SANTO
DOMINGO DE GUZMÁN
Francisco
Salzillo (Murcia 1707-1783)
Entre 1750 y
1755
Madera
policromada y postizos
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del convento de San Diego de Murcia
Escultura barroca
española. Escuela murciana
En el siglo XVIII fueron el vallisoletano Luis
Salvador Carmona (1708-1767) y el murciano Francisco Salzillo (1726-1783) quienes
pusieron un brillante colofón al esplendoroso capítulo de la escultura barroca
española, ambos profundizando en conceptos naturalistas, combinados con una
belleza idealizada y un total dominio del trabajo en madera policromada, que
marcarían una decidida transición estética hacia el Neoclasicismo.
Buena muestra de ello es esta escultura de Santo
Domingo de Guzmán que se conserva en el Museo Nacional de Escultura de
Valladolid, durante años perteneciente a la colección barcelonesa del conde de
Güell y adquirida por el Estado en 1985, junto a otra de San Francisco de Asís
con la que forma pareja, para ser entregadas al museo vallisoletano, que de
esta manera cuenta con dos ejemplares salzillescos que ilustran con elocuencia
sobre el broche de oro que supuso la obra del murciano en la escultura barroca
española.
Sin embargo, no se conocen con detalle las
circunstancias del encargo de estas esculturas al genial escultor. Sería el
erudito y académico Javier Fuentes y Ponte, promotor de la transformación de la
iglesia de Jesús de Murcia en el Museo Salzillo, quien las citara como
procedentes del antiguo convento de alcantarinos de San Diego y el primero en apuntar
la autoría de Salzillo. Así fueron consideradas en 1925 por el conde de Güell
en su obra La Sculpture polychrome
religieuse espagnole: une collection, obra sobre los fondos de su colección
publicada en París en 1925. Cuando en 1985 las esculturas ingresaron en el
Museo Nacional de Escultura, fue el murciano Luis Luna Moreno, por entonces
Subdirector de la institución vallisoletana, quien las identificó como el San
Francisco y el Santo Domingo realizados por Salzillo para el citado convento franciscano
de San Diego de Murcia.
Benozzo Gozzoli. El Abrazo de la Paz, 1449-1452 Iglesia de San Francisco, Montefalco (Italia) |
El emparejamiento de Santo Domingo y San Francisco
en los templos dominicos y franciscanos tiene su origen en una antigua leyenda
recogida por el dominico Gerardo de Frachet en el siglo XIII. Según esta, cuando
Santo Domingo asistió al IV Concilio de Letrán en Roma (1215-1216), tuvo en
sueños una visión en que la ira de Dios estaba decidida a castigar al mundo,
siendo la Virgen, en su papel de intercesora, la que presentó a Santo Domingo y
a otro fraile cubierto por un mísero hábito que consiguieron la calma divina.
La leyenda refería que al día siguiente, cuando Santo Domingo se encontraba
orando en el templo, llegó hasta allí el personaje al que había visto en su
sueño vestido como un mendigo. Al instante lo reconoció y se fundieron en el
llamado "Abrazo de la Paz". Se trataba de San Francisco de Asís,
también fundador de una orden mendicante, al que manifestó «los dos tenemos que
trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios». Desde entonces, las
órdenes dominica y franciscana celebraron anualmente este hipotético encuentro
en Roma de sus fundadores con una fiesta fraternal que también fue festejada en
el arte, siendo la escena recogida, entre otras, en la célebre pintura de
Benozzo Gozzoli de la iglesia de San Francisco de Montefalco o en la de Fra
Angelico conservada en los Museos Estatales de Berlín, a las que siguieron
otras muchas representaciones de los santos emparejados, como la sentimental
versión que también en el siglo XVIII hiciera Luis Salvador Carmona (monasterio
de Santo Tomás de Ávila).
