8 de mayo de 2020

Visita virtual: VIRTUDES CARDINALES, un bello ejercicio alegórico y moralizante














LAS VIRTUDES CARDINALES
Juan de Mesa (Córdoba, 1583 - Sevilla, 1627)
1617-1618
Madera policromada
Museo de Bellas Artes, Sevilla
Escultura barroca española. Escuela sevillana















UN MAESTRO OLVIDADO DURANTE MUCHO TIEMPO

El cordobés Juan de Mesa fue el discípulo más aventajado de Juan Martínez Montañés en Sevilla y autor de una copiosa obra, equiparable en calidad a la de su maestro. Sin embargo, sin que se conozcan con precisión los motivos, la historiografía artística ha sido secularmente injusta con su personalidad y con su obra, algo que se viene procurando reparar desde tiempos muy recientes, cuando diversos estudios le han sacado del incomprensible anonimato y han ido configurando el importante catálogo de sus obras.

Juan de Mesa siempre ha permanecido a la sombra de Martínez Montañés, al que durante mucho tiempo se han venido atribuyendo algunas de sus obras, posiblemente por no haber sido incluido por el tratadista Francisco Pacheco (1564-1644) en su Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, obra escrita en Sevilla entre 1599 y 1637 y publicada por primera vez en 1886, que recoge una galería de sevillanos ilustres. Tampoco parece que su condena al olvido pueda deberse a su muerte prematura, que truncó su floreciente carrera cuando apenas contaba 44 años, veintidós años antes del fallecimiento de Martínez Montañés, pues a su muerte dejaba un impresionante conjunto de obras que desde que fuera un joven veinteañero elaboró durante menos de dos décadas, entre las que se cuentan once crucificados magistrales, el célebre Jesús del Gran Poder de Sevilla o la Virgen de las Angustias de Córdoba, muestras de su cualificación profesional y su virtuosismo expresivo y artístico.

Si en 1882 José Bermejo y Carballo fue el primero en aportar datos sobre Juan de Mesa, al identificar la autoría del Cristo de las Misericordias del convento de Santa Isabel, fue en 1927, año en que se celebraba el tercer centenario de su muerte, cuando el jesuita padre Gálvez hizo público un documento hallado en una imagen de San Francisco Javier del colegio de San Luis de El Puerto de Santa María —Juan de Mesa depositó múltiples documentos firmados en el interior de sus esculturas—, a lo que siguieron las investigaciones de Miguel del Bago, Heliodoro Sancho y Antonio Muro en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla, así como las llevadas a cabo por José Hernández Díaz, principal impulsor de la personalidad de Juan de Mesa como gran escultor barroco y autor de un catálogo de sus obras en el que desvela las circunstancias económicas y sociales en que se produjeron los encargos.


En 1930 se publicaba en ABC ((Sevilla) un artículo de Heliodoro Sánchez Corbacho en el que negaba que el Jesús del Gran Poder fuese obra de Martínez Montañés, para adjudicarla a Juan de Mesa1. Después sería identificada la partida de bautismo del escultor en la parroquia de San Pedro de Córdoba, continuándose las casualidades que han permitido definir la personalidad artística de este maestro cuando el 27 de febrero de 1983, durante un accidente producido durante el traslado por la Hermandad de los Estudiantes del Cristo de la Buena Muerte a la iglesia de la Anunciación, se desprendió la cabeza, siendo encontrado en el interior de la misma un escrito autógrafo de Juan de Mesa con la firma y la fecha: "Ego feci Ioannes de Mesa. 1620".

Al igual que ocurriera en el entorno de Valladolid, donde todas las esculturas barrocas más destacadas fueron adjudicadas indiscriminadamente a Gregorio Fernández, en Sevilla todas las obras más relevantes salidas de los talleres sevillanos fueron atribuidas a Martínez Montañés. Así ocurrió con el Jesús del Gran Poder y el crucificado Cristo del Amor de Sevilla, el admirable Cristo de la Agonía de Vergara (Guipúzcoa) y el grupo de la Piedad denominado Virgen de las Angustias de Córdoba, obras que hoy definen la maestría de Juan de Mesa como artífice.

Otro tanto puede decirse del grupo de las Virtudes Cardinales que, procedentes de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, actualmente se conservan en el Museo de Bellas Artes, atribuidas al escultor y clérigo Juan de Solís (Villahermosa, Ciudad Real, 1577 - Madrid, 1623), formado en el taller paterno de Jaén y discípulo y colaborador de Martínez Montañés en Sevilla, magníficas tallas que desde hace prácticamente cuatro días han sido restituidas a las gubias de Juan de Mesa.

LA PERSONALIDAD DE JUAN DE MESA

Juan de Mesa, hijo de Juan de Mesa y Catalina de Velasco, nació en Córdoba en 1583, donde fue bautizado en la iglesia de San Pedro. De su formación y juventud nada se sabe, apareciendo en la escena sevillana en 1607, año en que firma el contrato de aprendizaje junto a Juan Martínez Montañés en el taller más prestigioso de Sevilla, en el que ya trabajaba desde el año anterior.

