En estos momentos en que el Ayuntamiento de Valladolid ha planteado la necesidad de un Palacio de Congresos de categoría y ha iniciado los trámites para hacerlo una realidad, entre los asiduos a los espectáculos teatrales sigue siendo una vieja aspiración, cada vez más acuciante, el poder disponer de una sala digna donde poder disfrutar de la programación que se viene ofreciendo desde hace mucho tiempo en la Sala Ambigú.
Fue hace ya demasiados años que, amenazando ruina todos los teatros de Valladolid y ante la falta de espacios para un tipo de espectáculos alternativos, se habilitó como espacio el gimnasio del Instituto Núñez de Arce (un edificio de Miguel Fisac que comenzó su andadura en 1969), que se convirtió en un salón de actos compartido por el centro y el Ayuntamiento. Al austero y limitado espacio se le bautizó con el eufemístico nombre de "Sala Ambigú" y se le proporcionó un envoltorio de carácter "underground" para disimular sus limitaciones.
Como contrapunto, la magnífica y continuada programación elaborada desde la Fundación Municipal de Cultura ha consolidado la sala como uno de los principales referentes culturales de Valladolid, siendo el único espacio en el que se puede acceder a espectáculos apropiados para un aforo reducido, tanto de música y danza como de teatro alternativo en todas sus facetas, con una frecuente presencia de grupos internacionales de reconocido prestigio. Igualmente acoge la extensión anual del festival segoviano Titirimundi y de la cita vallisoletana del Teatro de Calle, y todo ello a unos precios muy asequibles.
Pero entre quienes asisten a los espectáculos son continuas las quejas por la incomodidad de la "sala", un peaje que hay que pagar para disfrutar de la excelente programación. El aforo es muy pequeño, por lo que se agotan enseguida las entradas, en invierno hay que soportar la espera al aire libre, ya llueva, nieve o caigan chuzos de punta, las gradas del gimnasio son incomodísimas, la dotación de la sala es cutre, carece de camerinos y servicios apropiados, etc... En definitiva, una instalación vergonzante para los tiempos que corren.
Después de la recuperación del Teatro Calderón, reservado para grandes montajes y conciertos, de la apertura del Centro Cultural Miguel Delibes como imponente sala de conciertos, también dotado de una sala de teatro experimental muy apropiada para acoger el tipo de espectáculos que se ofrecen en la Sala Ambigú, y de haberse frustrado la posibilidad de utilizar el renovado Teatro Zorrilla (el más apropiado para acoger la programación municipal), sólo nos queda aspirar a que ello sea posible en el Teatro Lope de Vega, donde quedarían cubiertas todas las expectativas.
Actualmente se realizan en el teatro obras para preservarle de la ruina: reparación de las cubiertas y restauración de la fachada. Está pendiente una restauración integral de la sala, lo que sin duda implica un elevado presupuesto, algo que asusta en estos tiempos de crisis.
Sabemos que hoy por hoy es una utopía, pero nadie nos impide soñar la alegría que nos produciría disponer en Valladolid de una sala digna para los espectáculos alternativos y que en el gimnasio del Núñez de Arce los alumnos se dedicaran a practicar el pino puente en un espacio que se les ha usurpado.
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