A todos los residentes o nacidos en Valladolid el nombre de José Zorrilla les evoca una serie de referencias urbanas inevitablemente presentes en sus vidas: una céntrica plaza presidida por una monumental figura en bronce, una avenida con vocación cosmopolita, un romántico teatro en plena Plaza Mayor, un renovado estadio de fútbol y un instituto de enseñanza, todos ellos dedicados a un poeta romántico, nacido en Valladolid, que fue reconocido como gloria universal de la poesía romántica en castellano (ilustración 1). Lo que los vallisoletanos ya no conocen tan a fondo, sobre todo en estos tiempos marcados por el euro y el dólar, es la obra escrita del poeta. Acaso algún eco del Tenorio y poco más. Esta indiferencia literaria, hoy extendida y generalizada, es la causa de las escasas visitas que recibe su casa natal, afortunadamente conservada contra viento y marea mientras todo el entorno, absolutamente todo, sucumbió a la ferocidad de la piqueta especuladora (ilustración 2).
Después de la colocación en la fachada de una placa conmemorativa en 1895, de la compra de la casa por el Ayuntamiento en 1917 con motivo del centenario del nacimiento del poeta, con escritura validada el 20 de agosto de 1918, durante una serie de años, grises y anodinos culturalmente, la presencia de la Casa de Zorrilla apenas suponía un referente reservado a ciertas élites literarias que nunca han faltado en Valladolid, a pesar de que en 1920 el poeta vallisoletano Narciso Alonso Cortés donara a la casa un importante fondo bibliográfico especializado en la obra de Zorrilla y que en 1969, tres años antes de morir, legara a la ciudad su biblioteca personal completa, recibiendo la casa una valiosa colección de monografías y revistas.
Un hecho trascendental fue la declaración del inmueble en 1965 como bien de interés histórico-artístico, lo que permitió su apertura como museo en 1970, un museo con aires de nostalgia que era escasamente visitado hasta conocer una ligera revitalización a partir de su integración en la Fundación Municipal de Cultura en 1982.
Sería a partir de 2006, después de una importante remodelación llevada a cabo por el Ayuntamiento en la que se integró como espacio útil el romántico jardín (ilustración 3), cuando la Casa de Zorrilla, completamente saneada, aparte de su función museística se ha convertido en un atractivo escenario de actividades culturales, lo que ha permitido redescubrir a muchos vallisoletanos el encanto del ambiente decimonónico en que vivió el poeta. También en tiempos recientes se ha incrementado el patrimonio expuesto con la cesión de nuevas obras de arte, entre ellas las pinturas "Tradición", de Gabriel Osmundo Gómez, y "Margarita la Tornera", de Anselmo Miguel Nieto, ambas relacionadas con célebres obras de Zorrilla.
Pero ha tenido que ser la televisión y su enorme repercusión mediática, la que ha puesto a la Casa de Zorrilla en el punto de mira del interés general por un caso extravagante: la presencia de un fantasma. De modo que no sería de extrañar que con el tiempo los visitantes estuvieran más interesados en comprobar la presencia del fantasma de su abuela que en apreciar el propio legado del poeta, sus recuerdos personales o la interesante colección artística. Todo es aceptable si ello contribuye a resguardar la memoria de tan insigne escritor.
Toda la nebulosa fantástica reflejada en la obra de Zorrilla tiene su origen en su más tierna infancia en Valladolid, cuando su peculiar sensibilidad poética y romántica fue asimilando viejas historias que después recreó a su manera. De ello dejó testimonios personales que, envueltos en un aura de misterio, comienzan en el mismo momento de su nacimiento.
Una leyenda de origen incierto cuenta que un pájaro de gran tamaño y con plumas de llamativos colores, puestos a imaginar pensamos en un faisán o un quetzal, se posó el 21 de febrero de 1817 en las tapias colindantes a la única casa levantada en la calle de la Ceniza (hoy calle Fray Luis de Granada), en el ámbito conocido desde antaño como "Barrio del Palacio" (ilustración 3). La extraña aparición en aquella fría mañana, que se interpretó como un signo de buen augurio, vino a coincidir con el alumbramiento en la casa de un niño sietemesino por parte de doña Nicomedes Moral Revenga. Era esta una mujer muy piadosa, originaria de la población burgalesa de Quintanilla Somuñó, que estaba casada con don José Zorrilla Caballero, un relator de la Real Chancillería procedente de Torquemada (Palencia), de ideología conservadora y absolutista, que mostró su decidido apoyo al pretendiente carlista al trono español con el nombre de Carlos V, habitando el matrimonio una casa alquilada al Marqués de Revilla, cuyo palacio era colindante a la vivienda.
