Lo primero que conviene matizar es que, lejos de tratarse de una leyenda, este es un hecho real ocurrido en Valladolid que aparece documentado en tiempos en que la monarquía española se hallaba bajo la regencia de la archiduquesa Mariana de Austria, que había tomado las riendas del gobierno tras la muerte de su esposo, el rey Felipe IV, al darse la circunstancia de que Carlos II, príncipe heredero, había sido proclamado rey con tan sólo cuatro años al producirse la muerte de su padre en 1665. Corría el año 1673 cuando se produjo en la ciudad un intrigante parto que trajo de cabeza a todos los corrillos y mentideros, dando lugar a tal expectación que incluso el caso trascendería a buena parte del territorio nacional durante el proceso del polémico embarazo, llegando incluso a interesar en los ambientes cortesanos, que recabaron información sobre el mismo a través de una Provisión Real fechada el 11 de febrero de 1673, dos meses y medio antes de que el parto se produjera.
La protagonista del hecho fue doña Isabel de Mendoza, hija de don Manuel de los Cobos, marqués de Camarasa, que por entonces tenía veintitrés años y estaba recién casada con don Ferdinando María de Ávalos Aquino y Aragón, marqués de Pescara. El escenario fueron las casas que la joven marquesa de Pescara habitaba en la Corredera de San Pablo (actual calle de las Angustias), que eran propiedad de su madre, la marquesa de Camarasa.
Todos los detalles del parto, que tuvo lugar el 24 de abril de 1673, son narrados y certificados por José de Ablitas Cardona, escribano del rey y de provincia en la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, según testimonia oficialmente una "Fe de parto" que figura en el folio 769v del legajo 2.260 de los protocolos conservados en el Archivo Histórico Provincial de Valladolid (1). Según especifica el documento, este funcionario acudió a las tres y media de la mañana de aquel día a la casa de la marquesa de Camarasa, tras recibir aviso de la misma de que su hija ya presentaba dolores de parto, para practicar las diligencias oportunas y certificar legalmente como testigo tal acontecimiento según el requerimiento de la Provisión Real.
Cuando llegó el escribano de madrugada a tan esperado parto había faroles encendidos en la puerta, las escaleras y las salas del palacio de la marquesa. Poco después llegaban, después de recibir el oportuno aviso, don Pedro de Gamarra, el duque de Nájera y el marqués de Viana, nombrados para asistir oficialmente al acontecimiento. Todos ellos permanecieron en la antesala durante buena parte del día, hasta que a las siete y media de la tarde la marquesa de Camarasa requería a los cuatro que entrasen en la sala donde se encontraba su hija parturienta para que la viesen, reconociesen y certificasen que acababa de dar a luz a un hijo varón y sano que la marquesa presentaba envuelto en una sábana. En ese momento del parto, en que el niño irrumpió a llorar, también se encontraban en la sala la condesa de Oropesa y la marquesa de Viana, que junto al doctor Manuel Palomino, catedrático de medicina de la Universidad, atendían a la joven marquesa de Pescara, que todavía no había expulsado la placenta.
Pero, ¿por qué tanto control de la Justicia y expectación general sobre un parto de la nobleza aparentemente normal?. La rocambolesca historia venía tanto motivada por velados intereses económicos por parte de todos los miembros de la familia como por el exacerbado sentido del honor de la nobleza española.
El matrimonio de doña Isabel con don Ferdinando se había producido quince meses antes del parto, pero la joven había quedado viuda en el segundo mes de gestación, momento en que anunció su embarazo. Esta circunstancia desató los recelos familiares, dando lugar a una serie de dudas y murmuraciones en torno a la legitimidad del niño engendrado. Pero no sólo eso. El hecho de que el joven matrimonio hubiera permanecido junto muy poco tiempo por tener el marido que prestar servicios al rey en Cataluña, sorprendiéndole la muerte en Barcelona, donde dictó testamento el 28 de septiembre de 1672, dio lugar a que se dudase tanto de que doña Isabel estuviera realmente embarazada como que el niño hubiese sido engendrado por el marqués de Pescara, su marido.
Alentando estas sospechas actuó como ventilador don Diego de Ávalos, padre del marqués fallecido, ya que, si su hijo hubiera muerto sin herederos legítimos, él sería el beneficiario de toda su hacienda. Sus dudas sobre la veracidad del embarazo las difundió entre gran parte de la nobleza, que no consentía que heredara el linaje un hijo natural sin acreditación de sangre azul.
