RELIEVE DEL
DESCENDIMIENTO
Autor
anónimo
Finales
siglo XI
Piedra
Claustro del
Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos)
Escultura románica
El burgalés Monasterio de Santo Domingo de Silos
alberga un conjunto de figuras exentas, relieves y capiteles que deben
considerarse entre lo más granado de la escultura románica española, con un
innumerable repertorio iconográfico de escenas y motivos vegetales que tienen
su correlación en múltiples objetos suntuarios y obras elaboradas en el célebre
Scriptorium Silense.
La fundación del monasterio se remonta al siglo VII,
en una abadía visigótica dedicada a San Sebastián a la que tiempo después la
ocupación musulmana provocaría su decadencia. Volvería a resurgir en tiempos
del gobierno del conde Fernán González en Castilla (930-970), aunque con la
amenaza de las reiteradas incursiones de Almanzor. Habría que esperar hasta
1041 para que el monasterio benedictino iniciara su desarrollo después de la llegada
del abad Domingo, que al frente del monasterio de San Millán de la Cogolla
había negado al rey de Navarra la entrega de los vasos sagrados y otros bienes
para financiar los gastos de guerra, hecho que le supuso el destierro. Santo
Domingo fue acogido por Fernando I de Castilla, que le confió el monasterio de
San Sebastián de Silos.
Por su iniciativa se levantó una iglesia románica,
aunque su muerte en 1073 le impidió ver las obras terminadas, siendo finalmente
consagrada por el abad Fortunio, su sucesor, en 1088. Junto a la iglesia también
se levantaron las necesarias dependencias monacales, entre las que destacaba un
espacioso claustro, como era preceptivo, cuyos complicados trabajos decorativos
hicieron que la obra se dilatara en el tiempo, de modo que las galerías este y
norte se completaron durante la segunda mitad del siglo XI, mientras que las
del oeste y sur lo hicieron en la primera mitad del XII, añadiéndose un piso
superior a todo el claustro en las postrimerías de este último.
En la primera fase constructiva trabajó en Silos un
extraordinario y desconocido maestro que labró una buena colección de capiteles
y seis relieves colocados en el interior de los machones angulares del
claustro, todos ellos alusivos al triunfo de Cristo sobre la muerte. La serie
comienza con la escena del Descendimiento, como certificación física de la
consumación del sacrificio, y se acompaña de otras que representan la Visita de
las mujeres al Sepulcro, los Discípulos de Emaús, la Duda de Santo Tomás, la Ascensión y el Pentecostés. Otro maestro,
posiblemente llegado de Galicia, remataría la serie con dos relieves dedicados
a la Virgen: la Anunciación y la Coronación.
De todos ellos elegimos el relieve dedicado al
Descendimiento, colocado en el ángulo noroeste del claustro, por constituir la
primera representación escultórica en España de este tema pasionario que
tendría continuidad en el arte cristiano hasta el siglo XIX.
Como es habitual en la escultura románica, en el
relieve del Descendimiento prevalecen los valores simbólicos sobre los afanes
naturalistas, pues la escena no intenta conmover, sino ilustrar y adoctrinar.
Sin embargo, en este relieve se cuida cada detalle y en su composición abundan
las líneas ondulantes que le proporcionan un dinamismo que antecede a los
trabajos de la portada francesa de Moissac. Siguiendo la pauta generalizada en
el románico, el relieve se adapta al marco arquitectónico, en este caso
cobijado bajo un arco de medio punto y enmarcado por finas columnillas
rematadas con capiteles vegetales, recordando en su finura y planteamiento
formal a los marfiles leoneses y los diseños de las miniaturas mozárabes, de
modo que podría decirse que está planteado como un trabajo de marfil a gran
escala.
Como es constante en la plástica medieval, el relieve
muestra un tamaño de figuras jerarquizado como herencia del arte bizantino, al
tiempo que todas ellas mantienen un hieratismo que proporciona solemnidad a la
escena. En los trabajos anatómicos predominan los valores geométricos y
lineales, recurriendo a incisiones sobre la piedra para remarcar ciertos
elementos descriptivos, como las costillas, que se combinan con exquisitos
detalles labrados con precisión.
