18 de marzo de 2010

Theatrum: EL SANTO ENTIERRO, Juan de Juni y la teatralización del drama









GRUPO DEL SANTO ENTIERRO DE CRISTO
Juan de Juni (Joigny, Francia H.1507 – Valladolid 1577)
1541-1544
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura del Renacimiento. Escuela de Valladolid










Recreación del retablo del Santo Entierro
JUAN DE JUNI EN VALLADOLID

     Después de la llegada a España de Juan de Juni en 1533 y su asentamiento en León, ciudad en la que trabajó obras en piedra, madera y terracota demostrando ser un maestro que dominaba perfectamente el oficio, en el año 1540 tuvo que desplazarse a Salamanca para ocuparse del sepulcro del arcediano Gutierre de Castro en la catedral vieja. Ese mismo año, el franciscano fray Antonio de Guevara, cronista de Carlos V, en ese momento obispo de Mondoñedo, se puso en contacto con el escultor para solicitarle la realización de un retablo que presidiese su capilla funeraria en el convento de San Francisco de Valladolid, para lo cual le hizo el oportuno pago del anticipo, como era preceptivo.

     Pero Juan de Juni contrajo en la ciudad del Tormes una grave enfermedad que le apartó del trabajo, llegando a redactar su testamento el 26 de octubre de 1540, cuando tan sólo contaba 33 años. Este trance pondría de manifiesto la honradez y generosidad del escultor, demostrando a través de dos hechos registrados en ese momento su condición de persona honesta. Pues ante la gravedad de su estado de salud, hizo devolver el pago adelantado realizado por el obispo de Mondoñedo y dispuso que a un colaborador suyo en el taller de León, que se hallaba en prisión por haberle robado 400 reales, se le pagase esa cantidad para que recuperase la libertad.

     Afortunadamente Juan de Juni pudo recuperarse y retomar el encargo del retablo, para lo que no dudó en desplazar su taller a Valladolid, ciudad en la que permanecería hasta su muerte en 1577 y donde realizó, a lo largo de 36 años, una obra escultórica que le sitúa entre los mejores escultores del Renacimiento en Europa.

     Valladolid era en aquel tiempo una ciudad de gran prestigio por asentarse con frecuencia la corte, por la importancia de su mercado y por el asentamiento de importantes instituciones, como la Universidad, la Real Audiencia y Chancillería y el Consejo de Indias, con una importante población de cortesanos, mercaderes, letrados y artistas, dominando la actividad artística el taller de Alonso Berruguete, con el que Juni entabló muy buena amistad.

Juan de Juni. Santo Entierro. Detalle de Cristo.

     Aunque en un primer momento tuvo su casa en la actual calle del Conde de Ribadeo, Juni, que ya gozaba de una posición económica desahogada por los beneficios de su trabajo, se instaló en una vivienda-taller mandada edificar por él a extramuros de la ciudad, en la llamada acera del Sancti Spiritus (actual Paseo de Zorrilla), sobre un terreno próximo al convento de esta advocación comprado a Hernando Niño de Castro, merino mayor de Valladolid. Posteriormente adquiriría los solares colindantes al vidriero Nicolás de Holanda, pasando a ocupar una manzana completa (hasta la actual calle de Paulina Harriet), donde disponía de un amplio espacio para la elaboración y el almacenaje de las piezas solicitadas por nobles y eclesiásticos. Era Juan de Juni una persona muy culta que dominaba el francés, el italiano y, desde muy pronto, el castellano, según lo revela la documentación conservada y sus escritos autógrafos.


     A principios de 1541 comienza su primera obra en el taller de Valladolid, el citado retablo del Santo Entierro encargado por el franciscano fray Antonio de Guevara, que habría de colocarse en una capilla del claustro de la iglesia de San Francisco, en un enorme convento, hoy desaparecido, que estaba ubicado entre las actuales Plaza Mayor y calle Constitución de Valladolid. Tras permanecer ocupado tres años en esta obra, su presentación en enero de 1544 causó una gran conmoción en el mundo artístico de la ciudad, produciendo cierto desasosiego entre algunos escultores seguidores de Berruguete, entre ellos Francisco Giralte, declarado rival de Juan de Juni. La obra marcó un nuevo rumbo en la escultura del momento, dando lugar a una escuela escultórica manierista paralela a la que formaran los seguidores de Berruguete. También en ese año de 1544 el escultor contrajo su segundo matrimonio con Ana María de Aguirre, que moriría en 1556 sin dejar descendencia.

