15 de mayo de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid ( y XIV)










19  LUCIFER
Anónimo, siglo XVIII.
Museo Nacional de Escultura, Valladolid.











En Valladolid se conserva la curiosa escultura de otro ángel, en este caso de un ángel caído, en el Museo Nacional de Escultura. Se trata de una llamativa imagen tallada en madera policromada y en bulto redondo, de 72 cm. de longitud, que fue elaborada en una época imprecisa del siglo XVIII seguramente formando parte de una representación del arcángel San Miguel victorioso, aunque el conjunto desgraciadamente no se ha conservado íntegro.

Por su peculiar iconografía, como símbolo de la maldad, adquiere el valor representativo de mostrar cómo fue personificada la figura del maligno con fines catequéticos, con una acentuada fealdad próxima a lo grotesco y un ilustrativo furor del que los fieles quedaban a salvo bajo la protección de San Miguel. Las representaciones antropomorfas de Lucifer, que vinieron a sustituir a las formas monstruosas anteriores, se comenzaron a expandir durante el Renacimiento haciendo alusión a su primigenia condición de ángel caído, ofreciendo diversas variantes en una anatomía marcada por ciertas deformidades y acompañada de alas y cuernos, generalmente con un gesto de rebeldía y de derrota no aceptada.

Así aparece en esta escultura, donde el desconocido escultor plasma en la imagen demoniaca un virtuoso estudio anatómico en completa desnudez. Lucifer aparece representado como un brioso joven, de complexión atlética, cuyo cuerpo se retuerce girando sobre sí mismo en un gesto de desesperación. Como arrastrado por un torbellino, presenta sus piernas a distintas alturas, los brazos en actitud de protegerse —en su mano izquierda sujeta la empuñadura de una espada— y la cabeza girada hacia el espectador para mostrar un grito sordo que pone en tensión todos los músculos faciales en un ejercicio de expresionismo.

La figura incorpora todos los matices necesarios para su identificación con el mal, como las torpes alas insertadas en la espalda, tan alejadas de aquellas tan suntuosas que adornan a los arcángeles, las uñas pintadas de negro, los pronunciados cuernos de toro sobre la frente, las orejas puntiagudas, la calvicie ennegrecida, el ceño fruncido, la nariz rota, una gran brecha sobre la frente y, sobre todo, la enorme y desdentada boca abierta que sugiere un grito de dolor. Sus valores expresivos quedan realzados con los matices de la policromía, en la que predominan los tonos rojizos en alusión a las llamas del infierno.

La dinámica figura barroca, que supone el contrapunto a un entorno de representaciones sacras devocionales, es especialmente significativa en una ciudad donde todavía se recuerda entre la curiosidad y el temor la célebre leyenda del "Sillón del diablo".           


Informe y fotografías: J. M. Travieso.





Fin de la serie "Ángeles y demonios", repertorio iconográfico en Valladolid.














































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