13 de julio de 2010

Visita virtual: EL CÁLIZ DE DOÑA URRACA, piadosa donación de la reina de Zamora



CÁLIZ Y PATENA DE DOÑA URRACA
Autor desconocido
Hacia 1063
Ágata, oro y piedras preciosas
Real Basílica de San Isidoro, León
Arte Románico. Orfebrería o Artes Suntuarias

     El monasterio de San Isidoro de León fue fundado por el rey Fernando I (1010-1065) sobre el emplazamiento de otro anterior erigido en honor a las reliquias de san Juan Bautista y reformado después para venerar parte de los restos de san Pelayo, mártir cordobés en tiempos de Abd al-Rahman III, el primer califa de Al-Andalus. La fundación formaba parte del complejo palatino y tomó la advocación del santo sevillano después de ser conseguidas sus reliquias en 1063.

     A los pies de aquella iglesia, hoy convertida en Real Basílica de San Isidoro de León, se levantó un pórtico formado por dos tramos de tres naves, que recibió sucesivamente los nombres de Capilla de los Reyes y Capilla de Santa Catalina, espacio que se convertiría en el célebre Panteón Real, una vieja aspiración de Alfonso V el Noble, cuyas bóvedas fueron ornamentadas hacia 1100 con un impresionante ciclo de frescos románicos (ilustración 5).

     Justamente encima del pórtico y siguiendo su mismo trazado se levantó la Tribuna Real, una especie de coro alto cubierto por bóveda de cañón, cuyo uso estaba restringido a la realeza y desde el cual los monarcas podían seguir los oficios religiosos celebrados en el templo, motivo por el que desde antiguo esta dependencia fue conocida como la Cámara de doña Sancha. En la actualidad este espacio, tras una serie de modificaciones, está convertido en un espacio museístico en el que se muestra el llamado Tesoro de León, una rica colección de artes suntuarias de diferentes épocas, especialmente de orfebrería, que han sobrevivido a la rapiña y al expolio, especialmente duro durante la ocupación francesa de 1808.

     Entre las piezas más destacadas allí expuestas se encuentran la "Arqueta de los marfiles", elaborada a mediados del XI en el renombrado taller de San Isidoro para contener las reliquias de san Juan Bautista y san Pelayo; el "Portapaz de marfil" del siglo XI, con la figura de Cristo en el interior de una mandorla; el "Arca de las reliquias de san Isidoro", decorada a partir de 1063 con placas repujadas en plata con escenas del Génesis y telas árabes en su interior; la "Arqueta de los esmaltes", una manufactura de Limoges del siglo XII, con forma arquitectónica y profusión de esmaltes de tipo cloisonné y figuras repujadas; el "Marfil escandinavo" del siglo X; el "Pendón de Baeza" bordado hacia 1147 y un largo etcétera de marfiles, obras textiles, piezas de orfebrería, códices miniados y obras de pintura y escultura medieval, todas ellas de calidad sobresaliente.

     Hoy hemos elegido entre el variado muestrario leonés una pieza realmente excepcional, tanto por lo infrecuente que es poder encontrar una pieza de orfebrería románica de tales características, como por la riqueza que la adorna y la historia que la respalda. Se trata del "Cáliz de doña Urraca", un vaso sagrado elaborado por desconocidos orífices, en el que se repite el reciclado de piezas antiguas de ágata del mismo modo que en el "Santo Cáliz" de Valencia, al que aventaja en el tiempo.


EL CÁLIZ DE DOÑA URRACA

     El cáliz fue recompuesto a partir de dos piezas de ónice, una variedad mineral de ágata, que con forma de vaso y peana fueron elaborados en la parte oriental del imperio romano en época anterior al nacimiento de Cristo, presentando ambas piezas algunos desportillados producidos antes de su reaprovechamiento medieval. Este ocurrió sobre el año 1063 a petición de doña Urraca (1033-1101), hija primogénita de Fernando I, el rey que unió por primera vez las coronas de Castilla y de León, y doña Sancha de León. Tras la muerte de su padre doña Urraca llegaría a ser reina de Zamora, siendo enterrada, al igual que sus padres y dos de sus hermanos, en el Panteón Real de San Isidoro de León.

