El Monasterio de Prado es posiblemente el conjunto conventual de mayor
envergadura de cuantos se levantaron en Valladolid a lo largo del tiempo,
motivo por el que, junto a su pertenencia a la orden jerónima, hizo que fuera
denominado por algunos como "El Escorial de Valladolid". El complejo,
salvado milagrosamente de la ruina, ha sido restaurado y rehabilitado en
tiempos recientes para albergar la Consejería de Educación de la Junta de
Castilla y León. Aún así, sus muros permanecen impregnados de una prolífica actividad
pasada que tuvo como protagonistas a importantes personajes y acontecimientos
de la historia de España y de la ciudad. Vamos a intentar recordar algunos de los más
sobresalientes.
Según informa Manuel Canesi en su Historia
de Valladolid [1], todo comenzó en tiempos del rey Juan II de Castilla
(1405-1454), cuando el 30 de enero de 1440 unos monjes jerónimos, procedentes
del monasterio de La Armedilla, se instalaron en la margen derecha del
Pisuerga, a extramuros de la ciudad, ocupando una sencilla ermita, dependiente
de la cofradía de San Lázaro, en la que se rendía culto a la imagen de Nuestra
Señora de Prado, en una zona próxima al asentamiento de una abandonada villa
romana. La fundación, que contó con patrocinio económico de doña Isabel de
Ávila, por deseo testamentario de su esposo don Ruy Gonzalo de Avellaneda,
respondía a un ofrecimiento de don Fernando de Moya, por entonces abad de la
colegiata vallisoletana, que pretendía con la presencia de los monjes jerónimos
junto al Pisuerga salvaguardar la devoción a la milagrosa imagen de la Virgen.
FRAY HERNANDO DE TALAVERA
En un principio fue prior fray Sancho de Burgos, procedente del
monasterio de Nuestra Señora de la Olmedilla, quien tomó posesión de las
humildes instalaciones, que fueron ampliadas en tiempos de su sucesor fray Juan
de Valladolid, aunque sería en 1486, en tiempos de los Reyes Católicos, cuando
a petición de fray Hernando de Talavera los monarcas se convirtieron en
protectores del monasterio y lo acogieron bajo su patrocinio, ordenando su
reedificación y la construcción de una espaciosa iglesia en estilo
gótico-mudéjar.
Fray Hernando de Talavera (1428-1507) era un gran pensador y escritor de
su tiempo, riguroso y austero, que había estudiado teología en la Universidad
de Salamanca, donde fue profesor de Filosofía Moral. En 1466 había ingresado
como monje jerónimo en el monasterio de San Leonardo de Alba de Tormes, siendo
nombrado en 1470 prior del monasterio de Nuestra Señora de Prado de Valladolid,
donde estuvo al frente de la comunidad jerónima durante dieciséis años, participando
en importantes acontecimientos de su tiempo, después de ser elegido confesor de
la reina Isabel antes de que esta llegara al trono en 1474, después de la
guerra civil contra los partidarios de Juana la Beltraneja, heredera de Enrique
IV.
Desde el monasterio de Nuestra Señora de Prado también ejerció como
consejero real, siendo el 1480 árbitro en la reducción de las cuentas de la
nobleza y jugando un papel determinante en la venta de bulas para la
consecución de fondos para financiar la guerra de Granada, así como contrario a
la creación de la Santa Inquisición y administrador apostólico de la diócesis
de Salamanca entre 1483 y 1485. Uno de los capítulos más importantes durante su
estancia en Valladolid ocurrió el 11 de agosto de 1486, cuando llegó Cristóbal
Colón al Monasterio de Prado procedente de Arévalo, después de recorrer el también
monasterio jerónimo de la Mejorada en Olmedo, de llegar a Puente Duero y cruzar
el puente de Simancas para llegar a este enclave. En ese momento Colón había
visto rechazado su proyecto de navegación por el rey Juan II de Portugal,
consiguiendo que sus planes fueran escuchados con atención por fray Hernando de
Talavera, que sería el primero en influir sobre la reina sobre la conveniencia
de asumir la propuesta colombina en la búsqueda de un nuevo camino hacia las
Indias, considerando algunos historiadores este encuentro en Valladolid como un
momento clave en la gesta de Colón.
