7 de abril de 2010

Historias de Valladolid: LEYENDA DEL CAMPO GRANDE, don Tello y el capuchino



     Esta leyenda tradicional nos ha llegado por haber sido recogida y recreada en verso por el poeta José Zorrilla en la edición de sus Obras Completas, donde incluye una composición anterior, titulada Recuerdos de Valladolid (ilustración 3), con el nuevo nombre de Justicia de Dios. El propio poeta informa que conoció la base argumental de la narración tras escucharla repetidamente en Valladolid a un fraile carmelita que era amigo de su padre.
     A partir de los hechos y personajes de aquella historia, ambientada en el siglo XVII y conocida como la Leyenda del Campo Grande, por ser el escenario donde transcurren los primeros episodios, Zorrilla reconstruyó un relato cuyo desenlace se inspira en otra historia similar que fue recogida por la tradición madrileña, de modo que el argumento se articula en torno a tres episodios: un imposible triángulo amoroso, la consumación de un error judicial y las dudas de fe que este produce en un monje capuchino testigo de un asesinato.

UN DUELO EN EL CAMPO GRANDE

     La historia comienza cuando doña Ana Bustos de Mendoza es requerida apasionadamente por don Tello Arcos de Aponte para contraer matrimonio. Pero esta dama mantenía su compromiso con don Juan de Vargas, un pretendiente que tuvo que abandonar Valladolid y fugarse a Italia tras ser acusado de estar implicado en una muerte nocturna. Antes de su partida, doña Ana le había prometido un año de espera, pero transcurrido año y medio, no se habían recibido noticias ni correos de don Juan, a pesar de las gestiones de la familia Mendoza en la corte, que había conseguido que fuese perdonado por el rey y la justicia. Esto produjo dudas en la mujer sobre la fidelidad de su pretendiente, al que realmente amaba.

     En ausencia de don Juan, doña Ana fue cortejada por don Tello, al que comunicó esta situación de espera y prometió, en presencia de su padre, su consentimiento de boda si se llegara a agotar el plazo. Día a día el amor fue creciendo entre ellos y don Tello, cansado de plazos y condiciones, cada vez más impaciente por conseguir su propósito, planteó a la mujer que, como el plazo había transcurrido sobradamente, deberían casarse cuanto antes.

     Cierta tarde de octubre, mientras anochecía y la ciudad se sumergía en la neblina, la hermosa mujer y el valiente don Tello comenzaron a preparar los detalles del enlace en compañía de sus parientes, acordando Mendozas y Apontes que se celebrara aquella misma noche. Mientras se preparaban los salones para la danza y el resto de los festejos, comenzaron a llegar nobles vallisoletanos enterados de la noticia para darles la enhorabuena.

     En esos momentos, un hombre embozado cruzaba la puerta del Campo Grande sobre un potro negro a galope. Después recorría las tortuosas calles más próximas, iluminadas por tenues faroles, mientras se escuchaban las campanillas del toque de ánimas. Tras atravesar la ciudad, se detuvo ante la casa en cuya fachada aparecía el blasón de los Mendoza. En la oscuridad de la noche el embozado, del que apenas se distinguía la pluma de su sombrero y el brillo de sus espuelas y espada, llamó a la puerta golpeando repetidamente la aldaba. Al rato abrió don Tello, que comprobó estupefacto que el recién llegado era nada menos que su rival amoroso don Juan.

     Antes de descubrir su llegada a la familia, don Tello invitó a don Juan a "reñir", aunque el recién llegado no entendiera bien los motivos. Los dos hombres llegaron al Campo Grande, por entonces llamado Campo de la Verdad por ser el lugar habitual donde se celebraban los lances y, tras quitarse las capas, desenfundaron las espadas. Entonces don Tello explicó a don Juan que esa madrugada tenía preparada su boda con doña Ana, palabras que produjeron la irritación del pretendiente ausente, que encolerizado inició el combate. Tras duras embestidas de ambos, reiteradas caídas y agotadas las fuerzas tras el crujir de los sables, el duelo estaba muy igualado. Fue entonces cuando don Tello decidió ganar con la astucia lo que no podía conseguir con la fuerza, para lo cual fingió ver llegar en su ayuda a un hombre por detrás de don Juan. Así narra Zorrilla la trampa:


         "Y cerrando más brioso
         con tan traidora esperanza,
         como si alguno amagase
         a don Juan por las espaldas,
         gritó: «¡Tente! ¡No le mates!»,
         y al volver don Juan la cara,
         hasta la cruz escondióle
         dentro del pecho la espada.

