22 de julio de 2011

Historias de Valladolid: DIEGO VALENTÍN DÍAZ, pintor erudito y mecenas vallisoletano



     Cuando en 1606 el rey Felipe III dispuso el regreso de la Corte a Madrid, abandonaba Valladolid gran parte de la pléyade de artistas cortesanos, pero quedaron trabajando en la ciudad una serie de notables escultores y pintores, entre ellos Francisco de Rincón, que moriría prematuramente dos años después, Gregorio Fernández, que marcaría la pauta de la escultura barroca castellana, y Diego Valentín Díaz, el pintor más prestigioso del momento en la ciudad.

     A pesar de su valoración en los medios artísticos, pues su obra supone el mayor nivel alcanzado por la pintura vallisoletana durante el segundo cuarto del siglo XVII, la personalidad y la obra de este pintor quedó un tanto eclipsada por la arrolladora actividad de Gregorio Fernández, con quien el pintor mantuvo una estrecha relación, siendo ambos los puntales de la actividad artística en Valladolid desde los comienzos del conocido como Siglo de Oro.

     Como ya apuntó Isidoro Bosarte en 1804, inexplicablemente su biografía no fue recogida por el pintor y tratadista cordobés Antonio Palomino (1655-1726) en su obra "Museo Pictórico y Escala Óptica", tratado de tres volúmenes, publicados entre 1715 y 1724, que son una fuente principal para la historia de la pintura barroca española. En el tercero de ellos, subtitulado "El Parnaso español pintoresco laureado", Palomino recoge un abundante material biográfico de pintores españoles del siglo XVII, siguiendo la línea de la obra publicada por Vasari en Italia.

     Curiosamente esta recopilación, que llegaría a ser traducida al inglés, francés y alemán, sí recoge una pequeña biografía del palentino Felipe Gil de Mena, discípulo y seguidor de Diego Valentín Díaz, de méritos sensiblemente inferiores, pero no del maestro vallisoletano, hecho que ha contribuido al desconocimiento y valoración artística de su importante obra, que ha permanecido sumida en un injusto anonimato hasta que fuera rehabilitada primero por Antonio Ponz en 1788 en su "Viage de España", después por José Martí y Monsó en sus "Estudios Histórico-Artísticos relativos a Valladolid" (1898-1901), y finalmente por los estudios de Enrique Valdivieso González en "La pintura en Valladolid en el siglo XVII" (1971), y de Jesús Urrea en "La pintura en Valladolid en el siglo XVII" (1982), que también se ocupó de la publicación, junto a José Carlos Brasas Egido, del "Epistolario del pintor Diego Valentín Díaz" (BSAA, 1980) y de una exposición monográfica sobre el pintor en abril de 1986. De esos trabajos, que permiten reconstruir de forma detallada la peripecia vital del pintor entre 1606 y 1660, extraemos los datos de este informe.

     Diego Valentín Díaz nació en Valladolid a finales de febrero de 1586 y fue bautizado el 2 de marzo en la primitiva iglesia de San Miguel. Era hijo del pintor Pedro Díaz Minaya y Juliana del Castillo, que tenían su domicilio en la Plaza del Almirante (junto al actual Teatro Calderón). Tuvo dos hermanos, Francisco y Marcelo, y su infancia transcurrió en el ambiente artístico del taller paterno, donde su padre elaboraba retratos para la nobleza y temas religiosos para conventos e iglesias, al tiempo que realizaba la policromía de algunos retablos, habiendo alcanzado un prestigio que permitía vivir a la familia sin estrecheces. Junto a su padre se formó como pintor y policromador, según las ordenanzas del gremio de pintores.

     Sus primeros contratos se produjeron en 1606, cuando contando con 20 años se ocupó de una pintura de la Asunción destinada a la catedral, templo con esta advocación, y poco después del retablo mayor de la iglesia del convento de Santa Catalina (ilustración 3) y una serie de lienzos con pinturas de santos, dejando todo ello firmado en 1608. A partir de entonces su actividad no conoció descanso al sucederse los encargos sin interrupción, entregando en 1610 las pinturas del Martirio de San Sebastián y Las Lágrimas de San Pedro para un retablo del Hospital de la Encarnación de Zamora.

