SANTA MARÍA MAGDALENA, "La bella alemana"
Gregor Erhart (Ulm, h. 1465 - Augsburgo 1540)
Hacia 1510
Madera de tilo policromada
Museo del Louvre, París
Escultura alemana de transición al Renacimiento
En el siglo XIX esta delicada escultura, de origen incierto, perteneció a la colección de Siegfried Lammle en Múnich, de donde pasó a finales de siglo al mercado de arte alemán, circunstancia que fue aprovechada por el Museo del Louvre para adquirirla en 1902. Desde entonces forma parte de la selectiva colección de escultura medieval y renacentista, siempre eclipsada por las célebres obras clásicas que ofrece el museo, como la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia, etc, y las creaciones marmóreas de los grandes genios, entre ellos Miguel Ángel.
Sin embargo, esta imagen en madera policromada desde un primer momento produjo una gran fascinación por su gracia y sutileza, pasando a convertirse en una de las joyas más preciadas del museo parisino por la legendaria vinculación de la figura de María Magdalena al país francés.
La imagen muestra una iconografía inusual en las representaciones de María Magdalena hasta el Renacimiento, aquí presentada como una asceta mística que ha renunciado a los bienes del mundo, en total desnudez y pudorosamente cubierta tan sólo por su larga melena, fiel a la leyenda que narraba que aquella mujer del Evangelio, que ungiera con ungüento de nardo los pies y el cabello de Cristo en la casa de Simeón el Leproso, en Betania, se retiró como pecadora arrepentida para llevar una vida apartada en la gruta de Sainte-Baume, en las proximidades de Marsella, donde habría llevado una vida de penitencia durante los últimos 30 años de su vida.
También dice la leyenda que a la hora de su muerte fue llevada por unos ángeles hasta el oratorio de San Maximino en Aix-en-Provence, que le suministró el viático, y que su cuerpo fue enterrado en una cripta construida por el santo en Villa Lata, pequeña aldea galo-romana de Provenza. Las reliquias, ocultadas en 716 durante la invasión de los sarracenos, fueron descubiertas en 1279 por Carlos de Anjou, que mandó edificar sobre las ruinas de la primitiva cripta en que se conservaban los restos de María Magdalena y San Maximino la basílica de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume, con un convento anexo de dominicos encargados de custodiar las sepulturas.
Esta leyenda francesa sirvió de inspiración para el grabado en madera que hacia 1500 hiciera Alberto Durero, que representó a la santa como asceta siendo transportada por un grupo de querubines (ilustración 2), estampa que se convierte en el precedente iconográfico directo de esta imagen, lo que explica que originariamente a los pies de la figura aparecieran unos ángeles tallados que no se han conservado. El modelo de Durero también había sido seguido casi veinte años antes por Tilman Riemenschneider en el Altar de Santa María Magdalena de la iglesia parroquial de la pujante ciudad de Münnerstadt (ilustración 3), una obra maestra realizada entre 1490 y 1492 que podemos considerar como el precedente más directo de esta obra atribuida a Gregor Erhart.
Se ha apuntado la posibilidad de que esta imagen proceda de la iglesia de Santa María Magdalena del convento dominico de Augsburgo, que fue reconstruida entre 1513 y 1515, donde habría estado colocada en un altar exento o colgante de la bóveda en una estructura metálica, lo que explica el acabado de su conjunto, puesto que su parte trasera también aparece tallada y coloreada con minuciosidad, recreando la iconografía referida a la leyenda piadosa de su traslado por ángeles en su momento póstumo.
La escultura, conocida popularmente como "la bella alemana", ha sido atribuida al escultor alemán Gregor Erhart en base a las similitudes que presenta con la Virgen de la Misericordia de Kaisheim, tallada por este escultor en 1502 (Staatliche Museen, Berlín, destruido en 1945). Este maestro había nacido hacia 1465 en Ulm, Suabia, en el seno de una familia de imagineros. Allí iniciaría su formación junto a su padre Michael Erhart, escultor activo entre 1469 y 1522, siendo difícil de distinguir por los historiadores entre su primera obra y la de su padre, siempre vinculada a los modos del gótico tardío de aquella región, que desde mediados de siglo se había liberado de la influencia del gótico francés. Gregor Erhart se desplazó en 1494 a Augsburgo, donde tras obtener la ciudadanía de esta próspera ciudad mercantil estableció un taller en el que permaneció el resto de su vida laboral, gozando de tan alto prestigio que su producción le sitúa entre los principales escultores del cambio de siglo en Alemania y como introductor de los modos renacentistas llegados de Italia.