Cumpliendo con la tradición, el niño fue bautizado el 1 de marzo de 1817, como José Maximiano Zorrilla Moral, en la iglesia de San Martín (ilustración 4), parroquia a la que pertenecía el inmueble y a la que después acudiría junto a su madre, desde sus primeros años, para asistir a la misa diaria. Al desarrollo de su espíritu fantasioso y su afición por el teatro contribuyeron sin duda las impactantes imágenes conocidas por el niño en la iglesia, así como las historias piadosas que atentamente escuchaba de su madre y su tío Zoilo, un sacerdote hermano de madre que pasaba largas temporadas en la casa. Y hemos de imaginar al niño preguntando y deslizando su mirada curiosa por las figuras de aquellos retablos, poblados de seres fantásticos que a modo de pequeños teatrillos eran animados por su fantasía. Hasta el punto que dieron lugar a su primera fabulación, una experiencia narrada por el poeta como un recuerdo impactante que iba a condicionar los componentes esenciales de su obra futura, bien definidos cuando de puño y letra subtituló Don Juan Tenorio como "drama religioso y fantástico".
VISIÓN DEL DIABLO A CABALLO
Por vez primera, componentes religiosos y fantásticos fueron fusionados por el pequeño José una mañana de invierno en que la ciudad quedaba desdibujada por los efectos de una espesa niebla. Asomado el niño al balcón de la sala principal (ilustración 5), comenzó a escuchar en la calle el sonido de los cascos de un caballo al trote. Curioso por contemplar al caballero entre la bruma se aferró a los barrotes y esperó. Al momento tenía al jinete frente a él, pudiendo comprobar nada menos que el enorme caballo blanco no era otro que el que montaba San Martín en el relieve que remata el retablo de la iglesia con la escena en que el santo de Tours comparte su capa con un pobre. Pero más impactante fue identificar el rostro de aquel personaje que le sonreía: era el del diablo que tantas veces había visto pisoteado a los pies de San Miguel. Asombrado, no asustado, corrió por la casa relatando su visión a su ama Bibiana, a Dorotea la sirviente y a toda la familia. La peculiar experiencia fue el punto de partida para la construcción de su futura dramaturgia, siempre poblada de elementos fantásticos con participación sobrenatural.
EL ENCUENTRO CON SU ABUELA NICOLASA
Cuando Zorrilla se refiere a La leyenda del Campo Grande, recogida en sus Obras Completas, afirma que en su infancia había escuchado repetidamente la historia a un fraile carmelita amigo de su padre. De ello se deduce que siendo niño disfrutaba con los relatos en aquellas tertulias caseras, donde repetidamente se contaban historias de milagros y aparecidos, asimilando las narraciones hasta forjar su propio imaginario, un universo en que con una concepción romántica reconstruía su propia realidad, a caballo entre lo real y la fantasía, como se desprende del relato en que anima a un Cristo de bronce de la iglesia de la Antigua que nunca existió, como él mismo reconocería.
Pero en esta recreación fabulada de su infancia llama la atención una experiencia que no deja de ser curiosa por inexplicable, algo que el propio Zorrilla reconocería como una alucinación. La casa de Valladolid está distribuida en dos pisos con las salas principales en la planta noble. A ella se accede a través de una escalera que conduce a un distribuidor al que se abren la cocina, el salón principal (ilustración 7) y un gabinete, pero también, al fondo de un largo pasillo, una sala propia para invitados amueblada con una cama, un sillón y un arcón, una sala que habitualmente permanecía cerrada por su escasa ocupación. El uso restringido de aquella dependencia convertía el espacio del pasillo en lugar favorito para los juegos del niño (ilustración 6).
Una tarde, a la hora de la siesta, cuando la casa permanecía sumida en el más profundo silencio, el niño observó la puerta de la alcoba entreabierta. Su curiosidad le hizo penetrar y allí encontró a una mujer de edad sentada junto a la ventana, entre una penumbra con luminosidad suficiente para comprobar de no se trataba ni de su madre ni de las sirvientes, por lo que se quedó parado junto a la puerta. Relata Zorrilla que la anciana esbozó una sonrisa y con la mano le hizo un gesto para que se acercara. Después, mientras le acariciaba la melena rizada la anciana le manifestó ser su abuela Nicolasa y tomándole las manos le pidió que le tuviera cariño. Al rato el niño se dirigió al comedor para contar a su madre que había visto a la abuelita, que salió con el niño al distribuidor con la idea de que la madre de doña Nicomedes hubiera llegado de Burgos. Al no encontrar a nadie, su madre le preguntó dónde se encontraba y el niño señaló la alcoba, pero al penetrar comprobaron que se encontraba vacía. Informado el padre de que el pequeño José decía haber visto a la abuela paterna Nicolasa, con gesto severo decidió cerrar la habitación con llave y dio instrucciones para que así permaneciera, preocupado por las extravagancias de su hijo, ya que su madre Nicolasa había muerto antes de que este naciera.
Cuando en 1832 Francisco Cea Bermúdez formó el gobierno liberal a instancias de María Cristina, para neutralizar a los sectores absolutistas, la significación política de su padre hizo que fuese desterrado a Lerma (Burgos), pasando después a Madrid como superintendente de policía. Por entonces el joven José Zorrilla realizó estudios en el Seminario de Nobles de la capital de España.