     El 5 de febrero de 1610 se casó de forma precipitada con Ana de la Serna, que llegaba embarazada a la iglesia de la Antigua, pasando a vivir en una casa de la calle Cabañuelas, junto a dicha iglesia. Seis meses después nacía su hija María, que fue bautizada el 5 de julio en la catedral. Del matrimonio nacerían tres hijos más, Juliana (1613), que como Diego José (1614) sería bautizada en la iglesia de Santiago, y Gregoria (1616), pasando a vivir desde 1613 en unas casas de la calle de la Boariza (actual María de Molina), propiedad de su tía Ana del Castillo.

     A partir del 16 de agosto de 1612, para poder atender la gran demanda de obras, se asoció con su padre y con los hermanos pintores Francisco y Marcelo Martínez. Días después concertaba pinturas para el coro del convento de San Francisco, para la cripta de San Benito el Viejo y para la iglesia de Santiago. En 1613 se ocupó del dorado y la pintura de la capilla mayor del convento de Porta Coeli, participando hasta 1616 en los contratos que los pintores asociados hicieron para los retablos de Villabáñez, Villaverde de Medina y Velilla, ocupándose personalmente de cuatro pinturas y el dorado del retablo de Bobadilla del Campo (1614), a lo que siguieron los encargos de un retrato para la capilla de doña Felipa de Hevia en la iglesia de la Trinidad (1615), así como una pintura a petición del párroco de la iglesia de Santa María (1616), ambos en Medina del Campo.

     En 1615 su tía Ana del Castillo le hizo donación de las casas que habitara en la calle de la Boariza, dando lugar la enorme demanda de obras a la contratación de aprendices y colaboradores que convivían con él para satisfacer los encargos, como Diego de Bernuy, que ingresó como aprendiz el 16 de enero de 1617, pocos días antes de que Valentín Díaz se dirigiera por carta el pintor gaditano Francisco Pacheco, el mejor pintor en Sevilla, que había permanecido casi dos años en Madrid y en cuyo taller se formaba Velázquez.

     Su esposa Ana de la Serna murió el 30 de agosto de 1617, cuando estaba ocupado en el dorado de unos retablos del monasterio de Samos (Orense), donde tenía como colaborador a Martín de Aziain. Ese mismo año compró la sepultura de sus padres en el convento de San Francisco y contrató las pinturas y el dorado de la capilla de los Tovar en la iglesia de la Antigua. Su viudedad no se prolongó por mucho tiempo, puesto que el 10 de junio de 1618 contrajo segundo matrimonio con Jacinta Gallego, de la que al año siguiente nació su hijo Diego. En esos años mantuvo una estrecha relación con el escultor Gregorio Fernández, que reclamaba de Valentín Díaz la encarnación y policromía de algunas de sus obras, como el caso documentado del grupo escultórico de la Sagrada Familia de la iglesia de San Lorenzo, contratado en 1621, año en que el pintor fue detenido y después absuelto por tenencia ilícita de un pistolete.

     En esos momentos pintó la Sagrada Familia para la capilla del Cristo de la Luz del monasterio de San Benito el Real, pintura confiscada en la Desamortización y actualmente conservada en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio (ilustración 5). Por el prestigio alcanzado, también sería requerido como tasador de la obra de otros artistas, como en 1622, cuando ejerció en la tasación de los retablos de la iglesia de Santa María de Belén pintados por Tomás de Prado, un pintor formado con Gregorio Fernández.

     El 30 de junio de 1623 fue bautizado Jerónimo, segundo de sus hijos con Jacinta Gallego y en 1624 ingresó como monja en el convento de San Salvador del Moral (Palencia) María, su hija primogénita, que por entonces tenía 13 años. Ese año Diego Valentín Díaz viviría dos experiencias desagradables, ya que fue condenado a prisión por un pleito sobre la venta de tafetanes al boticario Bartolomé López y su esposa, siendo liberado después bajo fianza y condenado a pagar las costas, y el 16 de noviembre murió su padre Pedro Díaz Minaya, al que en sus últimos años, enfermo y sin recursos, había atendido en su casa.

