VIRGEN DE
BELÉN
Sebastián
Ducete (Toro, Zamora, 1568-1621)
Entre 1613 y
1615
Madera de
pino policromada
Museo Catedralicio,
Zamora
Escultura protobarroca
castellana
A finales del siglo XVI, tras el momento de
efervescencia que había supuesto la obra de Alonso Berruguete y de Juan de Juni
en el foco de Valladolid, y cuando en la escultura castellana prevalecía la
sosegada expresión de la corriente romanista, surgirían dos nuevos e
importantes focos creativos que proporcionarían una de las manifestaciones más
personales de la escultura española en la transición del Manierismo al Barroco
durante los años finales del siglo XVI y los primeros del XVII. Uno de ellos
estaba localizado en Valladolid, que conoció un resurgimiento artístico a
través de los talleres de Francisco de Rincón y de Gregorio Fernández, que por
un tiempo trabajaron asociados. A la muerte prematura del primero, en 1608, la
arrolladora personalidad artística del gallego Gregorio Fernández marcaría el rumbo de
la escultura castellana desde las secuelas manieristas al más genuino barroco
tendente al pleno naturalismo.
Otro importante foco se fue configurando en la
ciudad zamorana de Toro, donde en la saga de los Ducete irrumpió la fuerte
personalidad de Sebastián Ducete, que al frente del taller familiar tuvo como
discípulo a Esteban de Rueda, con el que igualmente trabajó asociado —fundiendo
estilos y dotes creativas— hasta renovar el panorama escultórico manierista imperante
y convertirse en pioneros de la incipiente escultura barroca castellana.
Aunque por motivos de proximidad geográfica estos
dos maestros toresanos no pudieron sustraerse a la potente influencia de los
talleres vallisoletanos, con especial incidencia de los modelos de Juan de Juni
o Gaspar Becerra, pero también de las innovadoras creaciones que el gallego
Gregorio Fernández presentaba desde que se instalara en la ciudad del Pisuerga,
Sebastián Ducete, ocho años mayor que aquel maestro, abrió una brecha hacia novedosos
planteamientos estéticos que alcanzarían su máxima expresión en la obra de su
continuador, Esteban de Rueda, siendo ambos artífices de unas creaciones
equiparables en calidad a las de los talleres vallisoletanos, aunque diferentes
en su creatividad y poética.
La personalidad de estos maestros toresanos, todavía
un tanto desconocidos, fue dada a conocer por el granadino Manuel Gómez Moreno,
iniciador del catálogo de sus obras en los años 20 del siglo XX.
Sebastián Ducete del Moral nació en Toro en 1568, en
el seno de una familia de modestos escultores, oficio al que se dedicaban su
abuelo, su padre Pedro Ducete y su tío Juan, que desde el tercio central del
siglo XVI realizaban en el taller de esa villa zamorana un tipo de escultura
decantada hacia el romanismo. Sebastián Ducete realizó su primera formación en
la tradición manierista del taller paterno, pasando a completar su aprendizaje
y perfeccionamiento con algún maestro activo en la zona. Basándose en las
influencias estilísticas que presenta su obra se ha apuntado a Juan de Juni,
aunque por distintas razones esta hipótesis está descartada. Vasallo Toranzo
propone como posibles maestros de Ducete al leonés Bautista Vázquez, seguidor
juniano que evolucionó al romanismo, o Juan de Montejo, el principal escultor
de la ciudad de Zamora y con inclinación igualmente juniana.
Lo que es seguro es que siendo adolescente,
Sebastián Ducete recorrió varios talleres y ciudades a partir de 1585 y hasta
los primeros años de la década de los 90. Sabemos que en 1588 se encontraba en
Valladolid y que en 1593, al producirse la muerte de su padre, regresó a Toro
para hacerse cargo del taller familiar, llegando a colaborar en algunas
esculturas con su tío Juan Ducete. El año 1594 realizaba un pequeño y
desaparecido retablo para una capilla privada del monasterio de las Huelgas
Reales de Valladolid, así como un pequeño Cristo
de la Agonía para el convento de Santa Brígida de la misma ciudad.