Según informa su biógrafo, el cronista escurialense fray José de
Sigüenza, ese mismo año de 1486 fray Hernando de Talavera era nombrado obispo
de Ávila, cargo que mantuvo hasta que fue conquistada Granada en 1492, donde,
fiel a sus ideas, ejerció como administrador apostólico del nuevo territorio e
impidió el establecimiento de la Inquisición. Tras recibir una bula en 1493,
fue nombrado primer obispo de Granada. No obstante, sus enfrentamientos a la
labor de la Inquisición primero le originaría problemas con la férrea política
de conversiones del cardenal Cisneros, y finalmente en 1505, muerta ya la reina
Isabel, con el inquisidor de Córdoba, que llegó a apresarle, siendo puesto en
libertad en 1507, año de su muerte.
ENTERRAMIENTO EN EL MONASTERIO DE PRADO DE LOS HERMANOS DE BOABDIL
Una curiosidad histórica, no demasiado conocida, es el establecimiento
en Valladolid de dos hermanos de padre del último rey nazarí Boabdil el Chico,
después de que este rindiera Granada a los Reyes Católicos el 2 de enero de
1492 y pasara a territorio africano sin dejar sucesión. Cado o Çad y Nazar o
Nasr, hijos de Muley Abulhacen y su favorita Zoraida, nombre adoptado por la
renegada cristiana doña Isabel de Solís, se convirtieron al cristianismo tras
la conquista, siendo Cado, el mayor, bautizado como don Fernando y Nazar como
don Juan, trasladando ambos infantes su domicilio a Valladolid, donde se
establecieron en unas casas situadas próximas a la iglesia de San Pablo.
Siguiendo su ejemplo, su madre también recuperó la fe, pasando a ser conocida
como doña Isabel de Granada.
Los dos rehicieron sus vidas a orillas del Pisuerga, don Fernando de
Granada casándose con doña Mencía de Sandoval, señora de la villa de
Tordehumos, y don Juan de Granada primero con doña Beatriz de Sandoval y
después con doña María de Toledo y Monzón, llegando a servir al emperador
Carlos durante el conflicto de las Comunidades de Castilla y a ostentar el
cargo de Gobernador de Galicia.
Los dos hermanos de Boabdil habían recibido de los Reyes Católicos el
patronato de la capilla mayor del monasterio de Prado para su enterramiento y
en ella fueron sepultados a su muerte con los honores propios de tan ilustre
linaje.
LA PRIMERA IMPRENTA DE VALLADOLID
Otro capítulo importante del monasterio de Nuestra Señora de Prado,
según recuerda una placa instalada en 1993, fue el establecimiento en 1481 de
la primera imprenta de Valladolid, un taller dedicado a la impresión de bulas
de indulgencias para sufragar los gastos de la lucha contra los turcos y la
guerra de Granada, una imprenta que se mantuvo en activo hasta 1835,
desapareciendo por completo en 1850 y con ella una actividad de gran trascendencia
histórica.
Aquellas impresiones de las llamadas Bulas de Cruzada fueron encomendadas por los Reyes Católicos, que
en 1479 consiguieron la concesión del papa Sixto IV para sufragar los gastos
originados en la recuperación del Reino de Granada. Esta tarea, que era
promovida y supervisada por el prior, era compartida desde 1480 por la imprenta
del monasterio toledano de San Pedro Mártir.
