Un acontecimiento trascendental, muy poco conocido incluso por los vallisoletanos, fue el primer experimento de buceo de la historia en aguas del Pisuerga. El hecho ocurrió el 2 de agosto de 1602 y estuvo rodeado de una gran expectación. Vamos a referirnos a las circunstancias de tan importante evento para la ciencia y a los personajes que en él intervinieron.
Hemos de retrotraernos al periodo comprendido entre 1600 y 1606, años en que Felipe III había establecido la Corte en Valladolid, decisión real en la que jugó un papel fundamental el Duque de Lerma, que desde el 6 de agosto de 1600 recibió el nombramiento real de regidor perpetuo de Valladolid, en virtud a los méritos y servicios prestados a la Corte. Durante esos años la ciudad conoció un impresionante despliegue de celebraciones cortesanas, siempre orientadas a resaltar la magnificencia de la monarquía y la jerarquía política y social, siendo abundantes los actos cargados del gusto por la teatralidad, propio de la época, ofrecidos en danzas, mascaradas, desfiles, saraos y peculiares eventos festivos, que se sucedieron sin interrupción hasta alcanzar su punto culminante en 1605, cuando hasta Valladolid llegó con todo su séquito Charles Howard, conde de Nottingham, para firmar el tratado de paz con Inglaterra, y sobre todo el 16 de junio de aquel año, día en que se produjo el sonado bautizo del príncipe heredero nacido en Valladolid, futuro Felipe IV, para lo que se estrenó el Salón de Saraos del complejo del Palacio Real, cuya algarabía tan minuciosamente nos narra el portugués Tomé Pinheiro da Veiga en su obra "Fastiginia", una crónica cargada de socarronería sobre hechos de los que fue testigo de excepción.
Para acoger lo que Frédéric Serralta calificara como el "gran teatro de la España del siglo XVII" una de las primeras medidas del Duque de Lerma había sido construir para Felipe III (ilustración 3, retrato de Velázquez) un Palacio Real en la Corredera de San Pablo, convertido desde 1601 en principal escenario del poder, que tendría su continuidad en el Palacio de la Ribera, a orillas del Pisuerga, un palacete de recreo rodeado de jardines y repleto de obras de arte, entre ellas la fantástica escultura "Sansón matando a un filisteo", de Giambologna (ilustración 2), que presidía un estanque del jardín y que tiempo después sería regalada por Felipe IV al Príncipe de Gales. A este complejo ribereño de ocio, antecedente del Buen Retiro de Madrid, se accedía cruzando las aguas del río a través de embarcaderos construidos en ambas orillas, uno junto al Espolón Nuevo, actual Paseo de las Moreras, y otro a los pies del palacio, cuyos restos son actualmente el único signo visible de aquel lujoso recinto (ilustración 1).
El Palacio de la Ribera se convirtió, especialmente durante los meses de verano, en el lugar predilecto del rey, tanto para su retiro como para las fiestas, motivo de que el entorno se convirtiera en objeto de pretenciosos proyectos, unos hechos realidad, como el novedoso ingenio de Pedro de Zubiaurre construido en las proximidades del Puente Mayor, que permitía subir agua del río hasta los jardines del palacio y cultivos de la Huerta del Rey, y otros finalmente olvidados, como el deseo de hacer navegable el Pisuerga, en una primera fase hasta el Monasterio de Prado y en otra posterior hasta Zamora a través del Duero.
Animando el Palacio de la Ribera, navegaban por sus accesos galeras y góndolas profusamente ornamentadas con vistosas velas y estandartes ilustrados por pintores como Santiago Remesal, "maestro de galeras", o Bartolomé Carducho.
Precisamente el 2 de agosto de 1602, recién estrenada la suntuosa galera "San Felipe", así bautizada en honor del rey y pintada en dorado y azul por Santiago de las Cuevas, tuvo lugar en aguas del Pisuerga un espectáculo insólito: el Administrador General de Minas del Reino iba a poner en práctica, ante la persona del rey, un complicado traje por él inventado que permitiría a un hombre sumergirse por tiempo continuado bajo el agua.
Podemos imaginar la situación de aquel caluroso día de verano, el rey en su flamante galera junto a nobles cortesanos, escoltas, sirvientes, el inventor y aquel hombre pertrechado de extraños instrumentos. En ambas orillas ciudadanos agolpados y curiosos, atraídos por la habitual vistosidad de aquellas celebraciones, entre las que no faltaron espectáculos de lidia en las aguas, con toros que eran despeñados desde el palacio. Pero aquel día nadie sabía lo que se estaba celebrando, pues el acto estaba rodeado de un cierto secretismo por estar relacionado con los conocimientos españoles sobre náutica, cosmografía, armamento, avances de la ciencia y tecnología con fines militares, pues no debemos olvidar el importante papel militar desempeñado por la flota española. ¿Conseguiría tan estrafalario personaje mantenerse vivo bajo el agua?.
