JARRONES CON
FLORES
Diego
Valentín Díaz (Valladolid, 1586-1660)
Entre 1640 y
1650
Óleo sobre
lienzo
Museo
Diocesano y Catedralicio, Valladolid
Pintura
barroca española. Escuela castellana
Diego Valentín Díaz. Jarrón con flores, 1640-1650 Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
EL AUTOR
A partir de la segunda década del siglo XVII, el
pintor más importante de cuantos tenían taller abierto en Valladolid era Diego
Valentín Díaz, que en su obrador situado frente a la iglesia de San Lorenzo desarrollaría una larga
carrera jalonada por el reconocimiento y el prestigio generalizados. Nacido en 1586 en
Valladolid y bautizado en la primitiva parroquia de San Miguel, realizó su
formación junto a su padre, el también pintor Pedro Díaz Minaya, del que llegó
a ser ayudante y colaborador vinculado a los modos del manierismo tardío de
resonancias escurialenses, aunque, una vez establecido por su cuenta, su estilo
fue evolucionando hacia un lenguaje convencional e idealista, propio del primer
barroco, en el que supo definir su propio e inconfundible estilo, encontrando
en el repertorio de la pintura religiosa todo un campo apropiado para volcar en
él su condición de hombre modesto y piadoso, siempre respetando la ortodoxia exigida
por la Contrarreforma respecto a la plasmación de imágenes sacras, en las que
experimentó composiciones muy personales de las que emana una intencionalidad
de adoctrinamiento católico.
Diego Valentín Díaz, aparte de gran pintor, era una
persona culta y erudita, poseedor de una rica biblioteca integrada por más de
450 ejemplares de todos los géneros, desde temas religiosos y tratados
artísticos hasta otros de anatomía, astronomía y obras literarias de autores
como Tirso de Molina, Lope de Vega, Quevedo, Cervantes, etc. En el inventario
de sus bienes realizado en 1661, un año después de su fallecimiento, también figuraba
una gran colección de estampas, grabados y dibujos que reproducían modelos de
Durero, Barocci, Tempesta y Rubens, además de 260 pinturas, en su mayor parte
de temática religiosa, suyas y de otros pintores, junto a un bodegón de dulces
de Juan Van der Hamen, algunas pinturas de flores y un retrato que le hiciera
Juan Carreño de Miranda.
Gustoso de las tertulias en los medios artísticos,
mantuvo una buena relación con destacados eclesiásticos de la ciudad, llegando
a realizar los retratos de varios obispos de Valladolid, así como el de su
amigo Gregorio Fernández —para el que realizó la policromía de algunas de sus
obras—, destinado a ser colocado sobre su sepultura en la desaparecida iglesia
del convento del Carmen Calzado (actualmente en el Museo Nacional de
Escultura). Conoció personalmente a Velázquez, con el que entabló amistad, así
como con Francisco Pacheco, con quien mantuvo correspondencia y al que envió
los retratos de Alonso Berruguete, Felipe de Liaño y Gregorio Martínez para un
libro de retratos que estaba preparando. Perteneció a varias cofradías
vallisoletanas, fue uno de los fundadores de la cofradía de San Lucas, patrón
de los pintores y escultores, y llegó a recibir el título de Familiar del Santo
Oficio. Asimismo, tras recibir la herencia de unos familiares, fundó en
Valladolid el Colegio de Niñas Huérfanas, del que fue patrono desde 1647 hasta
su muerte en 1660, institución a la que hizo donación de todos sus bienes en
1653.
Juan van der Hamen. Detalle Naturaleza muerta, h. 1627 Museo del Prado |
En su taller, situado en el lugar que tiempo después
ocuparía el monasterio de Santa Ana y San Joaquín, trabajaron numerosos oficiales y
discípulos, entre ellos el palentino Felipe Gil de Mena. Su producción fue
abundante, uniendo a su faceta de dorador de retablos y policromador de
esculturas una larga relación de pinturas de temática religiosa destinadas a
retablos de Valladolid y provincia, a las que se sumarían pinturas para los
dominicos de San Pablo, para los monjes de San Benito el Real, originales
escenas de Cristo vestido de jesuita para la Casa Profesa de Valladolid (actual
iglesia de San Miguel) o las excelentes pinturas encargadas desde Oviedo, como
el retablo realizado entre 1638 y 1641 para la iglesia de Santa María la Real
de la Corte con las pinturas de San Vicente, San Benito y Santa Escolástica1.