El primer documento conocido, referido al privilegio de impresión de
las bulas en la imprenta del monasterio de Nuestra Señora de Prado, es una Real
Cédula del 4 de febrero de 1501, que confirma la actividad iniciada años antes
[2]. Esta tarea, que proporcionaba una gran rentabilidad económica al monasterio,
lo que debió originar la actuación de imprentas fraudulentas en otros lugares
de la península, era realizada por tipógrafos profesionales, conociéndose la
participación de Arnao Guillén de Brocar
(1512-1519), Miguel de Eguía y Juan y Pedro de Brocar (1523-1527), Lázaro
Salvaggio (1527-1534), Hernán Carrillo Rótulo y Ambrosio Rótulo (1534-1572),
Gaspar Rótulo (1572-1604), Rodrigo Calderón (1604-1621), Esteban Spínola y
Vincencio Squarzafigo (1621-1622), ocupándose de las labores de imprenta desde
1622 hasta 1835 los monjes del propio monasterio.
LA DEVOCIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE PRADO
La imagen de la Virgen de Prado ya recibía culto en una pequeña ermita
que era atendida por la cofradía de San Lázaro cuando los monjes jerónimos se
instalaron en Valladolid, pasando a presidir el altar mayor de la nueva iglesia
conventual sin que se conocieran datos sobre sus orígenes. Se trataba de una
imagen de madera policromada que mostraba a la Virgen sedente, sujetando al
Niño en su rodilla izquierda y portando algún desconocido objeto en su mano
derecha, después sustituido por un cetro. El modelo se ajustaba a la escultura
de transición del románico al gótico durante el siglo XIV, destacando la gran
estilización de las dos figuras, tanto corporal como de las cabezas, siendo
popular por divulgarse la leyenda de que en ocasiones llegaba a cambiar el
color de su tez morena.
Como la gran mayoría de las representaciones marianas en la época,
la Virgen de Prado pronto adquirió una gran fama milagrera, de modo que, cuando la iglesia
fue reformada en 1680, se reservó junto al lado izquierdo de la entrada una
capilla especial para su culto, toda ella pintada y provista de un rico camarín
en el que permaneció hasta que el 10 de diciembre de 1726 fue trasladada al
retablo de la capilla mayor, celebrándose con tal motivo grandes fiestas
religiosas y profanas, con una procesión, fuegos artificiales y faroles
decorando el exterior del monasterio.
El hecho se comprende en base a la gran popularidad de la imagen, que
paulatinamente fue recubierta con lujosos vestidos y adornos exquisitos,
destacando una joya compuesta por esmeraldas que fue regalo del real
monasterio. Uno de los principales milagros atribuidos a Nuestra Señora de
Prado fue su intercesión en la redención de cautivos de las mazmorras
sarracenas, motivo por el que a la entrada de la iglesia figuraron numerosos
grilletes y cadenas colgantes [3]. También era pródiga en curar todo tipo de
enfermedades, figurando igualmente exvotos de vecinos de Valladolid y de toda
la comarca, que acudían con frecuencia al monasterio a modo de romería.
Un testimonio del aspecto que Nuestra Señora de Prado mostraba en su
camarín está recogido en una pintura mural, bastante deteriorada, que decora,
junto a figuras de santos de la orden jerónima, la que fuera sacristía de la
iglesia del monasterio de Prado, hoy salón polivalente en el recuperado
edificio.
Los milagros de Nuestra Señora de Prado
El padre jesuita Juan de Villafañe, en una recopilación de imágenes
marianas españolas, recoge alguno de los prodigios obrados por esta imagen,
como el ocurrido en 1530 a Pedro Álvarez, Juan de Medina y Pedro Martínez, unos
mercaderes que embarcados en Perú toparon con un monstruoso pez que casi hizo
naufragar el navío, muriendo el temido animal tras encomendarse a Nuestra Señora de
Prado, a la que le fueron ofrecidos en señal de agradecimiento una espina con
forma de espada con cincuenta dientes.
