1 de mayo de 2015

Fastiginia: La inexplicable deuda de la ciudad con el escultor Gregorio Fernández

Medallón de Gregorio Fernández en el Museo del Prado

Estampas y recuerdos de Valladolid

Todas las ciudades se identifican con aquellos hombres y mujeres que por sus méritos merecieron pasar a la historia arrastrando tras de sí el nombre de la ciudad a la que vivieron vinculados, nacieran o no en ella. Los ejemplos son variopintos, ya se trate de protagonistas de gestas heroicas, de valerosos guerreros, de recordados gobernantes, de célebres científicos, de inspirados literatos, de creativos artistas e incluso de quienes realizaron obras benéficas o alcanzaron la santidad. A todos ellos se les reconoce el beneficio que su obra, material o inmaterial, supuso para la ciudad y la sociedad en que les tocó vivir. Un ejemplo muy significativo son la serie de monumentos levantados en ciudades muy dispares de Europa y América en honor de Cristóbal Colón, cuya ciudad natal sigue siendo un misterio sin resolver.

Hecho este planteamiento, hemos de recordar la tradicional identificación de Valladolid con el Conde Ansúrez, que colocó la villa en el mapa de la historia; con Felipe II, que gobernando medio mundo nunca se olvidó de su ciudad natal; con Miguel de Cervantes, vecino temporal que uniría su gloria a la ciudad que posibilitó la publicación del Quijote; con José Zorrilla, que siempre mantuvo en sus escritos el recuerdo de su ciudad y en su intimidad la casa que le vio nacer; con Miguel Íscar, el recordado alcalde que supo adecuar la ciudad a las necesidades de su tiempo en beneficio de los vallisoletanos. 
Todos ellos, y otros más, se convirtieron en grandes baluartes que favorecieron, desde distintos planteamientos, el desarrollo y la promoción de la ciudad de Valladolid, motivo por el que, como acto de agradecimiento, fueron levantados en su honor, en estratégicos lugares urbanos, unos monumentos que perpetúan su memoria, unos con su efigie en bronce y otros de forma alegórica.

Sin embargo hay un personaje, gloria de la creación artística española, que nunca ha recibido de la ciudad a la que tanto prestigio ha dado un reconocimiento equiparable a los casos citados. Se trata del escultor Gregorio Fernández, "la gubia del Barroco", cuya figura, reconocida más allá de nuestras fronteras, inevitablemente es asociada por todo el mundo con la ciudad de Valladolid, donde escribió una de las páginas más brillantes de la historia del arte español con obras conocidas y admiradas por todos.

Se trata de un caso atípico de memoria histórica al no reconocer y valorar lo genuinamente vallisoletano, un caso inexplicable cuando, hoy por hoy, la contemplación de sus admirables esculturas sigue siendo uno de los mayores acicates para la llegada de visitantes a la ciudad, con todos los beneficios que ello implica y el prestigio que aporta a Valladolid. Mientras su memoria se ha perpetuado en otras ciudades, cuya relación con su personalidad es colateral, su figura todavía no es recordada públicamente con un digno monumento que proclame su inmortalidad y el agradecimiento de la ciudad en la que su genialidad encontró la inspiración, un caso bien distinto al de la céntrica plaza del Salvador de Sevilla, donde se levanta el popular monumento al también genial escultor barroco Juan Martínez Montañés. A pesar de que existe un genérico monumento al imaginero en Valladolid, nunca es tarde y sería lo justo.

Gregorio Fernández fue honrado en Madrid con la colocación de su efigie en uno de los medallones que decoran la fachada del principal templo del arte español: el Museo del Prado. La obra, realizada en mármol en 1830 por el escultor Ramón Barba, le representa de perfil, a modo de un monumental trabajo de numismática, vestido con jubón y la característica golilla y con el mazo de golpear las gubias en la mano como instrumento de trabajo que le identifica como escultor. Allí aparece junto a otros insignes artistas del arte español como Alonso Berruguete, Gaspar Becerra, Alonso Cano, Juan de Herrera, Juan de Juanes, José de Ribera, Francisco Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo y Claudio Coello entre otros. De esta manera era inscrito en Madrid entre las glorias nacionales del arte, una iniciativa que por el contrario nunca se llegó a materializar en Valladolid.

Asimismo, cuando la biografía de Gregorio Fernández era todavía un trabajo por completar y sólo se conocía con certeza su origen gallego (hoy sabemos con seguridad que era oriundo de la villa lucense de Sarria), algún desinformado autor señaló a Pontevedra como posible ciudad de procedencia, siendo reivindicada su gloria por el Consistorio pontevedrés denominando con su nombre la antigua Rúa de la Pedreira. Con tal finalidad, en 1914 el escultor F. Campo fundía una lápida en bronce que fue realizada como ofrenda popular y colocada sobre el muro de uno de los palacetes de la rúa proclamando el nuevo nombre: Calle de Gregorio Hernández.

Homenaje a Gregorio Fernández en Pontevedra
Más que como pieza del nomenclátor la lápida de Pontevedra se presenta como un homenaje al artista. Está encabezada por un medallón en el que aparece el busto del escultor, rodeado por una corona de laurel, que toma como fuente de inspiración el retrato realizado por Diego Valentín Díaz en Valladolid. En el centro de la lápida se coloca una cartela con la inscripción en relieve "Calle de Gregorio Fernández", a cuyos lados aparecen las románticas alegorías femeninas de la Escultura, que sujeta un mazo y un cincel, y de la Gloria, que sostiene el escudo de Pontevedra. Abajo, en el centro, el escultor coloca una figura masculina recostada y de espaldas que recuerda un modelo del tímpano del Partenón, con lo que sutilmente equipara la gloria de Gregorio Fernández con la de Fidias. Se completa con la leyenda "Ofrenda popular en 1914 = (1566-1636)" que recorre la banda inferior.

Si estos son los homenajes a Gregorio Fernández en Madrid y Pontevedra, en Valladolid, aparte de su prolífica obra, una calle y un centro de enseñanza que llevan su nombre, son dos las únicas referencias que mantienen viva la memoria del genial maestro. Una de ellas es el retrato que hiciera Diego Valentín Díaz, amigo personal del escultor, para ser colocado sobre su sepultura en la desaparecida iglesia del Carmen Calzado de Valladolid, impagable documento gráfico que hoy se conserva en el Museo Nacional de Escultura. Bajo el retrato aparece la inscripción: "Gregorio Fernández ynsigne Escultor Natural del Reyno de Galicia, Becino de Valladolid en donde floreció con grandes creditos de su abelidad y murio el año de 1636 a los 70 de su hedad en 22 de enero".
Otra es la losa de la sepultura del escultor que se guarda en el Museo de Valladolid (Palacio de Fabio Nelli), afortunadamente recogida cuando el complejo conventual fue derribado. Está encabezada por la leyenda: "Esta sepultura es de Gregorio Fernández escultor y de María Pérez su mujer y de sus herederos y sucesores, año de 1622".

Esperemos que en el futuro los vallisoletanos, con buen criterio, respalden la idea de erigir el debido monumento a tan insigne artista, un proyecto que habiendo sido ya sugerido en diversas ocasiones por iniciativas aisladas, ha sido incomprensiblemente olvidado por todas las instituciones de la ciudad.    


























Retrato de Gregorio Fernández, Diego Valentín Díaz
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
































Sepultura de Gregorio Fernández, Museo de Valladolid













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