8 de julio de 2011

Historias de Valladolid: DOÑA MARINA ESCOBAR, los tormentos de una delirante visionaria


     Es algo habitual, por parte de los historiadores de Valladolid, que al describir la sociedad vallisoletana de principios del siglo XVII, en realidad común a la del resto de España, resalten su carácter sacralizado refiriéndose a una religiosidad "barroca". Pero esto no es más que un eufemismo para eludir el verdadero adjetivo de aquella religiosidad: tenebrosa, siniestra. No se puede denominar de otra manera a una religiosidad mantenida en la ortodoxia entre el pueblo a través de incesantes autos de fe promovidos por el inexorable Tribunal de la Santa Inquisición que, alentada por la Contrarreforma, imponía y predicaba la renuncia a los bienes mundanos, el padecimiento y el martirio como vías de salvación, logrando supeditar todas las facetas de la vida al trance de la muerte y que toda la existencia girase en torno a unas creencias religiosas impuestas y vigiladas.

     Al hilo de esta peculiar y rígida religiosidad los conventos se poblaron, se instalaron en la ciudad nuevas órdenes religiosas, sirva como dato ilustrativo la aparición de hasta catorce nuevos edificios religiosos establecidos en el entorno del Campo Grande, se potenciaron las manifestaciones callejeras en forma de procesiones y se multiplicaron los casos de supuestos místicos y visionarios, especialmente durante el traslado de la corte a Valladolid, cuando hasta las distracciones del rey estaban impregnadas de aquel ineludible fanatismo espiritual.

     En el contexto de esta sociedad sacralizada aparece el extravagante caso de Marina Escobar, la mujer más famosa de la ciudad en su tiempo, objeto de comentarios en todos los rincones, que pasaría a convertirse en el símbolo por antonomasia de la aquella mística contrarreformista, tan incomprensible hoy día, y paradigma de una exacerbada religiosidad basada en el sufrimiento terrenal. Y a pesar de ser conocida en el Valladolid de su tiempo como "La Santa" y de ser considerada casi un siglo después de su muerte como "Gloria de España y ornamento singular de la ciudad de Valladolid", los testimonios y delirios de aquella visionaria hoy sólo pueden concebirse desde el escepticismo y la ironía.

     Según sus propias declaraciones, su nacimiento el 8 de febrero de 1554 en la calle Sámano (actual Sábano), en las inmediaciones de la iglesia de San Martín, ya constituyó un milagro, puesto que el demonio había intentado estrangularla en el vientre materno durante los últimos días de gestación. Fueron sus padres don Diego de Escobar, un acomodado mirobrigense que ejercía como abogado en la Real Chancillería e impartía clases de Leyes y Cánones en la Universidad, y doña Margarita Montaña de Monserrate, hija del doctor Bernardino Montaña de Monserrate, célebre médico de Carlos I que fue autor del primer tratado de anatomía en castellano, publicado en Valladolid en 1551. Era la cuarta de ocho hermanos, cinco mujeres y tres hombres. Cuando Marina tenía un año y medio, su abuela paterna, que se había desplazado a Valladolid para asistir al doctorado de su hijo, regresó a Ciudad Rodrigo con su nieta, donde vivió al cuidado de una tía que la educó como una hija durante los nueve años de permanencia en aquella ciudad salmantina.

     Allí se obrarían sus primeros prodigios, puesto que alcanzó el uso de razón antes de cumplir dos años y a los cuatro declaró haber contemplado a Dios en un prado de Robleda, una aldea próxima a Ciudad Rodrigo. A su regreso a Valladolid pasó a vivir en la nueva casa que su padre había comprado en 1564 en la calle del Rosario (actual San Juan de Dios, ilustración 2), junto al palacio de los Villasante (actual Palacio Arzobispal) y frente a la iglesia del Rosarillo, caserón que desde entonces sería su residencia permanente.

