efigie yacente del regidor, representado con armadura de gala minuciosamente descrita, con la cabeza reposando sobre dos almohadones con los bordes recorridos por bordados simulados en relieve que representan figuras fantásticas y borlones en las esquinas. El retrato de don Pedro aparece idealizado con gran serenidad y empaque, sujetando una espada y rodeado de figuras de niños dormidos sobre calaveras y tarjetas en alusión al sueño eterno. A los pies dos infantes con gesto doliente sujetan el yelmo, todo él labrado en relieve con exquisitos grutescos.
Juan de Juni. Detalle de la Virgen de la Piedad, 1565-1569
En el conjunto Gaspar de Palencia pone de manifiesto su entrega absoluta a las formas italianizantes, haciendo gala de su creatividad en el dinámico diseño de las figuras y los paños.

Retablo de la capilla de los Alderete
Escultura de Juan de Juni, mazonería de Gaspar de Tordesillas, policromía de Bartolomé Hernández y pinturas de Benedito Rabuyate, 1550-1579
 Esta ingente maquinaria tiene una historia controvertida y dilatada en el tiempo que no está resuelta plenamente, por lo que recogemos las teorías más avanzadas sobre el multidisciplinar conjunto. Sabemos que fue contratado por Gaspar de Tordesillas para presidir la capilla mayor del Real monasterio de Santa Clara de Tordesillas, para el que realizó la estructura arquitectónica y la exuberante talla de la mazonería. En 1550 Gaspar de Alderete, regidor de Tordesillas, lo compraba incompleto para colocarle en la capilla de la Piedad de la iglesia de San Antolín, en la que la familia de los Alderete ostentaba el patronazgo desde su fundación a finales del siglo XV, contratando en 1565 los relieves y esculturas al escultor de origen borgoñón Juan de Juni, con taller en Valladolid. Estos trabajos fueron tasados en 1569 ante la presencia de los escultores Francisco de la Maza, defensor de los derechos de Juni, y de Leonardo de Carrión, representante de Gaspar de Alderete. Ese mismo año se comprometía a realizar un Crucifijo con su correspondiente cruz y tablero, que no figuraba en el contrato anterior, que sería colocado entre las figuras de la Virgen y San Juan en el ático.
Taller de Juan de Juni. San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán, 1565-1569
El conjunto permaneció al natural, sin labores de dorado y policromía, durante unos años, siendo encargado este trabajo en 1580 al entallador Bartolomé Hernández, con taller en Astorga, que también debía ocuparse de las pinturas de los tableros de las calles laterales. En ese momento el pintor florentino Benedito Rabuyate, afincado en Valladolid, que había ejercido como fiador de Juan de Juni en el contrato del Crucifijo, interpuso un pleito alegando haber firmado un contrato el día de la fianza para realizar dichas pinturas. En la sentencia del pleito, dictada en mayo de 1582, se mantenía el compromiso con Bartolomé Hernández, estableciendo una fuerte cantidad como indemnización a Benedito Rabuyate, al que según Manuel Arias Martínez corresponden las seis pinturas que representan la Visitación, la Epifanía, el Bautismo de Cristo, la Misa de San Gregorio, San Cristóbal y San Benito y Santa Escolástica, todas ellas italianizantes.

Juan de Anchieta. Detalle de Dimas, Cristo y Gestas, s. XVI
En la parte escultórica, a pesar de responder íntegramente a modelos de Juan de Juni, se aprecia la intervención del taller, incluyendo a su hijo Isaac de Juni, que asentó los trabajos de escultura. La obra más personal del borgoñón es el altorrelieve de la Virgen titular de la capilla, aunque en realidad su iconografía se ajusta a la Virgen de la Misericordia. En él aparece la Virgen a escala monumental parando con sus manos unos rayos en forma de flechas que simbolizan los peligros de la humanidad. Bajo su manto protector se aglutinan un nutrido grupo de eclesiásticos (izquierda) y de laicos (derecha) que imploran su protección. A sus pies aparece una serpiente pisoteada, alusiva al pecado vencido, que prefigura la Inmaculada Concepción. En esta verdadera obra maestra se sintetiza el estilo juniano más genuino.
Maestro de Portillo. Retablo de la Virgen, primer tercio siglo XVI
De extraordinaria plasticidad es también el altorrelieve del Descendimiento, aunque en su ejecución se patentice la intervención del taller, adoleciendo de la falta de brío que el borgoñón impregnaba a sus obras. Otro tanto ocurre con el santoral que se distribuye por las entrecalles, como San Pedro y San Juan (primer cuerpo), San Bartolomé y María Magdalena (segundo cuerpo) y San Francisco y Santo Domingo (tercer cuerpo), todas ellas rebosando el marco en que se encuentran.

