RETABLO DEL
SANTO ENTIERRO
Juan de Juni
(Joigny, Borgoña 1506 - Valladolid 1577)
1566-1571
Madera
policromada
Capilla de
la Piedad, catedral de Segovia
Escultura
renacentista española. Escuela castellana
El retablo en la Capilla de la Piedad Catedral de Segovia |
El Retablo del
Santo Entierro que preside la capilla de la Piedad, situada junto a la
entrada que se abre en la nave del lado del evangelio de la catedral de Segovia, es obra
del polifacético escultor Juan de Juni. En ella este gran maestro, en su momento
de máxima madurez y manteniendo los personalísimos rasgos de su estilo, realiza
toda una serie de innovaciones respecto al tipo de retablística que había
imperado en los años centrales del siglo XVI, todo un arte de vanguardia en el
momento en que fue realizado que afortunadamente nos ha llegado completo y en
excelente estado de conservación.
El retablo es innovador respecto a su concepción
arquitectónica, pues abandona definitivamente las pautas decorativas
platerescas para decantarse por un esquema de gran clasicismo que deriva de los
modelos de Palladio, donde las tradicionales superficies doradas con decoración
de grutescos dan paso a otras lisas de tono marfileño que sugieren mármol, a lo
que se suman puntuales simulaciones de jaspe, como ocurre en el sotabanco y en
el frontón, renunciando a la habitual inclusión de una predela y a todo tipo de
decoración superpuesta para realzar su pureza clasicista.
Sin embargo, este clasicismo estructural contrasta
con el recalcitrante manierismo —anticlásico por definición— que presentan las
esculturas y relieves, verdaderas obras maestras representativas de su
genialidad en las que destacan varias singularidades: su escala monumental
—anticipándose a la corriente romanista—, el uso de la forma de tondo para el
remate del ático, siguiendo la experiencia de Felipe Bigarny en los sepulcros
de los Avellaneda (Museo Nacional de Escultura) y la inclusión de intercolumnios
laterales que actúan como falsas hornacinas, en este caso ocupadas por figuras
de soldados que aparecen embutidos entre columnas corintias, un recurso
manierista que Juan de Juni ya había puesto en práctica en su obra
inmediatamente anterior, el Retablo de
San Francisco elaborado en 1570 para el convento de Santa Isabel de
Valladolid, donde el santo titular, colocado de perfil y de rodillas, parece
moverse oprimido en el estrecho espacio que delimitan las columnas.
Juan de Juni. Detalle del Retablo de San Francisco, 1570 Iglesia del convento de Santa Isabel, Valladolid |
Conviene recordar que en 1570, en plena ejecución de
este trabajo, cuando ya habían transcurrido treinta años de incesante actividad
en su taller de Valladolid, Juan de Juni sufrió una enfermedad que le paralizó
temporalmente, teniendo que recurrir a su hijo Isaac de Juni para la gestión
del taller y el cumplimiento de los contratos. No obstante, pese a su estado de
salud, el apasionado escultor fue capaz de concluir el Retablo del Santo Entierro y a su finalización emprender la labra
en alabastro del Sepulcro de San Segundo
para la ermita de la misma advocación en Ávila, otra obra maestra que fue
costeada por doña María de Mendoza, hermana de don Álvaro de Mendoza, obispo de
Ávila.
La capilla de la Piedad de la catedral de Segovia
fue terminada de edificar en 1565 bajo el patrocinio del canónigo y obrero
mayor Juan Rodríguez de Noreña, que estaba al frente de los trabajos
catedralicios desde 1522 y que la había adquirido en 1551. A falta de
documentación que lo acredite, seguramente éste fuera el autor del encargo del
retablo a Juan de Juni, posiblemente alentado por el Santo Entierro que el maestro hiciera,
entre 1541 y 1544, para el franciscano fray Antonio de Guevara destinado a una
capilla del claustro del convento de San Francisco de Valladolid, obra cumbre
de la escultura renacentista española cuyo grupo central se conserva en el
Museo Nacional de Escultura.
Juan de Juni. Santo Entierro, 1541-1544 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Sin embargo, por las características del testero de
la capilla de la Piedad, Juan de Juni hizo un planteamiento diferente respecto
al retablo de Valladolid, aunque mantuvo el mismo tipo de esquema del grupo
flanqueado por dos figuras de soldados (desaparecidos en el ejemplar
vallisoletano). Si en aquel el grupo escultórico estaba tallado con figuras de
bulto redondo —de fuerte carga teatral— que eran cobijadas bajo una espaciosa
hornacina avenerada, en Segovia el grupo adopta la forma de un altorrelieve que
se antepone a un fondo pintado plano.
