SEPULCRO DEL
OBISPO DIEGO DE AVELLANEDA
Felipe
Bigarny (Langres, Francia, h. 1475 - Toledo, 1542)
1536-1546
Alabastro,
jaspe y piedra caliza
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del monasterio de San Juan Evangelista y Santa Catalina de Espeja de San
Marcelino (Soria)
Escultura funeraria
renacentista. Escuela burgalesa
Se ha generalizado la creencia de que Felipe Bigarny
llegó a España en 1498 recorriendo la ruta jacobea y que a su paso por Burgos
decidió establecerse en la ciudad debido a la enorme demanda de mano de obra
para los diferentes trabajos de la catedral, según el plan trazado por Simón de
Colonia, igualmente asentado en Burgos. Aunque joven, llegaba completamente
formado como cantero, escultor y preparado para trabajos como arquitecto. El
mismo año de su llegada ya participaba en la catedral labrando en piedra el
relieve del Camino del Calvario, que
aparece colocado en el trasaltar, una obra de gran formato donde el francés puso
en práctica un lenguaje plástico muy diferente al estilo hispanoflamenco
imperante en ese momento, ya que incluía novedades tomadas del arte italiano.
Este trabajo le proporcionó un gran prestigio en el pujante ambiente
escultórico de la ciudad burgalesa, donde fijaría definitivamente su residencia.
Al poco tiempo de su llegada a Burgos contraía
matrimonio con María Saéz Pardo, mujer de alto linaje con la que tendría tres
hijos y dos hijas, uno de ellos, Gregorio Pardo, continuador del oficio
paterno.
A partir de sus primeros trabajos en la catedral su actividad sería
incesante, estando sus obras relacionadas con ilustres personajes de la época,
como el cardenal Cisneros, los Condestables de Castilla, nobles, obispos, etc.,
desplegando su obra en importantes retablos, sillerías, sepulcros y fachadas
utilizando diversos materiales, en ocasiones trabajando asociado a grandes
maestros contemporáneos, llegando a convertirse en el escultor más influyente en
el desarrollo de la plástica en el reino de Castilla, donde desde un
eclecticismo inicial evolucionó decididamente hacia tendencias italianizantes
plenamente renacentistas, siempre con un gran sentido de la proporción, la
serenidad y una corrección técnica impecable.
Una magnífica obra de su última etapa, cuyo contrato
fue firmado en 1536, cuando ya superaba los 65 años, fue la pareja formada por
el sepulcro de don Diego de Avellaneda,
obispo de Tuy, y el sepulcro de don Diego
de Avellaneda y doña Isabel de Proaño, sus padres, ambos destinados a la
capilla mayor del monasterio jerónimo de San Juan Bautista y Santa Catalina de
Espeja de San Marcelino, perteneciente al partido judicial de Burgo de Osma
(Soria).
EL PERSONAJE: EL OBISPO DON DIEGO DE AVELLANEDA
Nació Diego de Avellaneda en Aranda de Duero, a
mediados del siglo XV, en el seno de una familia originaria del señorío de
Avellaneda de Cameros. Tras estudiar Teología y Derecho Canónico, reinando Fernando el Católico, en 1509 fue designado como Provisor de la diócesis de Osma,
pasando después a ser nombrado Presidente del Consejo de Navarra. En mayo de
1524 era el emperador Carlos quien le designaba Virrey de Navarra —cargo ejercido hasta
1527— y en 1525 era nombrado obispo de Tuy (Pontevedra), aunque mantuvo su residencia
en Navarra, ejerciendo su cargo episcopal mediante el provisor don Alonso de
Peñaranda. Al abandonar su cargo como Virrey de Navarra se desplazó a su sede
episcopal de Tuy, donde permaneció poco tiempo, pues a los dos años se trasladó
a Granada tras haber sido nombrado Presidente de la Real Chancillería. En la
ciudad andaluza moría en 1537.
Entre las obras importantes llevadas a cabo por este arandino, tan influyente en el campo eclesiástico y jurídico, se encuentra
el establecer un registro de bautizados en las parroquias que se adelantó a las
disposiciones del Concilio de Trento, y el haber sido impulsor de cátedras de
latinidad, canto llano, contrapuntos y de órgano. En 1525 adquiría el patronato
del monasterio jerónimo de Espeja de San Marcelino (Soria), convertido en ruinas durante la
Guerra Civil. Impulsado por don Diego de Avellaneda, en este monasterio existió
un importante scriptorium que
abasteció de cantorales durante los siglos XVI y XVII a muchos cenobios de la
provincia (cerca de 60 ejemplares de gran calidad se conservan en la catedral
de Burgo de Osma). Asimismo, la capilla mayor fue reedificada por tan gran
mecenas, según consta en la inscripción que la recorre, disponiendo ser
enterrado junto a sus padres en ella.
