9 de noviembre de 2012

Historias de Valladolid: MAGDALENA DE SAN JERÓNIMO, un estandarte para las reliquias y galeras para redimir a las "mujeres enamoradas"


     El peculiar personaje de doña Beatriz de Zamudio, que sin profesar de monja adoptó el nombre de Magdalena de San Jerónimo, adquirió un especial protagonismo en Valladolid durante el quinquenio 1601-1606, cuando, debido a la influencia ejercida por el Duque de Lerma, la ciudad se hallaba convertida en la capital de la monarquía de Felipe III.

     Ya nos hemos referido en otras ocasiones a lo que este hecho supuso para la ciudad, especialmente la avalancha de nuevos vecinos de toda índole y condición que, en tan sólo dos años, provocaron un aumento demográfico que superaba los 70.000 habitantes. La llegada de la familia real, de los miembros de los Consejos, de nobles acompañados de sus criados, de funcionarios y embajadores con sus séquitos, tuvo su correlación en el asentamiento de nuevas órdenes religiosas, comerciantes, artesanos, escritores y artistas plásticos, todos intentando medrar al amparo de la Corte.
     Ello dio lugar a una actividad febril en todos los órdenes: constructivo, comercial, religioso, creativo y festivo. A ello no era ajena la competencia de la propia ciudad con el Duque de Lerma en el deseo de entretener al abúlico rey, unos con la intención de perpetuar la capitalidad junto al Pisuerga y el otro para mantener el favor real e intervenir en su nombre en los asuntos de estado, como lo venía haciendo habitualmente.

     Tal como lo reflejara con acierto Tomé Pineiro da Veiga en su Fastiginia, en aquellos años eran constantes los banquetes, las justas de cañas, las corridas de toros, las representaciones teatrales, las mascaradas, los desfiles, los bailes y las exhibiciones en el Pisuerga (ver artículo dedicado a Jerónimo de Ayanz), que se alternaban con procesiones, autos sacramentales, rogativas y fiestas religiosas, como las de la Cruz y el Corpus Christi. Para tales eventos se multiplicaron los escenarios: el Palacio Real, el Palacio de la Ribera, la Plaza Mayor, la Plaza de San Diego (Brígidas), el Campo Grande, etc.

LAS MUJERES ENAMORADAS

     Pero, paralelamente a estas actividades, también proliferaron por los bajos fondos de la ciudad los pícaros, los ladrones y otra gente de mal vivir, entre ellos las prostitutas, que acudieron como moscas a la miel, de modo que junto a la "Casa de Mancebía", controlada por el Ayuntamiento en terrenos próximos al Hospital de la Resurrección (actual Casa Mantilla), donde ejercían las llamadas "mujeres enamoradas", comenzaron a aparecer las "cantoneras", aquellas que ofrecían sus servicios en los cantones o esquinas, junto a otras diseminadas por las puertas de la ciudad y por la Ronda de San Antón (actual calle José María Lacort), una actividad considerada perjudicial para la seguridad y la salud pública.

     Fueron precisamente las "mujeres enamoradas" el blanco de la madre Magdalena de San Jerónimo, que por aquellos años se dedicó en cuerpo y alma a intentar redimir a las mujeres de vida fácil, a reconducirlas como "arrepentidas", a que fueran asistidas e incluso procurando que profesaran como monjas en el convento de San Felipe de la Penitencia (actual iglesia de la Paz, en la Plaza de España). Para ello no escatimó tiempo ni recursos en aquella sociedad sacralizada, llevando a cabo una campaña inflexible, no exenta de fanatismo religioso, cuyo carácter inquisitorial afectó a numerosas "mujeres enamoradas", muchas de las cuales acabaron en las recién creadas cárceles de mujeres, una práctica que, inspirada por Magdalena de San Jerónimo, llegaría a implantarse en otras muchas ciudades españolas.

LA MADRE MAGDALENA DE SAN JERÓNIMO

     La madre Magdalena de San Jerónimo, cuya verdadera identidad era doña Beatriz de Zamudio, era una dama virtuosa y opulenta que vivía en Valladolid durante el reinado de Felipe II, donde, obsesionada con las "mujeres de mala vida", realizó la fundación de la Casa Pía de Santa María Magdalena, también conocida como Casa de la Aprobación, dependiente de la parroquia de San Nicolás y situada frente a ella, regida y administrada por la Cofradía de Santa María Magdalena y tutelada por el Duque de Lerma, donde las prostitutas "arrepentidas" eran recogidas y adoctrinadas para recibir el hábito en San Felipe de la Penitencia [1].