Aquel hombre de 49 años, que había equipado a un colaborador con una rudimentaria escafandra conectada al exterior mediante tubos flexibles, por los que se insuflaba aire desde vejigas y fuelles, ante los ojos atónitos del rey el inventor dio indicaciones al hombre para que abandonara la galera e iniciara su inmersión en aguas del Pisuerga hasta una profundidad de tres metros (ilustración 7). Tras permanecer más de una hora sumergido en aquellas aguas poco transparentes, posiblemente por la inquietud del rey ante la incertidumbre de que hubiera muerto, según los científicos debido al aburrimiento y poco interés del monarca por los experimentos de la ciencia, se forzó a sacar al atrevido buceador, que salió a la superficie ufano y eufórico entre los aplausos y vítores de la concurrencia a él y al inventor, pues el experimento, consistente en dotar al hombre de autonomía para permanecer bajo el agua, había resultado satisfactorio. En aquel momento parte de las frustradas aspiraciones de Leonardo da Vinci para permitir al hombre volar y bucear se habían convertido en realidad en el Pisuerga. Pero...¿quién era aquel hombre que acababa de inventar y ensayar el primer traje de buzo tan lejos del mar y cuya proeza silenció inexplicablemente la historia?
JERÓNIMO DE AYANZ (Guenduláin (Navarra), 1553 - Madrid, 1613)
Se trataba de Jerónimo de Ayanz y Beaumont, un político, militar y hombre de ciencia cuyo nombre bien merece estar escrito con letras de oro en la historia de la ciencia en España y aún del mundo, aunque hoy día la celebridad que gozó en su tiempo por sus talentosos inventos permanezca un tanto olvidada (ilustración 4).
Había nacido en 1553 en una familia noble de la localidad navarra de Guenduláin. De adolescente comenzó su carrera como paje de Felipe II, adquiriendo con su preparación física una fuerza y destreza tan considerable que le llevó a combatir, entre otras, en las contiendas de Túnez, San Quintín, Flandes, La Coruña y Portugal, donde consiguió abortar una conjura francesa para asesinar a Felipe II en Lisboa. Después llegó a ser nombrado caballero de la Orden de Calatrava, regidor de Murcia y gobernador de Martos, compartiendo los cargos políticos con sus aficiones como músico, cantante, pintor, cosmógrafo, rejoneador y, sobre todo, sus inventos, respondiendo su personalidad a lo que hoy conocemos como un "hombre del Renacimiento". Además fue amigo personal de Teresa de Jesús, a la que ayudó en la fundación de un convento en Pamplona en el que deseaba profesar una hermana suya.
Parte de su talento lo empleó cuando en 1587 el rey Felipe II le nombró Administrador General de Minas del Reino, un cargo que le obligaba a gestionar las 550 minas situadas tanto en territorio español como americano, donde se ocupó de aumentar la rentabilidad, de la limpieza de los metales, de los impuestos sobre los proveedores y los desagües de las explotaciones, según se desprende del Memorial entregado a Felipe III.
En aquel tiempo el trabajo de las minas planteaba dos serios problemas: la contaminación del aire en las galerías, hasta hacerse irrespirable, y la acumulación en el interior de agua contaminada. Ambas situaciones obligaban al cese de los trabajos y al entorpecimiento de la rentabilidad, en ocasiones al cierre de la mina. A estos problemas buscó solución Jerónimo de Ayanz con su inventiva, que puso en práctica en la desahuciada mina de plata de Guadalcanal (Sevilla), para lo que recurrió a la fuerza del vapor del agua procedente del lavado del mineral para propulsar la salida del agua contaminada al exterior, mediante un sifón con intercambiador y a través de una tubería en flujo continuo, aplicando un principio de termodinámica que no sería definido científicamente hasta cincuenta años después. Pero al mismo sistema de desagüe aplicó un efecto para ventilar la mina y enfriar el aire por intercambio con nieve y dirigirlo al interior refrigerando el ambiente, un claro precedente del aire acondicionado.