EL RETABLO DEL SANTO ENTIERRO

Juan de Juni. Santo Entierro. La Virgen y San Juan
     Actualmente sólo se conserva el grupo escultórico que presidía el retablo, desprovisto del entorno que contribuía a resaltar el sentido funerario de la obra. El conjunto estaba compuesto por un frente de yeserías y un amplio nicho rematado en la parte superior con una gran venera, a modo de cascarón, que cobijaba la escena principal. El frente estaba formado por un basamento y dos cuerpos, con columnas pareadas a cada lado de ellos, dos soldados de yeso en los intercolumnios del primer cuerpo y dos ventanas al fondo del nicho por donde asomaban soldados vigilantes. Este tipo de soldados volverán a aparecer en la versión realizada por Juni en la década de los 70 para la catedral de Segovia, mientras que otros trabajos de yeserías similares se aplicarían en la capilla de los Benavente de Medina de Rioseco.
     El grupo escultórico está formado por siete figuras talladas en roble, tres de ellas dispuestas en primer plano. Son Cristo muerto, ocupando el centro, con José de Arimatea y Nicodemo a los lados. Detrás se colocan la Virgen y San Juan, en el centro, y María Salomé y María Magdalena en los laterales. Todas estas figuras se disponen simétricamente, ofreciendo con sus volúmenes y gesticulación una escena de alto contenido escenográfico.

Juan de Juni. Santo Entierro. Detalle de José de Arimatea.
     La composición tiene su precedente en el género del "Compianto" o Llanto sobre Cristo muerto que sin duda conoció durante su estancia en Italia, y más concretamente en el Santo Entierro de Niccolò dell'Arca que se halla en la iglesia de Santa Maria della Vita de Bolonia y en el que Guido Mazzoni hiciera para el oratorio de San Juan Bautista de Módena, a pesar de lo cual la composición que hace Juni y los valores estéticos de la madera policromada la convierten en una obra maestra con mucho más impacto visual que aquellos modelos italianos.

     Cristo reposa sobre un ataúd en cuyo centro hay una tarjeta, con una inscripción apoyada sobre la cabeza de un querubín, que reza: “Nos in electis sepulchris nostris sepeli mortuum tuum”, y dos cintas a cada lado sujetas por argollas de las que penden los escudos de fray Antonio de Guevara. Cristo está preparado para su entierro colocado sobre el sudario, con la cabeza girada hacia el espectador y descansando sobre un cojín. El cuerpo es hercúleo, atlético, rotundo, con una anatomía miguelangelesca que está cubierta por un paño de pureza sujeto por varios nudos. La mano inerte sobre el pecho proclama su muerte, con la sangre del costado aún reciente. La cabeza es ancha, con los ojos cerrados oblicuamente, una barba poblada dividida en dos puntas y una poblada cabellera con gruesos mechones esparcidos por la almohada. Sus formas están relacionadas tanto con el grupo helenístico del Laocoonte como con los modelos borgoñones de Claus Sluter. Su policromía es muy cuidada, con fondos dorados tan sólo en el paño de pureza y en el cojín, así como una cuidada carnación que resalta en tonos violáceos las partes tumefactas del cuerpo torturado.

Juan de Juni. Santo Entierro. Detalle de María Salomé.
     Detrás se halla la figura de la Virgen, que aparece con el torso inclinado hacia Cristo. En su rostro hay lágrimas y expresión de dolor y resignación, efecto reforzado por la colocación de las manos a media altura en gesto de desamparo. Sobre su pecho cruza el brazo de San Juan, que le sujeta casi en un abrazo. Estas dos figuras siguen la iconografía tradicional de la “Compasio Mariae”. San Juan es un joven corpulento de largo y ensortijado cabello rubio, también arrodillado, con el cuerpo inclinado hacia la Virgen en un gesto cargado de humanidad, más pendiente de su “Madre” que de Cristo. Los volúmenes de las dos figuras se complementan y equilibran con extraordinaria maestría, con juegos de color muy atemperados. La Virgen viste una túnica azul, una toca blanca, sujeta por el habitual botón usado por del escultor, y un manto policromado con ricos estofados, lo mismo que el de San Juan, que envolviendo su túnica ocre también presenta a la altura de la cintura el típico anudamiento utilizado por Juni en muchas de sus obras.

     Junto a San Juan está en pie María Salomé, que sujeta con reverencia la recién retirada corona de espinas, apoyada sobre la cinta utilizada en el descendimiento que pende desde su hombro. Su mano derecha está levantada y sujeta un pañuelo con el que ha limpiado a Cristo. Su postura sigue un movimiento helicoidal, con las piernas en actitud de marcha, el tronco girado violentamente y la mirada hacia abajo para contemplar la cabeza Cristo. Su rostro corresponde al de una mujer madura, con facciones muy marcadas y lágrimas en las mejillas. Como tocado luce con un elegante juego de paños superpuestos que le caracterizan como viuda, entre los que destaca uno policromado en azul con bellos motivos y de nuevo sujeto por un botón. Viste una túnica con labores de estofado preciosistas y envuelve la figura un juego de pliegues con volúmenes muy bien organizados, consiguiendo con lenguaje manierista un alto nivel de expresividad.

Juan de Juni. Santo Entierro. Detalle de María Magdalena.
     Al otro lado está María Magdalena también de pie, con la cabeza inclinada hacia los pies de Cristo, el brazo izquierdo levantado con el tarro de perfumes y el derecho hacia abajo, con los dedos envueltos entre un pañuelo que acerca con delicadeza a los pies de Jesús. La Magdalena es una mujer joven de gran belleza, con un sugerente vestido cuyos plegados sugieren la textura de la seda y un rico tocado de tres capas en el que destaca un turbante dorado con una joya al frente. La policromía de la figura es exuberante, con una riqueza de dorados espectacular. Es la figura más italiana del grupo, con una monumentalidad y un movimiento que remite a los diseños de las sibilas de Miguel Ángel.