Izda: Inmaculada Concepción, h. 1612, Seminario de Valladolid Dcha: Detalle de la Virgen de Belén, 1613-1615, Museo Catedralicio, Zamora |
En su taller recibe como discípulo al también
toresano Esteban de Rueda, unos 17 años más joven que él, que se inicia como
estrecho colaborador y acaba asociándose con su maestro. Comienza entonces una
segunda etapa estilística que evoluciona hacia nuevos métodos expresivos
orientados a la búsqueda de naturalismo, aun manteniendo recursos manieristas,
siendo difícil discernir —todavía en nuestros días— las realizaciones de cada
uno de ellos.
Ambos infunden a la escultura un personal estilo
que, partiendo de modelos tardomanieristas y manteniendo ecos junianos en la
composición —como la línea serpentinata típicamente manierista—, se esmeran en
el definición de las anatomías y carnaciones, dotando a sus figuras de un
incipiente sentido barroco, elegante y contenido, en el que la expresividad se
logra por líneas abiertas, como el despegue de los brazos del cuerpo, así como
el uso de voluminosos paños con pliegues duros de aspecto metálico —al igual
que lo aplicaría Gregorio Fernández—, lo que supone una importante renovación
iconográfica en algunos temas.
Sebastián Ducete. Virgen del Carmen, h. 1600, Convento de Carmelitas Descalzas, Medina del Campo |
Se especula que Sebastián Ducete pudiera mantener
contactos con algunos artistas de Valladolid, lo que explicaría la
interrelación estética existente entre ambos focos. Esto no es descabellado,
pues en 1610, cuando contaba 42 años, estuvo en Valladolid testificando en la
Real Chancillería en un pleito entablado entre el banquero Fabio Nelli y el
escultor Pedro de la Cuadra.
En torno a 1600 Sebastián Ducete realiza diversas
esculturas, entre ellas la Virgen del
Carmen del convento de Carmelitas Descalzas de Medina del Campo, que con el
rostro ensimismado y un Niño con gestualidad de ágil espontaneidad sienta un
arquetipo que utilizará posteriormente.
En 1602 este escultor concertaba un
retablo dedicado a San Andrés,
encargado por doña Ana de Castro, destinado a la iglesia del Santo Sepulcro de Toro.
Izda: Cristo atado a la columna, h. 1608, Galería Caylus, Madrid (cedido temporalmente al convento de las Sofías de Toro Centro y dcha: Cristo atado a la columna, 1611, iglesia de San Gil, Burgos |
Importante fue el contrato firmado en 1603 para realizar la
escultura del retablo mayor del monasterio de Santa Sofía de Toro, de monjas
premostratenses, que en 1597 había sido encargado por dicha comunidad al
entallador Tomás de Troas y al pintor Alonso de Remesal. El entallador Gaspar
de Acosta, sucesor de Troas a su muerte, contrató a Ducete para realizar las
figuras de bulto y los relieves, según el deseo de las monjas, que debían
sustituir a las pinturas inicialmente previstas. Para este retablo realizó los
relieves de la Adoración de los Pastores
y las Tentaciones de San Antonio del
primer cuerpo y la Adoración de los Reyes
y Santa Catalina ante el emperador
del segundo, junto a una serie de figuras de bulto, como Santa Sofía y San Norberto,
colocados en la calle central, Cristo
atado a la columna y San Pedro en
lágrimas del primer cuerpo y el San
Juan Evangelista del segundo cuerpo, conjunto que fue demorado hasta 1609
por retrasos en los pagos.
