30 de noviembre de 2012

Visita virtual: EL DESCENDIMIENTO, la sutileza de lo imperfecto en Silos


RELIEVE DEL DESCENDIMIENTO
Autor anónimo
Finales siglo XI
Piedra
Claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos)
Escultura románica

El burgalés Monasterio de Santo Domingo de Silos alberga un conjunto de figuras exentas, relieves y capiteles que deben considerarse entre lo más granado de la escultura románica española, con un innumerable repertorio iconográfico de escenas y motivos vegetales que tienen su correlación en múltiples objetos suntuarios y obras elaboradas en el célebre Scriptorium Silense.

La fundación del monasterio se remonta al siglo VII, en una abadía visigótica dedicada a San Sebastián a la que tiempo después la ocupación musulmana provocaría su decadencia. Volvería a resurgir en tiempos del gobierno del conde Fernán González en Castilla (930-970), aunque con la amenaza de las reiteradas incursiones de Almanzor. Habría que esperar hasta 1041 para que el monasterio benedictino iniciara su desarrollo después de la llegada del abad Domingo, que al frente del monasterio de San Millán de la Cogolla había negado al rey de Navarra la entrega de los vasos sagrados y otros bienes para financiar los gastos de guerra, hecho que le supuso el destierro. Santo Domingo fue acogido por Fernando I de Castilla, que le confió el monasterio de San Sebastián de Silos.

Por su iniciativa se levantó una iglesia románica, aunque su muerte en 1073 le impidió ver las obras terminadas, siendo finalmente consagrada por el abad Fortunio, su sucesor, en 1088. Junto a la iglesia también se levantaron las necesarias dependencias monacales, entre las que destacaba un espacioso claustro, como era preceptivo, cuyos complicados trabajos decorativos hicieron que la obra se dilatara en el tiempo, de modo que las galerías este y norte se completaron durante la segunda mitad del siglo XI, mientras que las del oeste y sur lo hicieron en la primera mitad del XII, añadiéndose un piso superior a todo el claustro en las postrimerías de este último.

En la primera fase constructiva trabajó en Silos un extraordinario y desconocido maestro que labró una buena colección de capiteles y seis relieves colocados en el interior de los machones angulares del claustro, todos ellos alusivos al triunfo de Cristo sobre la muerte. La serie comienza con la escena del Descendimiento, como certificación física de la consumación del sacrificio, y se acompaña de otras que representan la Visita de las mujeres al Sepulcro, los Discípulos de Emaús, la Duda de Santo Tomás,  la Ascensión y el Pentecostés. Otro maestro, posiblemente llegado de Galicia, remataría la serie con dos relieves dedicados a la Virgen: la Anunciación y la Coronación.
De todos ellos elegimos el relieve dedicado al Descendimiento, colocado en el ángulo noroeste del claustro, por constituir la primera representación escultórica en España de este tema pasionario que tendría continuidad en el arte cristiano hasta el siglo XIX.

Como es habitual en la escultura románica, en el relieve del Descendimiento prevalecen los valores simbólicos sobre los afanes naturalistas, pues la escena no intenta conmover, sino ilustrar y adoctrinar. Sin embargo, en este relieve se cuida cada detalle y en su composición abundan las líneas ondulantes que le proporcionan un dinamismo que antecede a los trabajos de la portada francesa de Moissac. Siguiendo la pauta generalizada en el románico, el relieve se adapta al marco arquitectónico, en este caso cobijado bajo un arco de medio punto y enmarcado por finas columnillas rematadas con capiteles vegetales, recordando en su finura y planteamiento formal a los marfiles leoneses y los diseños de las miniaturas mozárabes, de modo que podría decirse que está planteado como un trabajo de marfil a gran escala.

Como es constante en la plástica medieval, el relieve muestra un tamaño de figuras jerarquizado como herencia del arte bizantino, al tiempo que todas ellas mantienen un hieratismo que proporciona solemnidad a la escena. En los trabajos anatómicos predominan los valores geométricos y lineales, recurriendo a incisiones sobre la piedra para remarcar ciertos elementos descriptivos, como las costillas, que se combinan con exquisitos detalles labrados con precisión.

