6 de diciembre de 2021

Visita virtual: RETABLO MAYOR DE LA CARTUJA DE MIRAFLORES, de Gil de Siloé


 





RETABLO MAYOR DE LA CARTUJA DE MIRAFLORES

Gil de Siloé (Amberes, 1440 – Burgos, 1501) y Diego de la Cruz (policromía)

1496-1499

Madera de nogal policromada

Iglesia conventual de la Cartuja de Miraflores, Burgos

Escultura gótica, estilo hispanoflamenco

 

 






     El retablo mayor de la Cartuja de Miraflores constituye una obra maestra de la escultura gótica hispanoflamenca, sin parangón en el resto de España. Una verdadera joya en la que su autor, el maestro flamenco Gíl de Siloé, traza una original estructura y un repertorio decorativo que constituye una verdadera teofanía basada en las devociones de la comunidad de cartujos. El retablo, junto a su novedosa y espectacular estructura en forma de enorme tapiz, presenta múltiples singularidades iconográficas, entre ellas la monumental corona angélica que realza la figura del crucificado con significación eucarística, la atípica representación personificada del Espíritu Santo o la colocación sobre el sagrario de un torno giratorio que alberga seis paneles con relieves que permiten adaptar el ritual a las diferentes festividades litúrgicas. 

Cuando Gil de Siloé comienza la obra en 1496 había culminado tres años antes los fastuosos sepulcros en alabastro de los reyes Juan II de Castilla y León e Isabel de Portugal, así como el de su hijo el infante don Alfonso, el primero colocado en el centro del presbiterio, ante el retablo, y el segundo adosado al muro del Evangelio, muy próximo al anterior. La ingente maquinaria quedaba rematada en 1499, después de que el pintor Diego de la Cruz aplicara una exquisita policromía en la que utilizó la delicada técnica del “brocado aplicado”, originaria de los Países Bajos a principios del siglo XV, con la que consigue sorprendentes texturas en las indumentarias, a las que incorpora efectos de pastillaje para recrear pasamanería, adornos y joyas. 

Juan II con Santiago e Isabel de Portugal con Sta. Isabel

     De colosales dimensiones, desconocidas en su tiempo en el resto de Europa, el retablo se organiza en base a esquemas geométricos muy precisos, con dos espacios rectangulares superpuestos que podríamos denominar cuerpos, según la terminología habitual, con un ático formado por seis pináculos —cuatro de los cuales albergan esculturas— y cresterías caladas con tallos entrelazados, motivos vegetales y un caprichoso bestiario, motivos que se repiten en el guardapolvo que recorre los costados. El conjunto, compuesto por una cuidada mazonería, múltiples relieves y exquisitas esculturas de bulto de diferentes tamaños, en las que el gran maestre muestra su plenitud artística, tuvo un coste de 1.015.613 maravedises, cifra que superó lo percibido por los sepulcros de alabastro de los Reyes y del Infante juntos. Aunque no esté documentado quién realizó el encargo y quien financió la obra, parece evidente que fuera la reina Isabel la Católica, que hasta su muerte —según consta en su testamento— se ocupó de cumplir la voluntad de su padre Juan II, fundador de la Cartuja en 1442.

Escudo de Castilla y León de Juan II

     Para ejecutar una obra tan compleja, el maestre Gil de Siloé tuvo que contar con la colaboración de un nutrido taller, lo que explica la desigual ejecución de figuras y decoración que se aprecia en las partes más alejadas del espectador. 

El espacio inferior 

En el cuerpo inferior se reserva el espacio central para la colocación del sagrario —remodelado posteriormente, lo que obligó a elevar el torno-expositor que aparece encima—, a los lados del cual se organizan cuatro espacios separados por las grandes y exquisitas figuras en bulto redondo de San Juan Bautista, que sujeta sobre las Escrituras un pequeño cordero que prefigura el sacrificio de Cristo, y santa María Magdalena sujetando con delicadeza el tarro de ungüentos, ambos colocados a los lados del sagrario para representar a los patronos de la vida solitaria de los cartujos. Al mismo nivel, en los laterales, aparecen Santa Catalina de Alejandría, de gran devoción durante la Edad Media como defensora de la fe, con los tradicionales atributos de la espada, la rueda dentada, con corona y el emperador Majencio vencido a sus pies, y Santiago Apóstol, patrón de España y guía de los reyes, leyendo un libro y con el gorro y la escarcela de peregrino adornados por la concha de vieira, cuya presencia se relaciona con la inserción de Burgos en el Camino de Santiago. 