Por lo que respecta al ático la realización de atribuciones es tarea complicada, pues tanto en las figuras de la Virgen, San Juan y Cristo crucificado que configuran el Calvario, como en los ladrones colocados en los extremos y en el relieve del Padre Eterno del remate, se aprecian autores diferentes a Juni, aunque todos sigan un programa maestro planteado por aquel. Recientemente, todo este conjunto del ático ha sido atribuido por Luis Vasallo al escultor vasco Juan de Anchieta, que lo habría realizado durante su estancia en Valladolid y Astorga.
   
Maestro de Portillo. Santo Entierro. Retablo de la Virgen, s. XVI
  
Retablo de la Virgen
Pinturas del Maestro de Portillo, primer tercio siglo XVI
En un muro lateral de la capilla de los Acevedo se encuentra este retablo formado cinco pinturas atribuidas al Maestro de Portillo y la escultura central de la Virgen con el Niño. En la parte central del banco se sitúa la escena del Santo Sepulcro, flanqueada en las calles laterales por un santoral formado por parejas, en la izquierda San Miguel y San Juan Bautista con donante y en la derecha Santa Ana y Santiago. De excelente factura en la ortodoxia de la pintura hispano flamenca, este fecundo pintor realizó múltiples retablos de este tipo en los que se muestra seguidor de Pedro Berruguete, en el uso continuo de fondos dorados, con algunas reminiscencias del flamenco Rogier van der Weyden, siempre sobre la base del dominio del dibujo y una paleta rica de matices.


Maestro de Portillo. Detalle de San Miguel, San Juan Bautista y Santiago. Retablo de la Virgen, s. XVI
Calvario
Francisco de Rincón y Gaspar de Tordesillas, finales siglo XVI
En el retablo que preside la capilla de los Acevedo se encuentra un Calvario de impronta romanista que presenta una bella policromía. La Virgen y San Juan se atribuyen a Gaspar de Tordesillas, mientras que la imagen de Cristo crucificado responde al estilo del vallisoletano Francisco de Rincón, autor de diversos crucificados que superan el tamaño natural caracterizados por el excelente estudio anatómico y por presentar la corona de espinas tallada junto a los cabellos. 

Francisco de Rincón y Gaspar de Tordesillas. Calvario, finales siglo XVI
OBRAS DEL BARROCO    

Retablo de la Inmaculada
Francisco Martínez, primer tercio del siglo XVII
Este retablo está ocupado por una pintura de gran formato que representa a la Inmaculada rodeada de alegorías marianas, siguiendo la iconografía de Tota Pulchra. Su autor es el vallisoletano Francisco Martínez, hijo del gran maestro renacentista Gregorio Martínez, el pintor con taller en Valladolid más significativo de la segunda mitad del siglo XVI. Francisco Martínez realizó una copiosa obra para la clientela eclesiástica de Valladolid y entorno, destacando su dibujo preciso, el uso de colores claros —aún manierista en algunos aspectos— y su habilidad como retratista. Todo ello queda reflejado en esta pintura barroca de exaltación inmaculadista.

Francisco Martínez. Inmaculada, s. XVII
San Juan Bautista
Esteban de Rueda, hacia 1621
A caballo entre los siglos XVI y XVII desarrolló su actividad en Toro (Zamora) un prestigioso taller regentado por el maestro Sebastián Ducete y su discípulo Esteban de Rueda, que surtieron de imágenes a todo el entorno, especialmente a los monasterios y encomiendas de la Orden de San Juan de Jerusalén. Es el caso de este San Juan Bautista que procede del convento tordesillano de Carmelitas Descalzas, en origen monasterio sanjuanista.
Puede datarse hacia 1621-1622, cuando tras la muerte del maestro Esteban de Rueda inicia su andadura en solitario desarrollando un estilo influido por aquél, aunque con menos gracia y mayor monumentalidad, utilizando paños duros y angulosos para crear un contraste de luces y sombras de carácter pictórico. La escultura pudo formar parte de un retablo del que en el Museo Nacional de Escultura se conservan dos relieves, uno con el Bautismo de Cristo y otro con la Degollación del Bautista, obras que presentan el mismo tratamiento de los paños.  