     El montaje de esta pieza, única en su género, presenta estructuralmente tres partes. Una superior que deja al descubierto en el interior el cuenco de ónice y en el exterior buena parte del mismo, con una remate de oro en forma de aro dividido en tres franjas: una lisa en la parte superior para permitir acercar los labios y beber en el rito litúrgico, otra intermedia de mayor anchura, reservada para una decoración a base de quince cabujones de piedras preciosas como una esmeralda, una amatista y zafiros, junto a dos perlas y un camafeo romano de pasta vítrea con un rostro humano frontal, todo engastado en el oro, y resaltes con formas acaracoladas y cintas, finalmente una inferior con la lámina de oro repujada con formas en serie de hojas y pequeños arquillos. El cuerpo superior queda unido al nudo por cuatro abrazaderas de oro que se ajustan a la curvatura del vaso y dejan visible entre ellas los juegos de vetas minerales características del ónice.

     El nudo constituye la parte intermedia y está distribuido en dos partes rematadas por cordoncillos, una de tipo esférico recorrida por una banda central en la que se repite la decoración de grandes piedras y perlas engastadas, hasta un total de quince, aquí alternadas con formas romboidales con esmaltes en verde y acompañadas de caracoles y cintas con trazos vegetales, y otra inferior que se ajusta a la base y que está recorrida por una inscripción votiva que declara la identidad del donante: IN NOMINE DNI. VRRACA FREDINANDI.

     El pie o parte inferior deja visible el soporte de ónice, que está recorrido en la base por un aro formado por pequeñas arquerías de tipo otoniano rematadas por una crestería en forma de filigrana y sujeto al nudo con remaches en forma de flores que enlazan cuatro bridas de oro con simulación de perlas, cuya disposición se corresponde con las que aparecen en la parte superior.

     Se desconoce con qué motivo hizo doña Urraca esta donación al monasterio de San Isidoro, promoviendo un inusual trabajo de orfebrería que transformó una apreciada pieza arqueológica de origen pagano en un suntuoso objeto de culto cristiano, en la misma línea en que la mitología cristiana forjaría la leyenda del Santo Grial, en este caso alcanzando 18,5 cm. de altura y 12 cm. de anchura, suponiéndose que fue donado a la iglesia con motivo de su consagración en 1063.

     Lo que sí se conoce es que esta pieza estaba acompañada de una patena de oro de similares características que fue robada en 1112, durante los enfrentamientos entre Alfonso I de Aragón y un sector nobiliario que logró la anulación de su matrimonio con doña Urraca, sobrina de la reina donante. Poco después la pieza fue sustituida por otra de plata dorada que reprodujo el mismo modelo: una bandeja circular de 17,5 cm. de diámetro con un disco central de ágata, rodeado por dos aros a diferentes niveles,  decorados con cabujones de distintas piedras preciosas dispuestas en forma radial, entre ellas dos cornalinas romanas con figuras de diosas, amatistas, esmeraldas y calcedonias (ilustración 4).


     Como era previsible, en torno a estos atractivos objetos litúrgicos se forjaron distintas leyendas de misterio, como la que afirma que las piezas que dieron lugar al montaje del cáliz fueron utilizadas en su tiempo por san Isidoro de Sevilla, motivo que explica el que se utilizaran piezas desportilladas de forma reverencial. Al margen de todas las sugestivas leyendas, en la línea solemne de Parsifal, el primer estudioso que destacó el valor de estas piezas y profundizó en su estudio fue el arqueólogo español Manuel Gómez-Moreno.

Informe y tratamiento de las fotografías: J. M. Travieso.
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