EL COLUMPIO
Jean-Honoré Fragonard (Grasse, 1732-París, 1806)
1767
Óleo sobre lienzo
The Wallace Collection, Londres
Pintura rococó
A pesar de su discreto formato —81 x 64,2 centímetros— esta pintura de
Fragonard, la más famosa del pintor y una de las joyas de la Wallace Collection
de Londres, es uno de los iconos más emblemáticos del arte francés del siglo
XVIII. En la escena se representa un jardín idílico en el que una joven mujer
se balancea con donaire en un columpio que es empujado por su esposo, un hombre
anciano y condescendiente que permanece en la penumbra. Con el movimiento del
balanceo, la dama pícaramente lanza uno de sus zapatos al aire, mientras la
falda se ahueca permitiendo mostrar sus piernas con medias —incluida una liga
rosa— que son observadas con satisfacción por su joven amante, que escondido
entre los arbustos responde a la sensual provocación ofreciendo simbólicamente su
sombrero. De esta forma queda explícito el triángulo amoroso que es el tema
central de la pintura.
Fragonard incluye en la escena algunos elementos que con carácter
simbólico contribuyen a la narración de este tema galante, como el perro,
símbolo de la fidelidad, que ladra alarmado junto al anciano al detectar la
presencia del amante.
También junto al esposo engañado aparece como elemento
decorativo una fuente coronada por una escultura que representa un delfín sobre
el que cabalga una pareja de putti que muestran un gesto de preocupación,
uno con la mirada dirigida a la mujer y el otro hacia su esposo. En el lado
opuesto, junto al amante escondido, se levanta un pedestal con un relieve de
ménades danzando y coronado por una estatua de Cupido, dios del deseo amoroso,
que con el dedo en los labios parece imponer silencio en tan comprometida situación,
donde el amante responde a la provocación con gesto de sorpresa y complicidad. Esta estatua de “Cupido amenazante” reproduce
la realizada en 1757 por el escultor francés Etienne-Maurice Falconet para la
Marquesa de Pompadour, favorita de Luis XV, destinada a un “templo del amor” de
los jardines de Versalles, escultura que acabó en el Museo del Louvre. Otro
elemento simbólico es el tramo deshilachado en una de las cuerdas que sujetan
el columpio, lo que sugiere el riesgo de que se rompa, con resultados nefastos
para la pícara mujer, tanto físicos como sentimentales.
El pintor recrea los primeros planos del jardín con un gran detallismo
en flores, raíces, troncos, ramas, cuerdas y estatuas, así como en el vestuario
de los personajes, aplicando al fondo una atmósfera vaporosa, con pinceladas muy
fluidas, en la que el arbolado se difumina con maestría a través de tonos
azulados y plateados, lo que se produce un logrado efecto de perspectiva aérea donde
la suave luz penetra entre las ramas para incidir directamente sobre la figura
femenina, al tiempo que se crean zonas de penumbra que con complicidad contribuyen
a expresar el engaño.
El tomo galante de la pintura es realzado por el matizado colorido, en
el que, siguiendo los postulados del arte rococó, predominan los cálidos tonos
pastel, especialmente tratados en el elegante vestido de seda de la dama, de
tonos rosáceos, con azules pálidos en la pechera y con enaguas y medias blancas,
en el sombrero de paja (recuerdo de que los ociosos aristócratas jugaban a ser
campesinos), así como en el traje del amante, de tonos grises azulados.
Igualmente, en los elementos paisajísticos predominan los colores suaves, con
tonos verdes, azulados y amarillentos que contrastan con el color plateado del
celaje. Todo el colorido original de la pintura ha sido recuperado en la
limpieza realizada por The Wallace Collectión y llevada a cabo en 2021.
La escena tiene el carácter de una instantánea en la que todo es
movimiento y dinamismo, representando justamente el instante fugaz en que el
columpio se eleva permitiendo al amante observar el interior de la falda. En su
composición el pintor utiliza hábilmente una diagonal que asciende desde el
amante a las cuerdas del columpio, dividiendo la escena en dos partes: una reservada
al pícaro juego de los amantes, otra reservada a la penumbra en que se
encuentra el esposo. Contribuyen al dinamismo un calibrado juego de curvas,
como la que recorre la figura femenina desde el brazo sujeto a la cuerda hasta
el pie que pierde un zapato, así como las que establecen los troncos y las
ramas, donde la naturaleza dominada de épocas anteriores da paso a una
naturaleza de aspecto más salvaje y libre, creando un espacio umbrío que aumenta
la sensualidad del tema.
La pintura hay que enmarcarla dentro del contexto del arte rococó
extendido por Francia durante el reinado de Luis XV, que afectó tanto a las
artes mayores como a las artes decorativas aplicadas a muebles, lámparas,
porcelanas, tapices, etc. En ese momento son frecuentes los salones alejados de
la corte donde se celebraban debates, siendo en ellos donde surge el espíritu
de las luces y la razón, pues los nobles abandonaron Versalles para
establecerse en sus palacetes parisinos, a los que dotaron de una profusa decoración
en busca de prestigio social. Asimismo, eran comunes entre la aristocracia los
matrimonios de conveniencia, entre los que, una vez asegurada la descendencia,
fue un hecho muy frecuente el tener amantes que no siempre se ocultaban.
La génesis de “El columpio” es relatada por el escritor Charles Collé en
1767, narrando en sus diarios y memorias que a finales de ese año el pintor de
historia Gabriel-François Doyen recibió el encargo de un cortesano anónimo
(según algunos el Barón de Saint-Julien, que desempeñaba en la corte el cargo
de receptor general del clero francés) de pintar a su joven amante en un
columpio empujado por un obispo, mientras él admiraba sus piernas desde abajo.
Como Doyen había logrado un gran éxito en el Salón como autor de pintura
religiosa se negó a realizar la pintura, proponiendo que fuese encargada a Fragonard.
En ese momento Fragonard, debido a sus problemas para cobrar de la
administración los importantes encargos realizados para los sitios reales,
decidió cambiar el rumbo profesional realizando cuadros de gabinete de menor
formato y muy sofisticados para un círculo pequeño, culto y bien informado de
la pintura de los viejos maestros. De modo que Fragonard con “El columpio”,
donde sustituyó la figura del obispo por un hombre anciano e incorporó la
escultura del Cupido amenazante de Falconet, realizó un relanzamiento de su
carrera que le proporcionaría un gran éxito, siendo frecuentes las obras de
contenido sensual, que consideró muy aptas para las percepciones del arte
rococó. A partir de entonces combinaría el componente rococó con una
interpretación prerromántica de naturaleza incontrolable, a menudo obscena, que
ya está presente en “El columpio”, un cuadro que consolidó este título en 1782,
cuando Nicolás de Launay, inspirándose en él, realizó uno de sus grabados.
“El columpio” a lo largo del tiempo ha pasado por distintos propietarios,
entre ellos el duque de Morny y, tras ser vendido en París el 1 de junio de
1865, Richard Seymour-Conway, cuarto marqués de Hertford, acabando finalmente
en el museo londinense de The Wallace Collection.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: The Wallace Collection.
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Etienne-Maurice Falconet. Cupido amenazante, 1757 Museo del Louvre |
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