8 de diciembre de 2017

Theatrum: INMACULADA CONCEPCIÓN, una alegoría de propaganda contrarreformista












INMACULADA CONCEPCIÓN
Juan Sánchez Cotán (Orgaz, Toledo, 1560-Granada, 1627)
Hacia 1617
Óleo sobre lienzo
Retablo de la capilla de la Inmaculada, iglesia de Santiago Apóstol, Valladolid
Pintura protobarroca española














Retablo de la Inmaculada Concepción
Iglesia de Santiago, Valladolid
En la iglesia de Santiago de Valladolid se abre la capilla de la Inmaculada Concepción, levantada en el primer tercio del siglo XVII en el lado del evangelio sobre otra anterior que había pertenecido a doña Ana Gajardo y cuyo nuevo patronato fue ejercido por don Marcos Sánchez de Aranzamendi y su esposa doña Luisa de Estrada. En ella encontró su sede la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, que colocó al frente una escultura estofada de su devoción titular1. Hacia 1640 fue realizado por el ensamblador Melchor de Beya, hijo, el retablo que preside actualmente la capilla, formado por predela, un cuerpo organizado en tres calles y ático. Se trata de un retablo clasicista, de sensibilidad barroca, que todavía mantiene algunos elementos manieristas, como el remate en forma de frontón curvado roto, guirnaldas colgantes y racimos de frutos en relieve, todo él concebido para albergar hasta once obras pictóricas de los pinceles de tres autores diferentes.

En la predela, siguiendo una disposición simétrica, se encuentran las pinturas de la Imposición de la casulla a San Ildefonso, San Pedro, un busto del Ecce Homo en la puerta del sagrario, San Pablo y Santa Úrsula y sus compañeras. En las calles laterales del cuerpo, dispuestas a dos alturas, aparecen representaciones de San Juan Evangelista y San Luis, en la izquierda, y San Andrés y San Juan Bautista en la derecha, mientras que en el ático se muestra la figura del Salvador. Todas ellas son atribuidas a Diego Valentín Díaz, a excepción de la tabla del Ecce Homo, que es una obra anterior reaprovechada de autor desconocido. Ocupando el espacio central destaca una representación de la Inmaculada Concepción, magnífica obra de Juan Sánchez Cotán que fue el leitmotiv para la composición de dicho retablo.

Actualmente podemos contemplar su aspecto según la disposición original, aunque durante mucho tiempo no fue así, pues en esta capilla se estableció en 1862 la Cofradía de Santa Lucía, que desplazó la pintura de la Inmaculada a la capilla de los Reyes, sustituyéndola por una escultura de Santa Lucía, obra de mediados del siglo XVIII procedente de la ermita de Ntra. Sra. del Val, donde era venerada por el gremio de tejedores2
Predela del retablo de la Inmaculada
Diego Valentín Díaz, San Pedro y San Pablo / Anónimo s. XVI, Ecce Homo

También se cerró con una reja renacentista de mediados del siglo XVI procedente del monasterio de San Benito el Real, de donde fue retirada tras la Desamortización. Así permaneció desde entonces hasta tiempos recientes, en que la pintura de la Inmaculada Concepción ha sido restituida a su lugar de origen, permitiendo comprender la repercusión en Valladolid de lo que fuera en toda España, durante el siglo XVII, un fenómeno de controversia sociológica y religiosa en torno a la doctrina defensora de que la Virgen nunca fue tocada por el pecado original.


SOBRE LA POLÉMICA INMACULISTA EN ESPAÑA

Es necesario situarse en la sociedad sacralizada de la época para comprender el alcance de la controversia. Ya en el siglo XVI, el debate sobre el momento en que la Virgen fue liberada por su Hijo del pecado original paso de ser tratado en exclusiva por teólogos eruditos a ser debatido en foros conventuales y populares. 
Predela del retablo de la Inmaculada
Diego Valentín Díaz, Imposición de la casulla a San Ildefonso y
Santa Úrsula y sus compañeras mártires
Esto generó en el campo de la pintura de finales del siglo XVI un movimiento de exaltación mariana en el que no era fácil plasmar en imágenes la victoria de María sobre el pecado original, apareciendo una peculiar iconografía de la Virgen Tota Pulchra que encontraba su inspiración en la descripción de las visiones plasmadas por San Juan en el Apocalipsis acerca de la mujer bella, rodeada de rayos luminosos, con la luna creciente a los pies y una corona de doce estrellas. Para remarcar su significado, los pintores incluyeron alrededor una serie de símbolos relativos a su pureza y virtudes, en ocasiones acompañados de cartelas explicativas, que están inspirados en figuras literarias extraídas del Cantar de los Cantares o de las Letanías Lauretanas (así llamadas por desarrollarse en el ámbito del santuario de la Virgen de Loreto).

