25 de abril de 2011

Visita virtual: AUTORRETRATO, la conciencia de artista de Alberto Durero



AUTORRETRATO
Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528)
1498
Óleo sobre tabla
Museo del Prado, Madrid
Pintura renacentista alemana

     Alberto Durero está considerado como el más importante pintor alemán del Renacimiento. Nació el 21 de mayo de 1471 y era el tercer hijo de un orfebre de origen húngaro establecido en Núremberg, ciudad convertida en el siglo XV en un importante centro comercial, artesanal y editorial en el que se desarrollaba el humanismo, y ya cuando tenía 13 años y se preparaba como aprendiz en el taller paterno realizó su primer autorretrato en un dibujo. Después de un periodo de formación junto al pintor Michael Wolgemut, su padre le hizo viajar por Alemania, Flandes, Suiza y finalmente Italia, donde se puso en contacto con los grandes pintores del Renacimiento. En su retorno a Núremberg fue protegido por Federico el Sabio, gran elector de Sajonia, realizando una importante obra grabada sobre cobre y madera que compaginó con la pintura de retratos, retablos y tablas religiosas.

     Entre los años 1505 y 1507 emprende un segundo viaje por Italia, ya como artista consagrado. Después de trabajar para Maximiliano I recorrió Flandes, regresando en 1521 a su ciudad natal, donde realizó una destacada producción hasta su muerte en 1528.

     En su obra, en la que introdujo el lenguaje del Renacimiento italiano en el arte alemán, se fusionan con naturalidad la fuerza expresiva germana, el realismo y minuciosidad de la pintura flamenca y los avances pictóricos del Renacimiento italiano, siempre con una pintura basada en el dominio magistral del dibujo.

     Alberto Durero ratificó en Italia su conciencia de creador, de artista, con una concepción de la pintura como un trabajo intelectual muy alejada de la condición artesanal precedente, ya que en Italia la pintura estaba considerada una de las artes liberales. Esto queda patente en este autorretrato que ejecuta en 1498, uno de los primeros por él realizados, donde aparece como un elegante caballero, con aire de cortesano y muy seguro de sí mismo, en el que fusiona el tipo de retrato flamenco, adornado de virtuosos detalles realistas, con el tipo de retrato italiano, de medio cuerpo y un paisaje al fondo, centrando con habilidad la atención en el rostro y las manos.

     El pintor se retrató en una posición de escorzo, en el interior de una estancia en la que se abre una ventana que permite divisar un paisaje montañoso, vestido con una indumentaria elegante con la intención de dejar constancia de su reconocida posición social. Viste un ropaje de línea aristocrática que sigue los dictados de la moda italiana, con un jubón blanco con pasamanería negra, una ancha camisa fruncida y rematada con una cenefa dorada y una capa parda sujeta al hombro por un cordón de seda. Se cubre con un gorro de listas blancas y negras y rematado por una borla, y calza finos guantes grises de cabritilla, inconcebibles en el momento de pintar. Por entonces tiene 26 años y una gran conciencia de sí mismo, con un pelo rubio largo y ensortijado, barba y bigote y una mirada altiva y severa que no afecta a la serenidad que emana del retrato. La autocomplacencia se evidencia en la firma que, a modo de inscripción, aparece escrita en alemán en el alfeizar de la ventana: "1498, he hecho esto según mi rostro. Tenía veintiséis años de edad. Albrecht Dürer ".

     En la pintura destaca la calidad y precisión del dibujo de base, sobre el que aplica al óleo gran abundancia de detalles, distintas texturas exquisitamente matizadas y un brillante colorido con sombras muy comedidas y matizadas.
   Su figura está dispuesta en un giro de tres cuartos y en ella predominan los trazos verticales que se compensan con la horizontalidad del brazo y el cordón que cruza el pecho, estableciendo una estructura en forma de L que se repite en el marco de la ventana.

     Con la elección de tan elegantes ropas pretende reflejar un estatus reconocido, concediendo a la apariencia una importancia social que queda ratificada cuando en las cartas que escribe a su amigo Willibald Pirckheimer indica que "mi capa francesa os saluda y mi ropa italiana también".

     Otro tanto ocurre con la disposición de la mirada, donde con gran sutileza logra una gran expresividad al plasmar el ojo derecho mirando fijamente al espectador y el izquierdo ligeramente perdido, produciendo una leve desviación o divergencia que anima la expresión, un recurso también utilizado por retratistas posteriores, como Holbein el Joven.
     No pasan desapercibidas las manos colocadas en primer plano, que sin sujetar ningún elemento simbólico representan los buenos modales propios de un gentilhombre. En el gesto nada hace recordar su trabajo manual, sino un momento ocioso propio de un aristócrata.

     El retrato se encuadra en una sala en la que figura una ventana abierta, un recurso iniciado por Dirk Bouts en 1462 (Retrato de hombre, The National Gallery, Londres) que sería ampliamente desarrollado tanto en Flandes como en Italia. Con ello se establecen dos focos de iluminación contrapuestos, en este caso uno directo que llega desde la izquierda y otro, más suave, desde la ventana, estableciendo un matizado claroscuro que contrasta con la penumbra del fondo.

     El paisaje del fondo permite localizar el momento representado en los meses de abril o mayo de 1498, a juzgar por los efectos de la ola del lago producida por el deshielo. La panorámica sigue la misma técnica miniaturista que el retrato, con suaves contrastes entre luces y sombras para describir una cadena montañosa y un sereno valle por el que pululan pequeños personajes.

     Alberto Durero recurre al autorretrato en diversas ocasiones, lo que manifiesta cierta obsesión por su imagen, el primero de ellos realizado, como ya se ha dicho, a los 13 años (1484, Galería Albertina de Viena), pero también otros de 1493 (Museo del Louvre, París) y de 1500 (Schlossmuseum, Weimar).

     Este del Museo del Prado es el más elegante de todos ellos y está pintado sobre un soporte de madera de chopo y usando su reflejo sobre un espejo plano posiblemente adquirido durante su estancia en Venecia. En él Durero hace gala de una refinada técnica que evidencia el uso de pinceles finísimos, al modo flamenco, con los que logra sutiles efectos lumínicos o los sorprendentes trazos de la rubia cabellera, siempre con una paleta de colores muy bien seleccionados.

     De este autorretrato se sabe que formaba un díptico con el retrato de su padre y que en 1625 se hallaba en el Ayuntamiento de Núremberg. En 1636 el Concejo regaló las tablas a Carlos I de Inglaterra a través de Thomas Howard, conde de Arundel. Cuando el monarca fue destronado por Cromwell, vendió su colección artística, momento en que don Alonso de Cárdenas, embajador español, adquirió la pintura en almoneda para don Luis de Haro, primer ministro de Felipe IV, que en 1654 la regaló al rey. La tabla ingresó en el Museo del Prado, procedente de la colección real, en 1827.

Informe: J. M. Travieso.

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