Se completa su obra con pinturas murales y una serie de retratos.
Sin embargo, hoy fijamos nuestra atención en una
faceta tan poco frecuente en Valladolid como es la realización por el pintor de
una serie de naturalezas muertas en las que se deleita pintando bellos jarrones
con atractivas flores, modalidad a la que supo imprimir su estética personal. El
principal interés radica en que las pinturas con el tema de flores y bodegones fueron
muy escasas en Valladolid, mostrando en ellas su interés por lo que hacían
algunos pintores cortesanos de Madrid especializados en este género.
Antonio Ponce. Jarrones con flores, h. 1650. Colección particular |
EL BODEGÓN FLORAL ESPAÑOL
Dentro del género de la "naturaleza
muerta", uno de los temas que alcanzaron en aquella época mayor popularidad
fue el de los floreros, cuyo atractivo, en virtud de la vistosidad y variedad
de las flores, era el permitir infinitas posibilidades de combinaciones de
especies vegetales, a las que se podían añadir guirnaldas, frutas, objetos
ornamentales relacionados con la vegetación e incluso animales, así como vistas
de jardines, paisajes y elementos arquitectónicos en cuyos alardes compositivos
se ponía a prueba la capacidad de invención de sus autores. Su objetivo era
alegrar la vista de los espectadores que las contemplaban, independientemente
del estilo, es decir, tenían una finalidad hedonista muy alejada de las escenas
de martirios y mortificaciones divulgadas hasta la saciedad por la pintura
religiosa.
Con el deseo de conseguir una gran variedad en las composiciones,
se utilizaron muchos modos de representación, uniendo a la inabarcable
combinación de especies florales todo un repertorio de diferentes recipientes
que debían contener los ramilletes, tales como búcaros y jarrones de metal,
cerámica o cristal de los más variados diseños, cestas de mimbre u otros recipientes
fruto de la fantasía o tomados de la realidad cotidiana. De modo que, junto a
las caprichosas formas y el contrastado cromatismo de las flores, los pintores
ponían a prueba su talento para dar corporeidad a los recipientes tanto con
brillos metálicos o cerámicos como con otros fingiendo la transparencia del
cristal, compitiendo estos efectos con el atractivo cromático de los pétalos y
hojas, en la mayoría de los casos utilizando fondos neutros y apoyos
excesivamente austeros para no distraer la mirada del repertorio floral.
Antonio Ponce. Naturaleza muerta, h. 1660. Colección particular |
En definitiva, los pintores, en su mayoría
especializados en el género, se esmeraban por conseguir una pintura amable e
intimista que tuvo una enorme aceptación entre la alta sociedad, alcanzando
sugestivas cotas de virtuosismo en la obra del madrileño Juan van der Hamen
(1596-1631), principal pintor de naturalezas muertas que trabajó en la corte en
las primeras décadas del siglo XVII y cuyas pinturas de bodegones y flores, las
más elegantes de su época, marcaron la pauta a seguir a otros muchos pintores,
entre ellos al vallisoletano Antonio Ponce (1608-1667) que, establecido en Madrid, se muestra como excelente pintor de
bodegones y floreros táctiles y naturalistas, compartiendo con Van der Hamen la
cúspide de la pintura barroca española en este género.
Podría afirmarse que, salvo en casos excepcionales,
el bodegón floral español, en comparación con las escuelas flamenca u
holandesa, no ha sido reconocido artísticamente, marcando un hito la exposición
Pintura española de flores del Siglo de
Oro, celebrada en 2002 en el Frans Hals Museum de la ciudad holandesa de
Haarlem, con obras de instituciones de cuatro países y coleccionistas privados,
muestra que después se repitió en el Museo del Prado, de donde procedían algunas de las obras expuestas.