A pesar de su falta de naturalismo, es un ejemplo
del singular atractivo de lo imperfecto que ofrece la escultura románica, capaz
de transmitir sin dramatismo el momento representado y aportando un cúmulo de
elementos de contenido doctrinal y una serie de símbolos imbricados que
trascienden la escena principal. Uno de los más curiosos es la representación
del Gólgota como una aglomeración de piedras ordenadas y ondulantes, con
diseños próximos a la miniatura mozárabe, que insinúan el terremoto que siguió
a la muerte de Cristo, efecto que produce la apertura de un sarcófago del que surge una cabeza y una mano, ahora muy
mutiladas, en cuyo frente figura la inscripción "Adam".
Estos elementos, que proporcionan cierta
inestabilidad a los personajes que se apoyan sobre ellos, derivan de una
leyenda medieval, recogida por Santiago (Jacobo) de la Vorágine en La Leyenda Dorada, que trata sobre el
origen del árbol del que se extrajo el madero de la cruz. Según esta, cuando
murió Adán, fue enterrado con una semilla en la boca que le había colocado su
hijo Set, una semilla que, proveniente del jardín del Edén y recibida del arcángel San
Miguel, con el tiempo llegó a germinar. La madera de aquel árbol después sería
utilizada para construir un puente cuyas facultades especiales reconoció la
Reina de Saba durante la visita a Salomón en Jerusalén. Pero este rey,
considerándose "el más grande de los Reyes", hizo arrancar el árbol y
destruir el puente, cuyas maderas después serían encontradas por los romanos y utilizadas para elaborar la cruz en que se consumó la redención de la humanidad. Por este
motivo bajo la cruz, de aspecto leñoso, aparece el sepulcro de Adán, cuya
leyenda generaría en el arte posterior la colocación de un calavera a los pies
de la cruz.
Por otra parte, la escena central se circunscribe al
momento estricto del Descendimiento o Desenclavo, con la figura de José de
Arimatea sujetando el cuerpo exánime de Cristo, mientras Nicodemo desclava la
mano izquierda. A los lados se sitúan la Virgen, que con un paño toma la mano
desclavada con gesto reverencial, y Juan, que en actitud de caminar porta en
sus manos el Evangelio, ambos identificados con inscripciones en sus nimbos.
Cristo ofrece una anatomía esquemática a base de
volúmenes cilíndricos que contrastan con las incisiones de las costillas y los
pliegues del perizoma. Su cabeza
muestra un labrado minucioso, con cabellos y barbas filamentosas delineadas con
precisión, ojos cerrados insinuando la muerte, su nombre grabado en el nimbo y,
como es habitual en el románico, crucificado con cuatro clavos y sin expresar
el menor atisbo de dolor, con la única referencia naturalista en la ligera
flexión de las piernas por el peso y la cabeza inclinada.
Igualmente, la Virgen expresa más su sentimiento de
dolor por la gesticulación del cuerpo que por los rasgos del inexpresivo
rostro, que aparece envuelto por un juego de tocas muy bien estructuradas, lo
mismo que los cabellos del resto de los personajes, todos con ojos almendrados,
pupilas remarcadas en negro, bocas cerradas e indumentarias ceñidas al cuerpo.
El semicírculo del arco aparece ocupado por tres
ángeles turiferarios, dispuestos simétricamente, que entre nubes agitan
incensarios para solemnizar la escena. Entre ellos se colocan dos
personificaciones del Sol y de la Luna, ocultando la luz de los astros con
paños en los que aparece su nombre inciso. Su presencia se convierte en un
símbolo del Nuevo y del Viejo Testamento, en definitiva, de la Iglesia y de la
Sinagoga.
Por su remota cronología, el relieve del
Descendimiento del Monasterio de Silos es una de las primeras manifestaciones
plásticas de este tema en España, sirviendo como motivo de inspiración a otros
muchos maestros que a finales del siglo XII reinterpretaron la receta
en capiteles historiados, como es el caso del procedente de la iglesia del
monasterio premostratense de Santa María la Real de Aguilar de Campoo
(Palencia), que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
También precede al célebre relieve del Descendimiento que hiciera Benedetto
Antelami en 1178 para la catedral de Parma y a toda la serie de grupos del
Descendimiento en madera realizados en talleres pirenaicos a finales del siglo
XII, uno de los capítulos más singulares del románico catalán.
Informe: J. M. Travieso.
Vista del claustro de Santo Domingo de Silos.
* * * * *
Aunque no soy creyente, no deja de emocionarme la magnitud artística de esta maravillosa obra que, entre cosas, te invita a la reflexión y a la meditación.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNuestro Señor Jesucristo .
ResponderEliminar