23 de junio de 2017

Theatrum: CALVARIO, casi ocho siglos de ingenua piedad













CALVARIO
Anónimo
1247
Madera policromada
Coro del monasterio de Santa Clara, Valladolid
Escultura gótica














Como afirma Julia Ara1, en la escultura gótica de la provincia de Valladolid es poco frecuente encontrar grupos completos con la tradicional representación del Calvario, es decir, la triada formada por la imagen de Cristo crucificado con la Virgen y San Juan a los lados. Posiblemente existieron muchos más que los conservados, pero con el paso del tiempo los conjuntos —considerados anticuados— fueron desmembrados para pasar a recibir culto por separado las imágenes centrales de Cristo en la cruz, cuyos ejemplares son significativamente mucho más abundantes.
Por este motivo, el Calvario que se conserva en lo alto del cerramiento del coro de la iglesia del monasterio de Santa Clara, en la más estricta intimidad de uno de los conventos más antiguos de Valladolid, debe ser considerado como un importante testimonio de una iconografía imperante a mediados del siglo XIII, a pesar de que el conjunto aparezca enmascarado  por los repintes de su policromía, seguramente aplicados en 1627 con motivo de la colocación del conjunto en su actual emplazamiento.

Sin embargo, este Calvario, que data de 1247, fue elaborado en el mismo tiempo en que la comunidad de Clarisas levantaba su iglesia y monasterio extramuros de la villa medieval, después de que el papa Inocencio IV otorgara la correspondiente bula en 1246. Aquella primitiva iglesia, de discretas dimensiones, precisamente ocupaba el espacio que actualmente aparece reconvertido en coro bajo, por lo que el Calvario lleva recibiendo culto ininterrumpido en el mismo espacio nada menos que durante 770 años. Hoy no es asequible a la vista por permanecer en un ámbito de clausura vedado a los fieles, después de que el sencillo templo fuese sustituido por una sólida y espaciosa construcción gótica anexa que, levantada entre 1485 y 1495, fue patrocinada por Juan Arias del Villar, obispo de Osma y Sigüenza y Presidente de la Chancillería de Valladolid, que ejerció como protector del convento de Santa Clara.

Como ya se ha dicho, actualmente el grupo escultórico se halla colocado en el interior de una hornacina que remata el arco del cerramiento del coro bajo, orientado hacia el interior del espacio comunitario. Dicha hornacina responde a los modelos clasicistas imperantes en el barroco vallisoletano, con un sencillo diseño formado por una peana decorada con piedras y gallones, pilastras cajeadas a los lados fingiendo incrustaciones de mármol y rematado por un frontón en forma de arco rebajado con el mismo tipo de decoración, siendo lo más destacable la inscripción que lo recorre y que proporciona una valiosa información: "El año de 1247 se fundó este convento y se puso este Santo Cristo aquí y en el año de 1627 se hizo y renovó esta capilla para su majestad".

Contrastando con el marco de concepción barroca, sobre un fondo de pintura ingenua reducida a negros nubarrones que ocultan el sol y la luna —astros personificados con forma de rostros— aparece el grupo del Calvario, que presenta todas las características de la escultura protogótica, siendo destacable el anacronismo medieval de la jerarquización del tamaño de las figuras, con el Crucificado como elemento principal representado sensiblemente a mayor escala que la Virgen y San Juan.

Las dramáticas imágenes que forman parte de la composición siguen estrictamente el arquetipo estudiado por Julia Ara, con la Virgen de pie a la derecha de la cruz, con gesto sufriente y las manos cruzadas a la altura del pecho, una simbología de origen bizantino asociada con su participación en el sacrificio2. San Juan, colocado a la izquierda de la cruz, también aparece de pie, pero portando en sus manos, colocadas a la altura del pecho, un libro como atributo.