     Siguiendo su propio relato, entre los 10 y los 14 años se apartó de la devoción por influencia de una amiga de carácter más mundano, lo que motivó que su madre la llevara a confesar, acompañada de sus hermanos, a la recién fundada Casa Profesa de la Compañía de Jesús, centro que comenzó a frecuentar y donde recibió consejos decisivos del jesuita turolense Jerónimo de Ripalda, pariente de la familia y autor del célebre Catecismo y exposición breve de la doctrina cristiana. A partir de entonces vivió una adolescencia entregada a los ejercicios piadosos, incluyendo ayunos y disciplinas, y a la lectura de vidas de santos y libros devotos, con especial predilección por el Memorial de la vida cristiana de Fray Luis de Granada.

     Tenía 18 años cuando en la víspera de la fiesta de San Miguel de 1572, por entonces patrón de Valladolid, recibió la visión de Cristo bajo la apariencia de Ecce Homo, coronado de espinas y con el cuerpo lacerado. El impacto fue tal que quedó en "estado de shock", sin poder dormir y con los sentidos alterados, estado del que no pudo reaccionar entre el bullicio callejero cuando su madre la llevó al día siguiente a ver la feria. Poco después sufriría una grave enfermedad en la que estuvo a punto de morir por tres veces, pero tras recibir la comunión, según sus propias declaraciones, logró sucesivamente un completo restablecimiento.

     Estas experiencias orientaron su vida a la oración y la penitencia, sintiéndose a los 20 años dispuesta a ingresar como religiosa en la Orden del Carmen. Para ello tuvo un encuentro personal con Teresa de Jesús en diciembre de 1574, en el convento vallisoletano fundado por la abulense, aunque la reformadora del Carmelo, bien inteligente sin duda, tras escucharla rechazó su petición al tiempo que le animaba a permanecer en su casa "donde Dios la tenía destinada para grandes cosas".

     Tras el casamiento de cinco de sus hermanos, la emancipación de la hermana mayor y la muerte de su padre en 1581, siguió viviendo con su madre y su hermana Isabel, siendo atendidas por un tiempo por dos muchachas de servicio. Entregada a las prácticas piadosas permaneció hasta que, rondando los 30 años, manifestó haber sido molestada por el demonio, siendo víctima de una crisis depresiva que trastocó su carácter en irascible y melancólico. Según ella misma, todo se solucionó cuando a los 33 años se puso bajo la dirección espiritual de los jesuitas, teniendo como confesores sucesivos a los padres Diego Pérez, Francisco de Lara, Pedro León y finalmente en 1593 a Luis de la Puente, escritor ascético vallisoletano que tenía su misma edad y al que conocía desde su infancia por motivos de vecindad (ilustración 5).

     Durante sus contactos con estos jesuitas se iniciaron sus visiones, tanto en sueños como en los momentos de oración a los que se entregaba noche y día, de modo que tanta actividad emocional terminó poniendo en riesgo su salud. En 1598 comenzó a escribir de puño y letra sus revelaciones sobre misterios teológicos, algo que interpretaba como un mandato divino, y al año siguiente dedicaba sus esfuerzos en ayudar a los afectados por un brote de peste declarado en la ciudad en verano, una epidemia que ella había vaticinado como un castigo divino y de la que había advertido a las autoridades, que no quisieron escucharla y pagarían por ello.

     En 1602 se incorporó a su vivienda su amiga Marina Hernández, una viuda de 22 años, natural de Villabáñez, que la acompañaría durante toda su vida. Al año siguiente se independizó de la familia, pasando a vivir, en una de las casas colindantes de propiedad paterna, con su amiga y otras mujeres, doncellas a las que instruía como paso previo al ingreso en un convento y que formaban una pequeña comunidad en la que Marina Escobar ejercía como maestra espiritual. Antes renunció a la herencia de su padre y pasó a subsistir trabajando como costurera y bordadora, tarea para la que tenía gran habilidad y por la que fue conocida como "la costurera de Fuensaldaña", por ser esta población vallisoletana el destino de buena parte de su producción benéfica.