En ella, entre los pintores más representativos del género, aparecía Diego
Valentín Díaz. Y es que, como podemos comprobar, el gran pintor vallisoletano
no se pudo sustraer a este tipo de pinturas, llegando a realizar una serie que,
aunque siempre fue apreciada, no ha sido puesta en valor hasta tiempos recientes.
Diego Valentín Díaz. Cestas de flores. Museo Carmen Thyssen, Málaga |
JARRÓN DE CRISTAL CON TULIPANES Y OTRAS FLORES
Con este título se conservan en el Museo Diocesano y
Catedralicio de Valladolid dos bellas pinturas al óleo sobre lienzo —66 x 50
cm.— de Diego Valentín Díaz, que se ajustan a lo anteriormente expuesto
mostrando la maestría del pintor en este género. En ambas se repite el mismo planteamiento
compositivo, con un jarrón de cristal de vidrio soplado, cuya decoración
recuerda las manufacturas venecianas, apoyado sobre una repisa que recoge las
sombras producidas por una luz cenital. Dentro del recipiente aparece un
ramillete de flores variadas, en color y tamaño, entre las que se identifican
tulipanes y en las que predominan tonos blancos y rojizos que, destacando sobre
un fondo neutro de tonalidades marrones, quedan bañadas por un fuerte efecto de
claroscuro que procura un fingimiento realista resuelto con gran
virtuosismo. El efecto no puede ser más naturalista, pues el propio cuadro se
convierte en un nicho u hornacina que alberga el florero.
Diego Valentín Díaz. Jarrón con flores, h. 1650 Izda: Colección particular / Dcha: Mercado del arte |
Como es característico en la pintura de Diego
Valentín Díaz, la idea compositiva se apoya en el magistral dominio del dibujo,
base de los elementos ornamentales que son representados con gran minuciosidad
a partir de la habitual paleta de colores fríos, aunando la serenidad general
del atrayente motivo con el dinamismo de los pétalos de las flores, que como
seres vivos parecen agitarse produciendo curvas y contracurvas, ondulaciones antes
de marchitarse. En estas imágenes, de calidad insospechada, se han querido
encontrar implicaciones culturales hasta hace poco no tenidas en cuenta, como
el carácter científico relacionado con los botanistas españoles de los siglos
XVI y XVII, estimulados por el reciente descubrimiento de la flora americana.
Asimismo, no es casual la intensidad, el sentido
geométrico y el contenido místico de este tipo de naturalezas muertas de la
primera mitad del siglo XVII, donde las flores, junto a las frutas y hortalizas
reflejan el paso de las cuatro estaciones, incitando en el fondo a una
reflexión sobre la fugacidad de la vida.
Diego Valentín Díaz. Jarrón con flores y melocotones. Mercado del arte |
OTRAS PINTURAS FLORALES DE DIEGO
VALENTÍN DÍAZ
Cestas con flores. Museo Carmen
Thyssen, Málaga
En la colección Thyssen se conservan dos pinturas
atribuidas a Diego Valentín Díaz que representan cestas de mimbre llenas de
flores. Destacadas sobre el habitual fondo neutro, el trabajo del recipiente de
cristal es sustituido por la textura de un trenzado de mimbre y las flores más
simplificadas, mostrándose en conjunto como una naturaleza muerta más
elemental, por lo que puede tratarse de las primeras obras de este género
realizadas por el pintor, pues estas, como toda la pintura de flores en
general, evolucionaron desde las formas humildes de las primeras obras de principios
del siglo XVII hasta alcanzar la cima del naturalismo a mediados de la centuria
en sofisticadas y virtuosas composiciones.
