Estampas y
recuerdos de Valladolid
El insigne poeta José Zorrilla murió en Madrid el 23 de enero de 1893
y allí fue enterrado con honores en el cementerio de San Justo, pero tres años
después, por expreso deseo del escritor y por la admiración hacia su persona en su tierra natal,
sus restos fueron trasladados a Valladolid, momento que refleja la fotografía
publicada en la revista "La Ilustración Española y Americana".
Según las hemerotecas locales y como muestra el documento gráfico, el
entierro y los funerales de Zorrilla constituyeron todo un acontecimiento
multitudinario en el que no sólo participaron las fuerzas vivas y lo más
granado del sector literario, sino también miles de ciudadanos, muchos de los
cuales ya por entonces recitaban de memoria algunos actos del Tenorio, de modo que no se
recuerda en Valladolid otro acto fúnebre más concurrido.
Después de ser exhumados los restos, que no se hallaban en muy buenas
condiciones, fueron conducidos a la Estación del Norte de Madrid y colocados en
una carroza que fue montada sobre un vagón rodeada de coronas de flores
enviadas por particulares e instituciones de distintos lugares de España. Esta
había sido realizada expresamente para glorificar al poeta ese día y estaba formada por
un catafalco con cuatro velones en los ángulos con forma de pebeteros, una
alegoría de España llorando a lomos de un león en la parte delantera y en la
trasera un pedestal en forma de columna sobre la que descansaba un busto del poeta, al que un ángel
con alas desplegadas coronaba con laurel.
Tras varios problemas técnicos, el tren fúnebre llegó a la Estación Campo Grande de Valladolid, donde esperaba impaciente una multitud de curiosos y admiradores del escritor. A la carroza monumental se incorporaron ocho caballos negros ataviados de gala, al modo de la época, y tres carrozas detrás repletas de coronas de flores. El cortejo, precedido por el pendón de Castilla, llevado a caballo por un heraldo, y por una cruz alzada portada por los representantes eclesiásticos, discurrió desde el paseo central del Campo Grande, donde en el kiosko una banda interpretaba la marcha triunfal del maestro Llorente, hasta el Cementerio del Carmen, recibiendo honores durante el itinerario con las calles engalanadas con colgaduras, guirnaldas y flores, y con bandas de música amenizando el largo recorrido.
Tras varios problemas técnicos, el tren fúnebre llegó a la Estación Campo Grande de Valladolid, donde esperaba impaciente una multitud de curiosos y admiradores del escritor. A la carroza monumental se incorporaron ocho caballos negros ataviados de gala, al modo de la época, y tres carrozas detrás repletas de coronas de flores. El cortejo, precedido por el pendón de Castilla, llevado a caballo por un heraldo, y por una cruz alzada portada por los representantes eclesiásticos, discurrió desde el paseo central del Campo Grande, donde en el kiosko una banda interpretaba la marcha triunfal del maestro Llorente, hasta el Cementerio del Carmen, recibiendo honores durante el itinerario con las calles engalanadas con colgaduras, guirnaldas y flores, y con bandas de música amenizando el largo recorrido.
En el solemne desfile estaban presentes los ministros de Marina,
Guerra, Ultramar, Hacienda y Fomento, con el duque de Sotomayor en
representación de la corona, acompañado del general Moltó y del cardenal
Cascajares, así como Pedro Vaquero Concellón, Alcalde de Valladolid, y una
comisión representativa de la ciudad integrada por los señores Álvarez
Taladriz, Santarén, Zarandona, Cabas, Gamazo, Muro, Ferrari, Cano y Barreda,
junto a los que se situaban miembros del ejército e instituciones políticas, literarias,
científicas y universitarias de la ciudad, pero, sobre todo, miles de
ciudadanos que de forma espontánea rindieron homenaje al poeta, según
informaban periodistas madrileños y vallisoletanos presentes en el acto.
Ya en el cementerio, fue Núñez de Arce quien leyó un panegírico muy sentido, seguido por las palabras del Sr. Tejada Valdosera, en
representación del Gobierno, y del Alcalde de Valladolid en nombre del pueblo
vallisoletano. El féretro fue colocado en una sepultura sencilla, al tiempo que
se colocaba la primera piedra de lo que sería el Panteón de Vallisoletanos
Ilustres.
Dicho panteón, presidido por una alegoría broncínea de
Castilla, fue elaborado entre 1898 y 1902 por el escultor riosecano Aurelio
Carretero, ganador del concurso convocado al efecto, siendo José Zorrilla el primero que
lo ocupó en lugar de honor. Este mismo escultor, que había realizado la
mascarilla mortuoria del escritor en Madrid, igualmente sería el autor del monumento a
Zorrilla, levantado en 1900 en una de las plazas más emblemáticas de la ciudad,
que también tomó el nombre del afamado poeta, precisamente el lugar captado en la histórica
fotografía.
(Nuestro agradecimiento a la fuente de información: cajondesastrevalladolid.blogspot.com)
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