Para estos enterramientos fue requerido el
prestigioso Felipe Bigarny, que diseñó los sepulcros con relieves en piedra
caliza, paramentos de jaspe y relieves y esculturas en alabastro. El resultado
es una de las más bellas composiciones del arte funerario renacentista español.
EL SEPULCRO DEL OBISPO DON DIEGO DE AVELLANEDA
Ajustado a la tipología de sepulcro adosado al muro,
Felipe Bigarny juega con la bicromía de los materiales, como ya lo hiciera en
Burgos. Estructuralmente está concebido como un gran arco triunfal apoyado
sobre un alto basamento y con un remate superior planteado de modo análogo al
que utilizara en el Retablo de la Descensión (1524-1527) de la catedral de
Toledo. De este modo, con una concepción simbólica plenamente renacentista,
articula el sepulcro a tres alturas, una inferior referida a las miserias
mundanas, otra intermedia dedicada a ensalzar la figura del obispo, y otra
superior donde se glorifica a la Virgen y se resalta su papel como intercesora,
utilizando en todos ellos motivos de inspiración clasicista de procedencia
italiana.
A su vez, el zócalo está estructurado en tres
niveles horizontales y formando tres calles, la central retranqueada. El nivel
inferior está decorado con paneles decorados con grutescos en relieve en los
que aparecen figuras fantásticas afrontadas, dentro de la más pura línea
italianizante. En el nivel medio el volumen se torna en altorrelieve, con dos
medallones a los lados que contienen bustos de niños y otro central que
sujetado por dos putti encierra en su
interior una calavera como alegoría de la muerte. El nivel superior se limita a
un friso cajeado de jaspe que recorre el frente.
El cuerpo central adopta la forma estricta de un
arco triunfal, con un profundo nicho rematado con un arco escarzano y el fondo
de jaspe, elegantes balaustres labrados en alabastro y apoyados sobre
pedestales decorados con hornacinas rematadas con veneras en las que aparecen en
relieve las alegorías de la Fe y la Esperanza, colocándose entre ellas la
urna funeraria con un fondo de jaspe sobre el que resalta el escudo episcopal en forma de tondo
decorado con cintas y frutas, con referencia a su linaje familiar incorporando
el motivo heráldico de los Avellaneda: lobos sujetando un cordero en su boca. Se
completa con pebeteros situados en los flancos y un remate con un friso central
en el que aparecen ángeles tenantes sujetando una cartela en la que antaño
debía figurar una inscripción de la que se tiene constancia: "Aquí está sepultado el ilustre R. S. Don
Diego de Avellaneda, obispo de Tuy y Presidente de Granada. Falleció el año de
1537".
El nicho central adquiere el carácter de un tribuna
en la que aparece el obispo titular. Los muros laterales están decorados con
elegantes grutescos a candelieri en
relieve y el intradós del arco con casetones en los que figuran rosetas,
cabezas de querubines, bustos de niños y jóvenes y calaveras, motivos finamente labrados.
En el interior del nicho y en bulto redondo está
representado el obispo don Diego de
Avellaneda, que aparece en actitud orante, revestido de pontifical y
colocado ante un reclinatorio junto al que un acólito sujeta el báculo de
bronce. Como intercesores y custodiando al obispo, a su lado se hallan San Juan Evangelista y Santa Catalina de Alejandría, titulares del monasterio, fácilmente
identificables por los atributos que portan. Todas estas figuras de alabastro,
de gran clasicismo, destacan sobre el tono rojizo del jaspe del fondo
adquiriendo singulares valores escenográficos.
El remate superior, separado por una pronunciada
cornisa, presenta un repertorio más etéreo, con figuras de niños formando
parejas, dos de ellos sujetando antorchas y colocados junto a pebeteros que
simbolizan la llama de la memoria eterna, y dos querubines en los extremos
sujetando los escudos del linaje familiar. En el centro destaca un delicado
tondo que, recorrido por una guirnalda de frutas y cintas, al modo de los Della
Robbia, contiene en su interior una bella figura de la Virgen con el Niño que por su monumentalidad, formas suaves y redondeadas,
idealización de los rasgos, serenidad de los gestos y el equilibrio compositivo
para adaptarse a la forma circular, define un estilo que se relaciona con lo
mejor del arte renacentista italiano. Sobre el tondo reposa un gran frutero de
diseño clasicista.