De esta manera la imagen se convirtió en un verdadero símbolo, en una visión fuera del tiempo y el espacio cuyo éxito fue fulgurante, llegando a perdurar en las primeras décadas del siglo XVII, como ocurre en la pintura de Juan Sánchez Cotán, aunque poco después el acompañamiento de símbolos explícitos fue desapareciendo al no ser ya necesarios para identificar el tema, como ocurre en las versiones de Alonso Cano, Murillo, Velázquez, Zurbarán, Carreño de Miranda, etc.   

El fenómeno se iniciaba en 1615 en la ciudad de Sevilla, donde los dominicos, defensores del nacimiento de la Virgen con mácula, encontraron la oposición de franciscanos, jesuitas, trinitarios y carmelitas, que contando con el apoyo del arzobispo Pedro de Castro y Quiñones —defensor férreo del misterio—, se proclamaban como defensores de las teorías inmaculistas, un enfrentamiento en el que rápidamente se implicó toda la ciudad. El conflicto se convertiría en una verdadera guerra mariana que no estuvo exenta de violencia protagonizada por los dominicos del convento de Regina Angelorum, que insultaron y agredieron a los contrincantes, llegando a quemar grabados e imágenes de la Inmaculada Concepción.

Ático del retablo de la Inmaculada
Diego Valentín Díaz, El Salvador
Sin embargo, en la ciudad hispalense, decantada a favor del inmaculismo, se multiplicaron las fiestas en honor de la Virgen, se expandieron los panfletos y grabados, convirtiéndose una copla ideada por Miguel Cid en un auténtico himno cantado por los sevillanos, al tiempo que cofradías y conventos encargaban multitud de pinturas y esculturas, en ocasiones realizadas por maestros de la talla de Alonso Cano, Pedro Duque Cornejo, etc.

De otro lado, ante los tumultos originados, el arzobispo Pedro de Castro se dirigió al rey Felipe III solicitando una toma de posición, convirtiéndose la monarquía hispánica, a partir de 1616, en la principal defensora de la tesis inmaculista, llegando la polémica a tratarse como un asunto de Estado. A la causa enseguida se incorporaron las principales ciudades y universidades españolas, obteniendo por la presión de la diplomacia española en Roma el decreto Sanctissimus Dominus noster, expedido por Pablo V en 1617, y de Gregorio XV el decreto Sanctissimus en 1622, ambos en apoyo de la Inmaculda Concepción. En estas circunstancias, por toda España comenzaron a extenderse las celebraciones y las fundaciones de capillas y conventos dedicados a la Inmaculada. Recordemos el personal arquetipo creado por Gregorio Fernández en Valladolid, difundido hasta la saciedad por iglesias y conventos de toda la geografía castellana.

Gregorio Fernández, Inmaculada Concepción
Izda: Catedral de Astorga / Dcha: Convento de Santa Clara, Valladolid
Tras la persistencia en el empeño por parte del rey Felipe IV, enviando embajadas a Roma a modo de cruzada de la sociedad española, el triunfo a favor de la Inmaculada culminaba en Valencia al considerarlo un éxito diplomático de Felipe IV a través del embajador valenciano Luis Crespí de Borja, que logró que el papa Alejandro VII publicara en 1661 la constitución Sollicitudo omnium ecclesiarum, que establecía la fiesta de la Inmaculada Concepción en la Iglesia Católica cada 8 de diciembre. Esto dio lugar a la celebración de grandes fiestas en Valencia y a la multiplicación de las representaciones artísticas, pasando a ser el culto a esta advocación de la Virgen parte de la cultura de la Contrarreforma y del catolicismo —junto a la defensa de la Eucaristía— defendido por los Austrias.
No obstante, a pesar de ser declarada la Inmaculada Concepción en 1760 como patrona de España y de las Indias, para su proclamación definitiva como dogma de fe hubo que esperar hasta el 8 de diciembre de 1854, cuando el papa Pío IX lo dictó en la bula Innefabilis Deus.

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE FRAY JUAN SÁNCHEZ COTÁN

La pintura de la Inmaculada Concepción de Juan Sánchez Cotán, que se conserva en Valladolid, responde a aquel ambiente de efervescencia mariana vivido con especial intensidad en Andalucía. El cuadro fue realizado por el monje pintor hacia 1617, cuando, después de residir desde 1610 a 1615 en la cartuja de El Paular (Segovia), regresó a la Cartuja de la Asunción de Granada, donde ejercitó sus dotes para la pintura hasta su muerte en 1627, realizando tanto la decoración de las distintas estancias del monasterio, como el refectorio o la sala de profundis con temas marianos, escenas evangélicas y episodios de la historia de los cartujos, como obras de caballete destinadas a otros territorios, como es este caso.