Por otra parte, la propia doña Isabel estaba interesada en que el niño fuese considerado legítimo, tanto para salvar su honra como para poder gozar de todas las rentas del marquesado de Pescara al pasar a ser legalmente la heredera, tutora y usufructuaria. De modo que si el niño nacía sería la heredera de la hacienda y, en caso contrario, debería volver a vivir a casa de sus padres sin ningún beneficio matrimonial.
El caso fue puesto en conocimiento de la Justicia, ante la que declaró la madre cuestionada que ya se encontraba embarazada cuando le llegó la noticia del fallecimiento de su esposo y que en ese momento había comunicado su estado a sus padres y parientes. Después se pidió permiso, consentimiento y licencia para que tres comadronas reconocieran a la marquesa, "mirando todo con mucho cuidado", confirmando si estaba embarazada. El día 20 de marzo de 1673 se llevó a cabo tal reconocimiento, para el que fueron avisadas Ana de Isla, María de Haro y María de Neira, tres de las mejores parteras de la ciudad, que testificaron haber percibido todas las señales naturales de la gestación "en el hábito del cuerpo, como en los pechos y en los movimientos desiguales e interpolados que al tacto percibían en el vientre", afirmando encontrarse en los meses mayores previos al parto.
No obstante, a partir de ese momento se produjo una severa vigilancia de la marquesa, hasta el punto de que, habiéndose calculado la salida de cuentas para el 26 de abril, la Justicia ordenó el reconocimiento seis días antes del dormitorio en que debía producirse el parto, comprobando si tenía puertas o entradas ocultas por las que hubiera podido acceder un amante o por donde pudiera introducirse un niño ajeno, tal vez un expósito, prohibiéndose también el acceso a la casa de mujeres preñadas o con criaturas en sus brazos. Llegado el momento del reconocimiento, el notario encontró bastantes puertas, aunque ninguna de ellas con la posibilidad de entrar en secreto a "los dichos cuartos".
El acontecimiento se produjo, como ya se ha dicho, el 24 de abril, comenzando los dolores de parto de madrugada. Primero fueron avisadas las parteras por la marquesa de Camarasa, madre de la de Pescara, y a continuación los miembros de la nobleza que se hallaban en Valladolid: el duque de Nájera, la condesa de Oropesa, la condesa de Escalante y los marqueses de Viana. Todas las mujeres entraron en la alcoba mientras los varones esperaban en la antesala. El largo parto finalizaba a las siete y media de la tarde de aquel día, siendo el niño mostrado a los presentes en presencia del doctor Palomino. Todos ellos después testificarían estas circunstancias ante la Justicia, que finalmente reconoció al recién nacido como hijo legítimo de doña Isabel y del marqués de Pescara.
A las dos y media de la tarde del 3 de mayo de 1673, el niño era bautizado en la iglesia de San Benito el Viejo con el acompañamiento de la nobleza y toda la gente importante de Valladolid. En tal ocasión la joven marquesa de Pescara apareció radiante tras su primer parto, pero sobre todo con la satisfacción de ver eliminadas todas las intrigas suscitadas por su suegro, aquellas que habían puesto en peligro sus dineros, su título y, sobre todo, su honra y la de su hijo, el futuro marqués. Aunque no citan los documentos más datos, seguro que aquel miércoles el bautizo fue seguido de una fiesta por todo lo alto en el palacio de la marquesa de Camarasa (actual Diputación Provincial de Valladolid).
Al cabo de los años, la historia quedó sumida en el olvido. Y aunque llegase a desaparecer el exacerbado sentido de la honra y del honor, continuaron y continúan los enfrentamientos familiares a causa de las herencias, dando lugar en ocasiones a estrafalarias situaciones como la de este caso, con toda la ciudad pendiente de un alumbramiento y los representantes de la Justicia controlando el proceso para dar cuerpo a una disposición real interesada en el asunto. Razón tenía don Francisco de Quevedo cuando escribía: ¡Poderoso caballero es Don Dinero!
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código 1206211841954
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NOTAS
1 ROJO VEGA, Anastasio. Anecdotario histórico de Valladolid. Secretariado de Publicaciones e intercambio científico de la Universidad de Valladolid, Valladolid, 1997.
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