SAN JUAN BAUTISTA
Alonso Cano (Granada, 1601-1667)
1634
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca. Escuela andaluza
Esta escultura, excelente ejemplo de la calidad alcanzada en los trabajos de madera policromada por los prestigiosos talleres andaluces, permaneció durante buena parte del siglo XX en Barcelona integrando la colección artística del conde de Güell, que había conseguido reunir a lo largo de su vida un importante conjunto de obras escultóricas entre las que se encontraban algunas elaboradas por importantes escultores barrocos españoles, entre ellos Juan Martínez Montañés, Alonso Cano, José de Mora y Francisco Salzillo. En 1985 esta colección fue ofrecida por los herederos del rico industrial y político al mercado del arte, siendo las esculturas más representativas adquiridas por el Estado Español, que con buen criterio las depositó en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, donde tras sufrir un proceso de necesaria restauración fueron incorporadas a la colección permanente cuando la institución, tras una profunda remodelación, reabrió sus puertas el año 2009 como Museo Nacional Colegio de San Gregorio, posibilitando una presentación mucho más completa del panorama barroco español al incorporar una serie de piezas maestras que ilustran sobre la concepción escultórica en la Andalucía de aquella época.
Pero para entender el significado de esta magnífica talla hemos de retrotraernos a 1634, cuando la parroquia de San Juan Bautista de Sevilla, también conocida como "San Juan de la Palma", contrata un retablo con el ensamblador Miguel Cano, residente en Sevilla y de origen manchego, de cuyas pinturas se ocuparía el pintor sevillano Juan del Castillo. El retablo, destinado a presidir la capilla mayor, estaba dedicado a los Santos Juanes, cuyas vidas debían aparecer a lo largo del retablo en distintos episodios pintados, reservándose la hornacina central para la colocación de la imagen en bulto redondo de San Juan Bautista, santo titular del templo, un trabajo que el ensamblador encomendó a su hijo Alonso Cano, que como pintor y escultor ya gozaba de merecido prestigio tras su paso por la escuela sevillana de Francisco Pacheco, donde coincidió con Velázquez.
Poco antes de ser reclamado por la corte en 1638, para trabajar en Madrid al servicio del conde duque de Olivares, la escultura fue acabada por Alonso Cano, que probablemente también se ocupó de las labores de policromía, a juzgar por la calidad que presentan, quedando el retablo terminado al año siguiente con la incorporación de un relieve con la cabeza de San Juan Bautista que fue encargada al escultor Agustín Muñoz. No obstante, la policromía de la estructura arquitectónica del retablo tendría que esperar veinte años para hacerse realidad.
Juan Martínez Montañés. San Juan Bautista, 1630-1635 Meadows Museum, Southern Methodist University, Dallas |
Apenas pasados setenta años, el presbiterio de la iglesia fue remodelado, siendo colocado en 1724 un nuevo retablo mayor, mientras que aquel que trazara Miguel Cano fue vendido al convento franciscano de San Antón de la población de San Juan de Aznalfarache, donde aún permanece. Pero en esta venta no estaba incluida la imagen de San Juan Bautista, que continuó recibiendo culto en la primitiva iglesia hasta que inexplicablemente desapareció de su lugar de origen a principios del siglo XIX. Sería el historiador granadino Manuel Gómez Moreno quien en el siglo XX identificara aquella imagen en la colección catalana del conde de Güell, donde figuraba como atribución a Martínez Montañés, aunque la autoría de Alonso Cano hoy es aceptada sin reservas. El resto de la historia ya la hemos referido.
La imagen que presenta Alonso Cano sigue de cerca los prototipos creados en Sevilla por Martínez Montañés, posiblemente por exigencia de los comitentes, siendo un modelo que guarda muchas similitudes con la talla del escultor jienense que se conserva en el Meadows Museum de la Southern Methodist University de Dallas, Texas. A pesar de todo, Alonso Cano infunde a esta talla su propio estilo de trabajo e incorpora innovaciones personales al modelo montañesino precedente hasta lograr una imagen totalmente innovadora, plena de los sutiles matices que caracterizan la obra de este pintor y escultor.