     En septiembre de 1626 nació Nicolás, el tercero de sus vástagos con Jacinta, en febrero de 1627 presentó su título como Familiar del Santo Oficio en Valladolid y en noviembre del mismo año nació su hija Luisa. El aumento familiar le llevó a comprar el 31 de diciembre de 1627 tres casas situadas frente a la iglesia de San Lorenzo (espacio ocupado después por el monasterio de Santa Ana) que eran propiedad de doña Isabel de Portillo, pagando el empedrado en 1632 y 1634. En aquella residencia, cuyo estudio centró la vida pictórica de la ciudad durante cincuenta años, viviría el resto de su vida como feligrés y mayordomo de la parroquia de San Lorenzo. Su prolífica familia aún se incrementó con el nacimiento de tres hijos más: Mariana en 1628, que como María también profesaría como monja en San Salvador del Moral, Ventura en 1632 y Catalina en 1633, falleciendo Jacinta Gallego a consecuencia del parto de esta última.

     En febrero de 1634 el pintor recibió de Madrid una carta de Francisco Pacheco, y en marzo de ese año, cuando contaba 48 años, contrajo terceras nupcias en la iglesia del Salvador con la jovencísima María de la Calzada, de tan sólo 17 años e hija y nieta de arquitectos. Al año siguiente mantuvo un pleito contra Catalina Canseco sobre la edificación del Colegio de Niñas Huérfanas. A pesar de todo, el pintor seguía realizando una obra tan prolífica como su familia, recibiendo en 1637 la petición de Francisco Pacheco de un dibujo de Fray Jerónimo de Pedrosa para incluirle en su libro de retratos. En 1639 recibió el encargo de pintar a don Diego Daza Maldonado, momento en que acogió como aprendiz de su taller a Baltasar Cidrón.

     Entre 1640 y 1646 su actividad fue incesante. Contrató la pintura de la Estigmatización de San Francisco para la capilla que Antolín de Cuadrillos tenía en el desaparecido convento de Capuchinos (Plaza de Colón), actúo como testigo en el enlace de su discípulo Felipe Gil de Mena, recibió de la Condesa de Requena la petición del envío a Madrid de un retrato de Marina Escobar, envíó un lote de pinturas a la catedral de Oviedo, entre ellas la Santa Eulalia de la sacristía, contrató tres lienzos de grandes dimensiones para el retablo del monasterio de Santa María la Real de la Corte de Oviedo representando el Martirio de San Vicente, San Benito y Santa Escolástica, la Duquesa de Alburquerque le solicitó la pintura de la imagen de la Concepción que había comprado a la viuda de Gregorio Fernández y en 1644 fue felicitado por el obispo de León por la pintura del Salvador hecha para aquella diócesis.

     A partir de ese momento acentuó sus actuaciones benéficas, por un lado ayudando a su suegra, madre de su tercera esposa, y el 22 de enero de 1647 adquiriendo el Colegio de Niñas Huérfanas (situado en la actual confluencia del Paseo de Zorrilla y la calle de San Ildefonso), del que después ostentaría el patronato ocupándose de las obras de la iglesia y sacristía y de su dotación, acabando por donar todos sus bienes a esta institución (ilustración 12). Velando por su continuidad, dispuso que a su muerte el patronato pasara al obispo de Valladolid.

     En 1648 fue protagonista de un desafortunado suceso cuando con 62 años se cayó de un andamio trabajando en un retablo en el que realizaba la pintura, sufriendo lesiones que le limitaron su actividad durante años. En 1653 realizó el inventario de pinturas del Conde de Benavente y cuatro años después, tras ocuparse de un retrato del Conde de Granjal para Salamanca, viajó al convento palentino de San Salvador del Moral para despedirse en vida de sus dos hijas allí ingresadas, donde sufragó algunas obras a petición de la abadesa María Barahona, de la que recibía constantes peticiones de ayuda.

     A pesar de su estado, aquellos años fueron prolíficos para el pintor. Pintó entonces los retablos de la iglesia del Dulce Nombre de María, las pinturas del retablo del desaparecido convento de San Bartolomé y un lienzo para el techo del salón principal del Ayuntamiento.