     Magdalena de San Jerónimo Inició su actividad como dama de corte, trasladándose a Madrid para ejercer como "dueña de cámara" de la infanta Isabel Clara Eugenia, hija predilecta de Felipe II, a la que en 1598 el rey otorgó como dote los Países Bajos y el ducado de Borgoña en su inminente matrimonio con su primo hermano el archiduque Alberto de Austria, nieto de Carlos V.

     En la toma de posesión de la infanta como Soberana de los Países Bajos, fue acompañada hasta Flandes por Magdalena de San Jerónimo, que consiguió durante esta estancia una autorización especial del papa Clemente VIII para recopilar un importante cargamento de reliquias procedentes de conventos e iglesias de Colonia y Tréveris.

     En 1604 Magdalena de San Jerónimo regresaba con su colección de reliquias desde Flandes a Valladolid, por entonces convertida en la capital de España. Su máxima preocupación era dotar de estabilidad económica a su fundación, la Casa Pía de la Aprobación, que había incrementado sus gastos, motivo por el que no había podido edificar una iglesia o capilla, ni una casa cómoda como residencia de las religiosas y las arrepentidas recogidas [2].

EL ESTANDARTE DE SAN MAURICIO

     Con la intención de aumentar el prestigio de su fundación vallisoletana y de conseguir donativos de los fieles, del Ayuntamiento y de la Corte para sus fines, Magdalena de San Jerónimo llevó a cabo un plan muy bien calculado: la entrega de los cuerpos completos de San Mauricio, mártir de la Legión Tebana, y San Pascual papa (según Sangrador y Vítores), uno a la ciudad de Valladolid y otro a la Casa Pía de la Aprobación, junto a un buen cúmulo de aquellas reliquias traídas de Flandes.

     Una de las reliquias tan veneradas, la que fuera destinada a una capilla dependiente de San Nicolás, donde realizaba sus cultos la Casa Pía de la Aprobación, fue acondicionada a petición de Magdalena de San Jerónimo en un relicario de plata repujada que estaba encerrado en un arca forrada de damasco y cerrada por tres llaves, acompañado por los relieves de dos santos de su devoción: María Magdalena y San Jerónimo. El otro cuerpo, perteneciente a San Mauricio, que sería entregado a la ciudad, fue depositado en un arca forrada de plata, con guarnición de terciopelo y detalles de bronce dorado, cuyo importe, dos mil reales de plata, fue costeado por el Ayuntamiento de Valladolid. Para recibir tan importante donación sacra, como era habitual por aquellos años, se prepararon grandes festejos a los que asistieron los piadosos reyes Felipe III y Margarita de Austria.

     En la tarde del 22 de septiembre de 1604, día de San Mauricio, tenido por santo patrono de la prestigiosa Orden del Toisón de Oro, salía una solemne procesión de la Catedral presidida por Juan Bautista Acevedo, Inquisidor General y obispo de Valladolid, vestido de pontifical, y detrás el Duque de Lerma, en su calidad de regidor de la ciudad, junto a los Príncipes de Saboya y representantes de los Consejos del Reino y del Ayuntamiento en pleno portando cirios, que se dirigieron hasta la Casa Pía de la Aprobación para recoger las reliquias. Al frente de la comitiva figuraba el estandarte de San Mauricio, de gran tamaño (2,90 x 1,70 m.) y confeccionado expresamente para tal acontecimiento, un guión realizado en damasco de seda de color carmesí, ribeteado de pasamanería dorada y pintado por sus dos caras por un anónimo pintor vallisoletano, en el anverso con la figura de San Mauricio y en el reverso con sus compañeros San Víctor y San Urso martirizados, también santos decapitados de la Legión Tebana, ambas escenas rodeadas de emblemas entre los que figuran los correspondientes a la ciudad de Valladolid, a la Cofradía de Santa María Magdalena, a la reina Margarita de Austria, al papa Clemente VIII y el anagrama de los jesuitas, defensores de la veneración a las reliquias. Este estandarte, sobrecogedor testimonio de toda esta historia, actualmente se conserva en el Museo de Valladolid [3].

      Una vez hecha la entrega, el cortejo, siempre presidido por el Estandarte de San Mauricio, y acompañado por atabales, trompetas y grupos de danzantes llegados de Tudela, Peñaflor de Hornija, Villanubla, Valdestillas, Cabezón de Pisuerga y Laguna de Duero, regresó hasta la Catedral deteniéndose en el Palacio Real, donde aguardaban los reyes Felipe III y Margarita de Austria, que rindieron honores colocando bajo su ventana un altar de tres gradas, cubiertas por paños de ricos brocados, donde reposaban los relicarios del oratorio de la reina. Sobre ellas se depositaron las urnas de los dos santos, al tiempo que interpretaban dos motetes los cantores de la Capilla Real y de la Catedral, haciendo sonar después chirimías y otros instrumentos [4].
     Después de recorrer la procesión todo el centro urbano, se leyeron las poesías de un concurso en alabanza de los "cuerpos santos tebanos" y se quemaron en distintas plazas fuegos artificiales organizados por el Ayuntamiento.