         Cayó don Juan, y don Tello,
         ganando apenas su casa,
         guardó en la vaina su estoque,
         y su secreto en el alma."

UN ASESINATO Y UN TESTIGO

     Una de las estrechas celdas de un convento capuchino cercano al Campo Grande era habitada por un corpulento cenobita de barba cana y larga. Pero aquel monje, vestido con austero sayal, antaño había sido guerrero y frecuentado los fastos de la corte. Renunciando a los placeres mundanos, allí practicaba penitencias para curar las cicatrices del alma, entregado a la meditación y los rezos. En sus meditaciones, habitualmente se asomaba a un balconcillo abierto frente al Campo Grande, en el que permanecía en silenciosa meditación por horas sin apenas moverse.

     Durante días y de forma reiterativa, junto al convento estuvo merodeando por las noches un hombre solitario y embozado que deambulaba extrañamente de la iglesia al cementerio. Esto llamó la atención del capuchino, que observaba sus movimientos sin ser visto. Pero una noche este hombre apareció corriendo y desarmado mientras a lo lejos llegaban dos hombres más, el primero de ellos persiguiéndole a la carrera. Una vez alcanzado y viendo las intenciones de lucha, el monje reclamó a gritos la presencia de la milicia para que fueran detenidos, pero en ese momento el extraño personaje cayó herido de muerte mientras su ejecutor se daba a la fuga. Cuando el tercer hombre acudió a socorrer a la víctima espada en mano apareció la justicia y le detuvo como autor de la agresión al aparecer junto a él una espada ensangrentada. En el momento de pedir su identificación, el detenido declaró ser don Tello de Aponte, siendo conducido al calabozo por la guardia nocturna. El monje, que había contemplado impotente todo el incidente, al ver el error de los guardias cerró pesaroso su ventana exclamando: "Si no hay justicia, no hay Dios".

     El juicio despertó una gran expectación en la ciudad. En la sala compareció don Tello con grilletes en los pies ante una multitud de curiosos. Cuando le preguntaron si era el responsable de la muerte de aquel hombre respondió que no, que el verdadero asesino había huido poco antes. El juez, considerando que su declaración era una disculpa habitual, le pidió que explicase el por qué los soldados habían encontrado junto a él una espada bañada en sangre, ante lo que relató de nuevo la historia. Dudando de aquella insistente declaración que negaba la autoría del crimen, el juez decidió aplicarle el tormento al instante. Al cabo de un buen rato, cuando don Tello fue conducido de nuevo a la sala con evidentes muestras de tortura y sin apenas tenerse en pie, reconoció ser el asesino para evitar mayores sufrimientos.

     En ese momento irrumpió en el juicio el capuchino ante el respeto de todos. Al ser preguntado por el juez el motivo de su presencia, el monje manifestó haber sido testigo de lo sucedido y su deseo de impedir un error de la justicia, pero el juez hizo prevalecer la reciente confesión jurada del reo en cumplimiento de la ley. No obstante, don Tello fue preguntado de nuevo sobre su confesión, volviendo a manifestar ante todos los presentes el haber matado a un hombre, algo que en realidad hacía por el remordimiento de conciencia del asesinato de don Juan, su rival en asuntos amorosos, del que nunca se encontró al culpable. La nueva declaración motivó la ratificación de  la sentencia firmada por el juez. El monje, totalmente sorprendido por aquella confesión de don Tello, para él incomprensible, abandonó la sala murmurando: "¡Si no hay justicia, no hay Dios!"

     A las doce de la mañana del día de la ejecución las calles de Valladolid aparecían llenas de hidalgos, mozas, clérigos y militares que se dirigían a la Plaza Mayor. Don Tello fue conducido atado sobre una mula enlutada, desarmado y acompañado por un fraile. Delante un pregonero voceaba la sentencia y detrás desfilaban monjes de distintas comunidades portando cirios. En el cadalso fue reconfortado por el capuchino, que se había acercado hasta allí con la esperanza de que en el último momento llegara el indulto que había solicitado al rey, al que había enviado su testimonio. Como la multitud se impacientara, el monje comenzó a proclamar a voces que el reo era inocente, ganando la compasión de muchos de los asistentes, pero el verdugo, obedeciendo la inexorable señal de la justicia, consumó la ejecución de don Tello en la horca. En medio de un impresionante silencio, el pesaroso capuchino desaparecía entre la multitud, pero volviendo la cabeza hacia la horca gritó: "¡Si no hay justicia, no hay Dios!"