Grupo de la Sagrada Familia
Seguidor de Gregorio Fernández, segundo tercio del siglo XVII
Del grupo de la Sagrada Familia que realizara Gregorio Fernández entre 1620 y 1621 para la Cofradía de San José, Nuestra Señora de Gracia y Niños Expósitos, con sede en la iglesia de San Lorenzo de Valladolid, donde todavía se conserva el grupo original, discípulos y seguidores realizaron repetidas copias en diferentes formatos. De todas ellas, una de las mejores versiones es esta conservada en la iglesia de San Antolín, igualmente a escala natural. Mientras la Virgen y el Niño se ajustan con fidelidad al original fernandino, la figura de San José se aparta de arquetipo creado por el gran maestro al colocar el manto envolviendo todo el cuerpo. También es distinta la policromía, muy rica en este caso, con profusión de esgrafiados que dejan aflorar el oro.
Esteban de Rueda. San Juan Bautista, h. 1621

Cristo yacente
Seguidor de Gregorio Fernández, segundo tercio del siglo XVII
Dentro de una elegante urna de diseño clasicista aparece este yacente que reproduce con gran fidelidad el arquetipo naturalista desarrollado por Gregorio Fernández en Valladolid, si bien acondicionado con brazos articulados, lo que indica que fue utilizado para la ceremonia de la Función del Desenclavo, tradición extendida por la provincia vallisoletana. Aquel uso justifica su talla exenta —sin sudario ni almohadón— y la colocación de las piernas y la cabeza siguiendo su disposición en la cruz.

Seguidor de Gregorio Fernández. Sagrada Familia, s. XVII

Inmaculada
Pedro de Mena, hacia 1686
El gran maestro granadino Pedro de Mena siguió la tradición de su padre, Alonso de Mena, en la creación de tallas concepcionistas como consecuencia de los virulentos sucesos ocurridos en Sevilla en torno a este dogma en 1613, lo que dio lugar a una ingente producción de Inmaculadas como muestra de adhesión a una verdad de fe.
Una importancia decisiva en las directrices estilísticas del escultor fue el regreso a Granada de Alonso Cano en 1652, tras haber trabajado en Sevilla y Madrid. Entre los discípulos de los que se rodeó, sería Pedro de Mena el que mejor aprovechó sus enseñanzas, que en su dilatada iconografía de la Inmaculada se inspira en la creación de Alonso Cano para la catedral granadina. En la obra de Pedro de Mena se superan los 15 ejemplares de representaciones de la Inmaculada, unos firmados, otros atribuidos, que fueron realizados tras el traslado de su taller de Granada a Málaga en 1658.
Seguidor de Gregorio Fernández. Detalle de la Sagrada Familia, s. XVII
Verdadera joya del museo, la exquisita Inmaculada de Mena aparece sustentada sobre una media luna de plata y su silueta adopta la forma de huso. En actitud orante, con las manos unidas a la altura del pecho, viste una camisa blanca fruncida que asoma en las muñecas, una túnica marfileña que simula seda y un manto azul que envuelve el cuerpo dejando al descubierto el hombro derecho, todo un alarde de virtuosismo técnico a base de finas láminas y profusión de pliegues. Su cabeza ovalada se cubre con una larga cabellera que cae por los hombros y espalda en forma de mechones exentos, siendo en las facciones del rostro aniñado donde se aprecian los recursos típicos de Pedro de Mena: ojos rasgados con postizos de cristal, nariz larga y boca pequeña.
Seguidor de Gregorio Fernández. Cristo yacente articulado, s. XVII
Entre los ejemplares que repiten las mismas características, se pueden citar la Inmaculada de la iglesia de San Nicolás de Murcia (1676); la Inmaculada de las Madres Carmelitas de Madrid (1686), la más parecida al ejemplar tordesillano, aunque con pequeñas figuras de ángeles en la peana; la de la Abadía del Císter de Málaga (1676-1686) y la de la iglesia de los Jesuitas de Toledo.