Estos avances en la técnica del vapor le permitirían, aparte de la recuperación de las minas sevillanas de Guadalcanal, su dedicación desde 1608 a la explotación privada de un yacimiento de oro próximo al El Escorial, ya que donde Jerónimo de Ayanz alcanzaría verdaderos logros fue como inventor de la máquina de vapor (ilustración 5), que registró en 1606 junto a otros cuarenta y siete inventos, sentando las bases de la célebre máquina de vapor patentada en 1698 por el inglés Thomas Savery, que fundamentó su trabajo en las experiencias de Jerónimo de Ayanz. Las investigaciones sobre la revolucionaria máquina de vapor sería proseguida por el francés Papín, el alemán Leibniz, el inglés Newcomen y el escocés Watt, hasta llegar a la máquina de vapor atmosférica en 1712, elemento clave de la revolución industrial.
Otros de sus ingenios registrados en el privilegio firmado por Felipe III el 1 de septiembre de 1606 fueron una bomba para desaguar barcos; una barca sumergible de madera, herméticamente cerrada y revestida de lienzos pintados de aceite, dotada de un sistema de renovación del aire y contrapesos para subir y bajar, rudimentario precedente del submarino; un horno para destilar agua marina que podrían consumir como potable los navegantes a bordo de las embarcaciones que se dirigían a América, un continente que nunca visitó pese a sus propósitos; balanzas de enorme precisión; molinos de rodillos metálicos (generalizados en el siglo XIX); bombas de riego; estructuras de arco en los muros de contención de los embalses y tantos y tantos inventos cuya patente, como ocurriera con el traje de buzo experimentado en Valladolid, exigía un certificado de funcionamiento y ser probado ante testigos cualificados.
Durante su estancia en Valladolid el inventor navarro había instalado su residencia y laboratorio en una casa de la Calle de la Cadena, junto a la iglesia de San Andrés (ilustración 6). Allí fue visitado en marzo de 1602 por los doctores Juan Arias de Loyola y Julián Ferrofino, que quedaron maravillados por los ingenios que encontraron y así lo hicieron constar en un informe que dirigieron al rey. Algunos de los inventos parecían cosa de magia, como un aparente ramillete de flores colocado en un jarrón sobre una mesa que emanaba aire fresco y perfumado mediante un eyector de vapor oculto. También describieron la colección de balanzas de precisión, la variedad de hornos y otros tantos artilugios, entre ellos el pionero equipo de buceo listo para sumergirse, un invento cuya curiosidad movió a Felipe III a aceptar una demostración en el Pisuerga, que, como hemos relatado, sorprendió a todos los presentes.
Jerónimo de Ayanz murió en Madrid el 23 de marzo de 1613 después de sufrir a los 60 años una grave enfermedad. Sus restos fueron trasladados a Murcia, donde había ejercido como gobernante, siendo enterrado con honores en la catedral. Había terminado la andadura de un verdadero genio que en pocos años logró hacer realidad muchos más inventos que Leonardo.
Diversos estudios sobre tan destacada personalidad en el campo de la ciencia española han sido publicados por el doctor Nicolás García Tapia, catedrático de la Universidad de Valladolid, tras una investigación de quince años. Obras como "Un inventor navarro: Jerónimo de Ayanz y Beaumont" de alguna manera han contribuido a rehabilitar la figura de un personaje tan respetado en su tiempo, al que el mismo Lope de Vega dedicara en una de sus comedias un verso alusivo:
“Tú sola peregrina no te humillas
¡oh Muerte!, a don Jerónimo de Ayanza (…)
Flandes te diga en campo, en muro, en villas
cuál español tan alta fama alcanza.
Luchar con él es vana confianza
que hará de tu guadaña lechuguillas”.
Informe, fotografías y tratamiento: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1105089168876
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1105089168876
Vídeo sobre otros acontecimientos en el Pisuerga:
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Menuda mentira más gorda... El primero de qué??? Festival del localismo!!! Pffff
ResponderEliminarNada de mentira gorda. Historia es, y conócela antes de negarla ¿o en tan poco tienes a los españoles y a su capacidad inventiva?
EliminarPero, quien dice que es mentira?, pero que atrevida es la ignorancia!
EliminarTodo está registrado en el archivo histórico de Simancas.
antes de opinar conviene conocer el tema para no quedar como ignorante o desconfiado, de esa forma podríamos dar importancia a nuestra historia.
ResponderEliminarPara el Anónimo del 22 de septiembre de 2011, 13:36, y personas similares: vean Cuarto Milenio. T13xPrograma 540. Jerónimo de Ayanz, el genio español.
ResponderEliminarY después lean alguno de los muchos libros que se han escrito sobre este gran español. Y, más tarde, incluso hasta pueden visitar el Archivo Histórico de Simancas.
La ignorancia es muy atrevida, y la soberbia y envidia españolas no tienen parangón. Ya saben: I+D+i