UNA EXTRAÑA VISIÓN EN EL PISUERGA

     Desde que ocurrieran aquellos tristes hechos, las dudas religiosas comenzaron a asaltar las creencias del capuchino, que comenzó a retirarse en solitario a meditar a orillas del Pisuerga a la hora del atardecer. Durante los días siguientes a la ejecución contemplaba el discurrir del agua del río y escuchaba el canto de los pájaros en la soledad del soto, quedando sumido en profundas vacilaciones en torno a lo ocurrido hasta la hora del ocaso. Sus pesares son narrados así por Zorrilla:

          "Continuo presentábale su mente
          la ensangrentada imagen de don Tello,
          a quien de un crimen defendió inocente,
          y a quien la injusta ley mató por ello.

          Y allá en su alma, a quien vicia
          de lo humano la miseria,
          así la ruda materia
          luchaba con su impericia:
          «No hay Dios donde no hay justicia,
          porque a ser de otra manera,
          o Tello no pereciera
          con tan clara sinrazón,
          u oyera el Rey mi razón,
          o el matador pareciera.

     En el momento en que las luces del atardecer se apagaban, estando el capuchino junto al río con gesto medio adormecido dando vueltas a aquellos pensamientos que le atormentaban, observó que llegaba flotando en el agua un objeto confuso. Abrió los ojos para comprobar que no era una ilusión, pues lo que aparecía delante de él era nada menos que el cuerpo de don Tello Arcos de Aponte, bajo cuya cabeza aparecía el cadáver de otro hombre. Asustado y tembloroso por aquella visión el monje hizo un ademán de huir, pero en ese momento don Tello le habló preguntándole si le había reconocido. Tras la respuesta afirmativa del aterrado fraile, don Tello le pidió con voz grave que contemplara el rostro macilento del personaje que se encontraba debajo de él, explicándole que se trataba de don Juan de Vargas, al que había matado a traición en un duelo y que él era el desconocido autor de su muerte, haciéndole comprender la razón de su confesión ante el juez y que finalmente había pagado por ello:

          "En duelo injusto los dos,
          a traición le asesiné:
          no preguntéis el porqué
          de la justicia de Dios".

Epílogo

     El hecho de que el desenlace de la historia se sitúe a orillas del Pisuerga no es casual, ya que como refleja Ventura Pérez en su Diario de Valladolid (1885), por imperativo legal era costumbre que los reos ajusticiados en la horca y por garrote fueran conducidos en un carro desde el cadalso hasta el río, donde eran envueltos en un pellejo de buey, sobre el que se colocaba un papel con los dibujos simbólicos de un perro, un gallo, una mona y una serpiente. Transcurridos varios días, eran enterrados por cofradías de la ciudad en los cementerios de las iglesias de Santiago, San Nicolás o San Andrés.

     La leyenda romántica recreada por Zorrilla fue recogida e interpretada en 1885 por Gabriel Osmundo Gómez, pintor de origen cubano afincado en Valladolid, en su obra titulada Tradición (ilustración 7), una pintura que procedente de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción actualmente se exhibe en la Casa de Zorrilla de Valladolid, de la que hemos realizado una recreación (ilustración 6) para acompañar esta historia.

Ilustraciones: 1 Dibujo de don Tello Arcos en el lance. 2 Fotograma de la película "Alatriste". 3 Edición de "Recuerdos de Valladolid", de José Zorrilla, donde se narra la historia. 4 Recreación del duelo junto al Campo Grande según la estética de las representaciones de Don Juan Tenorio, de Zorrilla. 5 Plano del Campo Grande de Diego Pérez Martínez, en uno de cuyos conventos del entorno transcurren algunos hechos del relato. 6 Recreación de la pintura "Tradición", de Gabriel Osmundo Gómez. 7 Aspecto del convento de Capuchinos que ocupaba la actual Plaza de Colón. 8 Tradición, pintura original de Gabriel Osmundo Gómez. Casa de Zorrilla, Valladolid.

Informe, fotografías y tratamiento de las ilustraciones: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944514


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3 comentarios:

  1. ¡Me ha encantado!
    ¡Menos mal que gracias a Zorrilla no la hemos perdido! Espero que nos cuentes más leyendas...

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  2. El día 14 de Mayo, noche de los museos, en la casa de Zorrilla, de Valladolid, pueden ver una dramatización de esta leyenda a cargo del grupo popopopo produciones creativas.

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  3. He entrado casi por casualidad, buscando información sobre la leyenda del Campo Grande para un relato de mi blog. Una suerte y un placer haber encontrado este artículo tan completo y bien presentado. Con tu permiso, colgaré un enlace a esta entrada en mi relato. Un saludo.

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