Sebastián Ducete. Izda: Dolorosa, 1618-1620, Museo Marés, Barcelona. Dcha: San Pedro en lágrimas, h. 1618, Museo Marés, Barcelona (Procedente del convento de las Sofías de Toro) |
De este conjunto, seguramente para paliar las
carencias comunitarias, las esculturas de
San Pedro en lágrimas y Cristo atado a la columna fueron puestas
a la venta en el Rastro de Madrid, siendo comprada la primera en 1932 por
Frederic Marés, en cuyo museo barcelonés aún permanece, perdiéndose el rastro
de la segunda hasta que fue subastada en Barcelona en 2013 y adquirida por la
Galería Caylus de Madrid, que temporalmente la ha cedido al convento toresano
de las Sofías.
El Cristo atado a la columna muestra el personal estilo del escultor en cuanto al tratamiento mórbido de la anatomía, la inestabilidad corporal, el acusado contrapposto, las anchas caderas, el característico tratamiento del cabello a base de tirabuzones y la emotividad del rostro. En 1611 Ducete, por encargo de la Cofradía de la Vera Cruz, tallaba otra versión de Cristo atado a la columna para el convento de San Francisco de Burgos. Desaparecido éste en la Desamortización, pasaría a la iglesia burgalesa de San Gil, donde actualmente se encuentra. En ella repite el uso de la columna completa y acentúa el movimiento manierista de la pulcra anatomía, presentando en el paño pliegues duros de aspecto metálico.
El Cristo atado a la columna muestra el personal estilo del escultor en cuanto al tratamiento mórbido de la anatomía, la inestabilidad corporal, el acusado contrapposto, las anchas caderas, el característico tratamiento del cabello a base de tirabuzones y la emotividad del rostro. En 1611 Ducete, por encargo de la Cofradía de la Vera Cruz, tallaba otra versión de Cristo atado a la columna para el convento de San Francisco de Burgos. Desaparecido éste en la Desamortización, pasaría a la iglesia burgalesa de San Gil, donde actualmente se encuentra. En ella repite el uso de la columna completa y acentúa el movimiento manierista de la pulcra anatomía, presentando en el paño pliegues duros de aspecto metálico.
Sebastián Ducete. Sagrada Familia con Santa Ana, Museo de Arte Español Enrique Larreta, Buenos Aires |
Si en 1609, junto a Esteban de Rueda, concertaba la
escultura del retablo del convento del Carmen de Salamanca, entre 1610 y 1615 los
dos escultores realizaban el retablo mayor de la iglesia de Santiago de
Tordehumos (Valladolid), datándose hacia 1612 la bella Inmaculada Concepción que era la imagen titular del retablo mayor
de la arruinada iglesia de Santa María de Villalar de los Comuneros
(Valladolid), obra depositada en 1956 en el Seminario Mayor Diocesano de
Valladolid, cuya cabeza y disposición de manos repite en la Virgen de Belén.
Entre 1619 y 1620 trabajaban en el retablo del
monasterio del Carmen Calzado de Medina del Campo, trasladado en el siglo XX al
Santuario Nacional de la Gran Promesa de Valladolid, donde en 1941 fue alterado
por el escultor Félix Granda. En 1620 Sebastián Ducete ejercía como tasador del
retablo mayor de la iglesia de los Santos Juanes de Nava del Rey (Valladolid),
obra de Gregorio Fernández.
En 1621, cuando apenas superaba los 51 años, se
producía la prematura muerte de Sebastián Ducete, hecho que impidió que se
convirtiese en uno de los escultores más importantes de la escultura barroca
castellana. A su muerte, Esteban de Rueda continuaría trabajando en solitario
durante ocho años.
LA VIRGEN DE BELÉN
Esta exquisita escultura de 60 cm. de altura, que
representa a la Virgen, de medio cuerpo y adorando al Niño, fue realizada por
Sebastián Ducete entre 1613 y 1615 para una capilla de la iglesia de San Marcos
de Toro, donde fue objeto de una gran devoción y receptora de exvotos,
especialmente por parte de las toresanas parturientas. Cuando esta iglesia fue
derribada en el siglo XIX, la obra fue trasladada al convento de Santa
Clara de Toro, siendo vendida por las clarisas a Bartolomé Chillón, arcipreste de la
catedral a Zamora, que en su testamento de 1946 dispuso su donación a la seo
zamorana. Actualmente se expone en el Museo Catedralicio.