El 11 de noviembre de 1613 contraía matrimonio con la sevillana María de Flores en la iglesia de Omnium Sanctorum, en cuyo barrio estaba establecido. Entre sus amistades se encontraba el ensamblador Antonio de Santa Cruz, esposo de Ana de Flores, hermana de su mujer, figurando entre sus discípulos el también cordobés Felipe de Ribas. En 1616 trasladaba su taller a las proximidades de la iglesia de San Martín, enfrente del Hospital Amor de Dios, donde permaneció hasta el 26 de noviembre de 1627, fecha de su inesperada muerte tras sufrir una enfermedad de los pulmones producida por el exceso de trabajo. Fue enterrado en la iglesia de San Martín.

Respecto a la laguna biográfica de los años anteriores a su llegada a Sevilla, el historiador Alberto Villar Movellán apunta que su formación pudo iniciarse junto al escultor Andrés de Ocampo cuando éste se encontraba en Córdoba trabajando en el retablo del monasterio jerónimo de Santa Marta. También se plantea la hipótesis de que después acompañara a su maestro a Granada para elaborar el encargo de los relieves del Palacio de Carlos V, pues en la obra de Juan de Mesa se aprecia la influencia del dramatismo de los hermanos Miguel y Jerónimo Francisco García, que en aquella ciudad trabajaban con éxito.

Del mismo modo, se puede especular que fuera el propio Andrés de Ocampo quien le recomendara su ingreso en el taller sevillano de Martínez Montañés, donde está documentado su ingreso en 1607 y donde permanecería hasta establecer su propio taller, siendo su primera obra documentada la realización en 1615 de un San José con el Niño para la población de Fuentes de Andalucía (Sevilla).

A partir de entonces comenzó una intensa actividad que José Hernández Díaz clasifica en cuatro periodos: 1615-1618, trienio inicial; 1618-1623, el lustro magistral; 1624-1626, un paréntesis expectante; 1626-1627, bienio final. Autor prolífico, en poco más de doce años elaboró una considerable cantidad de esculturas y relieves para retablos y sagrarios, destacando la serie pasionista que abarca once impresionantes Crucificados, dos Nazarenos y un grupo de la Piedad, así como la serie de imágenes marianas y un amplio santoral repartido por iglesias y monasterios de Sevilla y su zona de influencia.

* Las obras de Juan de Mesa siempre alcanzan la excelencia del oficio, aportando al panorama andaluz una revolucionaria fuerza expresiva que trasciende el clasicismo italianizante implantado por Martínez Montañés, aplicando una tensión emotiva y una carga espiritual que se convierte en la máxima expresión del "pathos" en la escultura barroca sevillana, motivo por el que el profesor Heliodoro Sancho Corbacho le denominó "el imaginero del dolor".

TEMPLANZA, JUSTICIA, FORTALEZA Y PRUDENCIA

Dentro de la versatilidad de Juan de Mesa, ahora fijamos nuestra atención en cuatro exquisitas esculturas — genuinas muestras de su arte— que se encuadran en lo más amable de su producción. En origen fueron cuatro figuras "secundarias" que coronaban dos retablos colaterales del coro de legos de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, aportando al ambiente cartujano, con su suprema belleza, suave modelado y extrema elegancia, un contenido de significación alegórica y ejemplarizante.

Estas atractivas tallas policromadas, cuya altura ronda los 80 cm. y que ya conocieron en el recinto los incidentes de la francesada, finalmente fueron desalojadas del monasterio a consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, pasando a ser recogidas en 1840 por el Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde ahora se exponen ocupando una recreación de su disposición original en los retablos que ocuparon, uno de los cuales presenta la hornacina central ocupada por la imagen de la Virgen de las Cuevas (iconografía tradicional de la Virgen con el Niño) y el otro por la figura de San Juan Bautista, en ambos casos magníficas obras talladas por Juan de Mesa en 1623.

Las figuras de las cuatro Virtudes Cardinales hacen referencia a algunos valores morales o ideales humanos, cuyo contenido alegórico es aplicable tanto en sentido religioso como civil. No obstante, al igual que la representación de las tres Virtudes Teologales, desde finales del siglo XVI y durante el siglo XVII su presencia fue pródiga en los grandes retablos, equiparándose por su número a los Cuatro Evangelistas o los Cuatro Padres de la Iglesia.
Por este motivo aparecen con frecuencia en los relieves de los bancos de los retablos con el mismo sentido ejemplarizante, aunque en pocas ocasiones alcanzan tanta expresividad y elegancia como presentan estas obras de Juan de Mesa, que por otra parte aplica en ellas una iconografía de creación personal que difiere de las representaciones ajustadas a los convencionalismos tradicionales, no sólo por la forma en que se adaptan a los soportes curvilíneos —formas derivadas de los frontones partidos manieristas— sino también por el estudiado diseño de las cuatro figuras femeninas que conforman un todo unitario.

