23 de septiembre de 2009

Visita virtual: EL AURIGA DE DELFOS, testimonio inmortal de una victoria





EL AURIGA DE DELFOS
Autor anónimo. Atribuido a Pitágoras de Reggio
Hacia 475 a. C.
Bronce
Museo Arqueológico de Delfos, Grecia
Arte griego. Periodo Severo



     Delfos se levanta en un lugar que era considerado por los antiguos como el centro de la tierra. El himno homérico a Apolo relata como el dios levanta su primer templo en Delfos, después de haber matado en un encarnizado combate al monstruo femenino que sería recordado por los hombres como Pitón, la temible serpiente que custodiaba el santuario de Gaia, madre de los dioses y la primera en dotar de oráculos a este enclave.
Este mítico lugar era venerado, incluso más allá de los límites de Grecia, por príncipes que expresaban su gratitud al santuario de Apolo a través de exvotos y ofrendas preciosas. La historia de Delfos está ligada al santuario, cuyo prestigio se debía al oráculo, uno de los más antiguos de Grecia, donde se practicaba la adivinación mediante la interpretación del vuelo de las aves, de las entrañas de los animales sacrificados y de las llamas de los sacrificios. Delfos era, en definitiva, un enclave fundamental de la cultura griega.




ORIGEN DE LA ESCULTURA

     Los hijos de Dionisio, los prestigiosos tiranos de Siracusa, eran ricos, ambiciosos y muy amantes de las artes. Después de la batalla de Himera (479 a. C.) consagraron a Delfos sus trípodes de oro y enviaron sus carros deseando conseguir las coronas en los grandes juegos panhelénicos. También pagaron a los más grandes poetas, como Píndaro, para celebrar sus victorias. Uno de ellos, Polyzalos, rey de Gela (Sicilia), participó en los Juegos Píticos celebrados en Delfos el año 478 a. C., consiguiendo una corona en la carrera de carros. Como agradecimiento, en su nombre y en el de sus hermanos, Hierón y Golón, envió al santuario de Apolo Pítico un exvoto espléndido: una cuadriga de bronce conducida por el auriga vencedor, que según los restos encontrados estaba acompañado por dos figuras, posiblemente la del tirano y un ayudante, todo ello de tamaño natural.


     La cuádriga votiva pasó a formar parte de las numerosas obras maestras acumuladas en el santuario délfico, en el que se tiene constancia que, tiempo después, los atenienses dedicaron con parte del botín de la victoria de Maratón, un espléndido exvoto formado por trece estatuas de bronce realizadas por Fidias. También hicieron consagraciones los Lacedemonios y los Arcadianos, llegando a reunir más de cien estatuas de dioses y héroes este santuario, al que amigos y adversarios acudían para convivir bajo la protección de Apolo y su luz, que en aquella época iluminaba y protegía Grecia.



     Durante un seísmo producido en 373 a. C. se desprendieron las rocas de lo alto de la montaña, asolando el templo y gran número de edificios y de ofrendas. Una de las piezas afectadas fue el grupo escultórico de la cuádriga entregada por Polyzalos. A pesar de esta desgracia, podría decirse que hubo suerte, ya que el auriga quedó prácticamente intacto. Durante los trabajos de allanamiento del terreno para reconstruir el mítico templo, los habitantes de Delfos enterraron las partes de la deteriorada escultura bajo los escombros y allí permaneció durante siglos hasta que fue descubierta en las excavaciones del santuario de Apolo realizadas por Homolle en 1896. De este modo nos ha llegado la escultura del maravilloso Auriga, una de las glorias del Museo de Delfos y del arte griego en general.


LA FIGURA DEL AURIGA

     De aquel formidable conjunto se han encontrado varias patas de caballo, algunos arreos, un brazo de un ayudante y la figura casi completa del Auriga. Este es un hombre joven, de tamaño natural (1,82 m.), fundido en piezas posteriormente soldadas, al que le falta el brazo izquierdo. Aparece de pie, con los pies desnudos apoyados sobre el suelo del carro y sujetando en las manos unas riendas flojas. Viste un chitón talar, una larga túnica de auriga, con caída muy vertical a partir de la cintura y con menudos pliegues naturalistas a la altura del torso, producidos tanto por las costuras de las mangas como por estar estrechamente ceñida bajo las axilas por el analabos, cinta que se cruza en la espalda y que tiene como fin impedir la agitación producida por el viento en los remolinos de la carrera.

