3 de junio de 2011

Historias de Valladolid: EL CRISTO DE BRONCE, un testigo inesperado en la iglesia de la Antigua


     Tenemos en Valladolid sobrados ejemplos de escultura fantástica y monstruosa en el tapiz de piedra de la fachada del Colegio de San Gregorio y en las gárgolas de su patio, pero ninguna de ellas alcanza el grado burlón y enigmático que presentan las gárgolas que circundan las cresterías de la iglesia de Nuestra Señora de la Antigua.

     Pocos viandantes reparan en esta colección de extraños monstruos y seres malignos que desde su alta posición, encaramados sobre la cornisa del alero, acechan a los viandantes con sus bocas abiertas y su gesticulación sarcástica, adquiriendo especial expresividad cuando vomitan el agua como desagües del tejado. Este peculiar bestiario, que por su tamaño constituye el elemento ornamental de tipo figurativo más destacado entre la pureza de líneas y sobriedad estructural de la arquitectura gótica del siglo XIV, contribuyó a dotar de misterio y fantasía a uno de los entornos más sugerentes de Valladolid, un espacio que hoy es difícil de recrear porque ha llegado a desaparecer casi por completo.

     En esta ocasión queremos atribuir a estas gárgolas de Valladolid la complicidad de un secreto muy bien guardado, pues todas ellas fueron testigos de una leyenda, no demasiado conocida, que tiene por escenario el emblemático templo y por cronista apasionado al poeta José Zorrilla.

     La iglesia de Santa María de la Antigua, convertida en una de las principales enseñas de la ciudad, tuvo su origen en el siglo XI como capilla privada del palacio del Conde Ansúrez (ya mencionada en 1088), pero sería a comienzos del siglo XIII cuando adquirió su aspecto monumental al añadirse la esbelta torre románica a los pies y la galería porticada que sigue un diseño característico en el románico castellano, un pórtico cuyas arquerías se levantaban a escasos metros del cauce de un ramal del Esgueva, motivo por el que aparece atípicamente colocado al norte, cuando lo habitual es que lo hagan al sur. Tanto la torre como el pórtico se conservaron cuando en el siglo XIV se remodeló la iglesia, por entonces reinaba Alfonso XI de Castilla, dando lugar a la fusión de los elementos románicos y góticos que presenta su elegante fisionomía.

     Es justamente aquel sugestivo enclave formado por el cauce del Esgueva y el pórtico románico colocado a modo de mirador, en su tiempo con las arquerías reflejadas en sus aguas, el punto de partida de la leyenda que ahora trataremos, porque a pesar de que a mediados del siglo XIX el cauce del río fue desviado y cubierto, y la iglesia comenzó a manifestar síntomas de ruina, precisamente por la inestabilidad del terreno junto al río, su airosa imagen siempre llamó la atención de los viajeros y artistas románticos de otro tiempo, que reiteradamente dejaron su aspecto plasmado en diferentes grabados y estampas.

     Tras el cierre al culto en 1908 de la iglesia de la Antigua y tras un prolongado proceso de restauración que en 1922 obligó al traslado del retablo de Juan de Juni a la catedral, de donde nunca más regresó, las naves de la iglesia y el crucero fueron rehechas en estilo gótico según un proyecto de Adolfo Fernández Casanova, que conservó los ábsides, la torre y la galería porticada, al tiempo que se derribaron añadidos posteriores a su fundación. Las obras terminaron en 1930, aunque por reformas funcionales la iglesia no se abriría al culto hasta 1952.

     También el entorno ha sufrido una transformación radical, especialmente cuando en la década de los 80 del siglo XX se derribó, en medio de una gran polémica ciudadana, la manzana de viviendas circundantes, de origen medieval, dejando la iglesia aislada y descontextualizada de su entorno.

     Retomando el hilo de la vieja historia, hemos de retrotraernos a mediados del siglo XIX, cuando la sensibilidad romántica José Zorrilla recoge la Leyenda del Cristo de bronce, situando la acción, en un ejercicio de fantasía y fabulación, en el citado entorno de la iglesia de la Antigua. Como el propio poeta declaraba, afloraban en su imaginación un cúmulo de recuerdos de infancia y, según sus palabras, recogidas en sus Obras Completas, encontró en el entorno de la Antigua el marco apropiado para localizar una vieja historia que de niño había escuchado en Valladolid, ideando la existencia de un nicho que albergaba un Cristo de bronce que en realidad nunca existió: "el callejón que formaba con el muro de la iglesia quedaron fotografiados en mi memoria; pero con la extraña adición de un Cristo en un escaparate alumbrado por un farol, que creo nunca existió y que debió colocar mi memoria al pie de la torre y sobre el Esgueva, confundiéndoles con el de otra parte de la cual le arrancó para colocarle allí".

     En su infancia, Zorrilla ya había dado muestras de la sugestión que sobre su sensible personalidad habían llegado a ejercer algunos lugares de Valladolid, como cuando siendo niño creyó ver pasar junto a la puerta de su casa el caballo de San Martín montado por el demonio que antes había visto vencido por San Miguel, fruto del impacto de las imágenes de los retablos de la iglesia que frecuentaba con su madre. Por eso es fácil imaginar a Zorrilla en su infancia merodeando por el entorno de la Antigua, donde no le pasarían desapercibidos los gestos de las gárgolas, el crucero de piedra colocado ante la fachada y las sombrías arquerías del pórtico, un escenario más que idóneo para localizar una vieja historia. A ello podríamos añadir la posibilidad de que conociera, en la penumbra de la capilla de San Juan Evangelista de la catedral, la imagen de un busto de Cristo que allí se conservaba, realizado en bronce en el siglo XVII, que pudo pasar a formar parte de su memoria para después fabular aquella leyenda ambientada en el reinado de Felipe II.

