6 de octubre de 2009

Visita virtual: EL DONCEL DE SIGÜENZA, triunfo del caballero humanista sobre la muerte





SEPULCRO DE DON MARTÍN VÁZQUEZ DE ARCE
Autor anónimo. Atribuido a Sebastián de Almonacid
Hacia 1492
Alabastro
Catedral de Sigüenza (Guadalajara)
Arte Gótico. Periodo Isabelino


     Quienes recorriendo la Fortis Seguntina, cultismo por el que se conoce a la catedral de Sigüenza, se acercan al extremo meridional del transepto, se encuentran con una bella portada renacentista que da acceso a la capilla de San Juan y Santa Catalina, un recinto funerario repleto de sepulcros pertenecientes a la noble familia de los Vázquez de Arce. En el centro se levanta exento el enterramiento de don Fernando de Arce y su esposa Catalina de Sosa, un túmulo sobre el que reposan las figuras yacentes y en torno al cual se disponen numerosos enterramientos murales. Enseguida llama la atención el correspondiente a su hijo don Martín, situado bajo un arcosolio del muro izquierdo, tanto por el peculiar tipo de representación como por el rico colorido de su ornamentación. Se trata del célebre sepulcro del llamado Doncel de Sigüenza, uno de los conjuntos escultóricos más inspirados que ha producido el arte en Castilla, obra maestra de la escultura funeraria hispana.



DON MARTÍN VÁZQUEZ DE ARCE (1461-1486)

     Se desconoce en qué población castellana nació Martín Vázquez de Arce en 1461, hijo de Fernando de Arce, comendador de Montijo, y Catalina de Sosa, residentes en Alcalá de Henares, y nieto de Martín Vázquez de Sosa y Sancha Vázquez. Desde muy niño ejerció de paje al servicio de los Mendoza en Guadalajara, ciudad donde trabajaba su padre como secretario personal de don Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado. Allí recibió una sólida formación en artes, letras y manejo de armas, forjando un espíritu humanista que compartía con su oficio militar.

     Su completa preparación y su linaje de origen le permitieron disfrutar de los privilegios propios de la nobleza, conociéndose de su vida personal la relación con una dama desconocida con la que tuvo una hija ilegítima: Ana. Como militar participó con las tropas castellanas en diversas campañas que los Reyes Católicos organizaron en la vega de Granada contra el último reducto nazarí. Pero en una de ellas, cuando acompañado de su padre fue a combatir a las órdenes del duque del Infantado para socorrer al obispo de Jaén, quiso el destino jugarle una mala pasada cuando tan sólo tenía 25 años de edad, ya que durante la tarde del 21 de junio de 1486 un grupo de caballeros, entre los que se encontraba Martín, sufrió una emboscada en el Huerto del Rey, junto a las fangosas tierras de la Alcobra o Acequia Gorda de la vega granadina, recibiendo una lanzada mortal en el campo de batalla.
El cuerpo fue recogido por su padre y llevado años después a Sigüenza, donde la familia había adquirido una espaciosa capilla para ser convertida en panteón familiar, que antes había utilizado la familia de La Cerda. Con gran dolor don Fernando de Arce vio como el primer sepulcro de la familia que allí se ocupaba era el de su hijo Martín, después de ser financiada la capilla y encargada la obra por otro de sus hijos, Fernando Vázquez de Arce, por entonces prior de Osma, consejero y capellán de Fernando el Católico y posterior obispo de Canarias, según consta en el epígrafe del friso de la portada de la capilla, que consiguió legar para la posteridad el carácter heroico de su hermano don Martín y las circunstancias de su muerte.


EL NOVEDOSO SEPULCRO
     Como no se ha encontrado documentación que acredite la autoría del sepulcro, se considera bastante verosímil la hipótesis publicada por José María de Azcárate de que fuera encargado por el hermano de don Martín en 1492, tras la conquista de Granada, al escultor Sebastián de Almonacid, discípulo de Egas Cueman en la Escuela de Toledo y con taller en Guadalajara, que junto a Juan Guas y Alonso de Covarrubias fue uno de los renovadores de la escultura gótica a finales del siglo XV en la zona central de Castilla, hoy Castilla-La Mancha, iniciando la transición al Renacimiento.

     El mausoleo consta de tres partes bien diferenciadas: la embocadura del arco, con molduras rematadas por cresterías y figuras de santos en el intradós, el sepulcro, compuesto por la urna con el frente decorado y la figura recostada del difunto y un fondo ornamental, en el que aparece una lápida conmemorativa de gran tamaño, un tapiz pintado y una pintura religiosa con dos escenas ocupando el tímpano.

     El marco arquitectónico se limita a columnillas adosadas que soportan un arco de medio punto coronado al exterior por cresterías flamígeras con trabajos calados de formas vegetales, contrastando su austeridad con la riqueza decorativa del sepulcro, que sobre el frontal de la urna presenta en el centro dos personajes, a modo de pajes, que vistiendo sayos de moda borgoñona sujetan el emblema familiar, y dos paneles a cada lado con roleos en relieve, todo ello siguiendo la estética tardogótica imperante durante el reinado de los Reyes Católicos. El frontal se remata con una nacela, que forma el borde de la cama sepulcral, recorrida por la siguiente inscripción en caracteres góticos: De Martin Vasq(ue)s de Arse, comendador de Santiago, el qual fue muerto por los moros enemygos de nuestra santa fe catolica peleando con / ellos en la Vega de Granada miercoles [21 dias del mes de iunio] anio del nacimiento de nuestro salvador Ih(e)su Chr(ist)o de mill e CCCC e LXXXVI anos. Fue muerto en edat XXV, mensaje epigráfico que trasciende la simple transcripción del escrito para convertirse en todo un testimonio perdurable de las circunstancias históricas en que se produjo la muerte del personaje.