Un día que regresó a la casa paterna, estando con su padre revisando algunos recuerdos familiares, enseguida reconoció el retrato de su abuela Nicolasa, cuyo moño, encajes y falda recordaba perfectamente incluso en color. Extrañado el padre por aquella reacción, le preguntó cómo podía haber reconocido a una persona a la que jamás había visto, recordando el joven José a su padre la visión que tuvo en la casa de Valladolid, asegurando tener todavía aquella imagen grabada en su memoria. Zorrilla guardaría este recuerdo durante toda su vida y de alguna manera lo reflejó en sus escritos románticos en los que difuntos e imágenes religiosas cobran vida.
EL CAMINO HACIA EL ÉXITO
Zorrilla después estudiaría en la Universidad de Toledo y leyes en la Universidad de Valladolid, una vieja aspiración de su padre, pero en 1837 marchó a Madrid decidido a buscar el triunfo literario, donde obtuvo su primer éxito al declamar en verso su elegía durante el entierro de Mariano José de Larra. A partir de entonces colaboró en periódicos y comenzó su producción dramática, obteniendo un notable éxito con "Don Juan Tenorio".
En 1839 contrajo matrimonio con Matilde O'Reilly, una irlandesa mayor que él con la que tuvo un hijo que murió prematuramente, junto a la que fue infeliz y a la que abandonó en 1845 marchándose a París. Allí se relacionó con Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand. Regresó a Madrid cuando en 1846 murió su madre. Después de sucesivas estancias en 1851 en París y en 1853 en Londres, disfrutando de pleno éxito literario, en 1855 se trasladó a México, donde entabló una gran amistad con el emperador Maximiliano I y fue nombrado director del desaparecido Teatro Nacional. A la muerte de su esposa en 1866 regresó a España, donde se enteró del fusilamiento de Maximiliano I, momento en que su fe religiosa sufrió un duro golpe que quedaría reflejado en su obra "El drama de un alma".
En 1869 contrajo segundo matrimonio con Juana Pacheco, treinta y dos años más joven que él, aunque en esos años, a pesar de sus reiteradas distinciones como figura de las letras, sufrió angustiosas estrecheces económicas. Miembro de la Real Academia Española, en 1884 fue nombrado "Cronista Oficial de Valladolid", asistiendo personalmente el 31 de octubre de aquel año a la inauguración del teatro dedicado a su persona, que se estrenó con la representación de su drama "Traidor, inconfeso y mártir".
En 1889, cuando contaba 72 años, fue coronado como "Poeta Nacional" en Granada, viviendo la última gran satisfacción de su vida en la ciudad andaluza que tanto amó. Murió en Madrid el 23 de enero de 1893 y tres años más tarde sus restos fueron trasladados a Valladolid, donde inauguró el Panteón de Vallisoletanos Ilustres. El escultor riosecano Aurelio Carretero realizó la mascarilla mortuoria que actualmente se guarda en la Casa de Zorrilla (ilustración 8) y que utilizó como modelo para la fundición en 1900, a petición del Consistorio, de la monumental efigie en bronce que desde entonces ocupa uno de los espacios más emblemáticos de Valladolid.
En su casa natal se guardan numerosos objetos personales, distinciones, retratos, fotografías, instrumentos y mobiliario de su propiedad, junto a obras artísticas relacionadas con su obra, allí depositadas posteriormente con la intención de recrear el ambiente literario del poeta decimonónico que dejó tan importante legado a la ciudad.
Pero como ya hemos dicho, muchos encuentran el mayor atractivo en la historia del fantasma de Nicolasa, cuya presencia es confirmada por los trabajadores de la casa-museo, que ya consideran a la abuela y sus travesuras como un integrante más del recinto, alentando un juego de misterio que lo convierte en una casa encantada en la que se producen supuestos fenómenos paranormales, como luces que se encienden y apagan por sí solas, cajones y puertas que se abren, espejos rotos y floreros que se mueven, eso sí, siempre considerando que se trata de un fantasma benigno. Todo ello no está mal si el misterio, convertido en objeto de consumo por la televisión, puede atraer mayor número de visitantes a este centro cultural.
Puede que os domine el escepticismo, pero podréis comprobar que en algunas personas el tema produce reacciones bien distintas, como queda reflejado en un escrito del Libro de Visitas del 5 de septiembre de 2010, donde literalmente se da las gracias "a la abuela del poeta por acompañarnos como espectadora estos dos días" (ilustración 9). Por lo que se ve, los tiempos de crisis son propicios para que hagan su agosto videntes y médium. ¡Bienvenida, abuela Nicolasa!
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944101
* Nuestro agradecimiento a la "Casa de José Zorrilla. Ayuntamiento de Valladolid", que ha permitido realizar las fotografías que ilustran este reportaje.
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* Nuestro agradecimiento a la "Casa de José Zorrilla. Ayuntamiento de Valladolid", que ha permitido realizar las fotografías que ilustran este reportaje.
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Excelente artículo
ResponderEliminarYo tengo una anecdota, cuando estabamos en la habitación de la abuela, la guia nos explico que ella oia extraños ruidos, como dar con las uñas a los espejos, mover lamparas... etc. entonces en el vestidor, me gire la cabeza, y cuando me volvi a girar para mirar para alante, oi por detras como tocaban un espejo, me asuste, pero bueno, puede que fuera solo mi imaginacion, pero ay esta la anecdota.
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