     Después de hacer votos de castidad y cuando practicaba como virtudes la pobreza y la obediencia, propias de una monja, ocurrió un inaudito suceso que condicionaría el resto de su vida. Según doña Marina, el 21 de noviembre de 1603, cuando contaba 49 años, el demonio le golpeó junto al pecho izquierdo con tanta fuerza que le originó una debilidad que le impedía caminar y apenas moverse, teniendo que vivir permanentemente postrada en una cama ubicada en una estrecha e insalubre alcoba ornamentada con objetos religiosos. Pero a pesar de este inconveniente su vida espiritual se acrecentó, lo mismo que su fama de santidad, convirtiéndose su residencia en foco de atracción devocional entre los vallisoletanos.

     Por su carencia de movilidad, en 1621 le fue concedida licencia para poder celebrar misas en el oratorio contiguo a su aposento, siendo el alimento espiritual el eje de su sustento, ya que apenas se alimentaba diariamente con unos trozos de pan y agua, tal vez como medio de mortificación o como consecuencia de los dolores causados por una enfermedad crónica cuyos matices desconocemos y que en repetidas ocasiones puso en peligro su vida, a pesar de ser tratada por los más afamados doctores de su época, como Luis de Mercado, Antonio Ponce de Santa Cruz, Francisco Martínez Polo y Gabriel de Canseco, médico del rey y de la Inquisición, por el que fue atendida los diez últimos años de su existencia.

     A pesar de esta lastimosa situación, se diría que despreciándose a sí misma, mediante cartas, misivas de intermediarios y visitas dirigía desde su cama una intensa actividad caritativa, logrando una considerable influencia en instituciones civiles y religiosas. A su vez, recibía numerosas limosnas de influyentes personajes a quienes ella calificaba de "devotos", tantas que se cifran en más de 30.000 los ducados que llegó a repartir como gastos que reflejaba en precisas anotaciones que aún se conservan. En su casa, junto a los jesuitas, era frecuente la presencia de doctores, catedráticos, funcionarios de la Chancillería, nobles y deseosos de consejos, siendo tan alta su consideración social que tras el regreso de la corte a Madrid le propusieron el traslado, algo que rechazó permaneciendo en Valladolid.

     Pero si ya era poco normal el movimiento de personas que se personaban en aquella casa, sería imposible de calificar la presencia de seres sobrenaturales y los contactos que en ella se produjeron. Con aparente normalidad Marina Escobar contactaba con la divinidad, con las almas de difuntos que conoció en vida, con otras del Purgatorio y con la mayoría de seres celestiales, siendo permanente la presencia en su aposento de varios ángeles que ella describía en sus más mínimos detalles, y otros que le visitaban esporádicamente, como dos ángeles que eran custodios de la ciudad de Valladolid. Aunque en ocasiones era molestada por espíritus malignos, padeció los dolores y estigmas de la Pasión y en su corazón fue esculpida la frase "Aquí mora Jesús", motivo por el que llevaba bordado al pecho el anagrama JHS. Con frecuencia establecía comunicaciones directas con San José, Santo Domingo, San Francisco, San Francisco Javier y sobre todo con San Ignacio de Loyola, con el que decía entablar una relación de extrema confianza.

     Asimismo, tuvo revelaciones sobre discusiones teológicas que enfrentaban a algunas órdenes religiosas y en 1615 sobre la conveniencia de introducir en España la orden que fundara Santa Brígida de Suecia en el siglo XIV. Para ello redactó la reforma de la regla, adaptada a los nuevos tiempos, que sería aprobada por el papa Urbano VIII el 10 de noviembre de 1629 en el breve apostólico "Ex incumbentis nobis", recibiendo directamente de Santa Brígida incluso el diseño del hábito a utilizar por las religiosas, según sus declaraciones. Con el tiempo esta sería una de las realizaciones tangibles de sus revelaciones, puesto que el convento de Santa Brígida sería fundado en Valladolid en 1637, cuatro años después de su muerte, pasando a ocupar la comunidad el palacio del Licenciado Butrón. A pesar de todo, algunas de sus revelaciones más llamativas fueron aquellas recibidas sobre asuntos de política nacional e internacional.