Santa Catalina de Alejandría y San Juan Bautista

     Entre estas monumentales esculturas, los cuatro espacios se organizan con relieves colocados a dos niveles. En los dos laterales, siguiendo el esquema de figuras donantes que son habituales en los bancos de muchos retablos, aparecen bajo doseletes calados los relieves de Juan II con el apóstol Santiago, su santo patrón, e Isabel de Portugal con Santa Isabel, reina que murió en 1496, cuando Gil de Siloé comenzaba el retablo. Ambas figuras se hallan colocadas de perfil, en actitud orante con las manos juntas a la altura del pecho y arrodilladas en reclinatorios cubiertos por ricos paños y sobre los que reposan libros de oraciones abiertos. Los padres de la reina Isabel la Católica aparecen idealizados y coronados, luciendo ricos mantos y protegidos a sus espaldas por los santos de su devoción, el rey por Santiago, con los mismos atributos de la talla anteriormente citada, en este caso con su mano derecha sobre la espalda del monarca, y la reina por Santa Isabel, con la cabeza cubierta por una toca y amparando a su lado a su hijo Juan el Bautista, que siguiendo un convencionalismo medieval se muestra a menor escala.

Santa María Magdalena y Santiago Apóstol

     Sobre los doseletes de estas figuras orantes, arrancan grandes troncos cuyas ramas se bifurcan, sugiriendo la genealogía regia, con las mismas pautas que las representaciones del Árbol de Jesé que el propio Gil de Siloé realizó en otros retablos. Sobre cada relieve se colocan monumentales motivos heráldicos bajo corona real y referidos a cada linaje. Sobre el rey Juan II aparece el escudo de armas de Castilla y León, sujetado por dos leones rampantes, y sobre la reina Isabel el de Castilla y León y Portugal, sujetado por dos ángeles tenantes, todo ello expresado con una talla de técnica muy depurada. 

En los espacios más próximos al sagrario se colocan a dos niveles escenas de la vida de Cristo. En la parte izquierda aparece bajo doseletes calados el altorrelieve de la Última Cena, con Cristo y los doce apóstoles dispuestos en torno a una mesa circular —con una perspectiva muy forzada— sobre la que reposan una gran variedad de utensilios y alimentos que realzan el sentido narrativo, incluyendo en la parte inferior la figura de María Magdalena ungiendo con perfume los pies de Cristo, un episodio que en realidad corresponde al pasaje de la cena en casa de Simón. El momento representado se centra en la traición de Judas, que colocado en primer plano y sujetando la bolsa de monedas de su recompensa, recibe el pan mojado de Jesús.

Detalle de Santa Catalina de Alejandría y María Magdalena

     Por encima se coloca un gran medallón en el que se representa la Anunciación, donde aparece la Virgen ante un reclinatorio sorprendida por la figura del arcángel San Gabriel, que con el caduceo de los mensajeros en la mano, con ricas vestiduras y acompañado de otros dos ángeles, le indica el mensaje divino representado en la parte superior, donde aparece Dios Padre, un haz de rayos con la figura de un niño y el Espíritu Santo en forma de paloma sobre la cabeza de María. A sus pies un búcaro con lirios es símbolo de pureza. 

Detalle de San Juan Bautista y Santiago

     En la parte derecha se repite el mismo esquema. Abajo con la representación del Prendimiento, con Judas besando a Cristo mientras es detenido por un grupo de soldados, mientras Malco, criado del Sumo Sacerdote, permanece en el suelo herido por la espada que porta San Pedro.

En la parte superior, en forma de medallón, se representa la Epifanía, con la figura sedente de María sujetando al Niño en sus rodillas, ocupándose el infante en abrir el presente que le entrega el rey Melchor postrado de rodillas, mientras al fondo Gaspar, acompañado de Baltasar, señala con su mano la estrella que les ha guiado al lugar. Igualmente, en un segundo plano, aparece San José sujetando un cayado. Tanto este medallón como el de la Anunciación, se remata con figuras de ángeles en los cuatro ángulos. 