El Retablo del
Santo Entierro aparece adosado al muro del testero de la capilla de la
Piedad, que está cerrada a la nave mediante una reja reaprovechada que fue
forjada por fray Francisco de Salamanca en 1506 para la capilla mayor de la
antigua catedral. Presenta un sotabanco cajeado sobre el que se asienta un
basamento que sustituye a la predela y que tiene una escueta decoración limitada
a sencillas tarjetas con el fondo de jaspe. Consta de un único cuerpo, en cuyo
centro se articula una hornacina con forma de templete rematado por un frontón
roto en cuyo centro aparece una pintura cuadrada con la paloma del Espíritu
Santo y a los lados figuras recostadas de niños —putti— que sujetan paños.
Sobre una moldura que enmarca un paisaje pintado con una vista de Jerusalén se
destaca el monumental grupo del Santo Entierro, que en realidad sigue la
iconografía del compianto o Llanto
sobre Cristo muerto.
Anónimo, s. XVI. Santo Entierro. Catedral de San Justo y Pastor, Narbona |
A los lados, entre parejas de columnas corintias de
fuste estriado que sujetan un entablamento liso, se colocan ménsulas sobre las
que descansan las figuras de dos dinámicos soldados que parecen luchar por
salirse del estrecho marco en que se encuentran, produciendo el efecto más
teatral de todo el retablo. Sobre ellos cuelgan guirnaldas en forma de racimos
de frutas sujetos por cintas que penden de argollas, motivo que se repite en
los laterales del retablo, donde racimos de frutas se colocan a modo de
guardapolvos.
Se corona con un ático en cuyo centro se halla un
tondo con la figura en altorrelieve del Padre Eterno, de reminiscencias
miguelangelescas, decorado en los laterales con mascarones, y en la parte
superior una cartela en la que figura el año de su instalación:1571. A los
lados, sobre la cornisa de los entablamentos, nuevas parejas de niños sujetan
tarjetas con pinturas y junto a ellos remates en forma de bolas, novedosos
elementos clásicos.
Si el grupo del Santo Entierro encuentra su
precedente en los expresivos grupos escultóricos realizados en Italia por
Nicolò dell'Arca (1435-1494), activo en Bolonia, y Guido Mazzoni (1450-1518),
activo en Módena, la incorporación de soldados a la escena remite a modelos iconográficos
franceses, como el grupo del Santo
Entierro que se conserva en la catedral de los santos Justo y Pastor de la
ciudad de Norbona.
Izda.: Guido Mazzoni. Llanto sobre Cristo muerto, 1477-1479, iglesia de San Giovanni, Modena Dcha.: Juan de Juni. Santo Entierro, 1541-1544, Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
ICONOGRAFÍA DEL SANTO ENTIERRO
El grupo central, compuesto por siete figuras,
abandona el dramatismo gestual de obras anteriores para aglutinar las figuras
en un bloque compacto, de composición cerrada, envolvente y muy equilibrada.
En primer plano destaca, por su desnudez y
colorido, la figura de Cristo muerto tendido sobre el sudario. La disposición
corporal ya había sido ensayada por el escultor en temas de la Piedad, con el
cuerpo en horizontal de pies a cintura y las piernas cruzadas recordando su
posición en la cruz. El torso se eleva para apoyar la cabeza, inclinada hacia
atrás en escorzo, sobre la rodilla de José de Arimatea, que limpia sus sienes
con el sudario después de haber retirado la corona de espinas.
Es un desnudo
sereno, viril, atlético, de musculosa anatomía y carnación pálida, que adopta
un movimiento helicoidal que se recorta sobre el sudario azulado. El cuerpo
está descrito con virtuosos detalles anatómicos, con una desnudez clásica
apenas atenuada por un escueto paño de pureza, mientras en la cabeza, con barba
de dos puntas y gruesos mechones en el cabello, se funde el dramatismo
inspirado en el Laocoonte, como también ocurre en el modelo vallisoletano, con
la serenidad del Cristo de la Piedad de Miguel Ángel.
Sujetando a Cristo rodilla en tierra se encuentra
José de Arimatea, representado más joven que en el grupo de Valladolid. Viste
una túnica y una rica capa con capucha que le cubre parte de la cabeza, con
exquisitos esgrafiados policromados en tonos rojos y un collar de cadenas al
cuello. Con la cabeza erguida, dirige su mirada al gesto de la Virgen, que se
encuentra a su lado ocupando la parte central.
Con una actitud completamente inestable, María
aparece con una rodilla en tierra y otra flexionada sobre la que se apoya parte
del sudario y la mano izquierda de Cristo. Mientras clava la mirada en su Hijo,
levanta las manos en gesto de dolor e incomprensión. Viste una túnica roja, ornamentada
por los característicos broches junianos, una toca blanca ajustada al rostro y
un manto azul que le cubre la cabeza y que está ornamentado con elegantes
estofados en oro a base de esgrafiados con motivos vegetales.