     En este sentido, merece la pena recordar la estrecha y constante relación que tuvo con don Rodrigo Calderón, ministro de Felipe III, desde que fue apresado en su casa de Valladolid, acusado de corrupción, hasta que fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid. Cuando a la muerte de Felipe III tan influyente personaje quedó desprotegido, y sabedor de la amenaza urdida contra su persona por sus enemigos, en lugar de emprender una posible huida entabló contacto con doña Marina para pedirle consejo, que recomendó, al que hasta entonces consideraba un pecador, que por el bien de su alma debía permitir actuar a la justicia, tras lo cual don Rodrigo se dejó prender con todas las consecuencias. Una vez condenado a la pena capital, doña Marina le asistió espiritualmente hasta el momento de subir al cadalso e incluso hasta después de su muerte, pues ella misma narra la redención del condenado cuando comenta los hechos ocurridos a los tres días de la ejecución de la siguiente manera: "Aquella mañana llegaron a mí los ángeles, y, poniéndome una misteriosa vestidura, lleváronme a la Celestial Jerusalén, delante de la Majestad de Dios. Estando así vi llegar a mí con mucho gozo el alma de este caballero... Y con mucha humildad y gran caridad me dijo: Seas bien venida y sé testigo de vista de la gloria eterna que poseo..."

     Todas estas visiones sobrenaturales, así como las revelaciones recibidas, fueron recogidas en escritos que, ante su impedimento físico, eran dictados a sus compañeras y confesores jesuitas, lo mismo que las cartas y consejos que dirigía incluso al propio rey y su valido. Estos escritos fueron recopilados por el padre de la Puente, cuya muerte en 1624, junto a la de su amiga Marina Hernández en 1627 y la de su hermana Isabel tres años después, supusieron para la peculiar devota un trance muy duro que le motivó a dictar su testamento definitivo.

     Durante sus últimos siete años fue atendida por María de la Lama González, futura abadesa de las Brígidas, que estuvo a su lado hasta que se agravó su enfermedad. De nuevo relata doña Marina que en la fiesta del Corpus Christi de 1633 el demonio, con la apariencia de Cristo, le dio a beber veneno, tras lo cual el maligno fue expulsado por un ángel que después la consolaría. Tras un periodo de grandes dolores, doña Marina Escobar murió el 9 de junio de 1633, un trance jubiloso para ella después de haberle sido revelado que el propio Cristo recibiría el alma en sus manos.

     Su muerte causó una auténtica conmoción en Valladolid, dando lugar a una multitudinaria manifestación popular en clave de júbilo, tal como ella había anunciado, llegando a desfilar por su casa de la calle del Rosario cerca de 10.000 personas. En un ataúd de terciopelo carmesí, sufragado por el Ayuntamiento, y con un entierro que recorrió todo el centro de la ciudad al modo de las procesiones más solemnes de la época, fue enterrada en la iglesia de la Casa Profesa (actual iglesia de San Miguel). Allí permaneció hasta el traslado de sus restos en 1960 al convento de Santa Brígida (ilustración 8).

     Dos meses después de su muerte comenzó la recogida de testimonios en Valladolid y Madrid para iniciar el proceso de beatificación, aunque con el tiempo algunas de sus visiones serían calificadas por miembros de la Iglesia como simples fantasmagorías. Los escritos recopilados por el padre Luis de la Puente, su confesor, permitieron en 1665 la publicación de la primera parte de su biografía en la obra Vida Maravillosa de la Venerable Virgen Doña Marina de Escobar (ilustración 9), a la que siguió una segunda parte publicada en 1673 por el padre Andrés Pinto Ramírez. Una camisa y un rosario pertenecientes a Marina Escobar son conservados como reliquias en el convento de Nuestra Señora de Porta Coeli, más conocido como "las Calderonas".