Otro ocurría en 1570, cuando un cautivo vallisoletano, que llevaba
doce años en una prisión sarracena, se encomendó desesperado a la Virgen de
Prado y al momento se vio liberado y trasladado a las puertas de este
monasterio, donde se encontró con su esposa que allí acudía a orar, admirando a
todos tal prodigio. Un suceso similar ocurría en 1590, cuando Juan Pérez, un
mozo de Tudela que se hallaba preso en poder de los musulmanes desde hacía diez
años, al terminar de rezar apareció milagrosamente liberado en la capilla de la Virgen de Prado, aún con
los grilletes puestos.
El año 1604, estando unos segadores en un trigal próximo al monasterio
y otros horneando pan, se declaró un grave incendio que se apaciguó al invocar
a la Virgen de Prado, salvándose los panes al consumir el fuego solamente uno
de los árboles. En otra ocasión la esposa de Francisco de Chaves se hallaba
suplicando a la Virgen por su marido desaparecido hacía año y medio y al
momento entró la criada en la iglesia diciendo que su señor acababa de llegar a
casa. En 1614 la Virgen resucitaba a un niño de cuatro años, hijo de una vecina
del barrio de San Juan. Otro suceso similar ocurría en 1621, cuando la Virgen
de Prado salvó a un niño caído a un pozo.
La serie de sucesos prodigiosos, muy divulgados por la ciudad, se dilataron
en el tiempo, con la intervención de la Virgen de Prado favoreciendo a numerosos
accidentados, enfermos e incluso endemoniados, siendo recordados los casos
ocurridos en 1634 a Benito Santillana, regidor de Valladolid, que por la
intercesión divina obtuvo la sucesión deseada de su esposa Inés de Acuña, o el de 1643, cuando un monje sordo del monasterio recuperó el oído tras orar a la
Virgen de Prado, celebrándolo en compañía de la comunidad asistiendo a los cantos del
coro. La relación de prodigios, realmente interminable, aparece documentada
hasta el año 1717.
Cuando en 1821 el monasterio fue suprimido por disposición real, la popular
imagen de Nuestra Señora de Prado fue trasladada a la iglesia de San Nicolás, primero
a uno de los retablos del lado de la epístola y desde 1895 colocada sobre la
imagen del santo titular del retablo mayor, donde sigue siendo venerada en la
actualidad, aunque la mayoría de los vallisoletanos desconocen su pasada
popularidad y toda su historia de prodigios.
LA AMPLIACIÓN DEL MONASTERIO
Esta fundación real también fue protegida por Felipe II y especialmente
por Felipe III y su esposa la reina doña Margarita durante los años de
permanencia de la Corte en Valladolid, dando lugar a un periodo de prosperidad en
el que el incremento de vocaciones dio lugar a una renovación y ampliación
arquitectónica. En 1605 el arquitecto real Francisco de Praves trazaba un plan
de ampliación que incluía la construcción de dos nuevos claustros, uno de los
cuales, situado junto a la iglesia, fue levantado enteramente por él en 1611 en
piedra de Campaspero, Navares y Villanubla. Hoy se conoce por el nombre de este
arquitecto real y es un ejemplo pureza y austeridad clasicista, de forma cuadrada,
con dos pisos, arquerías de medio punto y los tramos marcados por pilastras
adosadas de orden toscano en el piso inferior y orden corintio en el superior,
contando con una amplia escalera claustral en uno de los lados.
Los otros dos claustros, amplios, levantados en ladrillo y con
arquerías de medio punto sobre soportes de piedra, presentan elementos muy
modificados, destacando en la unión de ambos claustros una amplia escalera de
tipo imperial, cuyas bóvedas están decoradas con yeserías del siglo XVIII.
En la fachada del monasterio destaca una escenográfica portada pétrea
con forma de retablo, atribuida al benedictino Fray Pedro Martínez, que fue
añadida en 1726. En su decoración fusiona elementos clásicos y barrocos,
siguiendo una tipología muy extendida en otros conventos vallisoletanos, con
tres cuerpos que disminuyen en altura, parejas de columnas como elemento
decorativo y coronada por el emblema de los Reyes Católicos, patronos del
monasterio.