San Juan Bautista se ajusta al relato evangélico al aparecer el santo representado en plena juventud y sentado sobre un cúmulo de lajas rocosas que aluden a su estancia en el desierto. A pesar de seguir una iconografía tradicional, en compañía de un cordero simbólico, el escultor consigue revitalizar la imagen a través de la comedida gesticulación y del sutil trabajo del animal, hábilmente levantado sobre sus patas traseras, apoyadas las delanteras sobre su rodilla y con la cabeza erguida hacia la del santo, estableciendo con esta disposición, tan poco habitual en la plástica española, una suerte de diálogo sugerida por la actitud declamatoria de San Juan, de modo que el protagonismo que adquiere la naturalista y minuciosa figura del cordero realza su sentido de Precursor, por prefigurar el animal una alegoría del sacrificio de Cristo.
San Juan viste una túnica corta de piel que cayendo desde el hombro izquierdo deja visible medio torso y se acompaña de una estola de tonos rojizos que a modo de manto recogido serpentea alrededor del cuerpo. La austera indumentaria deja visible buena parte de la anatomía del santo, plasmada con una gran corrección y armónicas proporciones, dotada, a pesar de su actitud sedente, de un gran movimiento a través de una serie de hábiles contrapuntos, como la colocación de un brazo hacia abajo y el otro levantado, la colocación de las piernas muy separadas, una de ellas extendida y la otra replegada y un fuerte contraste entre la tersura del cuerpo adolescente y el claroscuro de los plegados ondulantes de la indumentaria. Asimismo, el naturalista movimiento del cuerpo encuentra su contrapunto en la serenidad del rostro, aquí barbilampiño siguiendo el prototipo de Martínez Montañés, con un gesto entre melancólico y meditativo, lo que le confiere un aspecto de arrobamiento y reflexión mística.
Toda la talla y su exquisita policromía presentan una serie de trabajos de diferentes texturas que intentan dotar a la imagen de un evidente naturalismo, entre ellos el trabajo de los cabellos, con largos y compactos mechones de aspecto húmedo, las guedejas de la rudimentaria túnica visibles en los ribetes, la descriptiva lana que recubre al cordero y la base pétrea utilizada como soporte, todo ello complementado con una luminosa policromía que combina un extraordinario trabajo de encarnación naturalista con aplicaciones doradas que le confieren un aspecto radiante y sobrenatural. Durante la última restauración se eliminaron repintes posteriores y se recuperó la carnación original, aunque se ha mantenido la policromía del manto, aplicada a principios del siglo XVIII, al darse la original por perdida.
Como es habitual en la escuela andaluza, la imagen huye de toda expresión dramática a pesar de intentar inducir a la reflexión, ajustándose a los dictados de la Contrarreforma, recurriendo a presentar una escena de vida ascética, que implica la renuncia de los bienes mundanos y la penitencia, sin efectistas elementos truculentos, sino a través de una imagen cercana, asequible por sincera y de fácil interpretación. La talla, que sigue una estudiada composición piramidal, supone un afortunado traslado a las tres dimensiones de un boceto previo en el que no se han perdido algunos matices pictóricos, ofreciéndose al espectador la madera transmutada en un ser reflexivo, cargado de vida interior, que anticipa los modelos de su discípulo Pedro de Mena.
Este naturalista San Juan Bautista se engloba en la producción escultórica de Alonso Cano de su primera etapa o etapa sevillana, inmediatamente después a su posible colaboración entre 1626 y 1629 con Juan Martínez Montañés, del que toma la serenidad y elegancia de sus modelos, el gusto por el tratamiento minucioso de los ropajes y una búsqueda obsesiva de naturalismo, sentando las bases de los personalísimos modelos que ejecutaría en sus posteriores etapas en Madrid y Granada.
La escultura ha pasado a ocupar un lugar imprescindible en las salas del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, que también cuenta con otras obras atribuidas a Alonso Cano, como un Niño Jesús elaborado en peltre y un escaparte con San Jerónimo penitente modelado en barro policromado.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografía 3: Meadows Museum de Dallas.
Fotografía 3: Meadows Museum de Dallas.
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