     Dos semanas más tarde de tan sonado y concurrido acontecimiento, Magdalena de San Jerónimo solicitaba al Ayuntamiento que se hiciera cargo de la Casa Pía de la Aprobación, hecho que se consumó el 13 de marzo de 1605, compartiendo el patronato con el prior del convento de San Pablo. Conseguidos sus objetivos, Magdalena de San Jerónimo regresó a Flandes, comenzando a urdir la creación de cárceles correccionales para mujeres "públicas" y delincuentes, las denominadas "galeras para mujeres".
     
LAS GALERAS DE MUJERES
 
     Resulta curioso y paradójico que Magdalena de San Jerónimo, descrita como piadosa y virtuosa por sus contemporáneos, fundadora de la Casa de la Aprobación en Valladolid, movida por su preocupación por las mujeres de su época que habían perdido el temor de Dios, fuese la promotora de la creación de las "galeras para mujeres", casas de castigo así llamadas porque eran equiparables a la pena de remar en galeras en el mar a la que eran condenados los varones delincuentes.

     Con este objetivo escribió “Razón y forma de la Galera y Casa Real, que el rey, nuestro señor, manda hacer en estos reinos, para castigo de las mujeres vagantes, y ladronas, alcahuetas, hechiceras, y otras semejantes”, un pequeño tratado que fue publicado en 1608, tanto en Valladolid como en Salamanca. Esta obra dio el impulso definitivo a la creación de las primeras cárceles para mujeres, pues, al poco tiempo de su publicación, Felipe III ordenaba la construcción de Casas Galera en Valladolid y Madrid. Algo después se extenderían a otras muchas ciudades, como Salamanca, Zaragoza, Barcelona, Valencia y Granada.

     En esta obra, Magdalena de San Jerónimo enumera las que merecían el calificativo de "perdidas", como aquellas que salen por la noche "como bestias fieras de sus cuevas a buscar la caza" haciendo cometer a los hombres gravísimos pecados, o las que vendían jóvenes "concertando el tanto o más cuanto como ovejas para el matadero", incluyendo a las que se dedicaban a pedir limosna cargadas de niños para dar lástima y las "mozas de servicio". Estas últimas eran especial objeto de ira de la madre Magdalena, afirmando que estaban tan llenas de vicios, trabajaban tan mal y ponían tantas condiciones "que más parece que entran para mandar que para servir" [5].

     Para solucionar estos problemas, la madre Magdalena de San Jerónimo sugería dos soluciones que se hicieron efectivas: la creación de colegios de niñas huérfanas, donde fueran educadas con cristiandad y "policía" (extraño término), y la construcción de casas-galeras para recluir a las ya perdidas, lo que demuestra la tremenda dureza para con los débiles en la sociedad del siglo XVII.

     Las Galeras de mujeres promovidas en su publicación debían regirse por un estricto reglamento que recomendaba edificios sin ventanas ni comunicados con otras viviendas, con discretos dormitorios, sala de labor, "pobre despensa", capilla, pozo, pila para lavar y una cárcel secreta, espacio de castigo para las rebeldes incorregibles. Por si fuera poco, la galera debía contar con "todo género de prisiones, cadenas, esposas, grillos, mordazas, cepos y disciplinas de todas hechuras de cordeles y hierros", instrumentos que espantaran a las reclusas sólo con verlos.
     El reglamento también obligaba a las mozas de servicio forasteras que llegasen a la ciudad, con un plazo de seis días, a presentarse en la galera para informar de la búsqueda de casa adonde servir, para evitar ser detenidas sin amo y castigadas por ello. Los alguaciles estaban obligados a detener a todas las mujeres "perdidas" encontradas por la noche en esquinas, cantones, caballerizas y portales y por el día pidiendo limosna en posadas, mesones y huertas, especialmente en tiempo de Cuaresma.

     A las reclusas no sólo les quitaban sus vestidos, les rapaban la cabeza y les alimentaban exclusivamente a pan y agua, sino que les aplicaban con rigor el trato a seguir indicado de la madre Magdalena de San Jerónimo: "si blasfemaren, o juraren, pónganlas una mordaza en la boca; si alguna estuviese furiosa, échenla una cadena; si se quiere alguna salir, échenla algunos grillos, y pónganla de pies o cabeza en el cepo, y así amansarán; y dándoles muy buenas disciplinas delante de las otras, escarmentarán en cabeza ajena y temerán otro tanto. Conviene también que de noche duerman algunas de las inquietas con alguna cadena o en el cepo ..., porque no estarán pensando sino por dónde irse, o cómo podrán aporrear a las oficialas, o mesarse unas a otras y hacerse cuanto mal pudieren".