Salta a la vista que el precedente directo de su inestable posición recostada sobre una superficie curvada se encuentra en las alegorías de los sepulcros de Giuliano y Lorenzo de Medicis que realizara Miguel Ángel para la Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo de Florencia, obras difundidas a través de grabados que eran de uso generalizado en los talleres de pintura y escultura. El recurso no era novedoso, pues esta disposición ya se había extendido desde que fuera pródigamente utilizada por Gaspar Becerra en el retablo mayor de la catedral de Astorga, elaborado entre 1558 y 1563, con múltiples figuras de putti que se apoyan sobre un plano inclinado. Sin embargo, en las figuras sevillanas el escultor Juan de Mesa, lejos de presentar trabajos de desnudos, adapta las figuras al decoro y al mensaje derivado de los postulados contrarreformistas, seguramente siguiendo sus convicciones personales, como se deduce de la intensa religiosidad que transmiten la mayoría de sus obras.

La Templanza
Esta virtud aparece identificada con la vejez, representando una mujer de edad avanzada que, recostada sobre un plano inclinado, ofrece un aspecto doliente y angustioso. Su tensión emocional queda concentrada en el trabajo de la cabeza, donde se matizan las huellas del paso del tiempo, con un rostro enjuto de numerosas arrugas, boca desdentada y cabello desaliñado. A ello se suma el gesto de angustia que sugiere la boca abierta y los ojos enrojecidos con la mirada dirigida a lo alto.
Viste una amplia túnica ceñida bajo el pecho y un manto que remonta su brazo izquierdo, en cuya mano sujeta un pañuelo con el que enjuga sus lágrimas, mientras que la mano derecha hace el ademán de sujetar un atributo que no se conserva y que podría facilitar la comprensión de su mensaje. La figura está rematada con una efectista policromía en la que contrastan los bellos estofados de la indumentaria con los matices de las carnaciones, aplicados con los valores de una pintura de caballete.
Esta demacrada figura pone un contrapunto duro y dramático al conjunto, siendo de todas ellas la que mejor representa la carga emotiva y el fuerte patetismo que esta presente en la obra pasional de Juan de Mesa.            

La Justicia
Igualmente recostada sobre un plano inclinado, con un giro corporal de tres cuartos y de la misma altura, se muestra la virtud de la Justicia, que forma pareja con la anterior. Aparece con un semblante firme, la cabeza dirigida al frente y la mirada dirigida a la espada que sujeta en su mano derecha, de la que sólo se conserva la empuñadura, mientras con su mano derecha sujeta el libro de la Ley, abierto y con las páginas minuciosamente perfiladas, incluyendo una inscripción imposible de ver desde abajo.
Mientras voluminosos paños cubren su cuerpo, dejando adivinar su anatomía bajo los suaves pliegues, su cabeza presenta una gran belleza clásica, con largo cuello, rostro ovalado, ojos muy abiertos, boca cerrada y una melena peinada hacia atrás que forma voluminosos bucles que caen por la espalda. En su preciosista policromía de nuevo contrastan los elegantes estofados de la túnica y el manto, a base de esgrafiados que dejan aflorar el oro, con los detalles matizados de las carnaciones.  

La Fortaleza
Esta virtud viene representada por una mujer joven revestida de guerrera al modo heroico, con loriga, faldón, manto y un casco de fantasía decorado con ramas de encina. En su mano derecha porta una maza que simula madera natural y con la izquierda sujeta un escudo con una cabeza de león en relieve al frente, ofreciendo en su conjunto una imagen dominante de fuerza.

El modelo femenino es joven y potente, perfectamente acomodado al soporte curvilíneo sobre el que descansa, con la mirada dirigida al espectador y gesto pensativo. Todos los detalles están resueltos con fantasía y precisión, como el casco, las hombreras, el faldellín en forma de plumas y las armas, compartiendo una policromía preciosista en la que predomina el oro que aflora bajo los esgrafiados y una carnación que con matices de color procura un aspecto naturalista.

La Prudencia
Es la más delicada de las cuatro virtudes y aparece identificada con la juventud. Es presentada por Juan de Mesa como una bella joven recostada que se apoya en la superficie inclinada con su brazo derecho, mientras con la mano izquierda sujeta, en delicado ademán, una paloma. Viste una túnica de amplio cuello y un manto que se desliza desde el hombro derecho y se cruza al frente cubriendo las piernas desde la cintura. Con su suave modelado el escultor consigue altos valores plásticos de fuerte clasicismo, logrando plasmar el ideal de la juventud a través de una imagen de suprema amabilidad y elegancia.

Destaca el exquisito trabajo de la cabeza, con largo cuello, el cabello recogido y ornamentado con cintas y guirnaldas de flores, el rostro ovalado y orientado hacia abajo, la frente despejada, los ojos rasgados y la boca pequeña, ofreciendo en su conjunto el aspecto de una adolescente con aires de patricia romana.

De nuevo la figura queda realzada por una luminosa policromía en la que prevalecen los brillos del oro, con delicados estofados en la indumentaria a partir de suaves tonos verdes, efectos que contrastan con los blancos plumones de la paloma y el tono sonrosado de las carnaciones.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 RODRÍGUEZ DEL MORAL, Álvaro: Juan de Mesa: y después fue el olvido... Artículo publicado en la Web de El Correo de Andalucía, Sevilla, 14 de febrero 2020.

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