     Su talla esbelta, sus bellas proporciones, la disposición de los pliegues de la indumentaria, el sólido aplomo sobre los pies descalzos, el gesto de la mano sujetando las riendas, los pequeños movimientos que animan su frontalidad, casi imperceptibles, y la expresión del rostro del vencedor con una intensa vida interior, son un conjunto de detalles que proporcionan a la figura del Auriga una gran monumentalidad y le hacen aparecer como un ser viviente.


     Esto queda patente especialmente en la cabeza, admirable por la riqueza cromática y el fino modelado tanto del rostro como del cráneo, por sus cabellos y patillas minuciosamente cincelados, sus labios carnosos y con restos de coloración de cobre, sus mejillas marcadas y por la banda de la victoria que ciñe en la cabeza a modo de diadema, recorrida por una greca con aplicaciones de plata y un detallado lazo en la nuca. Especialmente expresivos son los luminosos ojos, de mirada vivaz conseguida con incrustaciones de ébano y marfil, dirigidos al frente y ligeramente fatigados por el ardor de la carrera, cuya expresividad es reforzada por el sutil detalle de unas minúsculas pestañas.


     La mano está representada con gran realismo, controlando las bridas que iban sujetas al cinturón para poder maniobrar en las curvas. Se supone que en la mano que falta portaría el cuchillo que solían llevar los aurigas para cortar las bridas en caso de peligro. En su conjunto, aparece mucho más trabajada la parte superior, cabeza y torso, que la inferior, limitada a la caída vertical del chitón, debido a que esta parte quedaría oculta por el carro.


     La autoridad y el encanto mágico que emanan de toda gran obra de arte son evidentes en esta obra maestra, que con gracia y con un ritmo a la vez alegre y austero hace revivir al espectador el momento del triunfo del auriga vencedor, cuando recibe, con una fiereza contenida, el reconocimiento y el homenaje delirante de la muchedumbre, tan apreciado como la propia corona de la victoria. A ello se refiere Sófocles en Electra, donde relata que al vencedor se le concedía la corona triunfal, recibía una bolsa con dinero y se le aclamaba nombrando a sus padres y ciudad de nacimiento mientras sonaban las tubas.


CAMBIO DE ESTILO EN EL ARTE GRIEGO
     La trascendencia de esta obra radica en ser una de las pocas esculturas originales fundidas en bronce que se conservan del arte griego, en este caso circunscrita al denominado periodo severo, época de transición entre el estilo arcaico y el estilo clasicista que se desarrolló desde finales del siglo VI a. C. hasta principios del siglo V a. C., época en que se produjeron las guerras médicas y en la que trabajaron los geniales escultores Mirón y Policleto, este último autor del canon de proporciones anatómicas.

     El Auriga de Delfos supone la evolución artística hacia el clasicismo desde el periodo arcaico, cuando eran dominantes las figuras de kuroi, caracterizados por su desnudez, hieratismo, frontalidad y el esbozo de una sonrisa. Todo ello desaparece en el Auriga, que aunque mantiene una actitud impasible y aún no utiliza el contrapposto, incorpora matices tridimensionales que aumentan su naturalismo, como la posición de los pies y el volumen de los pliegues de la indumentaria, siendo uno de los primeros ejemplos de escultura vestida. Asimismo, desaparece la característica sonrisa arcaica para dar paso a una expresión grave y serena que preludia la armonía idealizada de la belleza clásica.
     Por otra parte, la cuádriga conmemorativa en agradecimiento al dios Apolo pone de manifiesto la calidad alcanzada por los broncistas griegos y su habilidad para soldar las distintas piezas, siendo contemporánea en el tiempo al célebre Poseidón del cabo Artemisión que se conserva en el Museo Nacional de Atenas.

Informe y tratamiento de fotografías: J. M. Travieso.

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