     Delante de la Magdalena aparece Nicodemo con una rodilla en tierra para facilitar la visión de las figuras del fondo. Es un hombre maduro y barbado que en su mano derecha levanta un paño con el que ha limpiado el cuerpo a Cristo en su preparación para el entierro, mientras con la izquierda sujeta un ánfora con ungüentos. Su cabeza, elevada hacia lo alto, presenta un gran clasicismo y claras reminiscencias del Laocoonte, con una poblada y larga barba y gruesos mechones en el cabello que se sujetan con una cinta anudada. Viste una camisa cerrada por un broche a la altura del cuello y un juego de vestimentas superpuestas, rasgo constante en Juni, que forman pliegues muy clásicos. Calza borceguíes a la romana ajustados con cintas a los tobillos. Éstos, al igual que el manto, presentan exquisitas labores de estofado que dotan a la figura de una gran belleza plástica.

Juan de Juni. Santo Entierro. Detalle de Nicodemo.
     En el lado opuesto a Nicodemo se halla José de Arimatea, también con una rodilla clavada en tierra y representado como un hombre maduro y sin barba. Luce un rico turbante con una joya sobre la frente y calza polainas con aberturas, con el cuerpo envuelto por varias prendas, destacando el rico manto decorado con estofados abundantes en oro, que se pliega diagonalmente y que deja asomar retazos de una camisa blanca. La figura gira su tronco hacia el espectador, lo que permite contemplar de frente su rostro, con facciones muy marcadas, arrugas y un gesto entre desesperado y acusador. Su mano izquierda se acerca a la cabeza de Cristo, cubierta reverencialmente con un paño, otro rasgo asiduo en la obra de Juni, de la que ha extraído una espina que muestra al espectador en su mano derecha, denunciando en su gesto el dolor de la tortura.

     Su postura introduce al espectador en la escena y le hace partícipe de ella, un recurso utilizado por muchos artistas del Renacimiento, como El Greco en el Entierro del Conde de Orgaz, donde esta acción es realizada por su hijo Jorge Manuel, que en primer plano introduce al espectador en el milagro que se produce. Con ello queda patente el uso de la expresividad de las manos para componer el relato, en las que, como es habitual en la obra de Juni, los paños envuelven y ocultan parte de los dedos de la mayoría de los personajes. Este recurso es una constante en la obra del escultor, diríamos que el rasgo más característico de su producción, aplicado en este caso a cuatro de las figuras del conjunto.

Juan de Juni. Santo Entierro. Cartela del sarcófago.
     Si cada una de las figuras ofrece una composición manierista radicalizada, con cuerpos contorsionados y posturas anticlásicas en las que predomina la línea sinuosa, el conjunto resulta tremendamente expresivo y dramático, sabiamente estructurado y con una carga teatral que ya preludia el barroco.

     Las corpulentas figuras, que configuran un grupo de distintas edades y distintos modos de soportar el dolor, aparecen envueltas en voluminosos ropajes con pliegues muy redondeados que presentan una blandura mórbida que recuerda el modelado en barro, así como una tensión de músculos y nervios de inspiración miguelangelesca para expresar actitudes vehementes. Por otra parte, el acabado de esta obra responde al modo de trabajo de su primera época, con abundancia de dorados en los estofados y una encarnación mate muy naturalista. El grupo escultórico fue restaurado por el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte en 1980, donde en un trabajo que duró dos años se consolidaron algunos desperfectos de la madera y se recuperó la policromía original, que hasta entonces aparecía enmascarada bajo repintes barrocos posteriores de los cuales se han preservado "testigos" en algunas figuras. Por entonces fue expuesto en el Museo del Prado y presentado en Valladolid en 1983, donde sigue siendo una de las obras emblemáticas del Museo Nacional de Escultura.

     El impresionante grupo del Santo Entierro de Juni se coloca entre las invenciones más expresivas del arte renacentista español. Solamente por experimentar la emoción que transmite este magnífico grupo escultórico, está justificada una visita a Valladolid.


Informe, recreación  y fotografías: J. M. Travieso.

* * * * *

8 comentarios:

  1. Y que de un pino salgan estas obras de arte....

    ¿Sabemos si ya se puede ver en el Museo Nacional de Escultura?

    ResponderEliminar
  2. Me parece de destacar la expresión del rostro de José de Arimatea, que a la vez que transmite la pena por la muerte de Cristo, también desborda ternura y compasión mientras muestra la espina que le ha sacado a Cristo del rostro.
    Tampoco dices nada de la técnica del estofado

    ResponderEliminar
  3. y entre José de Arimatea y San Juan está Mará Cleofás no Salomé

    ResponderEliminar
  4. Muy buen comentario de obra

    ResponderEliminar