     Conviene recordar que la figura visionaria de Marina Escobar fue una tantas mujeres con supuestos poderes prodigiosos que impactaban a un pueblo inculto y fanático. La nómina es muy extensa y oscila desde santas reconocidas, como el caso de Teresa de Jesús, a otras que tuvieron problemas con la Inquisición por su carácter de iluminadas. Entre las más célebres se encuentran Sor María Jesús de Agreda, visionaria y consejera del rey Felipe IV; Isabel de Frías, procesada junto a otras monjas del convento de San Plácido de Madrid; María Vela, visionaria que sufrió pruebas del infierno en el convento de Santa Ana de Ávila y se alimentaba solamente de la comunión; Antonia Jacinta de Navarra, estigmatizada en el convento de las Huelgas Reales de Burgos; Sor Luisa de Carrión, que repartía cruces pintadas por ella misma y que salió airosa en Valladolid de un proceso inquisitorial; Ana de San Agustín, teresiana de Valladolid que practicó el don de la profecía; Micaela de Aguirre, visionaria y priora del convento de la Madre de Dios de Valladolid; Antonia Álvárez, monja del convento de San Quirce de Valladolid; Mariana de San José, fundadora en Valladolid del convento de Agustinas Recoletas y finalmente Luisa de Carvajal, que sin ser monja, como Marina Escobar, se trasladó a Inglaterra con la intención de convertir a los herejes anglicanos.

     Por paradojas de la vida, en la calle que la venerable tiene dedicada en Valladolid desde finales del XIX, antigua calle del Candil, se encontraba en su tiempo la mancebía pública más antigua de la ciudad hasta que fue suprimida en tiempos de Felipe IV, justamente el polo opuesto a la virtud de castidad que practicaba y predicaba tan controvertido personaje.

     Por su parte, el palacio del licenciado Butrón, que albergó a las "brígidas", fue remodelado para albergar el Archivo General de Castilla y León, que es gestionado por la Junta, mientras que la iglesia de Santa Brígida, después del traslado de la comunidad a un nuevo emplazamiento, ha sido recalificada por la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Valladolid para ser reconvertida en una instalación hotelera, de momento gestionada por una empresa salmantina que aún no ha llevado a cabo el proyecto.

Ilustraciones:
1 Detalle del retrato de Marina Escobar que se guarda en el convento de Santa Ana de Valladolid.
2 Lugar donde se encontraba la casa de Marina Escobar en la vallisoletana calle San Juan de Dios, antes del Rosario (Foto J.M. Travieso).
3 Recreación de una vivienda del siglo XVII, Casa de Cervantes, Valladolid (Foto y montaje J.M. Travieso). 
4 Retrato de Marina Escobar, Tomás de Peñasco, primera mitad del siglo XVII, Santuario Nacional de la Gran Promesa, Valladolid (Foto Javier Marín).
5 Retrato del Padre Luis de la Puente, círculo de Valentín Díaz, primera mitad XVII, Santuario Nacional de la Gran Promesa, Valladolid (Foto Javier Marín).
6 Visiones de Marina Escobar, círculo Valentín Díaz, primera mitad XVII, Monasterio del Salvador de la Madres Brígidas, Valladolid (Foto Javier Marín).
7 Retrato de Felipe III en la Casa de Cervantes de Valladolid (Foto J.M. Travieso).
8 Fachada de la iglesia de las Brígidas en Valladolid (Foto vallisoletvm.blogspot.com).
9 Edición de la "Vida Maravillosa de Marina Escobar" escrita por el Padre de la Puente.
10 Detalle de la hornacina de la fachada de la iglesia de las Brígidas, fundación de Marina Escobar (Foto J.M. Travieso).
12 Marina Escobar escribiendo al dictado de Cristo vestido de jesuita. Sacristía de la iglesia de San Miguel de Valladolid (Foto J.M. Travieso).

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1107079631100

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3 comentarios:

  1. Hoy he descubierto, que una persona nacida en mi pueblo: Alacon (Teruel) mas concretamente un jesuita llamado Tomas Muniesa, Entre lis libros que escribio, hay uno de la vida de V. Marina Escobar. Publicado en Zaragoza en 1700.

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  2. Yo Tengo el libro original de 1665

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  3. ¡¡¡Excelente artículo, José Miguel!!! Un abrazo, amigo.

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