Jarrón de cristal con tulipanes
y otras flores, h. 1650. Colección particular
Esta pintura, datada hacia 1650, repite el mismo
esquema de los floreros vallisoletanos, aunque el formato se alarga
verticalmente para incorporar un mayor número de flores entre las que
predominan los tulipanes. Diego Valentín Díaz repite miméticamente el tipo de
repisa, el modelo de florero cristalino, el fondo neutro y la iluminación
cenital, incorporando narcisos amarillos, claveles rojos y pintorescas flores silvestres
azules, sin que en conjunto varíe el significado de la composición.
Felipe Gil de Mena. Retablo fingido Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
Jarrón de cristal con flores e
higos. Mercado del Arte
Aunque el florero sigue la misma composición que las
obras anteriores, el pintor incorpora un contenido místico, relativo al paso
del tiempo, a través de la colocación sobre la repisa de pétalos desprendidos y
marchitos, así como cuatro higos y una breva madura que aluden a una
determinada estación.
Jarrón con flores y melocotones.
Mercado del Arte
Con una filosofía similar a la anterior, aunque en
un formato casi cuadrado, la pintura presenta un florero con gran variedad de
flores en el interior de un nicho bien definido, acompañándose a los lados de
dos melocotones en distinta posición. Con gran sutileza el pintor trabaja la
textura del cristal lleno de agua que es atravesado por un minúsculo rayo
cenital produciendo un destello junto a la base, fruto de la observación del
natural.
Influencia de las pinturas
florales de Diego Valentín Díaz
Felipe Gil de Mena. Detalle retablo fingido Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
Cuando Felipe Gil de Mena (1603-1673) acomete el original
retablo fingido de la monumental sacristía de la iglesia del Colegio de
jesuitas (actual Real Iglesia de San Miguel y San Julián), asume las
influencias de su maestro Diego Valentín Díaz por partida doble. Por un lado en
la obra en sí misma, puesto que el retablo pintado a modo de enorme trampantojo
con forma de arco triunfal, incluyendo un camarín con forma de tabernáculo para
albergar a la Inmaculada, no hace sino repetir la experiencia de su maestro en
el retablo arquitectónico fingido que presidía la capilla del Colegio de Niñas
Huérfanas por él fundado (conjunto desaparecido).
Por otro lado, Felipe Gil de Mena sustituye las
figuras de santos que aparecían en el original de su maestro por una inusual
ornamentación a base de ocho grandes jarrones con flores que siguen de cerca
los modelos de Diego Valentín Díaz, si es que no fueron elaborados directamente
por este maestro, como apuntan algunos autores que consideran su colaboración
en el retablo. Los motivos florales aparecen colocados a dos alturas, cuatro dentro
de los vanos simulados a los lados del arco triunfal y otros cuatro reposando
en la cornisa que separa el basamento del cuerpo central.
Felipe Gil de Mena. Detalle retablo fingido Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
Los primeros simulan
grandes copas de bronce dorado y los segundos búcaros de piedra con argollas y
cintas decorativas en bronce dorado, compartiendo todos ellos grandes
ramilletes florales con múltiples especies, ajustándose artificiosamente, como
el resto de los elementos pintados del retablo, a las leyes de la perspectiva
en su diseño y sombreado.
El resultado es una colosal pintura en la que los
motivos florales adquieren un protagonismo desconocido hasta entonces, poniendo
de manifiesto la valoración y el aprecio en Valladolid por aquellas "naturalezas
muertas" tan atractivas debidas al talento de Diego Valentín Díaz.
Informe: J. M. Travieso.
Felipe Gil de Mena. Detalle retablo fingido Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
NOTAS
1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús y BRASAS EGIDO, José Carlos. Epistolario del pintor Diego Valentín Díaz.
Universidad de Valladolid, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y
Arqueología (BSAA), Tomo 46, 1980, p. 445.
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Hace un tiempo que vengo siguiendo el blog pero nunca escribí aún, ahora me decirdo ha escribiros para daros las gracias por mostrar estas obras de la forma que lo hacéis con una gran definición de cada una de ellas.
ResponderEliminarSaludos desde Málaga!