Relieve de la Última Cena y detalle de Santa Catalina
El original expositor

Sirviendo de nexo entre los dos grandes espacios rectangulares, sobre el tabernáculo se coloca un original expositor, que adopta la forma de un marco reforzado en los costados por dos pilares con pequeñas figuras de santos, en cuyo interior un tambor giratorio acciona la rotación de seis paneles en relieve que permiten adaptar el retablo a los ciclos litúrgicos anuales. En estos se representan la Natividad del Señor, que incluye el Anuncio a los Pastores; el Bautismo de Cristo, con Cristo inmerso en el Jordán ocupando el eje central y los lados San Juan Bautista derramando el agua y un ángel sujetando la túnica de Jesús, mientras en el ángulo superior izquierdo de la figura de Dios Padre, con corona imperial y sujetando el orbe, emana un rayo con la figura del Espíritu Santo; en la Resurrección un ángel levanta la tapa del sepulcro del que emerge Cristo triunfante, que aparece acompañado por dos soldados adormilados, mientras al fondo acuden las santas mujeres que encontrarán el sepulcro vacío; original es la Ascensión, donde, en presencia de la Virgen y los apóstoles, Cristo se ha elevado a los cielos, permaneciendo sus huellas visibles en el monte; la escena del Pentecostés está presidida por la figura central de la Virgen, que siguiendo la tradición flamenca, lee un Libro de Horas. En la parte superior el Espíritu Santo envía rayos de fuego sobre los doce apóstoles, distribuidos a los lados en grupos de seis; el sexto relieve representa la Asunción de la Virgen, que aparece con las manos en actitud orante, pisando la luna y entre un gran resplandor, siendo conducida y coronada por tres parejas de ángeles. 

Medallones de la Anunciación y la Epifanía
El espacio superior 

En el segundo cuerpo Gil de Siloé muestra un diseño impactante por su originalidad, prevaleciendo el deseo de exaltación eucarística a través de la abundancia de círculos, especialmente por la gran corona formada por figuras de ángeles que forman tres ruedas en torno a la cruz en que aparece Cristo crucificado a escala monumental, componiendo un símbolo máximo de Redención que tiene su precedente en relieves y miniaturas medievales europeas. Reforzando esta idea, el escultor incluye sobre la cruz la figura de un gran pelícano que pica su pecho para alimentar con su sangre a sus crías, ave que simboliza el sacrificio de Cristo, según es citado por San Agustín en sus Enarraciones sobre los Salmos, dando lugar a una iconografía que se incorpora al Crucificado en tiempos del gótico. 

La Asunción en el torno-expositor

     La rueda angélica tiene sus propios matices. Los ángeles situados en la parte exterior, aludiendo a los tronos, visten túnica o alba y unen sus manos en oración. En la parte central, simbolizando la jerarquía de querubines, visten túnica dorada y cruzan sus manos sobre el pecho. Los ángeles de la rueda interior, considerados como serafines, muestran una estola cruzada sobre el alba al modo que los diáconos y presbíteros usaban en la liturgia de la misa, al tiempo que abren sus manos como ademán propio del oficio eucarístico. 

En la composición destaca por su monumentalidad, carácter emotivo y recursos casi expresionistas, la figura de Cristo crucificado, donde el estilo de Gil de Siloé, que adolece de cierta falta de expresión y rigidez formal, consigue un distanciamiento solemne y emotivo a través de sus valores dramáticos. Aunque el torso aparece tallado de forma elemental, el escultor cuida la ejecución de la cabeza, con una contenida expresión doliente en el rostro, larga melena que cae en forma de afilados filamentos sobre el pecho y una corona de espinas postiza elaborada con sogas y clavos insertados, así como el trazado de brazos y piernas, con un tratamiento sumamente estilizado que caracteriza la obra de este maestro. Las múltiples laceraciones y llagas aplicadas por Diego de la Cruz en la policromía acentúan el dramatismo y la expresividad de la talla. Como elemento narrativo, sobre la cruz aparece la cartela del “Inri” escrita en tres idiomas y de lectura invertida, siguiendo el modelo hebreo. Asimismo, en la base de la cruz se coloca un globo terráqueo que proclama el carácter universal de la Redención. 