     Por entonces Diego Valentín Díaz era un personaje muy respetado en Valladolid, donde ejercía como presidente de la Cofradía de San Lucas, integrada por el gremio de pintores, cuyo patrón permitía celebrar anualmente en el Colegio de Niñas Huérfanas por él fundado. Por la correspondencia que le dirigiera Velázquez, fechada el 3 de julio de 1660, sabemos que el gran maestro le visitó en su casa de Valladolid aquel año, momento en que contrataba unas pinturas para el retablo de la iglesia de Palacios de Campos que no pudo concluir. También recibía cartas interesándose por su salud de un aprendiz de Torquemada, José de la Fuente, que demostraba tenerle en gran aprecio. Un testimonio del rigor religioso que regía la vida social de la ciudad queda reflejado cuando ese mismo año recibió un anónimo que denunciaba la reputación de la guardiana del Colegio de Niñas Huérfanas, a la que se acusaba de salidas nocturnas. Se trataba de Juana de Utier, con la que el pintor tenía un trato excelente, ya que a pesar de los infundios le dejó en su testamento una pintura.

     Diego Valentín Díaz murió en Valladolid a los 74 años de edad el 1 de diciembre de 1660, un hecho muy sentido en la ciudad como quedo demostrado durante el cortejo de su entierro hasta la iglesia del Colegio de Niñas Huérfanas por él fundado. Desaparecía del panorama vallisoletano un pintor culto y erudito que llegó a disponer de una biblioteca con más de 420 obras de todos los géneros, desde astronomía hasta anatomía, sin que faltasen obras de los escritores del momento, como Tirso de Molina, Lope de Vega, Quevedo, Cervantes y Ercilla. También llegó a reunir en su estudio hasta 6.500 ejemplares de estampas, grabados y dibujos, así como un conjunto de 265 cuadros de temática religiosa, retratos, bodegones, paisajes y temas mitológicos. Un pintor que consideraba a Francisco Pacheco, Diego Velázquez y Juan Carreño Miranda un ejemplo de profesionalidad.

     En su faceta de artista había cultivado todos los géneros, pues aunque la obra conservada se limite a la policromía de algunas esculturas, distintos cuadros de flores, en los que se revela como un gran especialista (ilustraciones 2 y 8), pinturas religiosas y algunos retratos, también realizó paisajes, vánitas, arquitecturas fingidas y decoraciones murales, uniendo a esta faceta la de teórico y tratadista de pintura.

     Hombre de profunda religiosidad, algo bastante habitual en su época, su obra se ajustó con precisión a los postulados contrarreformistas desde un estilo muy personal en el que predominan los colores fríos y los modelos dulcificados, especialmente creativo en las figuras de ángeles, siendo habitual en sus pinturas el que incluya textos explicativos. Por otra parte, sus actos piadosos se materializaron con su pertenencia a diversas cofradías locales, pero sobre todo con su afán por el patronazgo del centro de enseñanza destinado a las niñas huérfanas, complementado sus labores benéficas con el patrocinio de la iglesia del Dulce Nombre de María, la primera del mundo con esta advocación, de modo que llegó a convertirse en el único pintor mecenas de la historia de España.

     A su afición por la correspondencia se unía su carácter inquieto, metódico, minucioso y ordenado, que le había permitido reunir una considerable fortuna en virtud a su escrupulosa administración, según se desprende de los recibos, copias de contratos, cobros, anotaciones de deudas, descripciones de sus composiciones, cartas de familiares y de otros artistas y notas para un tratado de pintura que nunca llegó a publicar, todo ello conservado en su archivo personal, un fondo que hoy nos permite una reconstrucción detallada de sus quehaceres. Un artista que recorrió Burgos, León, Palencia, Santiago, Aránzazu, Liébana y Madrid, que había ayudado en distintas ocasiones al gremio de pintores de Valladolid y que durante años había mantenido una afectuosa relación personal con el escultor Gregorio Fernández, el pintor Mateo de Prado y su discípulo Felipe Gil de Mena, con quienes mantenía animados coloquios de carácter profesional, siendo asimismo muy respetado por la nobleza y las jerarquías eclesiásticas.

     Algunos autores han atribuido a Diego Valentín Díaz, posiblemente apoyándose en sus relaciones personales, el Retrato de Gregorio Fernández que conserva el Museo Nacional Colegio de San Gregorio (ilustración 9), procedente del convento del Carmen Calzado, donde originariamente fue colocado sobre la sepultura del escultor.