En segundo plano y detrás de la figura de la Virgen
aparece San Juan —la figura más dramática del grupo—, que con gesto sufriente,
los ojos enrojecidos y la boca abierta como si lanzara un quejido, arropa a la
Virgen, mientras con su mano izquierda oprime su manto en señal de
desesperación. Tiene el rostro finamente tallado —recuerda la blandura del
barro— y una larga melena formada por los abultados mechones rizados
característicos de Juni.
A su lado, a la misma altura y casi en actitud
simétrica se halla María Salomé, con gesto igualmente sufriente y los ojos
enrojecidos. Viste una elegante indumentaria de prendas superpuestas muy del
gusto del escultor, con una túnica dorada y motivos vegetales a punta de pincel
que presenta las habituales aberturas, cubriéndose con un velo rojo con ribetes
dorados que le cubre la frente y un manto azul con esgrafiados que levanta con
su mano izquierda dejando ocultos los dedos, otra peculiaridad típicamente
juniana.
En la parte derecha y comprimida en un estrecho
espacio aparece reclinada María Magdalena, que fija su mirada en los pies de
Cristo mientras con su mano derecha se aferra al sudario y con la izquierda
sujeta el tarro de perfumes que la identifica. Luce vestimentas superpuestas,
con una túnica y un velo dorados y un manto azul, apareciendo los típicos
cortes en las mangas. A pesar del poco espacio que ocupa en la composición, es
una figura rotunda, con una cabeza de fuerte clasicismo y el cuerpo
caprichosamente dispuesto en espiral.
Completando la compacta composición aparece en el
extremo derecho la figura de Nicodemo, arrodillado y con la cabeza orientada al
grupo. Aparece caracterizado como un rico fariseo de larga barba y cabello de
gruesos rizos, que luce una indumentaria compuesta por una túnica, un manto de
ricos estofados y una toca que cubre su cabeza y que levanta con su mano
derecha dispuesto a limpiar el cuerpo de Cristo con ella y con el agua del
recipiente que sujeta a sus pies. Su figura es severa y grave, cruzando una
mirada de incomprensión con José de Arimatea, colocado en el extremo opuesto.
Relacionados con la escena central están los
soldados colocados en los intercolumnios, ambos tallados en bulto redondo, que
vienen a sugerir guardianes apostados junto al sepulcro de Cristo. Con su
agitado movimiento, ambos parecen intentar despegarse del estrecho marco en que
se ubican, produciendo un gesto muy teatral a partir de dos figuras
completamente opuestas.
El de la derecha está caracterizado como un
mercenario judío, con barba, tocado con un gorro frigio, recubierto por una
loriga minuciosamente descrita y calzando polainas. Sujeta una lanza y sonríe
burlonamente al espectador dejando ver su boca desdentada. Extiende su brazo hacia la parte central ejerciendo como introductor a la escena, del mismo modo que en el grupo
de Valladolid lo hace José de Arimatea mostrando una espina al espectador.
Opuesto es el
soldado romano colocado a la izquierda, rasurado, portando una ballesta, con
coraza a la romana, casco ceñido a la cabeza y con el manto por encima, que se
retuerce en un gesto de dolor como si hubiera comprendido el error del
ajusticiamiento.
Estas figuras de tan original composición, inusitado dinamismo
y exquisito acabado, no tienen precedentes en la estatuaria española y son
auténticas obras maestras que marcan el punto de partida a las escenografías
barrocas.
Muy expresivo es también el medallón del ático en
el que aparece la rotunda figura del Padre Eterno en actitud de bendecir y
sujetando el globo terráqueo, adaptada con habilidad al espacio circular. Su
cabeza, con larga melena y barba agitada recuerda los modelos de Miguel Ángel, con
un impecable juego de pliegues redondeados y parte del manto movido por una
brisa mística hasta rebosar el marco. Atractivas son también las seis figuras
infantiles, en las que Juan de Juni, a lo largo de su obra, se manifiesta como
un gran creador.
El conjunto ofrece como atractivo un despliegue de
técnicas polícromas de extraordinaria calidad, con encarnaciones a pulimento y
lujosos estofados esgrafiados que proporcionan un acabado muy efectista. Este
tipo de acabado, junto al estudiado tratamiento de las formas, muestra el
cambio de rumbo emprendido por el escultor en su última época, cuando sustituye
la tensión trágica de obras anteriores por un recalcitrante lenguaje manierista
con la finalidad de aumentar la expresividad y el realce de los valores
decorativos.
Informe: J. M. Travieso.
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un grande consejo que nos das hoy se le da las gracias por todo esto
ResponderEliminarbuenas noches te leo posteriormente