La imagen de la Magdalena como metáfora del arrepentimiento y la renuncia a los bienes mundanos sirve como pretexto a Gregor Erhart para plantear un delicado y armónico desnudo dominado por la elegancia y serenidad de la estatuaria clásica, apreciable en la composición a partir de un contrapposto con ligeros giros del cuerpo, aproximando la obra a los ideales de la belleza renacentista, totalmente alejados de la anterior versión gótica de Riemenschneider.
A pesar de narrar un episodio del final de la vida de tan importante personaje evangélico, la escultura rememora la figura de una joven Venus, transformada en este caso en una imagen púdica a través de la cubrición del cuerpo por su larga cabellera, pero haciendo gala de una belleza clásica. El cuerpo sigue igualmente los dictados naturalistas del clasicismo, con el peso del cuerpo reposando sobre su pierna izquierda, lo que produce una ligera inclinación de la cadera, movimiento compensado con el suave giro del torso hacia la derecha y la ligera inclinación de su cabeza en sentido contrario. Las manos juntas y levantadas a la altura de los codos, en actitud orante, así como su gesto y una mirada un tanto ausente, le proporcionan una gran dulzura y refinamiento.
En esta escultura abundan los pequeños detalles de configuran la personalidad de la mujer representada con clara intención de idealizar su aspecto, como su frente despejada en referencia a su claridad de pensamientos, las uñas cortas y cuidadas en unas manos de delicados modales, la tersura de la piel sin huellas de desgaste físico, todo lo contrario al modelo realista ejecutado en Italia por Donatello, la larga cabellera rubia con mechones filamentosos y ondulantes que recorren el cuerpo como una cascada convertida en un pudoroso velo sagrado, y también por la expresión facial lánguida y meditativa, casi convertida por la finura de las facciones en un éxtasis místico de la mujer penitente.
Todos los sutiles detalles que ofrece el trabajo de la madera indican el indiscutible talento de su autor, que supo interpretar la imagen de la mujer que en aquella época tantas veces aparecía con actitud desgarrada en los episodios pasionales, tanto a los pies de la cruz, como en el Descendimiento y Santo Entierro, como una mujer triunfante de aspecto profano con toda su belleza y dignidad, recordando en cierto sentido la rotunda imagen del Nacimiento de Venus de Botticelli, resuelta con gran maestría al conseguir contrastar la lisura de la anatomía con el modelado profundo de los cabellos, siguiendo un tamaño y armoniosas proporciones clásicas.
De modo que esta imagen se aleja de los estilizados e irreales modelos góticos, cuyo sustrato conserva en su delicada policromía, de tonos muy pálidos en las encarnaciones y brillo dorado en los cabellos, para acentuar las curvas femeninas y las partes carnosas siguiendo una sensibilidad renacentista, lo que convierte al autor en uno de los introductores de la estética italiana en Centroeuropa, haciendo muy justo su apodo en el Louvre de "La Belle Allemande".
La imagen perdió parte de su significación al ser descontextualizada y restaurada en el siglo XIX, momento en que se eliminó el acompañamiento de ángeles y se adaptó para ser presentada sobre un nuevo pedestal en las salas del Louvre con el aspecto de una Eva. No obstante, su belleza plástica y su elegancia estética sigue cautivando a quien la contempla, convertida en un testimonio de la transición de la arraigada tradición gótica en Alemania, en este caso en la región de Suabia, hacia las pujantes formas clasicistas difundidas desde Italia durante el Renacimiento, haciéndose eco su autor de una impregnación humanista en el último aliento de la Edad Media.
Habría que esperar más de ciento cincuenta años para que el tema iconográfico fuese retomado por el barroco español, correspondiendo a escultores de la talla de Gregorio Fernández y Pedro de Mena la profundización sobre la vida retirada y asceta de María Magdalena, con imágenes en madera de gran profundización psicológica y extremado virtuosismo técnico, totalmente carentes de sensualidad, que persiguen convencer del valor de la renuncia a los bienes mundanos y realzar los valores de la meditación y el ascetismo, siempre siguiendo los postulados emanados del concilio de Trento.
Informe: J. M. Travieso.
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