LEYENDA DEL CRISTO DE BRONCE

     Vivían en Valladolid dos jóvenes, Germán y Juan, que durante mucho tiempo estuvieron enfrentados, siendo su enemistad conocida por todos. El primero era sobrino de don Miguel Osorio, un juez que ejercía su actividad en torno a la Chancillería, mientras que su adversario era un ahijado del rey. Ya convertidos en caballeros, ambos se movían entre grandes familias y ambos compitieron por los amores de Aurora, una dama joven y hermosa. La conocida rivalidad parecía haberse solucionado cuando los dos nobles, en un acto de cordura, llegaron a hacer las paces en presencia del rey y del juez, lo que supuso el fin a muchos quebraderos de cabeza, a pesar de que el juez tenía pendiente un pleito de Juan que no terminaba de resolver.

     Tiempo después Aurora llegó a condescender a los galanteos de Juan, con quien mantenía citas frecuentes mientras desdeñaba a Germán. En cierta ocasión la dama, con gran astucia, llegó a convencer a Juan de que sabía a ciencia cierta que el motivo por el cual el juez don Miguel de Osorio retenía la sentencia definitiva a su favor se debía a que ella hubiera rechazado las aspiraciones amorosas de su sobrino.

     Juan, encolerizado, decidió llevar a cabo la venganza, dispuesto a poner fin a una rabia que había marcado buena parte de su vida. Una noche, embozado y armado, esperó el paso habitual de Germán junto al pórtico de la iglesia de la Antigua, un lugar apenas iluminado por la tenue luz de un farol colocado junto al nicho ocupado por un crucifijo de bronce. Al realizar Germán su recorrido habitual, fue asaltado a traición y asesinado por Juan, que rápidamente huyó del lugar para evitar ser reconocido, dejando a Germán tendido bajo la pequeña hornacina orientada al Esgueva.

     El hecho causó una gran conmoción entre los vecinos, circulando enseguida rumores que apuntaban al ahijado del monarca como posible culpable del asesinato, algo de lo que también estaba convencido el juez, que rápidamente informó al rey de lo sucedido. Por orden real, Juan fue detenido, a pesar de declararse inocente, mientras Germán fue enterrado en la capilla familiar de la iglesia de la Antigua.

     Deseoso el juez de que el caso no se demorase de nuevo, como aquel pleito pendiente, se dirigió a Felipe II solicitando autorización para realizar una prueba judicial que podía resolverse con rapidez, una suerte de ordalía o juicio de Dios, como los practicados desde la Edad Media, consistente en que Juan jurase ante los Evangelios y sobre la tumba de Germán la inocencia que declaraba. Fiel a sus convicciones, a cambio se ofrecía como juez para asumir todas las culpas, dispuesto incluso a morir ajusticiado si el acto le era desfavorable.

     El rey aceptó la propuesta y el juez reunió al tribunal en la iglesia de la Antigua, junto al enterramiento de su sobrino. Tras ser conducido Juan hasta allí, colocaron sobre el sepulcro el texto sagrado para realizar el juramento. En el momento en que Juan apoyó su mano sobre el libro, irrumpió en la capilla un personaje embozado cuya potente voz retumbó por las bóvedas de la iglesia sorprendiendo a todos: "Yo fui testigo de la muerte de ese hombre, don Juan le asesinó y estando yo presente no se atreverá a jurar".

     A pesar de la amenaza del desconocido, Juan se apresuró para realizar su juramento colocando su mano sobre los Evangelios. En ese momento el embozado se descubrió y todos quedaron atónitos al comprobar a las luz de las teas que el personaje era una estatua de bronce. Fruto de la impresión, Juan lanzó un grito de angustia y cayó al suelo fulminado. La estatua levantó el brazo y señalando el cadáver de Juan exclamó: "Jamás se debe jurar en vano. Yo fui testigo del crimen y he venido a vengarle; soy el crucifijo de la Antigua".

     Desde entonces el crucifijo desapareció y para recordar el suceso fue colocada una gran cruz de piedra ante la fachada principal de la iglesia de la Antigua, la misma que hoy se puede contemplar sobre el enlosado pétreo.


     Buena parte de la leyenda se debe a la fabulación de Zorrilla, al que desde pequeño gustaba escuchar los relatos que narraban algunas personas que visitaban a sus padres. Historias fantásticas, también compartidas por Gustavo Adolfo Bécquer, en las que son frecuentes las intervenciones sobrenaturales, como aquella recogida en "A buen juez mejor testigo", también recreada por el poeta vallisoletano y localizada en la ermita del Cristo de la Vega de Toledo, donde un crucifijo desclava un brazo para confirmar un juramento amoroso del que fue testigo.


(El relato de la leyenda está basado en el trabajo publicado por Sara Puy Palacios Arregui  como "Leyendas y Tradiciones" en la colección de "Cuadernos vallisoletanos", editado en 1987 por la Caja de Ahorros Popular de Valladolid).

Ilustraciones: 1 Detalle de una gárgola de la iglesia de Santa María de la Antigua. 2 Detalle del ábside de la misma iglesia. 3 Litografía de la iglesia de Sta. María de la Antigua realizada en 1821 por D. Harding, donde curiosamente aparece un crucifijo en el crucero situado ante la fachada. 4 Recreación del pórtico de la Antigua con el inexistente Cristo de bronce. 5 Cabeza de bronce a partir de uno de los Guerreros de Riace. 6 Crucero pétreo ante la fachada de la iglesia de Sta. María de la Antigua, origen de la leyenda. 7 Crucero de piedra con la inacabada catedral de Valladolid al fondo. 

Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1106039365611

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