Expositor: Anunciación, Bautismo de Cristo, Resurrección, Ascensión, Pentecostés y Asunción de la Virgen

     En la parte inferior, a los lados de la cruz y fuera del plano de la rueda angélica se sitúan las figuras de la Virgen, en su faceta de Dolorosa, y San Juan, que conforman un Calvario que acentúa el sentido redentor del conjunto. Si se realiza un análisis exhaustivo, en estas dos figuras se aprecia la intervención del taller, lo que merma la calidad expresiva de las mismas. Mientras que María vuelve su rostro compungido para no ver a su Hijo, San Juan eleva su mirada a Cristo con gesto de dolor y desamparo. 

Aspecto del cuerpo superior

     Dentro de la rueda angélica y formando una composición triangular con el vértice invertido, se inscribe una representación simbólica de la Trinidad compuesta por las figuras entronizadas de Dios Padre y del Espíritu Santo, que sujetan de forma reverencial la cruz de Cristo. El Padre, identificado por llevar la triple corona, aparece como un anciano —larga melena y largas barbas— en majestad, revestido de rica túnica y manto a modo de emperador, con profusión de oro y siguiendo una tipología realizada con frecuencia en el siglo XV. Atípica por infrecuente es la representación del Espíritu Santo personificado en un joven imberbe coronado al modo imperial, con larga melena y revestido de ropas sacerdotales, con la estola cruzada al pecho como signo de celebración eucarística. 

En los ángulos que establecen los brazos de la cruz, se colocan en círculos tangentes y bajo doseletes calados cuatro medallones con escenas de la Pasión que vienen a complementar el tema central de la Crucifixión. En la parte superior aparecen la Oración del Huerto y la Flagelación, mientras en la parte inferior lo hacen el Camino del Calvario y la Piedad

Cristo crucificado

     Los cuatro relieves acusan la intervención del taller, con una especial preocupación por el sentido narrativo que trazara el gran maestre, aunque alejados de la calidad que este infunde a sus tallas, especialmente apreciable en el relieve de la Flagelación. No obstante, no faltan detalles de calidad en cabezas y figuras, siendo la escena de la Piedad en la que se alcanzan mayores valores expresivos. 

Fuera de la corona angélica, en los vértices del rectángulo que conforma el segundo cuerpo, se hallan otros cuatro grandes medallones con las figuras de los Cuatro Evangelistas. Su iconografía sigue los modelos aparecidos en los manuscritos y en algunas representaciones realizadas desde el siglo XIII, esto es, como escribas sentados en pupitres y afanados en su trabajo, todos ellos acompañados por el correspondiente atributo del tetramorfos, con profusión de elementos narrativos, inclusión de largas filacterías, variedad en los tipos e indumentarias e incluso dotados de ciertos detalles irónicos. Todos ellos presentan una alta calidad de talla que induce a que sean consideradas obras autógrafas de Gil de Siloé.

Detalle de Cristo crucificado

     Su orden de presentación no es casual. En la parte más elevada, a la izquierda, se encuentra San Juan Evangelista, del que eran especialmente devotos Juan II y su hija Isabel la Católica. Como nota original, junto al libro abierto sobre el pupitre aparece un relieve con una representación de la Virgen con el Niño, que al estar rodeada por un resplandor se podría interpretar como una alusión a la visión de la mujer apocalíptica narrada por San Juan en Patmos. El relieve está recorrido por una larga filactería que serpentea entre las figuras del evangelista y del águila que le simboliza, al que con cierta ironía le ofrece sujetar con el pico el tintero mientras escribe.  

En la parte derecha se encuentra San Mateo, caracterizado como un escribano del siglo XV y acompañado por el atributo del ángel, que le sujeta el tintero mientras hace un alto en la escritura para observar la carga de tinta en el cálamo. Sobre el pupitre y el sillón del escritorio discurre una filactería con un texto tomado del propio evangelista: “Cum natus esset Jessus”.

La Virgen y San Juan a los pies de la cruz

     Completan el cuarteto en la parte baja los medallones de San Marcos en la izquierda y San Lucas en la derecha, que con la compañía de un león y un toro respectivamente repiten los mismos esquemas. La presencia destacada de los evangelistas deriva de la importancia de sus textos, ya que los libros revelados constituyen los pilares del cristianismo. 