Desposorios de la Virgen
Seguidor de Murillo, siglo XVII
Pedro de Mena. Inmaculada, h. 1686
Esta pequeña pintura, casi con tratamiento de miniatura, se exhibe en el espacio del coro bajo enmarcada en una cornucopia decorada con rameados en relieve. Es obra de un desconocido pintor que sigue las pautas de amabilidad establecidas por Murillo en la escuela sevillana y presenta la escena de los Desposorios ambientada en un templo trazado en perspectiva e incorporando numerosos personajes que lucen pintorescas vestiduras descritas con minuciosidad a pesar de su pequeño tamaño, así como una gloria abierta típicamente barroca. El pintor hace un alarde de colorido que realza su atractivo.  

Predicación de San Antonio de Padua
Alonso del Arco, 1700
Seguidor de Murillo. Desposorios de la Virgen, s. XVII
Esta pintura de tamaño monumental fue realizada en su última época por el madrileño Alonso del Arco (1635-1704), sordomudo de nacimiento y discípulo y principal colaborador del vallisoletano Antonio de Pereda. El apodado "Sordillo de Pereda" está considerado como uno de los artistas más prolíficos de la escuela madrileña del último cuarto del siglo XVII, tanto de pinturas para retablos como escenas de paisajes y retratos, así como numerosas versiones de la Inmaculada Concepción, llegando a trabajar también la técnica del fresco. Su personal estilo en el tratamiento de la luz y sus dotes compositivas se reflejan en esta escena poblada por decenas de personajes.

San Miguel venciendo al demonio
Anónimo, siglo XVIII
Esta escultura, paradigma del movimiento con un palpitante juego de curvas y contracurvas, sigue un modelo que tuvo mucha aceptación en el siglo XVIII, alcanzando cotas de gran virtuosismo en la imagen realizada por La Roldana en 1692 (Monasterio de el Escorial), en la versión de Alejandro Carnicero de 1738 (iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey), el que mayores similitudes presenta a este de Tordesillas, en el que talló Luis Salvador Carmona en 1740 (iglesia de Santa Marina de Vergara) o en el que Felipe de Espinabete hizo en 1770 (Museo Nacional de Escultura).  
Alonso del Arco. Predicación de San Antonio, 1700 
El arcángel, manteniendo el equilibrio sobre su pie izquierdo, viste traje militar de gala, con loriga, faldellín, casco con penachos, borceguíes y manto agitado al viento, portando en sus manos una espada flamígera y un escudo. Su anatomía es atlética y su rostro aniñado, con una rica policromía aplicada cuyas carnaciones contrastan con la enrojecida figura demoniaca, que vencida a sus pies se retuerce entre llamas.


     Este es un simple extracto de las decenas y decenas de pinturas, esculturas y obras suntuarias que conserva el museo, digno de ser contemplado con tranquilidad y delectación.





Anónimo. San Miguel venciendo al demonio, s. XVIII

HORARIO DE VISITAS
Diciembre, enero y febrero:
Abierto únicamente sábados y domingos (excepto durante el puente de la Constitución).
Resto del año:
De martes a sábado de 11,30 a 13,30 y de 16,30 a 18,30 (Invierno) o de 17 a 19 h. (verano) Domingos de 11,30 a 13,30 h.
Domingos tarde y lunes cerrado
Contacto: Tel. 610 91 21 56 / 983 77 09 80 (Casa Parroquial)

Tarifa: General: 2€ / Grupos: 1,50€





















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2 de noviembre de 2017

Concierto: ESPEJOS DE IBEROAMÉRICA. DE HALFFTER A PIAZZOLLA, 3 de noviembre 2017














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Unesco: Los fondos del Archivo de Simancas declarados "Memoria del Mundo"




Los fondos del Archivo General de Simancas han sido reconocidos como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en una calificación que lo reconoce como 'Memoria del Mundo'.

El Comité Consultivo Internacional (CCI) del programa Memoria del Mundo de la Unesco recomendó 78 nuevas inscripciones en el Registro Internacional Memoria del Mundo, entre las que se encuentra el Archivo General de Simancas.