Son figuras un tanto hieráticas e inexpresivas que en cierto modo mantienen la estructura cilíndrica heredada de la escultura románica, aunque el escultor ya busca un incipiente naturalismo a través de los pliegues de las indumentarias que recubren por completo los cuerpos, acentuando la humanización del drama mediante los rostros sufrientes en los que recurre a un entrecejo muy marcado, grandes ojos y boca ligeramente entreabierta, aunque con un esquema simple y repetitivo.  

La poca esbeltez de la Virgen y San Juan contrasta con la estilizada figura de Cristo, que parece haber sido tallada por una mano mucho más avezada. Este responde a la tipología extendida durante el segundo tercio del siglo XIII, caracterizada por ser una representación popular que, influida por los tipos difundidos en las cruces esmaltadas de Limoges, es interpretada por los escultores hispanos creando un arquetipo dotado de un gran dinamismo y expresividad a través del movimiento sinuoso del cuerpo, la colocación de los brazos ligeramente flexionados y la cabeza suavemente inclinada hacia la derecha.

La anatomía de este crucifijo todavía recuerda los modos bizantinos, suponiendo una evolución sobre los modelos románicos en la utilización de tres clavos, lo que hace que los pies aparezcan cruzados en rotación externa, y en la sustitución de la corona real por otra de espinas con el afán de humanizar la naturaleza de Cristo y sus dolores. Rasgos compartidos con otros ejemplares de la época se aprecian en la descripción anatómica, determinada por el desplazamiento de la cadera hacia la derecha, lo que le dota de un sorprendente movimiento, los pectorales arqueados en forma de esclavina, las costillas muy señaladas y el vientre liso y redondeado, a lo que se suma el arqueamiento de los brazos, el mantenimiento de las palmas abiertas y la pierna derecha remontando la izquierda, ambas con los frentes muy perfilados.

Por su parte, el perizoma sigue un esquema también repetido en otros casos, anudado en el costado izquierdo, con una vuelta arqueada en la parte superior y cayendo hasta las rodillas con pliegues en forma de líneas paralelas que mantienen reminiscencias románicas. Asimismo, es arquetípica la estructura alargada de la cabeza, con la frente muy alta, un gran espacio entre la boca y la nariz, cejas arqueadas, ojos cerrados que sugieren un estado placentero, barba afilada de dos puntas y una larga melena que discurre por la espalda dejando visibles las orejas, en este caso con una corona de espinas superpuesta formada por soga trenzada con pequeños clavos insertados. La búsqueda de naturalismo en la evolución del gótico también queda reflejada en el modelo de cruz, que adopta la forma de troncos cilíndricos sin desbastar.

El conjunto queda algo desvirtuado con el repinte sobre la policromía original, seguramente aplicado en 1627 con motivo de su reubicación en el coro de la iglesia. En el cuerpo de Cristo apenas resaltan pequeños regueros de sangre en manos, pies y costado, aunque lo más atípico son los medallones de forma romboidal que cubren por completo la túnica y el manto de la Virgen y San Juan, inusual motivo que enmascara los colores lisos originales proporcionando un aire barroquizante. El repinte también afecta a la cruz, recubierta con un color verde liso poco habitual en estas composiciones.

Un modelo muy similar e igualmente del segundo tercio del siglo XIII, pero sin alteraciones cromáticas, presenta un Cristo crucificado que se conserva en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, donde ingresó procedente de Almaraz de la Mota3, pueblo vallisoletano abandonado desde 1965. La talla sólo difiere en presentar los brazos menos arqueados, en el perizoma formando pliegues en forma de "v" y en la cruz formada por tablones lisos, con el aliciente de conservar su policromía original, en la que se aprecian los habituales regueros de sangre en la cabeza, brazos, costado y rodillas.                    

Anónimo, segundo tercio siglo XIII. Cristo crucificado. Museo Diocesano y
Catedralicio de Valladolid, procedente de Almaraz de la Mota
Informe y fotografías: J. M. Travieso.




NOTAS

1 ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia. Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977, p. 121.

2 Ibíd. p. 121.

3 Ibíd. p. 75.


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