Junto a los Cuatro Evangelistas y ocupando un espacio triangular junto a la corona angélica, aparecen los Cuatro Padres de la Iglesia, que portan los atributos usuales. En la parte superior se hallan a un lado San Gregorio, revestido de pontifical, con tierra papal, y al otro San Ambrosio, con ropas episcopales y mitra, ambos sujetando un báculo y las maquetas de edificios que simbolizan la Iglesia e identificados en la filacterías que bordean sus cuerpos. Del mismo modo, aparecen en la parte inferior San Jerónimo, vestido de cardenal, escribiendo la Biblia Vulgata, con una iglesia al fondo y acompañado del tradicional león al que, según la leyenda, tras liberarle de una espina en la pata le acompañó en el desierto. En el lado opuesto de halla San Agustín, revestido de obispo, con mitra, sujetando un báculo y ofreciendo la maqueta de un templo con un pequeño campanario. 

Detalle de la Virgen y de la corona angélica

     Con igual simbolismo que este grupo de teólogos, considerados los pilares de la Iglesia, entre los medallones de los Evangelistas y a cada lado de la corona angélica se sitúan las grandes figuras exentas de San Pedro y San Pablo, que leyendo libros portan los habituales atributos de las llaves y la espada. 


En los extremos del gran espacio rectangular, a modo de pequeñas calles situadas junto al guardapolvos, se colocan dos pilares rematados con pináculos que albergan peanas y doseletes bajo los que se colocan ocho esculturas de santos y santas, entre las que se encuentran dos papas no identificados, los diáconos protomártires San Lorenzo y San Esteban, así como las figuras femeninas de Santa Lucía y Santa Bárbara, cuya delicada tipología recuerda al conjunto de santas que Gil de Siloé hiciera para el retablo de Santa Ana de la Capilla del Condestable de la catedral burgalesa.

Representación de la Trinidad

     El mismo tipo de pináculos, con peanas y doseletes, se repite en el ático, que sustentado sobre una cornisa calada a modo de filigrana y decorada con figuras de animales fantásticos y niños entrelazados con tallos y cardinas, presenta cuatro hornacinas con santos. En las dos centrales se encuentran los santos dominicos Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden, nacido en 1170 en la población burgalesa de Caleruega, al que acompaña el atributo de un perro a sus pies; a su lado está San Pedro Mártir, el inquisidor asesinado por los herejes cátaros, que muestra su herida en la cabeza. La presencia de estos santos dominicos se atribuye a la estrecha colaboración de Fray Tomás de Torquemada y Fray Diego de Deza con la reina Isabel la Católica, promotora del retablo. Los santos colocados en los laterales representan profetas, uno de ellos portando una filactería que le identifica como Isaías. 

Trinidad: Detalles de Dios Padre y del Espíritu Santo

     Rellena las superficies del guardapolvo una exuberante decoración vegetal, en oro sobre fondo azul, que con forma de filigrana monumental repite los mismos motivos que presentan las cresterías del ático, con gruesos tallos de los que surgen grandes hojas y frutos con forma de mazorcas, así como estrellas de seis puntas que se repiten por todo el fondo del retablo. Figuras de leones tumbados separan la parte superior del guardapolvo y la inferior, donde los motivos decorativos son más austeros, con arquerías góticas entre las que se intercalan estrellas. 

El retablo de la iglesia conventual de la Cartuja de Miraflores es, por todo lo expuesto, una obra maestra en su diseño y proporcionada estructuración, concebida por su artífice, Gil de Siloé, para producir un fuerte impacto visual capaz de exaltar la significación eucarística acorde con las preferencias de los cartujos. En su composición presenta figuras y escenas de extremada perfección que se sitúan entre lo más destacado del gótico hispano, contribuyendo la colaboración del pintor Diego de la Cruz en la policromía a conseguir un aspecto deslumbrante que todavía sigue impresionando a cuantos lo contemplan. 

Medallones de la Flagelación y la Piedad o Quinta Angustia

     El conjunto fue restaurado entre los años 2006 y 2007 por la Dirección General de Patrimonio y Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León, siendo consolidados los desajustes producidos en su estructura por el paso del tiempo, así como atajados los problemas producidos por los xilófagos y la humedad, junto a la limpieza de una capa de polvo secular. 


Izda: San Juan Evangelista y San Gregorio / Dcha: San Mateo y San Ambrosio

Informe: J. M. Travieso.

 






Izda: San Marcos y San Jerónimo / Dcha: San Lucas y San Agustín








Detalles de San Juan Evangelista y San Lucas








Pelícano como símbolo de Cristo y detalle de las cresterías del ático








El retablo visto desde abajo








Exterior de la Cartuja de Miraflores, Burgos







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