Este esquema compositivo, incluyendo algunos de los
elementos decorativos, como el medallón superior con la Virgen con el Niño, se repetían en el fragmentado y disperso
sepulcro de los padres del obispo, donde una inscripción proclamaba: "Aquí yace el noble caballero Diego de
Avellaneda y su mujer Isabel de Proaño".
En su elaboración Felipe Bigarny, que en el contrato
firmado en 1536 se comprometía a su ejecución en un plazo de dos años, debido a
su avanzada edad tuvo que contar con la colaboración de su hijo Gregorio Pardo,
aunque dada la complejidad del proyecto el trabajo se dilató más de lo previsto
y se produjo el incumplimiento de los plazos. Para paliar este problema Felipe
Bigarny tuvo que contratar, en 1539, los servicios de Enrique de Maestrique,
que se encargó de la imaginería decorativa. Cuando Felipe Bigarny falleció en
1542 la obra estaba aún sin terminar, siendo el escultor Juan de Gómez, tras la
muerte de Enrique de Maestrique, quien definitivamente concluyó el trabajo.
En otro orden de cosas, conviene recordar que el
monasterio de Espeja fue abandonado en 1834 a consecuencia de la
Desamortización, comenzando con ello la desaparición de una importante serie de
obras artísticas, entre ellas los dos sepulcros encomendados a Felipe Bigarny,
de composición muy parecida. En 1932 el Estado acordaba la compra del conjunto
funerario para destinarlo al nuevo Museo Nacional de Escultura de Valladolid,
siendo desmontado el sepulcro del obispo y enviado a su nuevo destino a pesar
de las peticiones de ser trasladado al claustro de San Pedro o a la iglesia de
San Juan de Duero de Soria, a las que en 1933 siguió la propuesta de ser
enviado a la iglesia de Santa María de Aranda de Duero, dada su condición de
ilustre arandino. Paralelamente, el sepulcro de sus padres fue vendido de forma
fragmentaria a coleccionistas particulares, aunque la mayor parte, junto al
retablo mayor de la iglesia, fue trasladada a Alcalá de Henares, donde fue
víctima de la destrucción durante la Guerra Civil.
En Valladolid el sepulcro del obispo de Tuy se
colocó cerrando la puerta que comunicaba la iglesia conventual dominica de San
Pablo con la capilla del también dominico Colegio de San Gregorio, en cuyo
centro se hallaba el sepulcro del fundador, fray Alonso de Burgos, que fue destruido
durante las guerras napoleónicas, compensando con ello el componente funerario
de tan elegante capilla, hoy convertida en un atractivo espacio expositivo del
Museo Nacional de Escultura.
Con el afán de reunir la mayor parte posible de
piezas pertenecientes al sepulcro de don Diego de Avellaneda y doña Isabel de
Proaño, padres del obispo, paulatinamente se han ido realizando adquisiciones
en el mercado del arte, destinadas al Museo Nacional de Escultura, de distintos
fragmentos que ayudan a recomponer parte del conjunto, del que existe una
fotografía realizada entre 1911 y 1917 en la que se aprecia la similar
disposición arquitectónica y decorativa.
En la actualidad, de aquel sepulcro parejo se ha
recuperado el sugestivo tondo alabastrino de la Virgen con el Niño del remate, que enmarcado por una guirnalda con
motivos vegetales repite el motivo del sepulcro del obispo. Asimismo, se ha
recuperado la figura de un Ángel tenante
que sostiene el escudo de los Avellaneda y que iba colocado sobre el lado
izquierdo de la cornisa del ático, así como uno de los elegantes balaustres y
la figura de un Soldado que
enarbolando un estandarte, en el que de nuevo aparece el emblema familiar,
custodiaba el sepulcro en el flanco derecho, todo ello labrado en alabastro con
una gran finura.
Estos sepulcros son buena muestra del nivel
alcanzado por la escultura burgalesa de este periodo, con un trabajo
escultórico italianizante que cuida hasta el más mínimo detalle, destacando la
exquisitez decorativa, el estudio de las proporciones —lejanas de la
estilización gótica— y el tratamiento clásico de los paños, que ofrece
contrastes sutiles entre la técnica de "paños mojados" de inspiración
griega (apreciable en las figuras infantiles) y la ampulosidad de los ropajes
que caracteriza la obra de Felipe Bigarny (patentes en las figuras de la Virgen
y en las figuras de bulto).
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
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