     Diego Valentín Díaz pasaría a la historia como un excelente pintor cuya obra quedaría ensombrecida por las prodigiosas creaciones realizadas en su tiempo por la genial paleta de pintores como Pacheco, Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano, Murillo o Valdés Leal, pero en Valladolid quedó la impronta de un pintor que marcó por mucho tiempo las directrices del arte, un culto caballero que practicaba la ortodoxia católica y favoreció a la ciudad a través de la institución benéfica por él fundada, cúmulo de circunstancias por las que en vida fue estimado y reverenciado por los vallisoletanos.

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1107229722931

BIBLIOGRAFÍA
-Bosarte, Isidoro, Viaje artístico a varios pueblos de España, Imprenta Real, tomo I, Madrid, 1804.
-García Chico, Esteban, Documentos para el estudio del arte en Castilla, Tomo II, Valladolid, 1946.
-Pacheco, Francisco, El arte de la pintura, Ed. B. Bassegoda, Madrid, 1990.
-Pérez Sánchez, Alfonso E., Pintura barroca en España 1600-1750, Cátedra, Madrid, 1992.
-Urrea Fernández, Jesús, Diego Valentín Díaz (1586-1660), Caja de Ahorros Popular de Valladolid, 1986.
-Urrea Fernández, Jesús y Brasas Egido, José Carlos, «Epistolario del pintor Diego Valentín Díaz», Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología: BSAA, Tomo 46, 1980.
-Valdivieso González, Enrique, La Pintura en Valladolid en el siglo XVII, Valladolid, 1971.
-VVAA, Pintura del Museo Nacional de Escultura, Catálogo de la exposición patrocinada por la Fundación BBVA, Valladolid, 2001.

Ilustraciones:
1 Retrato de Diego Valentín Díaz, Biblioteca Nacional, Madrid.
2 Floreros, 1650, Museo Diocesano de Valladolid.
3 Retablo mayor de la iglesia del convento de Santa Catalina, Valladolid.
4 Presentación en el Templo, Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid.
5 Sagrada Familia, Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid.
6 Santa Bárbara, iglesia de San Isidoro, Oviedo (Foto Pedro M. Mielgo).
7 Lactancia mística de San Bernardo, iglesia de San Pablo, Valladolid.
8 Florero y florero con higos, mercado del arte.
9 Retrato de Gregorio Fernández, Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid.
10 Fray Diego Veneciano y Santo Domingo de Guzmán, iglesia de San Pablo, Valladolid.
11 Beato Enrique Susón y Beato Ambrosio de Siena, iglesia de San Pablo, Valladolid.
12 Localización del Colegio de Niñas Huérfanas en Valladolid.     

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4 comentarios:

  1. Las explicaciones geniales, pero las fotos tienen dueño y podías ponerlo. Concretamente la de la Santa Bárbara de San Isidoro de Oviedo es nuestra (de mi marido y mía ya que las sombras no engañan, y es imposible que coincidan habiéndonos costado lo que nos costó hacerla), y está cogida de Flickr o de grucomi.com. No me importa, pero preferiría que le hicieras un enlace o al menos que citaras al autor (en este caso Pedro M. Mielgo). Gracias

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  2. En ocasiones se encuentran fotografías en la red que son apropiadas para el trabajo y recurrimos a ellas. En este caso agradecemos la identificación del autor y que nos autorice su uso. Tal como nos solicita, hacemos constar su autoría en el apartado de ilustraciones, pues consideramos que tiene todo su derecho y le asiste la razón. Completada esta información, reiteramos nuestro agradecimiento por la imagen.

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  3. Muy bien, y el Sr. Mielgo ha quien pidió autorización para realizar la fotografía, a la Diócesis de Oviedo por ejemplo? me imagino que no. Así que no quejarse tanto.

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  4. Por supuesto que el Sr. Mielgo, mi marido, pidió el permiso en la iglesia para realizar la foto. No fue una foto fácil de hacer, al estar el cuadro tan alto, y llevó un montón de tiempo. O sea que no imagine tanto. De la misma manera que pedimos permiso para hacer otras imágenes de Santa Bárbara en otras iglesias y catedrales. Esto de acusar sin fundamento y, sobre todo, amparándose en el anonimato, se ha convertido en algo muy típico en internet. Supongo, y no lo digo anónimamente como usted, que será de los que cogen fotos sin pedir permiso y de ahí lo de su comentario absolutamente innecesario. Si el dueño de la página se portó como un caballero, no se a qué vino su salida de tono.

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