     La efigie de don Martín Vázquez de Arce es completamente atípica, ya que no hace referencia a la muerte del guerrero, sino a una serena vitalidad. Su inexistente referencia al dolor sugiere que, tras el momento de reposo en que se encuentra, el caballero proseguirá como militar sus gestas heroicas. El escultor ha aprovechado las posibilidades del alabastro para expresar con gran naturalismo cada componente de la figura, mostrando un hombre joven, de ahí el apelativo popular de “doncel”, que aparece vestido de guerrero, con una armadura metálica que le cubre brazos y piernas, una fina cota de malla ciñendo el torso, un puñal enfundado en el cinto y una esclavina en la que destaca la cruz de la Orden de Santiago sobre el pecho, lo que le identifica como caballero.

     Pero lo más original es que no muestra al personaje yacente u orante de rodillas, siguiendo los modelos que implantaran en su época el italiano Domenico Fancelli y el flamenco-burgalés Gil de Siloé, sino recostado y en actitud de leer un libro abierto que sujeta entre las manos, hecho que supone una innovación iconográfica, ya que hasta entonces los libros sólo se habían utilizado con personajes eclesiásticos. Este hecho puede entenderse como consecuencia de la difusión de la imprenta, presente en España desde 1472. Por otra parte, el joven aparece descansando plácidamente con las piernas cruzadas, el torso ligeramente erguido y con su brazo derecho apoyado sobre un haz de ramas de laurel, en alusión a su gesta heroica. Presenta facciones idealizadas en el rostro convertidas en un gesto de melancolía, con la mirada hacia abajo haciendo que las pupilas incisas se claven en las páginas del libro. Luce una larga cabellera que le llega a los hombros, minuciosamente descrita con mechones que contrastan con la tersura del bonete que le cubre, y un flequillo recortado algo más arriba de las cejas.

     El naturalismo del rostro y las manos y la sutileza de las texturas son realzadas por el sorprendente acabado cerúleo del alabastro bruñido, que contribuye a dotar a la figura de pálpito interior, trasladando al espectador una invitación a la meditación y al reposo y convirtiendo el monumento funerario en una exaltación de las armas y las letras, en definitiva, en el prototipo humanista de su tiempo que consideraba necesario el uso de las armas para defender la fe y la práctica de la lectura para alcanzar la sabiduría.

     Poniendo el contrapunto a esta imagen vitalista, a los pies aparecen dos imágenes más convencionales en el arte funerario. Son la figura de un niño vestido como un paje que muestra su pena mientras custodia la celada metálica y un león postrado, símbolo de fiereza y valor.


     El conjunto se completa con la decoración colorista del frontal del fondo y los muros laterales. Detrás de la figura del Doncel aparece una decoración pintada al fresco que simula un tapiz con medallones vegetales sobre un fondo rojo a modo de brocados. Sobre él destaca una gran lápida de alabastro con una larga inscripción en caracteres góticos incisos: “Aquí yace Martín Vásques de Arze, / cavallero de la Orden de Sanctiago, / que mataron los moros socorriendo / el muy ilustre señor duque del / Infantadgo su señor a cierta gente / de Jahén, a la Acequia Gorda, / en la vega de Granada. / cobró en la hora su cuerpo / Fernando de Arze, su padre, / y sepultólo en esta su capilla, / año MCCCCLXXXVI. en este año / se tomaron la ciudad de Loxa, / las villas de Illora, Moclín y Montefrío, / por cercos en que padre e hijo / se allaron”. Este tipo de inscripciones forman una parte esencial en los monumentos funerarios medievales, no sólo por la identificación exacta del difunto y su linaje, sino porque contribuyen al mensaje simbólico del conjunto monumental, como ocurría en la antigua Roma, la cultura epigráfica por excelencia. En este caso es evidente el deseo de la familia de magnificar su contribución a la lucha por recuperar los territorios granadinos, concebida en aquel tiempo como una cruzada contra el infiel, y sobrevivir a la muerte a través del recuerdo de sus gestas.

     Paralelamente a esta propaganda política aparece una forzosa imagen doctrinal, en este caso representada por dos escenas de la Pasión que ocupan el tímpano del arco, atribuidas al pintor Antonio de Contreras, una con Jesús ante Caifás y otra con los Preparativos para la Crucifixión, temas que aluden a la defensa de la fe y la muerte como vías para conseguir la gloria de la resurrección, como lo hiciera don Martín Vázquez de Arce en Granada por defender la fe de Cristo. Como intercesores aparecen colocados en los muros laterales dos imágenes que representan a los apóstoles Santiago y San Andrés.

     En la capilla catedralicia se enterraron años después numerosos miembros de los Arce, como los padres, hermanos, abuelos, tíos y sobrinos de don Martín, convirtiéndose en un auténtico panteón familiar cuyo recinto fue cerrado con una magnífica reja elaborada por Juan Francés. Pero entre todos destaca la célebre figura del Doncel, joya de la estatuaria fúnebre de todos los tiempos convertida en símbolo de la ciudad de Sigüenza.

Informe: J. M. Travieso.

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