Cita Canesi que el interior del monasterio acumuló una gran cantidad
de bienes artísticos y suntuarios, especialmente pinturas, ornamentos,
colgaduras, objetos de oro, plata y piedras preciosas para el culto, siendo
célebre el coro al que en las festividades acudían a escuchar personas notables
de la ciudad, así como la existencia en el recinto de un molino de gran
utilidad.
EL DEVENIR DEL MONASTERIO JERÓNIMO
Después de conocer momentos esplendorosos desde el siglo XV al XVII,
el monasterio de Prado conoció una paulatina decadencia hasta convertirse en
una verdadera ruina.
Si previamente a las leyes ministeriales el complejo sufrió algunos
avatares, como el ocurrido en la noche del 1 de octubre de 1734, cuando el
monasterio padeció los efectos de una terrible tempestad que, tras cegar el
cercano arroyo de Prado, provocó la inundación de sus dependencias, sufriendo
cuantiosas pérdidas de provisiones, ornamentos y objetos suntuarios, o de padecer
los efectos de otra tormenta similar el 11 de julio de 1738, igualmente con
notables pérdidas, fueron los efectos de la Guerra de la Independencia, de la real
orden de supresión de 1821, en tiempos del Trienio Liberal, la exclaustración
definitiva de 1835 tras la orden de Desamortización y su reconversión en
prisión en 1851, las circunstancias que provocaron su paulatino deterioro, a
pesar de que por su declaración de Monumento Nacional en 1877 se libró de la
piqueta. En 1899 el complejo fue convertido en Manicomio Provincial, función
que mantuvo hasta mediados del siglo XX, años en que quedó sumido en el total abandono,
sufriendo la iglesia, convertida en almacén de carruajes antiguos, un incendio
de penosas consecuencias al hundirse las cubiertas.
En la década de los 80 se llevó a cabo una completa restauración,
siendo acondicionado el antiguo monasterio para oficinas y dependencias de la
Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León por los arquitectos J.
Antonio Salvador Polo, Luis Villacorta, Navarro Pallarés, Merino de Cáceres y
Espejel. El recuperado edificio dispone de amplios espacios para la celebración
de exposiciones, aunque la incorporación más original fue la claraboya
acristalada de la llamada Sala de Fray Pío, que realizada con cristal de la
Real Fábrica de La Granja, reproduce una bóveda inspirada en yeserías barrocas
con formas geométricas existentes en el mismo edificio, una vidriera cenital
realmente novedosa y singular.
Informe: J. M . Travieso.
_____________________
NOTAS
[1] CANESI ACEVEDO, Manuel. Historia
de Valladolid (1750), Tomo II, Grupo Pinciano, Valladolid, 1997, pp. 373-375.
[2] GONZÁLVEZ RUIZ, Ramón. Las
bulas de la catedral de Toledo y la imprenta incunable castellana. Toletum
18, 1986, p. 157.
[3] CANESI ACEVEDO, Manuel. Historia
de Valladolid (1750), Tomo II, Grupo Pinciano, Valladolid, 1997, p. 381.
Ilustraciones:
1 Fachada principal del Monasterio de Prado, Valladolid
2 Portada del monasterio, 1726.
3 Planta del Monasterio de Prado (JMT).
4 Claustro de Francisco de Praves, 1611.
5 Busto de Fray Hernando de Talavera.
6 Escalera claustral en el patio de Praves.
7 Claustro de las Bulas.
8 Placa conmemorativa de la imprenta en el Claustro de las Bulas.
9 Aspecto de la antigua Sacristía.
10 La Virgen de Prado en las pinturas de la antigua Sacristía.
11 Claraboya de cristal de La Granja en la llamada Sala de Fray Pío.
12 Claustro de Fray Pedro Martínez.
13 Bóvedas de la escalera imperial.
14 Aspecto actual de la fachada de la iglesia.
15 Ntra. Sra. de Prado, conservada en el centro del retablo de la iglesia de San Nicolás de Valladolid.
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