Luis Salvador Carmona. El Abrazo de la Paz, s. XVIII Monasterio de Santo Tomás, Ávila |
Una muestra de ello es esta talla de Salzillo, un
escultor que trabajó exclusivamente la temática religiosa —debido a su
formación en un ambiente de religiosidad extrema en la Murcia del XVIII—, en
cierto modo salvando de su hundimiento la tradición imaginera española en un
momento coyuntural que oscilaba entre los últimos estertores del Barroco y el
balbuceo de las nuevas formas que lo sustituyeron, siempre aderezando sus obras
con el idealismo y expresividad de la gracia levantina a través de su talento
mental y la habilidad sus privilegiadas manos.
Fue a partir de 1740 cuando comenzó a manifestar con
claridad un estilo personal muy definido, sobre todo en su incursión en la
iconografía pasionaria, de la que se convertiría en un gran maestro. Es
entonces cuando sus esculturas aúnan el realismo superficial con un contenido
humanista, agudizándose la búsqueda de la belleza y el refinamiento como
consecuencia de la influencia napolitana, aunque siempre sin abandonar la
tendencia mística dominante en el siglo anterior. El sentimiento con que
Salzillo logra animar sus obras a través de la gesticulación de las manos1
—como expresión plástica del místico temblor de su alma— y de un ponderado
sentido de la belleza, no exenta de
cierto sensualismo, hace que sus obras vibren paradójicamente con reposada
inquietud hasta conseguir infundir vida
a la materia inanimada.
SANTO DOMINGO DE GUZMÁN INTERPRETADO POR SALZILLO
Como era habitual, para hacer esta escultura el
artista previamente realizó un boceto en barro, que junto al de San Francisco fueron
aprobados por los comitentes, obras que aún se conservan en el Museo Salzillo
de Murcia permitiendo conocer las distintas fases del proceso creativo, desde
la idea inicial como imaginería mental a la sutileza en la talla y su exquisito
acabado policromado. En líneas generales, la naturalidad de la imagen viene
determinada por el movimiento infundido a los distintos componentes del hábito
dominico y por la expresión de las manos para dotarla de la habitual carga
espiritual y mística, aflorando sutilmente las influencias formales de los
italianos Gian Lorenzo Bernini y Andrea Bolgi y de los trabajos en Murcia del
francés Antonio Dupar, sin olvidar la tradición barroca española.
Santo Domingo de Guzmán se muestra aparentemente de
forma sencilla y natural, sin embargo cada uno de sus componentes responde a un
concienzudo estudio plástico para infundir un hálito de vida al personaje. El
santo aparece de pie y revestido del hábito dominico, con la pierna derecha
adelantada, la cabeza ligeramente inclinada hacia el frente, sujetando un libro
en su mano izquierda y la derecha desplegada del cuerpo con los dedos en ademán
de sujetar algo, seguramente un rosario de acuerdo a la iconografía
tradicional.
El hábito está compuesto por un alba o túnica blanca
de anchas mangas a la que se superpone un escapulario del mismo color. Se cubre
con un manto o capa de color negro que está rematado por una esclavina con
capucha. Según la tradición piadosa, basada en una revelación que Santo Domingo
hiciera al beato Jordán de Sajonia, su sucesor, este tipo de hábito fue
entregado por la propia Virgen al santo fundador de la Orden de Predicadores —Ordinis Vestiaria—, simbolizando con el
color blanco la pureza y con el negro la penitencia, adquiriendo con ello el
significado de que la penitencia protege la pureza, a modo de una armadura
invencible que convierte al dominico en caballero de Cristo.
Salzillo juega con estos elementos de la
indumentaria dotando a la figura de un equilibrado movimiento que le permite
moverse con naturalidad en el espacio, con un intento de dignificar al santo,
según los gustos estéticos del momento, al romper la austeridad cromática añadiendo
una orla dorada que recorre los bordes con sofisticados rameados en suave
relieve. Al avanzar la pierna, el escapulario discurre en diagonal rompiendo la
verticalidad de la caída que produciría cierto estatismo, permitiendo al tiempo
contemplar el naturalismo de los pliegues que se forman de cintura hacia abajo.