     Estos términos se endurecían en el caso de las "perdidas" incorregibles: "Cuando alguna de estas mujeres saliere de la galera con mandamiento de la Justicia -expresaba- se le avise con veras que se guarde no volver otra vez a la dicha galera, porque se le dará la pena doblada y será herrada y señalada en la espalda derecha con las armas de la ciudad o villa donde hubiera galera, para que así sea conocida y se sepa haber estado dos veces en ella. Y si alguna fuere tan miserable que venga tercera vez a la galera, el castigo será tresdoblado, con protesta y apercibimiento que si fuere tan incorregible que venga la cuarta vez será ahorcada a la puerta de la misma galera".


     Con esta cruzada contra el pecado la madre Magdalena aspiraba a desterrar el ocio, origen de toda tentación según ella, lograr mozas de servicio honestas y fieles, obligar a las mujeres a bien vivir y redimir a las reclusas en galeras por el camino de la virtud. Y aunque parezca exagerado que todo ello se llevara a cabo con tanto rigor, así ocurrió gracias a la tenacidad de tan inspirada y piadosa dama, cuyas ideas redentoras sufrieron un sinfín de desgraciadas. Ni tan virtuosa pensadora ni los gobernantes encontraron en la pobreza y en las injusticias sociales el motivo de que aquellas mujeres llevaran tan "mala vida", siendo incapaces de deducir que mientras éstas existan, es imposible eliminar, no sólo la prostitución, sino cualquier tipo de delincuencia.
  
Informe: J. M. Travieso


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NOTAS

[1] Así se define en una certificación realizada en 1597, a petición de Magdalena de San Jerónimo, del documento realizado en 1589 por Magdalena de Ulloa. Archivo Histórico Nacional, Clero, Legajo 7.844.
[2] Archivo Municipal de Valladolid, Doc. "Chancillería", Caja 39, Exp. 16, ff. 12r-12v.
[3] El Estandarte de San Mauricio se conserva en el Museo de Valladolid (Palacio de Fabio Nelli) y fue terminado de restaurar el año 2011 por el Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León, dependiente de la Junta de Castilla y León y situado en la localidad de Simancas (Valladolid). Está confeccionado en seda natural teñida y tiene forma rectangular, en sentido vertical, compuesto por tres paños cosidos y un dobladillo para alojar una vara horizontal, con un remate en la parte inferior de cinco lóbulos de los que penden borlas. Las pinturas están aplicadas al óleo, sin base de preparación, y se acompaña de ribetes de hilos dorados. 
Más información: Eloísa Wattenberg y Lourdes Amigo, El estandarte de San Mauricio del Museo de Valladolid: Reliquias de Flandes en la Corte de España. 1604, Asociación de Amigos del Museo de Valladolid-Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2012, pp. 91-95.
[4] Crónica de Diego de Guzmán, Reyna católica. Vida y muerte de doña Margarita de Austria, reina de España, Madrid, 1617.
[5] Alicia Fiestas Loza. Las cárceles de mujeres, Historia 16, Extra VIII, 1978, pp. 89-99.


Ilustraciones:
1 Estandarte de San Mauricio ante la fachada del Palacio Real de Valladolid, con los retratos de Felipe III, el Duque de Lerma y Margarita de Austria.
2 Procesión de la Virgen de San Lorenzo en Valladolid con la leyenda: "Estando la reina de España Doña Margarita de Austria muy apretada de una grave enfermedad pidió que se llevase a su oratorio a Nuestra Señora de San Lorenzo y luego la dio salud y en hacimiento de gracias la ofreció muchos dones, y con gran solemnidad el rey Don Felipe III la volvió a su casa". Matías Velasco, 1621. Iglesia de San Lorenzo, Valladolid.
3 Escena de época. Detalle de un azulejo del Palacio Pimentel de Valladolid.
4-5-6 Estandarte de San Mauricio, Museo de Valladolid.
7 Relicario con el cráneo de San Mauricio, Catedral de Valladolid (Sobre foto de J. A. Cabrerizo.
8 Edición de la obra de Magdalena de San Jerónimo, Salamanca 1608. Biblioteca Nacional, Madrid.
9 Velázquez. Dibujo de dama, hacia 1618. Biblioteca Nacional, Madrid.
10 Antigua prisión.
11 Localización de la Casa de la Aprobación de Valladolid.
12 Estandarte de San Mauricio expuesto en el Museo de Valladolid después de su restauración.

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