La pintura está realizada en óleo sobre lienzo y muestra una imagen gloriosa de la Virgen, que aparece representada como una adolescente de trece a quince años, con actitud orante —las manos juntas a la altura del pecho—, una larga y rubia cabellera y vistiendo una túnica púrpura —símbolo de pureza y partícipe de la Pasión—, ceñida a la cintura por un cíngulo, y un manto azul —símbolo de eternidad— que envuelve el cuerpo dejando apreciar una ornamentación de estrellas que sugieren el firmamento, así como una ancha orla en los bordes con apliques de perlas y piedras preciosas. A sus pies pisa una luna creciente, descansando ingrávida sobre una nube algodonosa en la que asoman cabezas de querubines, siguiendo un modelo iconográfico muy repetido en esta época contrarreformista.

En la escena, que se encuadra en un paisaje de valores simbólicos con la línea del horizonte muy baja, destaca la figura de la Virgen rodeada de los resplandores de una gloria abierta y asistida por la figura del Espíritu Santo en forma de paloma derramando su gracia. En torno suyo, entre las nubes, de acuerdo a la concepción de Tota Pulchra aparecen en forma icónica distintos elementos simbólicos que proclaman variados títulos de la Virgen glosados en la letanías, tal como radiante como el sol, hermosa como la luna, espejo sin mancha, estrella matutina, puerta del cielo o casa de oro.

Las glorias de la Virgen basadas en las letanías se continúan por el paisaje, donde se distinguen las referidas a refugio de pecadores, torre de David, torre de marfil, vaso espiritual (en forma de pozo) y salud de los enfermos (en forma de fuente), que se acompañan con motivos florales colocados en primer plano, con un rosal en el centro —rosa mística— y una planta de azucenas —madre castísima— que se compensa con otra de lirios —madre de Cristo— colocada en el lado opuesto. A esta simbología preestablecida se adapta también la paleta utilizada en cada uno de los elementos.

Estilísticamente, la escena aparece condicionada por la finalidad catequética de la misma, apreciándose como rasgo arcaizante para la época el hieratismo y la rígida frontalidad de la figura. No obstante, Sánchez Cotán se esmera en los pequeños detalles, como en la pedrería del manto, mostrando en el tratamiento de las flores un afán naturalista protobarroco que está relacionado con los elementos naturales que tan magistralmente incluye en sus prestigiosos bodegones.

Juan Sánchez Cotán realizaría entre 1617 y 1618 otra versión de la Inmaculada Concepción muy similar, con pequeñas variaciones en la túnica de la Virgen y los elementos simbólicos, para la cartuja de la Asunción en que residía, obra actualmente conservada en el Museo de Bellas Artes de Granada. 


ACERCA DEL PINTOR

Juan Sánchez Cotán, especialmente célebre por sus admirables bodegones —la mayoría pintados antes de 1603—, nació en Orgaz en 1560 y realizó su formación en Toledo, posiblemente como discípulo de Blas de Prado, el primer bodegonista español documentado. Perteneció a una familia de artistas, pues su hermano Alonso Sánchez Cotán fue escultor y residente en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), padre del escultor y ensamblador Alonso y del dorador y estofador Damián.

Juan Sánchez Cotán comenzó trabajando en Toledo, donde consiguió una amplia clientela gustosa de sus personales bodegones, en los que prevalece un sentido sobrio y austero en su composición — interpretados en clave mística por críticos como Emilio Orozco o Cavestany— muy diferentes a los fastuosos bodegones flamencos de la época.

En 1604 abandonaba Toledo para profesar como hermano lego en la estricta cartuja de la Asunción de Granada. Tras trasladarse unos años a la cartuja segoviana de El Paular, regresó al monasterio granadino, donde la orden valoró su talento y aptitudes para el arte solicitándole una buena serie de obras para el recinto en las que muestra una profunda religiosidad que le rodeó de un halo de santidad. Murió en la cartuja de Granada el 8 de septiembre de 1627, fiesta de la Natividad de la Virgen y aniversario de su profesión en la orden.

Juan Sánchez Cotán, Inmaculada Concepción
Izda: Museo de Bellas Artes, Granada / Dcha: Iglesia de Santiago, Valladolid 
Por su testamento, en el que da instrucciones detalladas para el reparto de su herencia entre sus familiares, se conoce que tuvo una vida desahogada gracias a su trabajo y que prestó dinero a menudo, figurando entre sus deudores El Greco, lo que demuestra una relación entre ambos. Hombre cultivado y aficionado a la música, se dedicó a pintar devotas obras de caballete de estilo refinado, aunque ha pasado a la historia de la pintura española por sus personales y naturalistas bodegones, muy apreciados desde el siglo XVII.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.
 Imágenes de los bodegones: Museos correspondientes.







Juan Sánchez Cotán. Bodegones
Izda: 1602, Museo del Prado / Dcha: H. 1602, Museo de San Diego, California
 
NOTAS

1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid, Catálogo monumental de la provincia de Valladolid, Tomo XIV, parte primera, Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985, p. 194.

2 Ibídem, p. 195.


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