A pesar de su falta de naturalismo, es un ejemplo del singular atractivo de lo imperfecto que ofrece la escultura románica, capaz de transmitir sin dramatismo el momento representado y aportando un cúmulo de elementos de contenido doctrinal y una serie de símbolos imbricados que trascienden la escena principal. Uno de los más curiosos es la representación del Gólgota como una aglomeración de piedras ordenadas y ondulantes, con diseños próximos a la miniatura mozárabe, que insinúan el terremoto que siguió a la muerte de Cristo, efecto que produce la apertura de un sarcófago del que  surge una cabeza y una mano, ahora muy mutiladas, en cuyo frente figura la inscripción "Adam".

Estos elementos, que proporcionan cierta inestabilidad a los personajes que se apoyan sobre ellos, derivan de una leyenda medieval, recogida por Santiago (Jacobo) de la Vorágine en La Leyenda Dorada, que trata sobre el origen del árbol del que se extrajo el madero de la cruz. Según esta, cuando murió Adán, fue enterrado con una semilla en la boca que le había colocado su hijo Set, una semilla que, proveniente del jardín del Edén y recibida del arcángel San Miguel, con el tiempo llegó a germinar. La madera de aquel árbol después sería utilizada para construir un puente cuyas facultades especiales reconoció la Reina de Saba durante la visita a Salomón en Jerusalén. Pero este rey, considerándose "el más grande de los Reyes", hizo arrancar el árbol y destruir el puente, cuyas maderas después serían encontradas por los romanos y utilizadas para elaborar la cruz en que se consumó la redención de la humanidad. Por este motivo bajo la cruz, de aspecto leñoso, aparece el sepulcro de Adán, cuya leyenda generaría en el arte posterior la colocación de un calavera a los pies de la cruz.

Por otra parte, la escena central se circunscribe al momento estricto del Descendimiento o Desenclavo, con la figura de José de Arimatea sujetando el cuerpo exánime de Cristo, mientras Nicodemo desclava la mano izquierda. A los lados se sitúan la Virgen, que con un paño toma la mano desclavada con gesto reverencial, y Juan, que en actitud de caminar porta en sus manos el Evangelio, ambos identificados con inscripciones en sus nimbos.

Cristo ofrece una anatomía esquemática a base de volúmenes cilíndricos que contrastan con las incisiones de las costillas y los pliegues del perizoma. Su cabeza muestra un labrado minucioso, con cabellos y barbas filamentosas delineadas con precisión, ojos cerrados insinuando la muerte, su nombre grabado en el nimbo y, como es habitual en el románico, crucificado con cuatro clavos y sin expresar el menor atisbo de dolor, con la única referencia naturalista en la ligera flexión de las piernas por el peso y la cabeza inclinada.

Igualmente, la Virgen expresa más su sentimiento de dolor por la gesticulación del cuerpo que por los rasgos del inexpresivo rostro, que aparece envuelto por un juego de tocas muy bien estructuradas, lo mismo que los cabellos del resto de los personajes, todos con ojos almendrados, pupilas remarcadas en negro, bocas cerradas e indumentarias ceñidas al cuerpo.

El semicírculo del arco aparece ocupado por tres ángeles turiferarios, dispuestos simétricamente, que entre nubes agitan incensarios para solemnizar la escena. Entre ellos se colocan dos personificaciones del Sol y de la Luna, ocultando la luz de los astros con paños en los que aparece su nombre inciso. Su presencia se convierte en un símbolo del Nuevo y del Viejo Testamento, en definitiva, de la Iglesia y de la Sinagoga.

Por su remota cronología, el relieve del Descendimiento del Monasterio de Silos es una de las primeras manifestaciones plásticas de este tema en España, sirviendo como motivo de inspiración a otros muchos maestros que a finales del siglo XII reinterpretaron la receta en capiteles historiados, como es el caso del procedente de la iglesia del monasterio premostratense de Santa María la Real de Aguilar de Campoo (Palencia), que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. También precede al célebre relieve del Descendimiento que hiciera Benedetto Antelami en 1178 para la catedral de Parma y a toda la serie de grupos del Descendimiento en madera realizados en talleres pirenaicos a finales del siglo XII, uno de los capítulos más singulares del románico catalán.      

Informe: J. M. Travieso.














Vista del claustro de Santo Domingo de Silos.


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3 comentarios:

  1. Aunque no soy creyente, no deja de emocionarme la magnitud artística de esta maravillosa obra que, entre cosas, te invita a la reflexión y a la meditación.

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