Dichas recomendaciones han sido aceptadas por la directora General de la Unesco, Irina Bokova, por lo que el Registro Memoria del Mundo incluye a partir de ahora un total de 427 documentos y colecciones de los cinco continentes, conservados en soportes que van de la piedra al celuloide y del pergamino a la grabación sonora.

Esta calificación reconoce al Archivo General de Simancas una proyección internacional que ya tiene y pone de relieve que su contenido "es patrimonio de toda la Humanidad". Decir que el Archivo de Simancas es 'Memoria del Mundo' significa reconocer que la Historia de un amplio período histórico puede ser escrita a través de los fondos depositados en el archivo vallisoletano.
La Unesco tiene una calificación específica para los archivos y los documentos de carácter histórico que tienen relevancia internacional a través del programa 'Memoria del Mundo'. Dicha calificación es plenamente asimilable a otras más conocidas como la que se aplica a monumentos o ciudades que son 'Patrimonio de la Humanidad', o a los entornos naturales que son 'Reserva de la Biosfera'.

El 25 de marzo de 2015, Máximo López, procurador de las Cortes de Castilla y León, presentó, como vocal de la comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, la Proposición no de Ley por la que se pedía iniciar los trámites para la inclusión del Archivo de Simancas en el listado 'Memoria del Mundo' de la Unesco.

A raíz de esta proposición, el Gobierno de España elevó a la Unesco la candidatura correspondiente, completando la documentación en la que se exponían los fondos depositados, su importancia histórica y la relevancia universal que tiene la documentación que se ha ido reuniendo en el Archivo de Simancas a través de los siglos.


Fuente: El Norte de Castilla, Valladolid, 31 de octubre de 2017.




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1 de noviembre de 2017

Fastiginia: LAS TENERÍAS, un espacio para el antiguo trabajo de curtidores


Estampas y recuerdos de Valladolid



De los antiguos trabajos gremiales relacionados con el cuero solamente quedan en Valladolid algunas referencias toponímicas en los nombres del callejero, como calle de Zurradores, calle de Curtidores, calle de Gaudamacileros, calle de Guarnicioneros, corral de Boteros o plaza de las Tenerías, por poner unos ejemplos. De la actividad concreta nada de nada o, para ser más exactos, vagas reliquias. Sin embargo, fue una actividad fructífera dilatada en el tiempo, algo que encuentra su explicación en el privilegio que suponía la bonanza del caudal del Pisuerga, pues el agua era parte fundamental en el proceso de transformación de las manufacturas de pieles.

Antiguos oficios: Curtidor y zapateros
De todos los enclaves relacionados con este tipo de trabajo el que más resistió fue el de las tenerías, entendiendo como tales unas instalaciones enclavadas a la orilla del río en las que, a través de un complejo y laborioso proceso artesanal, las pieles de diferentes animales eran reconvertidas por los curtidores en cuero apto para numerosas aplicaciones, es decir, un negocio en toda regla.

Hoy queremos evocar a aquellos curtidores vallisoletanos cuyo sudor quedó diluido en las aguas del Pisuerga, aunque su dura actividad haya pervivido de forma tan vaga en el nomenclátor callejero. Este trabajo, como el de pellejeros, zurradores, etc., tuvo su origen en la Edad Media, cuando en los núcleos urbanos comenzaron a instalarse rudimentarios negocios basados en la transformación manufacturera de algunas materias primas, en este caso concreto relacionadas con el aprovechamiento de la piel de los animales destinados al consumo de carne, es decir, como un complemento a la labor de las carnicerías. Pero este proceso era arduo pues, como la carne, la piel es material orgánico inherente a la descomposición o putrefacción, consistiendo el trabajo de los curtidores en evitar que esto se produjera y en convertir el carácter efímero de los pellejos en un material perdurable y consistente, apto para numerosas aplicaciones realizadas por otros gremios de la ciudad.

Dicho esto, vamos a intentar adentrarnos en las tenerías vallisoletanas para conocer, tal vez valorar, el trabajo allí realizado. 
En primer lugar tenemos que desplazarnos al extrarradio de la ciudad, justamente hasta el lugar donde terminaba el Espolón Viejo, es decir, el dique situado donde el Pisuerga ya había salvado el casco urbano y donde además se producía la desembocadura del ramal sur del Esgueva. 