El grupo, de atractiva plasticidad, repite en bulto
redondo el modelo creado por Sebastián Ducete en el relieve de la Adoración de los Pastores del retablo
mayor de la iglesia de Santa Sofía de Toro, presentando igualmente similitudes
en el tratamiento de la cabeza, la disposición de los brazos y el trabajo de
los pliegues con la Inmaculada Concepción
realizada un año antes para Villalar de los Comuneros (actualmente en el
Seminario de Valladolid).
La composición ya es netamente barroca en cuanto
evita la frontalidad y acentúa la contraposición de los miembros de las
figuras, procurando con sus volúmenes en distintos planos un efecto pictórico
de fuerte claroscuro. Ajenas a movimientos aparatosos y excesivamente
teatrales, las figuras ofrecen un ambiente intimista mediante el equilibrio y
la contención, con un alto contenido emocional en el cruce de miradas entre la
Virgen y su Hijo.
Tallada en madera de pino, algo inusual en el taller
de Ducete, presenta a la Virgen con los brazos desplazados hacia la izquierda
para poder contemplar, en gesto de oración con las manos unidas, la rolliza
figura del Niño, que colocado en la base en posición horizontal participa del
característico desenfado y vitalismo que presentan las figuras infantiles de
este escultor.
La Virgen, de semblante juvenil, viste una camisa
—sólo visible en los puños—, una túnica de cuello redondeado y un tocado
fruncido que en parte es cubierto por el manto, que apoyado en los hombros cae
por la espalda replegándose hacia dentro en el frente, creando un sugestivo
juego de volúmenes. En los numerosos pliegues que forman los paños prevalece el
característico aspecto alatonado. Característico también es el tratamiento de
los cabellos, a base de voluminosos rizos afilados que dejan mechones afilados
sobre la frente y las sienes, cayendo sobre los hombros en forma de tirabuzones
puntiagudos. Su rostro es ovalado, con ojos rasgados, nariz recta, boca
pequeña, con las comisuras bien delineadas y mentón prominente, con un aspecto
de ensimismamiento al dirigir su mirada al Niño, como presagiando su trágico
destino.
En el estudio de esta escultura preciosista, Manuel
Gómez Moreno la vinculó en su catálogo a Gregorio Fernández, siendo José
Navarro Talegón quien identificó su estilo con la obra de Sebastián Ducete y
Esteban de Rueda. Más recientemente, Luis Vasallo Toranzo ha estimado que esta
escultura puede considerarse como trabajo exclusivo de Sebastián Ducete.
La Virgen de
Belén, por iniciativa del Cabildo de la catedral de Zamora, ha sido
sometida a una restauración integral que ha permitido su regreso al Museo
Catedralicio en 2016 con todos su valores estéticos recuperados, habiéndose
eliminado repintes de las carnaciones, recompuesto tres dedos del Niño y dos de
la Virgen y la limpieza de su rica policromía, poniendo al descubierto un hueco
frontal en la peana que indica que el grupo tuvo función de relicario. En la
zona del cuello de la Virgen se han saneado rozaduras que posiblemente fueron
producidas por la colocación de pendientes largos, al estilo de los que usaban
las mujeres toresanas.
La Virgen de Belén es una muestra excepcional de la riqueza de
la escuela escultórica toresana en los albores del barroco castellano.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Retablo del Convento de Santa Sofía, Toro |
BIBLIOGRAFÍA
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NAVARRO TALEGÓN, José: Catálogo
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VASALLO TORANZO, Luis: Sebastián
Ducete y Esteban de Rueda. Escultores entre el Manierismo y el Barroco,
Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, Salamanca, 2004.
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