Otro tanto ocurre con el manto, en el que se establece un contrapunto a su
caída natural por la parte derecha, y su tallado en forma de lámina finísima,
con su recogimiento en la parte izquierda de la cintura hasta llegar a remontar
el libro que porta en su mano, consiguiendo el equilibrio compositivo y creando
un centro de atención realzado por el rojo del canto de las páginas y la
escritura que en ellas aparece.
A esta habilidad compositiva se une el expresivo
trabajo del busto a partir de los pliegues de la esclavina sobre el pecho y los
que forma la capucha sobre los hombros y espalda, concebidos para realzar el
trabajo naturalista de la cabeza. Santo Domingo aparece tonsurado, una práctica
común hasta principios del siglo XX, con voluminosos mechones sobre las orejas
y en la frente, todos ellos tallados con su inconfundible estilo en forma de
estrías muy finas que también se repiten en el bigote y la barba de dos puntas.
Como es característico en la obra del murciano, el rostro, dirigido hacia abajo
en base a su posición en el altar, no profundiza en los aspectos dramáticos,
sino que persigue el naturalismo y la belleza idealizada, en este caso a través
de finas y perfiladas facciones que complementadas con ojos de cristal rasgados
se traducen en un gesto de apacible ensimismamiento místico. Sobre su frente es
visible un taladro sobre el que iría insertada una estrella de plata, aquella
que, según la leyenda, apareció en el momento de su bautismo preludiando su
futuro papel como estrella o faro para guiar las almas hacia Cristo.
Un recurso muy expresivo es el modo de sujetar el
libro entre el manto recogido a la altura de la cintura dando movilidad a los
paños, ya utilizado anteriormente con habilidad por Gregorio Fernández. Es este
un atributo tradicional en la iconografía de Santo Domingo que hace referencia tanto
a la Biblia, como fuente de su predicación y espiritualidad, como al rango de
fundador de la Orden de Predicadores, aprobada por el papa Honorio el 22 de
diciembre de 1216. En sus páginas abiertas es visible una inscripción
deteriorada con el texto «CONSTI/TVTIONES/SA[N]TI ORDINIS/ PREDICATIRVM / CAPVT
I / DIVINI MAESTRI» (transcripción de Cristóbal Belda, 1977).
Es precisamente este modo de sujetar el libro en la
cintura y la colocación del pulgar sobre las páginas, que Salzillo repetiría en
la imagen de Santa Florentina del
grupo de los Cuatro santos de Cartagena
de la iglesia de Santa María de Gracia de la ciudad costera, realizados a
partir de 1754 a petición del Ayuntamiento cartagenero, lo que permite
aventurar una fecha de realización de las obras destinadas a la iglesia de San
Diego de Murcia durante la década de los 50, aunque en esta escultura quede
amortiguada la riqueza de la policromía habitual en sus obras en esa época,
reducida a la sobriedad de los colores blanco y negro como también ocurriera en
las magníficas imágenes de San Francisco y Santa Clara del monasterio de
Capuchinas de Murcia, realizadas hacia 1750.
Por la disposición de los dedos de la mano derecha, la
imagen del santo nacido en Caleruega (Burgos) en 1170 y muerto en Bolonia en
1221, también debería portar un rosario con los quince misterios, del mismo
tipo al que los monjes dominicos llevan en la cintura como parte del hábito.
Este atributo aparece siempre ligado a la figura de Santo Domingo como fundador
del Rosario, medio devocional dedicado a la Virgen.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 SÁNCHEZ MORENO, José. El
sentimiento estético en la obra de Francisco Salzillo / Francisco Salzillo,
imágenes de culto. Catálogo de la Exposición de la Fundación Central
Hispano, Madrid, 1998, p. 173.
Francisco Salzillo. Santo Domingo y San Francisco, 1750-1755 Museo Nacional de Escultura, Valladolid. |
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