Sirva para situarnos el ilustrativo dibujo del Plan del Campo Grande realizado en 1787 por Diego Pérez Martínez, hijo del cronista Ventura Pérez, que se conserva en el Museo de Valladolid. En él es visible una hilada de sucesivas casas de las que parten rampas hasta el río. Son las tenerías, en cuya memoria, según informa Juan Agapito y Revilla, el Ayuntamiento decidió el 10 de abril de 1863 establecer en dos tramos la denominación de calle de Tenerías y calle de Curtidores, tal como aparecen en la actualidad.

Detalle del dibujo de Diego Pérez Martínez, 1787. Museo de Valladolid
Esta ubicación no era casual, sino que tiene su explicación. Los desagradables efluvios producidos por la manipulación de la piel proporcionada por los pellejeros hizo que, de manera generalizada, las tenerías se instalaran en lugares apartados de las zonas residenciales de las ciudades, extramuros y junto a riberas abundantes en agua que sirviera tanto como suministro a las instalaciones del proceso como para eliminar los desechos a través de vertidos al río.

Básicamente, el proceso del curtido o reconversión de los pellejos del ganado en cueros y badanas comenzaba con la clasificación de las pieles recibidas en las tenerías, dependiendo el tratamiento de cada tipo de su destino final. Recortadas y desechadas las partes no utilizables, pertenecientes a cabezas, rabos, patas, etc., los pellejos eran sometidos al remojo, operación que intentaba volver la piel a su estado natural mediante su inmersión en un alumbre a base de una solución de taninos de origen vegetal, como la corteza de zumaque. Estos reaccionaban con las proteínas de colágeno presentes en las pieles de los animales uniéndolas entre sí, de modo que aumentaba la resistencia de la piel al calor, a la putrefacción por agua y al ataque de insectos.

Noque de las Tenerías vallisoletanas, estado actual
Estas operaciones eran llevadas a cabo en los noques, pequeños pilones o estanques compartimentados, en ocasiones con forma de tinas, cuyo líquido había que renovar cada pocos días vertiéndolo al río, lo que producía un hedor insoportable que invadía todo el entorno y más allá. 

A continuación se procedía al descarnado, consistente en eliminar el máximo de sebos y carne adheridos al pellejo. Para ello la piel era colocada sobre un pelambre, un tronco convertido en un banco de madera en el que era eliminado manualmente el pelo con una caña o un raspador de hierro (a modo de navajas curvadas para depilar, afiladas como las guadañas) mediante la aplicación de cal viva. Esto también exigía agua abundante que igualmente revertía en el río.

El proceso culminaba con un baño en alumbre por el que los tintoreros conseguían el brillo y la vivacidad del cuero, siendo colgadas las pieles para su secado a la intemperie o colocadas sobre bastidores en los que eran tensadas para alisarlas antes de pasar a manos de guarnicioneros, marroquineros, zapateros, sastres, etc., que se ocupaban de las últimas fases de transformación de las piezas obtenidas.
Noque de piedra con dos compartimentos, Tenerías de Valladolid

De este tipo de manufacturas, aún vigentes con gran pureza en ciudades marroquíes como Fez o Marrakech, el único testigo conservado junto a la ribera del Pisuerga es un noque de dos compartimentos, con el pretil de piedra, a escasos metros del agua en el paseo ribereño junto a la plaza de Tenerías. Un interesante resto arqueológico que afortunadamente se ha preservado como testimonio de aquella actividad manufacturera desaparecida de la ciudad preindustrial, que en Castilla también conoció una gran actividad en Zamora, Ávila, Aranda de Duero y Miranda de Ebro (Burgos) o Cuéllar y Ayllón (Segovia), perviviendo en ocasiones, tras la revolución industrial, hasta el siglo XX.






Zona de las Tenerías con la desembocadura del ramal sur del Esgueva


















Antigua postal de la zona de las Tenerías junto al Pisuerga
















Zona de las Tenerías. Dibujo de Tomás Viforcos Aguilar, 1989  

















Localización de las antiguas Tenerías en la ciudad actual













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